En el último año ha levantado no poca polémica la aparición de novelas póstumas del escritor chileno Roberto Bolaño, Premio Herralde de Novela en 1998 y Premio Rómulo Gallegos en 1999, el fundador del infrarrealismo, esa suerte de “filial” mexicana del surrealismo francés. Esta agrupación de escritores noveles (en su mayoría vagos y ociosos) se dedicaban a estropear presentaciones de libros y comentarios literarios, a destruir poemas y exposiciones artísticas en los años 60 en el Distrito Federal de México, en un país preocupado por encontrar, entre dictadura y democracia, un nuevo proyecto histórico y cultural que reflejase el sentir del mexicano. Poetas emergidos del lumpen y las alcantarillas mostraban ya —mediante un grito desesperado— serias diferencias con algunos de los escritores del llamado Boom latinoamericano. Por ejemplo, se declararon enemigos acérrimos de Octavio Paz, una figura intocable de la literatura aun en nuestros días.

La obra de Bolaño ha concitado, por lo menos en el ámbito literario internacional, más de una controversia debido a la cantidad de títulos inéditos que van apareciendo tras su muerte prematura en 2003. Un escritor que empezó a ser considerado la revelación de los novelistas hispanoamericanos porque lo fue o, quizá, como un pretexto del negocio editorial que canoniza autores con el fin de multiplicar ventas en todo el mundo.

Bolaño escribía con un pie en la cumbre de su popularidad y el otro en la tumba, desafiando la adversidad. Tal es el caso de su monumental novela 2666, que fue escrita entre sobresaltos hospitalarios y urgencias médicas e intenta convertirse en referente literario latinoamericano de la última centuria. Y de otras obras porque hoy, precisamente desde ultratumba, emergen títulos inéditos del mejor Bolaño, como Entre paréntesis, El secreto del mal, La universidad desconocida, El Tercer Reich y Los sinsabores del verdadero policía. En ellas, con estilo provocador, va ajustando cuentas al mundo literario y editorial.

Esto es lo que sucede con la edición de El espíritu de la ciencia-ficción (Alfaguara, 2016), un manuscrito de iniciación literaria en el que Bolaño apela al futuro para dar cuenta del pasado y que revela —sin la presencia de marcianos, platillos voladores y adelantos tecnológicos— el amor, la amistad, la juventud y el desencanto de una generación de escritores eclipsados por la fama de las “vacas sagradas” y las editoriales. Se trata de temas recurrentes en Bolaño, forman una especie de memorándum de las preocupaciones literarias y los temas desarrollados en sus novelas consagradas: la desolación, el México de la miseria y de la muerte, de los baños públicos y los fantasmas del exilio, el terror de las dictaduras, el amor juvenil y la infamia.

Pero, ¿donde reside la diferencia o más bien el aporte del narrador de Los detectives salvajes frente al monopolio de novelistas beatificados que su narrativa se empeña en desvelar? En su constante persistencia en derribar autores inalcanzables, de sentarlos en el banquillo de los acusados. Pero, vaya paradoja, su juventud infrarrealista y sus escritos y sus provocaciones literarias recientemente publicadas convirtieron a Bolaño en hijo predilecto de las multinacionales del libro. Tal es el caso de la reciente adquisición de todos los derechos de sus novelas por Alfaguara.

Bolaño es un crítico de la levedad que nos envuelve, o más bien, un escritor realista que refleja, casi a la perfección, la realidad del sudaca: aunque esa realidad es también parte de la ficción que nos ha tocado vivir sobre todo a los latinoamericanos, incluidas nuestras dichas e infortunios. Desgarrador y profundamente triste, realizó la hazaña que persiguieron los vanguardistas de otros tiempos: crear su propio estilo y contar con su público, una legión de seguidores dispersos por el mundo, la mayoría jóvenes que se identifican con sus personajes Arturo Belano e Ulises Lima.

Ese mundo lleno emociones, de búsquedas constantes, de fracasos y de alegrías efímeras, es el mundo literario de Bolaño. Nos remite al estremecimiento del estar y no estar, de ser parte de los indignados del mundo casi como un mandamiento y de pertenecer, por desventura, al inframundo, a ese inframundo de Rulfo en busca de ilusiones y nuevas utopías que se dilucidan en medio de la nada, referentes casi obligatorios de la prosa del narrador chileno.

Sus personajes impregnados de literatura universal, ciudadanos de a pie, aportan voces múltiples que van mostrando, mediante sus testimonios, los sueños y las frustraciones, las pasiones y perversiones del ser latinoamericano. Esa es la esencia fascinante del universo literario del autor que cabalga entre detectives literarios y poetas frustrados destellados en las figuras de Belano —alter ego de Bolaño— y Lima en Los detectives salvajes y Jean-Claude Pelletier y Manuel Espinoza en 2666. Remo Morán y Jan Schrella en El espíritu de la ciencia-ficción nos transportan apasionadamente a la búsqueda de nuevas ilusiones, que conllevan dolores y dificultades.

Las utopías se encarnan en los espectros de los poetas, en la juventud considerada una estafa. Esa juventud relegada, frustrada, denominada eufemísticamente como el futuro de la humanidad o el divino tesoro, no es más, en la mirada de Bolaño, que los desheredados del mundo. ¿Fue Roberto Bolaño feliz en esa vida nómada, dedicada a la escritura en su tozudez de poner la literatura como horizonte de vida y que le permitió avizorar su futuro exitoso y en muchos casos predecir incluso su muerte? Parece que sí. Ese Bolaño que fue ninguneado por editores y editoriales parece renacer ahora como el ave fénix con nuevas y refrescantes obras literarias, que seguramente nos seguirá sorprendiendo con la aparición de otras novelas inéditas. Ese el espíritu de Roberto Bolaño.