Gran parte de los ojos y oídos del público y de profesionales del cine están atentos a una nueva entrega de los premios Oscar, que este año celebra su edición número 89. La preciada estatuilla es el reconocimiento anual de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood a películas y a las diversas áreas de trabajo del quehacer cinematográfico; aclarando siempre y muy a pesar de su aparente universalidad, que es un autorreconocimiento que hace la industria de cine norteamericano a sus películas y artífices, dejando un pequeño espacio para filmes de otros lares.

La importancia de este reconocimiento radica, más que en la calidad de lo que premia, en el peso que tiene para marcar tendencias en Hollywood, catapultar o reconocer sus profesionales, promocionar sus filmes y tecnología, y quizá, lo más importante, imponerse en el mercado e imaginario del público como el único cine posible. Obviamente, esto no significa que por esta alfombra no hayan pasado grandes películas, directores, actores, productores, guionistas, etc.

En lo que respecta a quien escribe, fuera de su parafernalia, hace mucho que los premios Oscar no traían novedad y emoción alguna al escenario cinematográfico mundial, salvo algunas películas que se pueden contar con los dedos de las manos, y que además, como ya es parte de la tradición hollywoodiana, no ganan nada más que el haber estado en la lista de las nominadas. Sin embargo, este año, la mayoría de las cintas en carrera son, sino sobresalientes, al menos dignas.

Una de las primeras cosas que llama la atención en la edición 2017 es que entre las películas nominadas se encuentra un gran número de filmes dirigidos por afrodescendientes, nada menos que cinco, así como el número de producciones que tienen como principal eje historias sobre y con afrodescendientes, en total siete de las 32 en carrera. Si bien esto puede ser un aspecto extracinematográfico, no significa que no sea de extrema relevancia, más si consideramos que Hollywood y en especial la Academia por lo general es conservadora y blanca. Lo que nos lleva a otro tema de suma importancia, y es que esto inaugura o abre las posibilidades para nuevas formas de ver, entender y retratar a Estados Unidos, además de trabajar nuevas líneas fundacionales de la identidad e historia pasada y reciente de este país.

La carga política no está ausente, algo que siempre caracteriza al evento. Mirada que cambia de dirección según las políticas internas y externas del gobierno de turno, que termina además, en muchos casos, definiendo la lista de ganadores de la estatuilla. Este año, por lo menos el 70% de los filmes nominados a Mejor Película, no solo crean y retratan a los nuevos héroes forjadores de la norteamericana posmoderna, sino que son el espacio de discusión política entre republicanos y demócratas, el otro escenario de debates electoralistas sostenidos en su momento entre Trump y Clinton. Aunque hay que reconocer que la tendencia en Hollywood, y así lo refleja el Oscar, es progresista, el filme con más chances de llevarse una buena cantidad de trofeos es el más cercano al discurso trumpista, me refiero a La la land, que fuera de la hipnotizante historia de amor, danza y coreografía es la metáfora que representa el discurso del actual Presidente de Estados Unidos y es, por supuesto, la representante por excelencia del Hollywood blanco y conservador.

Hollywood trabaja un recetario, no podemos perder de vista que es una industria y como tal, su objetivo es producir en serie el mismo producto de consumo. Siempre hay excepciones y este año la Academia apostó por tener en sus filas a éstas. Aunque en su forma aparentemente es más de lo mismo, la norma se rompe con los contenidos, que terminan de algún u otro modo moldeando la forma para ser agradable a los ojos y enriquecedor a la mente y espíritu.

Más allá de mi lectura política y de contexto, pienso que La la land es una linda película, que hace honor a su género, pero es mediocre, juega con golpes bajos, con armadillas dramatúrgicas para que el espectador termine pensando que vio un gran filme. Su valor está en vender gato por liebre. Lion y Moonlight son porno miseria pura, además de efectistas. Hasta El último hombre es la clásica de Mel Gibson, sigue la línea de Corazón valiente, efectista y grandilocuente, moralista y conservadora.  Arrival es cautivadora, de toque existencialista y new age en la línea de filmes como Interestelar, de Christopher Nolan o El árbol de la vida, de Terrence Malick. Figuras ocultas es un filme medio, de autoayuda y superación. Recomendado por las excelentes actuaciones.

Entre mis preferidas, aunque con muy poco chance de ganar, están el maravilloso melodrama, western y road movie Nada que perder, producción irreverente, crítica y cínica. Un pequeño recordatorio al filme de Arthur Penn, Bonnie y Clyde, salvando claro, las grandes diferencias. Le sigue la gran Fences; minimalista y cuidadosa puesta en escena hace de cada imagen una poesía, melodía para los oídos. Finalmente Manchester frente al mar es fría y cruda, asume arriesgarse y trabajar el dolor, la culpa y el perdón. Un filme que piensa la condición humana. Hay muchos más, pero me gustaría mencionar a los documentales; entre ellos son tres los que sobresalen y que creo son imprescindibles: No soy tu negro, O.J. Made in America y La enmienda 13.

Como mencioné, este año, con unos filmes más fuertes que otros, la Academia tiene películas relevantes en carrera. Por último no debemos perder de vista ni olvidar que los premios Oscar, además de cine, son también otras cosas y saber ello ayuda a perder la inocencia al momento de ver e interpretar los filmes.