Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 09:55 AM

La constante (de la) muerte

El filósofo y escritor Emile Cioran, no por gusto sino por necesidad, abre puertas nuevas hacia la vida y por tanto hacia la muerte.

/ 16 de abril de 2017 / 04:00

Advertencia al lector: este es un artículo sobre Emil Cioran, recordándolo a 106 años de su nacimiento. Por lo tanto, al igual que el pensamiento del rumano, abarcará realidades y condiciones humanas como la muerte y el suicidio. No tratará de reconciliarlas ni hacer sentido de ellas, pues no se quedará en el dogma nihilista que afirma el sin sentido de la vida, si no se aferrará de su insignificancia. (Leer bajo propio riesgo).

“Experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte”. El 8 de abril de 1933, cuando Emil Cioran cumplía 22 años escribió esa línea. Un año más tarde se publicaría en uno de sus muchos libros de aforismos, Pe culmile disperarii que se traduce como En las alturas de la desesperación o En las cumbres de la desesperación. Estos aforismos resultan esenciales para entender el resto de los libros y de la filosofía del rumano. Los temas que aborda son en los que profundizará años más tarde.

El título es de suma importancia a la hora de abordarlo. Cioran comenta sobre el título que “es pomposo y trivial a la vez”, quizás por la manera que lo encontró: “Tenía varios títulos, pero no acababa de decidirme… Un día, en el café al que acudía todas las tardes, pregunté al camarero: ‘De estos títulos, ¿cuál prefiere?’ Me quedé con el que más le gustaba a él”. Sin embargo, el título también cumple una función de advertencia. En el prefacio del libro, Cioran admite que, “de no haberlo escrito, hubiera, sin duda, puesto un término a mis noches”. Además, durante la época en que estos aforismos fueron escritos, la expresión “cimas de la desesperación” era la referencia al suicidio en las necrológicas de los periódicos. Así el título abandona su carácter trivial y se vuelve un aforismo más. Un aforismo sobre el suicidio.

El suicido es un tema que Cioran aborda en muchos de sus textos. ¿No es el suicidio uno de los más importantes problemas filosóficos? Camus plantea en El mito de Sísifo que el suicidio no es uno de los muchos problemas filosóficos, es el único y del cual derivan los demás: “juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Sin embargo, ¿no hay un problema gigantesco en aquella afirmación? El suicidio, ¿no es, acaso, una acción, y no una pregunta?

Según el filósofo Daniel Dennett, los filósofos son mejores para hacerse preguntas que para responderlas. Quizás por ese motivo Camus rechaza el título de filósofo. El pensar debería siempre derivar en la acción y no mantenerse en el puro razonamiento. Camus encuentra la respuesta a la gran pregunta del suicidio a través del concepto que él desarrolla y llama el Absurdo.

¿Y Cioran? ¿Por qué no se suicidó Cioran siendo, probablemente, el pensador más pesimista en haber existido? Da varias respuestas que valen la pena realzar.

La primera es directa, incluso se podría considerar una respuesta simple. Se encuentra dentro de En las cimas de la desesperación: “¿Por qué yo no me suicido?

Porque la muerte me repugna tanto como la vida”. La siguiente respuesta la da en una entrevista siendo mucho mayor que cuando escribió el texto en cuestión.

Dice que la idea del suicidio, el saber que existía la opción, fue lo que impidió que él lo hiciera.

La última respuesta, aún más sugerente, se la encuentra en otro de sus libros: Ese maldito Yo. En uno de los aforismos asegura que el suicidio es un acto perpetuado únicamente por aquellos optimistas “que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir ¿por qué la tendrían para morir?” A fin de cuentas, la vida es simplemente un caminar hacia la muerte, o —como lo pone Cioran con su impecable escritura— “todo ser humano lleva en su interior no solo su propia vida, sino asimismo su propia muerte”.

Cioran detesta específicamente la condición humana primordial, que es la que se explicó previamente, la condición de la conciencia de la muerte. Aquella detestable conciencia de vida, y por lo tanto de muerte, hace que permanentemente estemos definiendo nuestra relación con el mundo, en el cual la posibilidad de muerte está siempre presente. Cioran afirma contundentemente que “el saber es una plaga y la conciencia una llaga abierta en el corazón de la vida”, por eso sostiene que aquellos sin “derecho a la inconciencia” son “los seres más desgraciados”.

