Si alguna institución tiene gran importancia en la reproducción cíclica de las fiestas, esa es el sistema andino de cargos religiosos. Fiestas y cargos son dos expresiones inseparables de un mismo fenómeno. Conocidos actualmente como “pasantes” o “prestes”, estos cargos se forjaron a lo largo de la historia colonial a partir del entrecruzamiento de las instituciones hispanas y autóctonas, llegando a arraigarse profundamente en la realidad rural y urbana de los Andes. No cabe duda que la difusión de la “doctrina cristiana” en las comunidades locales tuvo un papel determinante en este proceso, ya que sobre las imágenes católicas se construyó el calendario festivo. Sin embargo, cada una de las fiestas del complejo calendario ritual fue reinterpretada a su modo por la población indígena. De la misma manera, la organización de los cargos religiosos se fundamentó en criterios típicamente andinos tales como el turno y la rotación.

En los ayllus de Tapacarí, situados entre los valles fluviales y las alturas de Cochabamba, el calendario de fiestas estaba relacionado fundamentalmente con el ciclo agrícola. Durante la segunda mitad del siglo XVIII las celebraciones de los santos y santas, advocaciones marianas o pasajes de la vida de Cristo estaban articulados a momentos importantes de la producción agraria. Así, entre las labores de siembra y cosecha, se realizaban siete “fiestas principales” y 23 “fiestas de devoción” tanto en el pueblo principal como en sus anexos. Por regla general cada imagen o representación religiosa tenía una cofradía compuesta por uno o dos alféreces, dos mayordomos y un prioste. Los alféreces eran quienes auspiciaban económicamente las fiestas, mientras que los mayordomos se encargaban del cuidado y culto de las imágenes católicas en tanto que los priostes administraban los ingresos monetarios de las cofradías.

La celebración anual de cualquier fiesta se organizaba en función a turnos rotativos o mit’as. Los miembros de los ayllus estaban obligados a ejercer diferentes cargos religiosos en forma ascendente, empezando por los de menor relevancia hasta alcanzar gradualmente los cargos simbólica y socialmente más importantes.

Esta escalera de cargos formaba parte de las obligaciones comunitarias que garantizaban el derecho a la tierra y conllevaba aspectos de reconocimiento y prestigio. Del mismo modo que la mit’a minera y el tributo, los cargos religiosos eran concebidos como obligaciones que permitían legitimar los derechos comunales.

Basados en estos criterios, los cargos religiosos llegaron a tener una estructura jerarquizada. El alferazgo de las “fiestas principales” ocupaba la cumbre de la carrera de cargos pero solo podía ser asumido por los indígenas “principales”, es decir, por quienes tenían la categoría de “originarios” (y por lo tanto gozaban de asignaciones de tierras) y cumplían con otras responsabilidades comunales. Otros indígenas como los “agregados” o “forasteros”, indígenas sin tierras pero que residían en los ayllus junto con los “originarios”, asumían los alferazgos de las “fiestas de devoción”, las mayordomías y los priostazgos. Por eso se puede afirmar que la jerarquización del sistema de cargos religiosos se correspondía de manera directa con las diferencias sociales que existían al interior de los ayllus.

A nivel general, el sistema de cargos religiosos también se relacionaba con criterios de segmentación territorial. Al igual que muchas comunidades andinas, Tapacarí estaba conformada por dos parcialidades complementarias (anansaya y urinsaya) cada una de las cuales tenía un número variado de ayllus. Siguiendo criterios de alternancia, ambas compartían responsabilidades en el auspicio de las fiestas. Así, por ejemplo, de los 14 mayordomos y mayordomas que tenían las “fiestas principales” la mitad correspondían a la parcialidad de arriba o anansaya y la otra mitad a la parcialidad de abajo o urinsaya. Este era el marco que sustentaba la carrera personal de los miembros de los ayllus respecto al ejercicio de cargos de forma ascendente.

Como las fiestas formaban parte fundamental de la experiencia comunal, su organización recaía en las autoridades tradicionales. Caciques, “segundas personas”, alcaldes y jilaqatas se encargaban de la elección o nombramiento de los indígenas que debían asumir los cargos festivos. Las autoridades étnicas de más importancia, junto con sus “segundas”, regulaban los turnos rotativos en el pueblo principal mientras que esa tarea les correspondía en los anexos a los miembros del cabildo indígena (alcaldes) y a los representantes de los ayllus (jilaqatas).

Esas eran las características generales del sistema de cargos que organizaba el ciclo de fiestas en Tapacarí en la segunda mitad del siglo XVIII. Si bien su funcionamiento era relativamente equilibrado, fenómenos como la crisis del cacicazgo, la fragmentación social y la creciente exigencia de derechos parroquiales hicieron progresivamente de las mit’as religiosas espacios de conflicto. En esas circunstancias, los indígenas debieron afrontar reclamos judiciales cuyos documentos permiten reconstruir esa parte del pasado andino.