Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 11:49 AM

La atmósfera sumergida

Con el infinito poemario ‘Cosechar tempestades’, Julio Barriga crea un raro lugar para el encuentro entre el escritor y su lector.

/ 23 de abril de 2017 / 04:00

Todo comenzó cuando me puse a flotar por las páginas de Cosechar tempestades, (El Cuervo, 2016), del poeta chuquisaqueño Julio Barriga. ¿Desde qué extraña inmersión escribirá Julio Barriga? ¿A qué órbita alucinante e insospechada lo llevará su soledad obscena, casi sagrada, como él la llama? Cada escritor se expresa desde una rara atmósfera, la suya, que es como la condición de su escritura, algo que lo precede. En ella se suspenden el resto de los asuntos cotidianos. En ocasiones, sucede que el lector entrelaza su plano de existencia con la atmósfera del escritor, y entonces se produce un encuentro.

La palabra libro es otra manera de llamar a los encuentros. Leyendo Cosechar tempestades entendí que no hay necesidad de titular los poemas. Leyendo Cosechar tempestades me di cuenta de que la tempestad ya había pasado, pero en cambio coseché un nuevo amigo. El mexicano Juan Villoro dice que lo más importante de un libro son las manos que lo reciben. Esto desplaza la atención hacia el afuera del libro, se enfoca en el acto que promueve, que ya no es algo solitario sino que habla de los vínculos. En esa línea, lo sustancial del libro son las asociaciones anónimas que ocasiona sin que nadie más que el propio lector las reconozca. Pero el lector que se baña con ese regalo deviene generoso inevitablemente, por eso comparte. El libro que ha sido encuentro entre una atmósfera y un plano se torna joya preciada para aquel que lo ha descubierto. Difícilmente pasará de manos, pero en cambio el libro se convertirá en pasadizo hacia otra hilera de libros, para él y para los que lo rodean.

No sé si leer y escribir sean casi la misma cosa, como aseguran algunos facilitadores en sus talleres caseros. El que escribe testimonia en su escritura sus modos de lectura, de eso no me cabe duda; y para algunos la lectura es un ejercicio de antesala de la escritura. Así pues, en mi caso, testimoniaré que no se puede leer los fantásticos versos de Barriga sin sentirse casi poseído por una extraña fuerza que te lanza al papel para expulsar tus propios versos locos y nublados. Leer es flotar y suspenderse, en cambio escribir es sumergirse y desintegrarse. Ambas cosas se unen en el acto del pensamiento, que es el final y es el origen.

Escribir es volver a pensar, y no se lleva al pensamiento hasta su última consecuencia mientras no se le haya hecho pasar la prueba de ponerlo en el papel. Al escribir se reevalúa lo que se creía que se pensaba, de modo que siempre se anda en tierra movediza.

No existen pensamientos fijos en el reino sumergido del escritor porque en esa locación todo se configura con calma y en consonancia con lo que pide el movimiento. De hecho, hasta donde se sabe, no puede ningún artista ni escritor jactarse de actuar con plena voluntad y a consciencia en ese reino sumergido. El modo en que se asocian las ideas ahí abajo rebasa la comprensión humana, todo parece ocurrir por conexiones inalámbricas subterráneas, es decir, por atracciones y repulsiones magnéticas, por afinidad de frecuencias entre las cargas de los mismos pensamientos, dejando al tiempo que madure lo que se ha ingresado en la maquinaria, sean éstas vivencias, recuerdos de infancia, nostalgias presentes, deseos locos, migas de pan, bocetos delirantes, lecturas cruzadas. Mientras se escribe sobre una mesa, por debajo el mundo se está reorganizando, partículas se están movilizando sin que nos hayamos enterado. Cuando se dice “por debajo”, nos referimos al “adentro”, en la profundidad que le corresponde a cada quien. Cada uno tiene la capacidad de flotación que su profundidad le merece.

En las sociedades contemporáneas, qué difícil es conocer la propia profundidad cuando todos los estímulos disparan en tantas direcciones, ensanchando la frazada de nuestra atención, pero disminuyendo la capacidad de ahondar. Pero se puede profundizar hacia los costados. Sygmunt Bauman nos ha hablado de la condición líquida del pensamiento, de las relaciones y de la vida contemporánea en general. Él filosofa sobre la liquidez como lo momentáneo, frágil, ligero, disperso. Su noción de lo líquido es lo que nosotros entendemos que se mueve en el plano de la flotación. La levedad de Kundera. Daría la impresión de que un poco de sequedad le vendría bien a este mundo, un poco de desierto sin oasis, pero no se crea que excavar hacia abajo es la única forma de profundizar: a veces conviene más buscar en otra parte.

Una de las palabras que revolotea en Barriga es la de “abismo”. Al abismo no se llega por línea directa. Y es el abismo lo que te mira cuando te montas en la ola, porque la ola viene desde un fondo atemorizante para tocarte por unos instantes.

Julio Barriga es ahora el título de su propio poemario, su nombre ha devenido otra cosa más que alusión a una persona, es un faro que sonríe desde Tarija, para mí es el oxímoron llevado a su extremo poético, una travesura del que anda en bicicleta por una línea quebrada, mientras los versos continúan llegando desde otro planeta, en este libro infinito que nos ha regalado.