La solución, entonces, ¿cuál sería? El autor propone una suerte de supra conciencia. Unas cuantas páginas previas, sugiere convertirse en un vegetal para perder conciencia, y ahora propone lo opuesto: en lugar de acercarnos más a la “animalidad” que sería perder la conciencia de muerte, sugiere ir más allá de ella, vivir más allá de la conciencia. De cualquier manera, la meta es la misma: dejar de ser humano. Llegar al “éxtasis” que sería un ser inmaterial y puro como es el no-ser. Pero, ¿por qué querer tener derecho a la inconciencia? ¿Para ser feliz, en el sentido de Thomas Gray (felicidad encontrada en la ignorancia)? ¿O quizás sea simplemente para perder los miedos, los cuales nacen a partir del miedo a la muerte? No debemos ignorar el hecho que “todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo”.

Es curioso encontrarse con un ser como Cioran, quien admite el miedo a la muerte pero se aferra a ella. Se dice que el coraje no es no tener miedos, es enfrentarse a ellos. Como a la enfermedad. Cioran sostiene que toda enfermedad (y ¿qué es la vida si no una enfermedad que, sin duda, conduce hacia la muerte?) implica una suerte de heroísmo, “un heroísmo de la resistencia, y no de la conquista”. Es claro: la muerte, y por lo tanto la vida, no se conquista, se resiste.

Cioran, desde muy temprana edad, abre puertas nuevas. No da gusto abrirlas, pero es necesario. Habrá que aferrarse a la muerte y a la vida, a la vida que lleva a la muerte, al ser aquel ser para la muerte. Se debe aceptar el miedo a la muerte, y entender que no hay razonamiento abstracto posible que nos libere de él, que de la conciencia de la muerte no se puede escapar, “la única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación”.

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EL shock de tocar fondo

‘El club de la lucha’ borra las barreras entre realidad y ficción para jugar con la violencia, el asco y la anarquía en un intento grotesco de alcanzar la libertad.

/ 21 de mayo de 2017 / 04:00

Cuando se habla de las muchas denominadas películas de culto, varios ejemplos invaden la mente: El padrino, Scarface, El gran Lebowski, La naranja mecánica, Trainspotting, Donnie Darko y muchas más. Me daría vergüenza admitir cuántas de estas películas no he visto. Sin embargo, hay una que sí he visto y quizás sea la película de culto por excelencia: Fight Club (El club de la pelea).

No desconocía su existencia, obviamente, ni nada por el estilo, pero por mucho tiempo rehusé a verla y jamás podría dar una explicación clara, o lógica del porqué. Igual que no puedo dar una explicación, o alguna apología, de mi poca cultura cinematográfica. Empero, finalmente cedí y vi Fight Club, y fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

Me entregué por completo al culto detrás de la película. Tyler Durden (interpretado por Brad Pitt) me intrigó desde un inicio y me sedujo con su manera de entender la vida, en su forma de actuar. Todo de él me atrapó y no me soltó por varias semanas tras ver la película. Todo lo que pensaba se centraba en la posibilidad de un mundo mejor, uno donde algo como Project Mayhem —una organización anarquista que busca crear el caos para volver a empezar— pueda funcionar. Donde la vida sea como la describe Durden, donde la verdadera libertad sea perderlo todo, “solo cuando perdemos todo somos libres para hacer lo que queramos”.

Una de las frases motivacionales que más se lee por Facebook es de la autora de la serie de Harry Potter, J.K. Rowling: “Tocar fondo sobre piedra fue la base para reconstruir mi vida”. Tyler Durden respondería magníficamente, “la autoperfección es simple masturbación, solo la autodestrucción conlleva evolución”. La autodestrucción siempre es seductiva, nos recuerda que estamos vivos: de esa manera se podría resumir la visión de vida de Tyler Durden.

La película me llevó a buscar el libro sobre el cual está basada la película. La experiencia de leer la novela, con el mismo título, escrita por Chuck Palahniuk, fue igual o más maravillosa que la experiencia de ver la película. A pesar de sus grandes y claras diferencias, el libro y la película mantienen la misma línea de buscar la autodestrucción para ser libres, “tienes que considerar la posibilidad que a Dios no le caigas bien”. El club de la lucha, la novela, no solo me abrió la puerta a una nueva visión de vida o las películas de culto, me abrió la puerta a un nuevo autor que ofrece un nuevo tipo de literatura.

