A propósito de Elly (2009), Una separación (2011) y El pasado (2013). Esa trilogía de títulos loados de manera unánime elevó a Asghar Farhadi al podio de director más representativo del actual cine iraní, tomando el relevo de otros grandes cineastas de esa procedencia, Kiarostami sobre todo. Adicionalmente le franqueó un merecido lugar entre los realizadores esenciales de los primeros años del siglo, tiempo poco propicio para el cine de autor en medio de la avalancha de efectos especiales y de recetas repetidas hasta el hartazgo. Sin alcanzar los picos de perfección de aquellas realizaciones, con El cliente vuelve a entregar una obra rotunda, muy por encima del promedio que desembarca semanalmente en las carteleras.

Emad y Rana, los protagonistas, viven en un edificio de Teherán cuyas paredes presentan súbitamente preocupantes rajaduras, y se mudan a otro departamento. Un par de días más tarde la mujer abre la puerta sin preguntar. Rato después llega Emad, advirtiendo manchas de sangre en la escalera de acceso a su nuevo habitáculo. Rana se encuentra en el hospital herida de un golpe en la cabeza.

El hecho desestabiliza por entero las vidas de ambos. El sonriente Emad se transforma en un furioso vengador. Rana muestra signos de haber sido objeto de ultrajes sexuales, extremo sobre el cual aquél tiene sospechas pero que prefiere no indagar para evitar sentirse humillado, dejándola a ella lidiar sola con sus heridas emocionales, lo cual sume a ésta en un estado de desconcierto parecido al de su compañero. Si bien desearía que en lugar de asistir a su trabajo como profesor de literatura se quedara en casa, al mismo tiempo quiere estar sola. Tales contradicciones le provocan una inmanejable crisis nerviosa.

La mutación de Emad está orientada a señalar, sin subrayados, que detrás de las apariencias investidas por cada quién de cara a su rol social permanecen agazapadas reservas de ira y violencia que únicamente requieren de una situación desencadenante para ponerse de manifiesto en toda su desnudez. Y la obsesión vengativa del personaje se manifiesta con una brutalidad impensable, no al modo como la expone usualmente el cine norteamericano, poniendo el acento en sus estallidos físicos. Farhadi se mantiene siempre, es una de las virtudes de su cine, al nivel de la interioridad, de los acentos emocionales, de sus protagonistas.

Esa agudeza introspectiva le permite un manejo del suspenso en otro registro, diferente, al que apelaba por ejemplo Hitchcok, el maestro indiscutible del género, pero no menos eficaz. Si el británico activaba un elemento externo —el woodunit— para enfrentar a los personajes al dilema, el iraní nos coloca ante situaciones domésticas, de un “naturalismo” limpio de afeites, contadas sin estridencias y que nos van atrapando en sus laberintos afectivos y anímicos. Así también la búsqueda de la verdad no se agota en el develamiento de ésta: la pregunta de su cine es qué hacer una vez conocida esa verdad.

Emad descubre al agresor de Rana. Éste no responde al tipo que, tanto nosotros como el persecutor, imaginábamos iría a ser. Se abre entonces una nueva encrucijada, no menos incierta, confusa, frente a la cual aquél debe forcejear consigo mismo en busca de las respuestas, nunca sencillas, que ocultan las disyuntivas humanas. Así un conflicto doméstico se transforma en un hondo drama cinematográfico que replica las eternas cuestiones a las que intentaron responder filosofías y religiones. El repentino estallido del hecho que desestabiliza la rutina, la normalidad, provoca una honda rajadura en el caparazón de una cotidianidad hasta entonces exenta de altibajos, dejando expuesta la carga latente de culpa y vergüenza encubierta por esa calma aparente.

Es evidente que desde su título original —El viajante— a Farhadi le interesó marcar la inspiración en el drama La muerte de un viajante, la obra de Arthur Miller estrenada en 1949. Tal pista se pierde debido a la curiosa traducción impuesta en buena parte de los países de habla castellana, vaya uno a saber por qué. En cualquier caso es una avería menor, puesto que la propia puesta en imagen abunda en referencias acerca de ese parentesco.

Las fluidas transiciones desde el contencioso íntimo de la pareja a momentos de la puesta en escena de la obra de Miller —interpretada por los protagonistas, en calidad de aspirantes a convertirse en actores profesionales de teatro— enlaces que a algunos pueden antojárseles exiguos, no dejan duda sobre el particular. Tampoco sobre el pulso del director para la dosificación precisa de situaciones, tonos y acentos.

En varias entrevistas Ferhadi develó haber aspirado sobre todo a ser director teatral y dramaturgo, inclinación que el paso al cine no redujo a un deseo insatisfecho, puesto que su trabajo con el guion y en el manejo de los actores —y se trata de un gran director de actores— responde en buena medida a la utilizada comúnmente por quiénes se expresan a través de la puesta en escena.

Volviendo a la película, Orson Welles solía apuntillar que aun sabiendo que un mismo tema puede ser tratado formalmente de muchas maneras, las obras maestras son aquellas en las cuales la forma elegida pareciera ser la única posible. Dicho de modo más pedestre, la cifra de la perfección cinematográfica, en verdad del arte en general, reside en emparejar el qué y el cómo.

En El cliente cada toma, cada escena, están en su lugar. Cada línea de texto aporta al pausado progreso de la narración y al ahondamiento del drama, sin apuntes laterales, salidas de tono o distracciones que pudiesen dar “respiro” al espectador, atrapado en el laberinto de la aparente irresolubilidad del conflicto narrado, justo porque este se encuentra lejos de aspirar a los mágicos finales felices de los productos al uso y, menos todavía, a los sermones que dispensan a manos llenas recetas sencillas aun para los asuntos más entreverados.

El ovillo de dudas de Emad se retroalimenta de los usos y costumbres de su entorno y, vista desde los parámetros occidentales, puede valorarse El cliente, a partir del comportamiento de sus personajes masculinos, como una severa diatriba contra el machismo en la sociedad iraní. Conviene empero conservar una cautelosa distancia a fin de no atribuirle al director intenciones ajenas a su propia mirada, crítica pero, al mismo tiempo, respetuosa de los paradigmas vigentes en una cultura que debiéramos evitar juzgar con la arrogancia reduccionista y excluyente de aquellos referentes engordados por una presunta y petulante universalidad.

Ficha técnica

Título original: Forushande

Dirección: Asghar Farhadi.

Guion: Asghar Farhadi.

Fotografía: Hossein Jafarian.

Montaje: Hayedeh Safiyari.

Arte: Keyvan Moghaddam.

Música: Sattar Oraki.

Producción. Asghar Farhadi, Alexandre Mallet-Guy.

Intérpretes: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Mina Sadati, Farid Sajjadi Hosseini, Mojtaba Pirzadeh. – IRAN-FRANCIA/2016