La palabra sigue viva
Homero Carvalho publica en Ecuador su más reciente poemario, ‘¿De qué día es esta noche?’, una descripción poética de qué perdemos si desaparecen los pueblos indígenas.
Resulta complicado encontrar un hueco en la agenda que Homero Carvalho lleva a Quito. En la capital de Ecuador, el poeta, escritor y gestor cultural va a pasearse por el festival de poesía Paralelo Cero, participará en varios conversatorios y programas de televisión, impartirá un par de talleres de escritura creativa y compartirá con otros autores y gente de la cultura llegada de toda América y de Europa, en un viaje que patrocina la organización del festival y la Unesco. Pero una fecha está subrayada en esa agenda: el miércoles, cuando presentará su más reciente poemario, ¿De qué día es esta noche?, que acaba de publicar con El ángel editor, uno de los sellos más prestigiosos de Ecuador. El libro aún no está disponible en Bolivia, aunque Carvalho ya ha comenzado las gestiones para que salga pronto. En él, el poeta confía a la palabra una misión importante y difícil: reconocer, rescatar y proteger la riqueza de las culturas indígenas.
— ¿Cómo definiría De qué día es esta noche?
— Este libro es un solo poema extenso, de largo aliento, constituido por poemas que funcionan todos juntos y que ocupan 50 páginas con una estructura narrativa. En él cuento poéticamente lo que son los pueblos indígenas, lo que han aportado al mundo y lo que podemos perder si desaparecen. He seguido la misma línea que dos libros anteriores, Los reinos dorados y El cazador de sueños: buscar una escritura que intenta rescatar la cosmogonía de los pueblos amazónicos. Así este poemario se puede considerar la culminación, el cierre de una trilogía, de una saga.
— ¿Qué novedades aporta este libro a su obra anterior?
— Respecto a los otros dos tiene de nuevo que juego con la lengua española y la de varios pueblos nativos. Utilizo muchas palabras originarias y no pongo glosas, al interior del poema el lector sabe de qué estoy hablando sin necesidad de recurrir a un diccionario. Como en El cazador de sueños, tengo más cercanía con el movima, porque es mi pueblo, con el que los jesuitas fundaron Santa Ana de Yacuma, donde nací. Ahora hablo de los amazónicos, pero también en la parte andina trabajé un poemario que se titula Quipus, que está inspirado en tradiciones y leyendas de los aymaras.
— ¿Se puede decir que la suya es una poesía comprometida?
— Sí, porque me preocupa que puedan desaparecer varias de las 35 etnias de las que habla la Constitución Política del Estado. Muchas de ellas están en la amazonía, de donde yo vengo y ahí se da el mayor peligro de extinción, aunque también ocurre en el altiplano. Por ejemplo, los pacahuaras ya son solo cuatro y no tienen descendencia. Con ello se va un pueblo y una manera de nominar el mundo, una forma de decir padre y madre, una manera de decir río, estrellas, Dios… eso lo pierde la humanidad. El poemario intenta llamar la atención sobre eso que pasa en Bolivia, en América Latina y en todo el mundo. Estamos permitiendo que lenguas y pueblos vayan muriendo por la supuesta civilización, la negligencia, la indiferencia y el consumismo.
— ¿Se puede luchar contra esta pérdida desde la poesía?
— Claro, no se trata de llorar por el paraíso perdido, lo que hay que hacer es actuar. Yo no entiendo ¿De qué día es esta noche? como un lamento. En este libro intento hacerme parte de la solución, pues las soluciones tienen que venir desde el mundo de la política pero también de la literatura, de la sociología, de la cultura en general. El lenguaje de los pueblos indígenas es muy rico en metáforas, en imágenes literarias, y la poesía puede aportar con el rescate de las imágenes, que nos hacen ser más humanos. Tenemos que atesorar esas palabras, guardarlas bien para que no se pierdan pero sin olvidar dónde están, sabiendo que las tenemos y cuidándolas, pero también utilizándolas.
— Ecuador es un país, como Bolivia, de importante cultura indígena. ¿Es un buen lugar para este tipo de poesía y para esta lucha?