Ciudad, abismo donde incontados seres

Se precipitan a un existir vacío

De colmena, de hormiguero

Obedientes a ignotos colectivos

Ciudad hecha de todos, ciudad de nadie

Suma de un millón de soledades

Elevada a la x potencia

Ni paz ni soledad ni compañía

Imágenes se fugan y atropellan

Huyendo de su centro

Estados alterados que hacen de toda vida

Un instante final y eterno

Viajes q     cuanto más lejanos

Más nos cercan a un secreto lugar.

(Poema de Cosechar tempestades).

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La atmósfera sumergida

Con el infinito poemario ‘Cosechar tempestades’, Julio Barriga crea un raro lugar para el encuentro entre el escritor y su lector.

/ 23 de abril de 2017 / 04:00

Todo comenzó cuando me puse a flotar por las páginas de Cosechar tempestades, (El Cuervo, 2016), del poeta chuquisaqueño Julio Barriga. ¿Desde qué extraña inmersión escribirá Julio Barriga? ¿A qué órbita alucinante e insospechada lo llevará su soledad obscena, casi sagrada, como él la llama? Cada escritor se expresa desde una rara atmósfera, la suya, que es como la condición de su escritura, algo que lo precede. En ella se suspenden el resto de los asuntos cotidianos. En ocasiones, sucede que el lector entrelaza su plano de existencia con la atmósfera del escritor, y entonces se produce un encuentro.

La palabra libro es otra manera de llamar a los encuentros. Leyendo Cosechar tempestades entendí que no hay necesidad de titular los poemas. Leyendo Cosechar tempestades me di cuenta de que la tempestad ya había pasado, pero en cambio coseché un nuevo amigo. El mexicano Juan Villoro dice que lo más importante de un libro son las manos que lo reciben. Esto desplaza la atención hacia el afuera del libro, se enfoca en el acto que promueve, que ya no es algo solitario sino que habla de los vínculos. En esa línea, lo sustancial del libro son las asociaciones anónimas que ocasiona sin que nadie más que el propio lector las reconozca. Pero el lector que se baña con ese regalo deviene generoso inevitablemente, por eso comparte. El libro que ha sido encuentro entre una atmósfera y un plano se torna joya preciada para aquel que lo ha descubierto. Difícilmente pasará de manos, pero en cambio el libro se convertirá en pasadizo hacia otra hilera de libros, para él y para los que lo rodean.

No sé si leer y escribir sean casi la misma cosa, como aseguran algunos facilitadores en sus talleres caseros. El que escribe testimonia en su escritura sus modos de lectura, de eso no me cabe duda; y para algunos la lectura es un ejercicio de antesala de la escritura. Así pues, en mi caso, testimoniaré que no se puede leer los fantásticos versos de Barriga sin sentirse casi poseído por una extraña fuerza que te lanza al papel para expulsar tus propios versos locos y nublados. Leer es flotar y suspenderse, en cambio escribir es sumergirse y desintegrarse. Ambas cosas se unen en el acto del pensamiento, que es el final y es el origen.

Escribir es volver a pensar, y no se lleva al pensamiento hasta su última consecuencia mientras no se le haya hecho pasar la prueba de ponerlo en el papel. Al escribir se reevalúa lo que se creía que se pensaba, de modo que siempre se anda en tierra movediza.

No existen pensamientos fijos en el reino sumergido del escritor porque en esa locación todo se configura con calma y en consonancia con lo que pide el movimiento. De hecho, hasta donde se sabe, no puede ningún artista ni escritor jactarse de actuar con plena voluntad y a consciencia en ese reino sumergido. El modo en que se asocian las ideas ahí abajo rebasa la comprensión humana, todo parece ocurrir por conexiones inalámbricas subterráneas, es decir, por atracciones y repulsiones magnéticas, por afinidad de frecuencias entre las cargas de los mismos pensamientos, dejando al tiempo que madure lo que se ha ingresado en la maquinaria, sean éstas vivencias, recuerdos de infancia, nostalgias presentes, deseos locos, migas de pan, bocetos delirantes, lecturas cruzadas. Mientras se escribe sobre una mesa, por debajo el mundo se está reorganizando, partículas se están movilizando sin que nos hayamos enterado. Cuando se dice “por debajo”, nos referimos al “adentro”, en la profundidad que le corresponde a cada quien. Cada uno tiene la capacidad de flotación que su profundidad le merece.

En las sociedades contemporáneas, qué difícil es conocer la propia profundidad cuando todos los estímulos disparan en tantas direcciones, ensanchando la frazada de nuestra atención, pero disminuyendo la capacidad de ahondar. Pero se puede profundizar hacia los costados. Sygmunt Bauman nos ha hablado de la condición líquida del pensamiento, de las relaciones y de la vida contemporánea en general. Él filosofa sobre la liquidez como lo momentáneo, frágil, ligero, disperso. Su noción de lo líquido es lo que nosotros entendemos que se mueve en el plano de la flotación. La levedad de Kundera. Daría la impresión de que un poco de sequedad le vendría bien a este mundo, un poco de desierto sin oasis, pero no se crea que excavar hacia abajo es la única forma de profundizar: a veces conviene más buscar en otra parte.

