Le conocí cuando dirigía la Coral Nova de La Paz, de la que fue fundador. Ya entonces descollaba por sus dotes para la dirección y para los arreglos corales. Por ello no me sorprendió que a poco de haberse trasladado a Santa Cruz de la Sierra estuviera dirigiendo un gran coro de más de 30 voces, el Coro Santa Cecilia, un coro que habiendo comenzado con un grupo de aficionados que dirigía el padre Luis Rojas, había alcanzado un buen nivel bajo la dirección de Aida McKenney y el profesor Héctor Vargas.

Siguiendo el camino ascendente trazado por sus fundadores, Barragán consiguió situar al Coro Santa Cecilia entre los más destacados grupos corales del país y convertirlo en una gran embajada de la música coral boliviana en sus giras por el exterior. Justamente me cupo organizar en los años 90 su gira por España (Madrid y varias ciudades de Extremadura: Cáceres, Trujillo…), gira que luego se extendió a Cataluña.

Contando con ese excelso grupo coral organizó la cantata Violeta del compositor chileno Luis Advis (basado en las Décimas autobiográficas de la gran folklorista Violeta Parra), con el acompañamiento de una banda sonora que Barragán preparó y en la que incorporó guitarras, charango, clave, sintetizador y glockenspiel. Fue una versión escenificada en cuya creación participó Eduardo Chávez y que contó con la escenografía de Gonzalo Canedo y el diseño de vestuario de Ejti Stih.

A propósito del éxito de esa cantata escenificada, Barragán comentaba que en un tiempo el número de espectadores que asistía a los conciertos era inferior al de los integrantes del coro, y que para la cantata Violeta habían tenido que programar 10 funciones por la enorme demanda de público. Seguramente fue Violeta la que avivó su vena compositiva, instándole a componer su propia cantata, la cantata Elay, un canto del oriente boliviano sobre textos de Óscar Zambrano, cuya exitosa producción es la que trasladó a España.

A este enorme éxito de su autoría, siguió Alma cruceña (1990) con temas del folklore cruceño, y más tarde, su monumental Misa camba, en la que utilizó también ritmos del folklore de la tierra oriental y en la que despliega además un bagaje de conocimientos de música sacra, conocedor como era de la música del Renacimiento y Barroco, y habiendo logrado con su coro Camerata en canto, un CD con músicas de los archivos de Bolivia (Archivo Nacional en Sucre, Catedral de Sucre, Convento de San Felipe Neri de la capital y de las importantes colecciones de las Misiones de Chiquitos y de Moxos). Esta misa sigue la estructura de la Misa criolla de Ariel Ramírez: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei.

Se puede decir que los años en los que Barragán vivió en Santa Cruz fueron fructíferos y de una valiosa producción musical que ya forma parte del importante patrimonio musical de Bolivia. Invitado a La Paz para formar y dirigir el Coro sinfónico, regresó a la ciudad de sus comienzos musicales para cumplir con tan importante cometido, dedicando una gran parte de su tiempo a impartir a los miembros de su coro, clases de solfeo, interpretación y repertorio para finalmente lograr su sueño de contar con un grupo coral capaz de leer una partitura a primera vista.

Un director de coros debe ser músico de excelente formación, exigente pero a la vez entusiasta, divertido y claro en sus instrucciones además de paciente. Barragán hacía gala de todos esos atributos pero con una enorme dosis de exigencia y severidad, la misma que se imponía a sí mismo en todas las modalidades que dominaba: la composición, los arreglos, la dirección. Le dije alguna vez que era una especie de mago que sacaba de la manga, y en tiempo récord, corales de gran nivel. Él festejó mi ocurrencia pero los dos sabíamos la verdad de las cosas: que detrás de esa magia hay un trabajo concienzudo, incansable y hecho con entrega y con pasión.

Concierto tras concierto ofrecía en La Paz abordando todos los estilos, abocado en el último tiempo a un coro de voces femeninas de gran nivel. Su próximo gran proyecto era un encuentro coral internacional para el que ya tenía asegurada la participación de coros de Chile, Argentina y España. Su partida deja un gran vacío y una enorme desolación. La música para él era equivalente a vida, pero una vida que compartió generosamente con los demás a través de su arte, a través de su amena conversación y raudales de amistad. Su hija Julia Inés, escribe: “Todo lo que él sembró en el mundo de la música y el arte en el país valió la pena y será cultivado por todos los que le conocimos y quisimos”.