Sed y sangre es un círculo construido desde tres lugares: la batalla, la periferia y la lejanía de la posguerra. El lector podrá iniciarla desde donde desee y concluir en un punto donde todo puede volver a empezar. Desde el campo de la ficción, los trabajos aquí reunidos —a diferencia de la narrativa de autores excombatientes— intentan capturar lo antes dicho y dicho y resignificarlo desde otro lugar: el de hija e hijo, nieto y nieta, bisnieto y bisnieta. Los textos nos ofrecen fragmentos a ser recogidos desde la palabra tejida, para pretender la ilusión de un cierre a una guerra sin odio porque desconoció el amor.

Esta antología es la suma de fragmentos y miradas individuales ante el hecho concreto de la Guerra del Chaco. Miradas incompletas y difusas que, en su totalidad, penetran la niebla pesada del olvido, esa que trae al presente la sed, el horror y el polvo, secando almas y pulmones, incluso en los huesos hirvientes del campo de batalla. Sed y sangre es acaso un intento de cerrar lo que siempre quedará abierto, pues es sabido que el acto de narrar no busca la completitud de lo narrado. Bienvenida entonces la incompletitud, porque gracias a ella se instaura la posibilidad de construir ficción y permitir que el lector sea quien abroche lo dicho, creando nuevas miradas, nuevas evocaciones y sensaciones. Y eso ya es algo.

En esa medida se narra como un intento de anudar, desde la voz de la historia de otro, lo que fue o pudo haber sido. Tal vez en la oscuridad de aquel sendero inconcluso esté el mérito de quienes aquí se animaron a escribir sobre una realidad en esencia innombrable y llena de sombras, cual prisioneros encadenados en la caverna de Platón, escribiendo desde los sentires otorgados por las sombras de la guerra, iluminados solo por las antorchas de otras voces y otras sombras que antes hablaron desde la misma caverna.

Hombres encadenados a la palabra, a su forma de entender lo que pudo haber sido, hablan en estas páginas. Prisioneros de las cadenas del lenguaje que pulsan palabras desde las sombras, con la necesidad de gritar y enfrentar aquella oscuridad que, casi un siglo después, aterra y espanta. Porque al final es la oscuridad la que interrumpe el camino y crea la ilusión de lo cierto en la sombra de la lámpara del pasado. Como diría Rodolfo Ortiz: “La narración histórica en la novela (en este caso el cuento), para referir la escritura del pasado de por sí, entraña la imposibilidad de un recuerdo primario, y la lucha del que escribe es justamente ‘contra el acontecimiento’, esa nada metafórica e intemperie muda sobre la que habrá de comenzar el trabajo de narración”.

Es acá donde se juega el deseo del compilador: que la presente antología sea un inicio para recordar y seguir hablando del horror de una guerra que fue y nunca debió haber sido. En esa medida, acaso este libro sea solo una mirada a pasajes de la Guerra del Chaco desde lo innombrable de sus diversos acontecimientos que, en cuanto a su carga fantasmal, refieren a un espectro suspendido en el tiempo al cual se enfrentan. Un fantasma hecho de gritos, sed y podredumbre, que ha sido incorporado en cada texto de Sed y sangre como un acto de posesión literaria. Sea entonces, acaso desde el imaginario del combatiente hecho de significantes que nace el corpus del fantasma de la guerra, el que pide ser nombrado, pero que como todo espectro, mientras más uno se acerca más se difumina.

Frente a lo anterior juega el terreno de la ficción que permite el acto creativo de aproximarse a la historia desde el impacto de lo no dicho. Es así que, desde el acto de convocar la lejanía de acontecimientos fantasmales, el lector escuchará la voz de las sombras del miedo, del odio, de la sed y el dolor del infierno árido de la guerra. Se enfrentará a la contundencia del esfuerzo creativo de los autores que capturaron en sus historias la silueta de algo que aún no fue dicho, pero que aún no ha muerto.

Esta obra recoge el trabajo de narradores vivos que bien se enfrentan al recuerdo infiel y vuelven a poner sobre el tapete la pregunta: ¿cómo narrar la historia?, cuando lo que desde la patria de la ficción está en juego es la historia de la patria misma, junto a los hombres que sangraron en ella y, seamos honestos, no por ella.

Desde su génesis, Sed y sangre enfrentó las preguntas: ¿desde dónde partir y hacia dónde llegar? La respuesta acaso esté en un inicio elegido por el azar de la memoria y del recuerdo, en el hecho de recuperar el horror del combate para llegar a la oscuridad que hoy plantea la lejanía frente a lo que fue la Guerra del Chaco y el estruendo de los morteros, que se repitió y se repite como un eco cada vez más débil en el presente, anunciando su desaparición en el futuro. Es ahí donde el escritor hace su oficio, en el acto de recuperar la memoria y convertir el aparente final en un inicio para seguir escribiendo. Queda entonces, luego de este proyecto, el desafío de una antología de cuentos de la Guerra del Pacífico; la moneda está en el aire.

Acaso esta antología sea simplemente eso, una colección de miradas construidas desde la memoria afectiva y colectiva. Postales del horror del combate, del contexto aledaño al campo de batalla, a momentos naturalistas, a ratos amargas y llenas de resignación, y otras veces telúricas que, en cuanto trozos, solo nombran lo que la imposibilidad les permite: restos y añoranzas donde el miedo, el espanto y el olvido las transitan como un eco que se evapora en la lejanía y termina en aquella frase que nos regala Edmundo Paz Soldán en el último cuento de la antología: “Adiviné su mirada aún no desprendida de la bandera sucia y vieja azotada tenazmente por el viento” y que lleva al que escribe a evocar la memoria de la tricolor boliviana tenazmente azotada en Boquerón, Alihuatá, Kilómetro Siete, Nanawa, Gondra, Campo Grande o Villamontes, por nombrar algunas heroicas batallas. Aún habrá que seguir escuchando el eco de la voz que trae y habrá algo que decir. He aquí tal vez la razón de esta antología, que es un conjunto de fragmentos para el puzzle incompleto de la historia, no la historia en sí misma.