La literatura de Palahniuk resulta difícil de categorizar. Podría considerarse literatura de shock, literatura grotesca, pero no empieza ni termina de ser ninguna de las dos, ni ningún otro tipo de literatura convencional. Palahniuk se maneja en un intermedio donde ni la realidad ni la ficción son completamente definibles, donde el asco prima. Se maneja bajo una línea que por un lado te empuja y por otro te jala. Quieres dejar de leerlo porque no crees que tu estómago soporte seguir haciéndolo, pero al mismo tiempo debes continuar porque su estilo es impecable, porque te mete en situaciones donde no queda más opción que ir para adelante, porque la autodestrucción de leer ese tipo de material es una liberación. No han pasado más de un par de horas desde que leí el cuento Guts (Tripas) de Palahniuk, y el asco, la sorpresa, la admiración y un sinfín de emociones más, emociones imposibles de tipificar como “buenas” o “malas”, no me abandonan.

La sátira suele entenderse como una exageración absurda de la realidad. Sin embargo, ni los maestros de la sátira, los creadores de la serie televisiva South Park, han logrado poder exagerar lo brutal y grotesco que es la literatura de Palahniuk. En un episodio de esta serie animada se puede observar cómo varias personas vomitan mientras un autor lee sus obras; exactamente lo mismo sucede con las obras de Palahniuk. Hay varias pruebas e historias de gente vomitando y desmayándose —en un caso muy específico para luego despertar gritando de desesperación—, en las lecturas de obras de este autor. Los ejemplos más notorios suceden en las lecturas de Tripas, cuento que no pretendo abordar aquí para no arruinar ninguna sorpresa. Únicamente advierto: aguanten la respiración.

Invito a leer el cuento. Y espero, realmente, que alguien deje el cuento a medio camino por asco, que alguien vomite, que alguien se espante, pero sobre todo, que más de uno se sorprenda y se entregue a la literatura de Palahniuk. Que se autodestruya leyendo las obras de Palahniuk para poder ser libre. Espero que la literatura de Palahniuk les abra nuevas puertas, y que pierdan la esperanza con sus obras, pues, recordando nuevamente al narrador de Fight Club (¿o era Tyler Durden?): “Perdido en el olvido. Oscuro, silencioso, y completo. Hallé la libertad. Perder toda esperanza fue la libertad”.

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EL shock de tocar fondo

‘El club de la lucha’ borra las barreras entre realidad y ficción para jugar con la violencia, el asco y la anarquía en un intento grotesco de alcanzar la libertad.

/ 21 de mayo de 2017 / 04:00

Cuando se habla de las muchas denominadas películas de culto, varios ejemplos invaden la mente: El padrino, Scarface, El gran Lebowski, La naranja mecánica, Trainspotting, Donnie Darko y muchas más. Me daría vergüenza admitir cuántas de estas películas no he visto. Sin embargo, hay una que sí he visto y quizás sea la película de culto por excelencia: Fight Club (El club de la pelea).

No desconocía su existencia, obviamente, ni nada por el estilo, pero por mucho tiempo rehusé a verla y jamás podría dar una explicación clara, o lógica del porqué. Igual que no puedo dar una explicación, o alguna apología, de mi poca cultura cinematográfica. Empero, finalmente cedí y vi Fight Club, y fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

Me entregué por completo al culto detrás de la película. Tyler Durden (interpretado por Brad Pitt) me intrigó desde un inicio y me sedujo con su manera de entender la vida, en su forma de actuar. Todo de él me atrapó y no me soltó por varias semanas tras ver la película. Todo lo que pensaba se centraba en la posibilidad de un mundo mejor, uno donde algo como Project Mayhem —una organización anarquista que busca crear el caos para volver a empezar— pueda funcionar. Donde la vida sea como la describe Durden, donde la verdadera libertad sea perderlo todo, “solo cuando perdemos todo somos libres para hacer lo que queramos”.

Una de las frases motivacionales que más se lee por Facebook es de la autora de la serie de Harry Potter, J.K. Rowling: “Tocar fondo sobre piedra fue la base para reconstruir mi vida”. Tyler Durden respondería magníficamente, “la autoperfección es simple masturbación, solo la autodestrucción conlleva evolución”. La autodestrucción siempre es seductiva, nos recuerda que estamos vivos: de esa manera se podría resumir la visión de vida de Tyler Durden.

