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Una voz y una vida con tesón

El cantor Horacio “pueblo” Guarany no se ha ido para siempre, queda inmortalizado en las canciones a las que dio vida a lo largo de seis décadas ininterrumpidas de una actividad musical que alimentó el cancionero de la música popular argentina.

Este singular chaqueño santafesino nació el 15 de mayo de 1925. Su verdadero nombre era Eraclio Rodríguez, y los libros sobre su vida rememoran que empezó su carrera en la década de los 50 y fue ascendiendo gracias a las composiciones exquisitas dedicadas al amor y a la vida.

“Quiero moler tu roca milenaria, hacerte arena y llevarte junto al río”; “te veía pasar como estrella, hecha toda de luz, pero tan lejos” fueron algunas de sus formas de hablar del amor y el desamor; o “nos han echado los perros pero no me han de alcanzar”, “debe ser el canto ser luz entre los campos, iluminando siempre a los de abajo”, metáforas con sello de Guarany.

Pero, ¿qué deja Horacio para las futuras generaciones de folkloristas y no folkloristas? Nos deja un ejemplo de entrega en cuerpo y alma a la música, como un trabajo sacrificado en el que se aprende cada día y también se cae. Como decía su colega el folklorista Peteco Carabajal, en esos tiempos los compositores realmente lo hacían “de corazón”, no tenían un público a quién llegar, las letras no eran para vender, no eran con cálculo y mucho menos estaba al lado una productora buscando el que se genere un “éxito”.

En la actualidad, muchos jóvenes  que se dedican al folklore y a otros géneros —porque el folklore no es el único en el que se ven involucrados— toman el camino y se apresuran, no apuestan a crear un estilo, a hacer poesía, mucho menos a investigar sobre lo que hacen. Lo primero a lo que apuntan es a un disco gracias a las facilidades de la actual tecnología, se hacen plotear el bus que los lleva, pero no miran a donde deberían.

Horacio tenía razón, que “si se calla el cantor, calla la vida” es muy cierto, porque “la vida misma es todo un canto”, no solo es el amor, también es ser empático con el entorno que nos rodea y no hacer la vista gorda ante los problemas del ser humano en general como la desigualdad, la pobreza, el hambre y tantos otros. Hoy muchas de sus canciones pueden aplicarse sin problemas a la realidad, coincidir sin egoísmo con los sentimientos de las masas no solo de Argentina, sino de toda la afroindolatinoamérica, que es lo que hizo inmortal a Guarany.

En la última entrevista para el periódico La Nación, de Argentina, reveló que su vida “en general, no solamente la artística, ha sido una gran felicidad”. “Alguien me enseñó alguna vez que lo importante es saber vivir. No hace falta tener títulos, dinero o fama (…). Cuando vos odiás a alguien, el veneno te mata a vos. Yo tuve la desgracia de nacer muy pobre. Cada tanto, mis padres me entregaban a alguna familia para que me cuidara porque ellos no podían hacerse cargo. El dolor que me produjo eso se transformó en riqueza, finalmente. La falta de cariño, la falta de respeto al niño me terminó dando fortaleza y experiencia para escribir esas canciones que me llevaron a ser uno de los artistas más queridos del país”.

Profundo y verdadero en sus palabras, Guarany cantó hasta sus 90 años, y seguía regando como semillas sus poesías. En 2004 brindó un concierto por el Día de la Madre en La Paz y estuvo imponente, con esa figura bonachona, y en el coliseo del colegio Don Bosco encapsuló a las mamás que eran agasajadas con su presencia.

Mas tarde, en 2014, llegó a Santa Cruz de la Sierra acompañado de sus músicos para el Festival de Vinos y Quesos. Ochenta y nueve años de añejo como un buen vino, diríamos: nuevamente mostró su talento, bailaba, manejaba al público a su antojo, lo ponía romántico y también eufórico. “Horacio está entero”, declaró su guitarrista de cabecera Raúl Chuly García. Los otros músicos —entre ellos Yuyo Montes, su otro guitarrista— no disimulaba el orgullo de estar acompañando al “10” del folklore.

Eso y más fue Horacio Guarany, el más grande, el más poeta, sensible con la vida, con la realidad. Deja ese ramillete de canciones que nunca pasarán de moda. Los músicos que siguen el camino ya tienen un mentor y podrán preguntarse ¿de que sirve la rosa sin el cantor? o escucharán ese incansable “luche luche luche no deje de luchar, pueblo que escuchas únete a la lucha”.