— El festival de poesía Paralelo Cero tiene gran repercusión, es uno de los más importantes que hay en América Latina, y es en estos encuentros en los que hay que estar. Ahora publico en Quito porque hice contactos en otro encuentro parecido a éste; los festivales son muy buen lugar para unir esfuerzos. Por ello tengo relación con algunos poetas de la nación quechua de Otavalo y del pueblo shuar, de Ecuador; araucanos de Chile, de la nación wayuu de Colombia y con otros poetas indígenas de México. También en Ecuador, el año pasado, se publicó Palabras andantes, una antología de la poesía quechua, bilingüe en quechua y español, para la que yo escribí el prólogo.
— Así que aunque no sea un buen momento para los pueblos indígenas en general, ¿quizás sí lo sea para su literatura?
— Desde hace un par de décadas el mundo editorial ha empezado a mirar con buenos ojos la poesía escrita indígena. Hasta entonces no le daban importancia porque pensaban que no era literatura sino tradición oral o folklor o cualquier otra cosa. Sin embargo, han aparecido maravillosos poetas indígenas como el guatemalteco Humberto Ak’abal. Esta poesía tiene un tono totalmente diferente al de los poetas más urbanos: está ligada con la naturaleza, la tierra, el cosmos, los animales, el agua, el fuego… los elementos. Ahora publican a los indígenas como a cualquier otro, y las poesías indígenas han tomado el nivel académico de las demás.
— ¿Se considera usted un poeta indígena?
— No me considero un poeta indígena: aunque por mis venas corre sangre movima y mi abuela me enseñó muchas palabras en esa lengua, soy más mestizo. Pero sí podría considerarme un poeta indigenista, así como los novelistas de principios del siglo XX: en Bolivia Alcides Arguedas con Raza de bronce, en Ecuador Jorge Icaza con Huasipungo, en Perú Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno… Y además habría que precisar que mi poesía en algunos casos es indigenista y en otros casos no: tengo poesía urbana de verso libre, como la de Inventario nocturno (libro con el que Carvalho ganó el Premio Nacional de Poesía 2012).
— ¿Y ahora va a volver a lo más urbano?
— Es cierto que este poemario vendría a ser el cierre de una trilogía, la culminación de una saga. En el futuro más o menos cercano voy a seguir escribiendo sobre estos temas indígenas, pero ya no así. Buscaré otras fórmulas. Y además entraré en otros temas, que tampoco he abandonado nunca, ni en mis novelas, ni en mis columnas en los periódicos. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en una novela sobre narcotráfico, que es algo muy diferente. Ya está terminada, porque el año pasado la presenté a un concurso internacional donde salió en tercer lugar. Pero estoy volviendo sobre ella para mejorarla un poco y este mismo año la publicaré.
Los animales de la noche
dejaron de soñar con sus herederos,
y las mujeres de mi pueblo movima
no podrán escribir los nombres de sus hijos
en el viento del atardecer para que viajen al infinito.
¿Había una mano acariciando el agua?
No habrá más viajes de la memoria alrededor de las sabias abuelas Chacobos.
Las aves carroñeras destripan las viejas palabras,
palabras de lenguas que describían e imaginaban
lo que el castellano nunca pudo nombrar,
que ahora quedan como fósiles de los idiomas.
Los buitres las atrapan y las desgarran
porque saben que la palabra
esconde el misterio del origen;
en cada siesta descienden y arrastran a una de ellas,
a la boca sin lengua de la serpiente nocturna,
sorda asesina de los pueblos de Abya Yala.
Las aves agoreras han descendido sobre sus voces.
Las palabras, las primitivas palabras,
las que surgían de la naturaleza,
como las hojas del árbol,
despojadas de su origen,
deshojadas de su tronco;
palabras / alma / espíritu)
dejaron de ser el encuentro,
el niño, el animal, la flor, la mujer,
en esa alquimia en la que una palabra
podía ser espacio, tiempo, vida y dios;
(imaginación / memoria / invención)
hoy mueren abandonadas
poseídas por la incertidumbre.