La película me llevó a buscar el libro sobre el cual está basada la película. La experiencia de leer la novela, con el mismo título, escrita por Chuck Palahniuk, fue igual o más maravillosa que la experiencia de ver la película. A pesar de sus grandes y claras diferencias, el libro y la película mantienen la misma línea de buscar la autodestrucción para ser libres, “tienes que considerar la posibilidad que a Dios no le caigas bien”. El club de la lucha, la novela, no solo me abrió la puerta a una nueva visión de vida o las películas de culto, me abrió la puerta a un nuevo autor que ofrece un nuevo tipo de literatura.

La literatura de Palahniuk resulta difícil de categorizar. Podría considerarse literatura de shock, literatura grotesca, pero no empieza ni termina de ser ninguna de las dos, ni ningún otro tipo de literatura convencional. Palahniuk se maneja en un intermedio donde ni la realidad ni la ficción son completamente definibles, donde el asco prima. Se maneja bajo una línea que por un lado te empuja y por otro te jala. Quieres dejar de leerlo porque no crees que tu estómago soporte seguir haciéndolo, pero al mismo tiempo debes continuar porque su estilo es impecable, porque te mete en situaciones donde no queda más opción que ir para adelante, porque la autodestrucción de leer ese tipo de material es una liberación. No han pasado más de un par de horas desde que leí el cuento Guts (Tripas) de Palahniuk, y el asco, la sorpresa, la admiración y un sinfín de emociones más, emociones imposibles de tipificar como “buenas” o “malas”, no me abandonan.

La sátira suele entenderse como una exageración absurda de la realidad. Sin embargo, ni los maestros de la sátira, los creadores de la serie televisiva South Park, han logrado poder exagerar lo brutal y grotesco que es la literatura de Palahniuk. En un episodio de esta serie animada se puede observar cómo varias personas vomitan mientras un autor lee sus obras; exactamente lo mismo sucede con las obras de Palahniuk. Hay varias pruebas e historias de gente vomitando y desmayándose —en un caso muy específico para luego despertar gritando de desesperación—, en las lecturas de obras de este autor. Los ejemplos más notorios suceden en las lecturas de Tripas, cuento que no pretendo abordar aquí para no arruinar ninguna sorpresa. Únicamente advierto: aguanten la respiración.

Invito a leer el cuento. Y espero, realmente, que alguien deje el cuento a medio camino por asco, que alguien vomite, que alguien se espante, pero sobre todo, que más de uno se sorprenda y se entregue a la literatura de Palahniuk. Que se autodestruya leyendo las obras de Palahniuk para poder ser libre. Espero que la literatura de Palahniuk les abra nuevas puertas, y que pierdan la esperanza con sus obras, pues, recordando nuevamente al narrador de Fight Club (¿o era Tyler Durden?): “Perdido en el olvido. Oscuro, silencioso, y completo. Hallé la libertad. Perder toda esperanza fue la libertad”.

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La constante (de la) muerte

El filósofo y escritor Emile Cioran, no por gusto sino por necesidad, abre puertas nuevas hacia la vida y por tanto hacia la muerte.

/ 16 de abril de 2017 / 04:00

Advertencia al lector: este es un artículo sobre Emil Cioran, recordándolo a 106 años de su nacimiento. Por lo tanto, al igual que el pensamiento del rumano, abarcará realidades y condiciones humanas como la muerte y el suicidio. No tratará de reconciliarlas ni hacer sentido de ellas, pues no se quedará en el dogma nihilista que afirma el sin sentido de la vida, si no se aferrará de su insignificancia. (Leer bajo propio riesgo).

“Experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte”. El 8 de abril de 1933, cuando Emil Cioran cumplía 22 años escribió esa línea. Un año más tarde se publicaría en uno de sus muchos libros de aforismos, Pe culmile disperarii que se traduce como En las alturas de la desesperación o En las cumbres de la desesperación. Estos aforismos resultan esenciales para entender el resto de los libros y de la filosofía del rumano. Los temas que aborda son en los que profundizará años más tarde.

El título es de suma importancia a la hora de abordarlo. Cioran comenta sobre el título que “es pomposo y trivial a la vez”, quizás por la manera que lo encontró: “Tenía varios títulos, pero no acababa de decidirme… Un día, en el café al que acudía todas las tardes, pregunté al camarero: ‘De estos títulos, ¿cuál prefiere?’ Me quedé con el que más le gustaba a él”. Sin embargo, el título también cumple una función de advertencia. En el prefacio del libro, Cioran admite que, “de no haberlo escrito, hubiera, sin duda, puesto un término a mis noches”. Además, durante la época en que estos aforismos fueron escritos, la expresión “cimas de la desesperación” era la referencia al suicidio en las necrológicas de los periódicos. Así el título abandona su carácter trivial y se vuelve un aforismo más. Un aforismo sobre el suicidio.

El suicido es un tema que Cioran aborda en muchos de sus textos. ¿No es el suicidio uno de los más importantes problemas filosóficos? Camus plantea en El mito de Sísifo que el suicidio no es uno de los muchos problemas filosóficos, es el único y del cual derivan los demás: “juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Sin embargo, ¿no hay un problema gigantesco en aquella afirmación? El suicidio, ¿no es, acaso, una acción, y no una pregunta?

Según el filósofo Daniel Dennett, los filósofos son mejores para hacerse preguntas que para responderlas. Quizás por ese motivo Camus rechaza el título de filósofo. El pensar debería siempre derivar en la acción y no mantenerse en el puro razonamiento. Camus encuentra la respuesta a la gran pregunta del suicidio a través del concepto que él desarrolla y llama el Absurdo.

¿Y Cioran? ¿Por qué no se suicidó Cioran siendo, probablemente, el pensador más pesimista en haber existido? Da varias respuestas que valen la pena realzar.

La primera es directa, incluso se podría considerar una respuesta simple. Se encuentra dentro de En las cimas de la desesperación: “¿Por qué yo no me suicido?

Porque la muerte me repugna tanto como la vida”. La siguiente respuesta la da en una entrevista siendo mucho mayor que cuando escribió el texto en cuestión.

Dice que la idea del suicidio, el saber que existía la opción, fue lo que impidió que él lo hiciera.

La última respuesta, aún más sugerente, se la encuentra en otro de sus libros: Ese maldito Yo. En uno de los aforismos asegura que el suicidio es un acto perpetuado únicamente por aquellos optimistas “que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir ¿por qué la tendrían para morir?” A fin de cuentas, la vida es simplemente un caminar hacia la muerte, o —como lo pone Cioran con su impecable escritura— “todo ser humano lleva en su interior no solo su propia vida, sino asimismo su propia muerte”.

Cioran detesta específicamente la condición humana primordial, que es la que se explicó previamente, la condición de la conciencia de la muerte. Aquella detestable conciencia de vida, y por lo tanto de muerte, hace que permanentemente estemos definiendo nuestra relación con el mundo, en el cual la posibilidad de muerte está siempre presente. Cioran afirma contundentemente que “el saber es una plaga y la conciencia una llaga abierta en el corazón de la vida”, por eso sostiene que aquellos sin “derecho a la inconciencia” son “los seres más desgraciados”.

La solución, entonces, ¿cuál sería? El autor propone una suerte de supra conciencia. Unas cuantas páginas previas, sugiere convertirse en un vegetal para perder conciencia, y ahora propone lo opuesto: en lugar de acercarnos más a la “animalidad” que sería perder la conciencia de muerte, sugiere ir más allá de ella, vivir más allá de la conciencia. De cualquier manera, la meta es la misma: dejar de ser humano. Llegar al “éxtasis” que sería un ser inmaterial y puro como es el no-ser. Pero, ¿por qué querer tener derecho a la inconciencia? ¿Para ser feliz, en el sentido de Thomas Gray (felicidad encontrada en la ignorancia)? ¿O quizás sea simplemente para perder los miedos, los cuales nacen a partir del miedo a la muerte? No debemos ignorar el hecho que “todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo”.

Es curioso encontrarse con un ser como Cioran, quien admite el miedo a la muerte pero se aferra a ella. Se dice que el coraje no es no tener miedos, es enfrentarse a ellos. Como a la enfermedad. Cioran sostiene que toda enfermedad (y ¿qué es la vida si no una enfermedad que, sin duda, conduce hacia la muerte?) implica una suerte de heroísmo, “un heroísmo de la resistencia, y no de la conquista”. Es claro: la muerte, y por lo tanto la vida, no se conquista, se resiste.

Cioran, desde muy temprana edad, abre puertas nuevas. No da gusto abrirlas, pero es necesario. Habrá que aferrarse a la muerte y a la vida, a la vida que lleva a la muerte, al ser aquel ser para la muerte. Se debe aceptar el miedo a la muerte, y entender que no hay razonamiento abstracto posible que nos libere de él, que de la conciencia de la muerte no se puede escapar, “la única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación”.

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La nostalgia que calma

Emma Watson nos aliviará del estrés con la nueva versión de ‘La bella y la bestia’,  y no importa que sea buena o mala.

/ 26 de marzo de 2017 / 04:00

Pocas cosas despiertan un sentimiento nostálgico generalizado. Una fotografía, algún olor, algún sabor, una canción, varios elementos de la vida cotidiana nos ponen nostálgicos por distintos motivos y nos transportan a aquel pasado ya muerto que quisiéramos revivir. Los dos clichés que suelen estar relacionados a la nostalgia son la niñez y los amores pasados, especialmente el famoso “primer amor”. Por ejemplo, el sabor de la comida casera suele ponernos nostálgicos por la sazón de la cocina de mamá. Una canción específica fácilmente conmemora la primera relación. Pero, ¿es válido quedarnos ahí? ¿No es el deber de todo aquel que siente la nostalgia realizar un viaje interno y averiguar, específicamente, qué es lo que se desea de ese pasado que escogemos recordar?

Quizás lo que se extraña no es específicamente la cocina de mamá sino todo lo que aquello implica, el amor incondicional de la madre, por ejemplo. La canción Stressed Out, el primer hit de la banda estadounidense Twenty One Pilots, lo expresa con una sinceridad maravillosa, “Wish we could turn back time, to the good ol’ days / When our momma sang us to sleep but now we’re stressed out”. (Desearíamos poder volver atrás en el tiempo / Cuando nuestras mamás nos cantaban para que durmiéramos, pero ahora estamos estresados). Queda bastante claro que lo que se extraña no es específicamente las canciones de cuna; el reclamo no está en la falta de canciones de cuna sino en el estar “stressed out” (estresado).

Algo parecido sucede cuando escuchamos la canción que nos recuerda al primer amor. ¿Se extraña específicamente el rostro detrás de la idea del primer amor? Claramente no. Se extraña, una vez más, todo lo que aquello implica; la inocencia, la felicidad, la ilusión, la ingenuidad. De alguna manera, esto demuestra que Thomas Gray, uno de los autores del grupo inglés conocido como Los poetas de cementerio estaba en lo correcto: “Where ignorance is bliss / ‘tiss folly to be wise” (Cuando la ignorancia es gozo / es una tontería ser un sabio).

A fin de cuentas, la nostalgia es como la describe Emile Cioran: “Siento nostalgia de lo que ha muerto en mí, de la parte muerta de mí mismo. No actualizo más que el espectro de realidades y de experiencias pasadas, pero ello basta para mostrar la importancia de la parte difunta. La nostalgia revela el significado demoniaco del tiempo, el cual, a través de las transformaciones que realiza en nosotros, provoca implícitamente nuestra aniquilación.” Empero, no todo es malo, pues, siguiendo la línea de Cioran, la aniquilación a causa de la nostalgia está solo en el pasado, dejando así al porvenir abierto. La nostalgia es un sentimiento muy personal y, sin embargo, algunos elementos o algunos sucesos despiertan el sentimiento en una generación entera, o en varias.

La renovación de una de las películas más emblemáticas de Disney, La bella y la bestia será uno de aquellos éxitos que, seguro, despertará la nostalgia en un gran numero de personas. Al igual que con Alicia en el país de las maravillas, Cenicienta o El libro de la selva, la renovación no será animada sino actuada, permitiendo a Emma Watson llenar las zapatillas de la protagonista: Belle. El estreno de la película, programada para este mismo mes, será uno de aquellos pocos sucesos que llenará de nostalgia a toda persona que haya disfrutado del musical de fantasía animado.

La película cumplirá con dos clichés, y positivamente. Despertará —al igual que la mayoría de cuentos de hadas— el deseo por la felicidad absoluta, que se encuentra solo en el amor absoluto. Si esta idea es correcta o no, buena o mala, realmente da igual. Lo importante es que aquella idea había cesado de existir, y regresar a ella, a aquella ingenuidad, es algo completamente deseable, no hay que buscar más allá del poema de Gray para confirmar esto. El segundo cliché es obvio. Vivir otra vez esta historia hará que aquel pasado infantil sin preocupaciones renazca y vuelva a nuestros deseos. Porque “now we’re stressed out” (ahora estamos estresados), y de eso es justamente de lo que nos tratará de alejar la nostalgia, despertada a través de la vuelta a la vida de La bella y la bestia.

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