Una de las palabras que revolotea en Barriga es la de “abismo”. Al abismo no se llega por línea directa. Y es el abismo lo que te mira cuando te montas en la ola, porque la ola viene desde un fondo atemorizante para tocarte por unos instantes.

Julio Barriga es ahora el título de su propio poemario, su nombre ha devenido otra cosa más que alusión a una persona, es un faro que sonríe desde Tarija, para mí es el oxímoron llevado a su extremo poético, una travesura del que anda en bicicleta por una línea quebrada, mientras los versos continúan llegando desde otro planeta, en este libro infinito que nos ha regalado.

Ciudad, abismo donde incontados seres

Se precipitan a un existir vacío

De colmena, de hormiguero

Obedientes a ignotos colectivos

Ciudad hecha de todos, ciudad de nadie

Suma de un millón de soledades

Elevada a la x potencia

Ni paz ni soledad ni compañía

Imágenes se fugan y atropellan

Huyendo de su centro

Estados alterados que hacen de toda vida

Un instante final y eterno

Viajes q     cuanto más lejanos

Más nos cercan a un secreto lugar.

(Poema de Cosechar tempestades).

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La lectura, la vida y la filosofía

Una reflexión a partir del artículo “¿Dónde está la gran filosofía?” de Javier Goma Lanzón publicado en Tendencias

/ 21 de abril de 2013 / 04:00

El mundo de los libros es un mundo maravilloso, demasiado extenso para el tiempo de una vida. Y dentro de la gran biblioteca humana, la filosofía como área temática ocupa un enorme e importante espacio que será el legado de la especie en los siglos por venir. Pero no es la existencia de una impresionante cantidad de libros de lectura obligada lo que plantea un gran problema a los seres humanos; es decir, no hay que lamentarse al darse cuenta de que será imposible leer todo. Lo más difícil, lo que realmente hace inimaginable el tiempo que necesitaríamos, es el hecho de que las prácticas de lectura se renuevan constantemente, generación tras generación.

Hace poco leí en un sitio en internet que la firma japonesa Neurowear creó un auricular inteligente, llamado Mico, que permite controlar la lista de reproducción musical en función del análisis del estado de ánimo de la persona que lo tiene puesto. El equipo consta de unos cascos de música convencionales con un sensor que es capaz de detectar las ondas cerebrales (www.alt1040.com). Cito esto porque algo similar se podría dar con la lectura. Imaginen que en el futuro aparecerán unos I-pods o tablets sensibles conectados al cerebro que nos permitirán leer libros digitales, pero ofreciéndonos una versión variable del texto según nuestro estado de ánimo. No es algo descabellado. Después de todo, ya sea cuando observamos un hecho, hablamos de una persona, apreciamos un cuadro, escuchamos una canción o leemos un libro tenemos la capacidad de teñirlos del color de nuestro estado de ánimo, de nuestros conocimientos, de nuestra actitud, de nuestra buena o mala digestión y otros cien factores.

Lecturas
De modo que la cantidad de libros existentes, sumada al enorme material disponible en internet no es nada cuando nos damos cuenta que ni siquiera es suficiente con leer una sola vez cada libro, puesto que existe una pluralidad de formas de leer cada libro, y además éstas se renuevan. Muchas veces decir que un libro no sirve es una equivocación, más correcto es decir que no te ha servido a ti en un momento puntual, según los recursos de lectura con los que contabas, el desarrollo de tu ser como persona y el estado de ánimo en el que te encontrabas. Más importante aún —algo que se aprende en filosofía— es que no se puede pedir al libro que nos interese; no existe relación verdadera con el libro si no viene cada uno con preguntas e intereses propios, en búsqueda de algo, aunque sea el simple hecho de querer sentirse acompañado.

Esto nos lleva a ver algo que se omite cuando se habla de leer. Es común escuchar que se necesita fomentar “el hábito de la lectura”. Pero casi nadie  se anima a precisar qué tipos de prácticas de lectura deben fomentarse, según qué concepto de la lectura e idea de lector(a). Año tras año se organizan ferias del libro, se abren librerías y se expande la piratería. Actualmente se especula sobre la aprobación de la Ley del Libro y de la Lectura Óscar Alfaro.

Al respecto, Pablo Groux, ministro de Culturas, sostiene que un objetivo de la ley es “ofrecer a la ciudadanía una mayor accesibilidad a los libros, con precios más baratos y mayor acceso a bibliotecas públicas, las cuales se crearán en cada municipio” (La Razón, 26-03-2013). Aunque suene positivo, nos parece que esta política de incentivo se mueve con base en una comprensión estándar muy pobre y desactualizada del acto de leer. No es una cuestión de precios ni de falta de bibliotecas lo que facilita el acceso a los libros, puesto que existen libros de todos los precios y son escasos los ciudadanos que van a leer a una biblioteca otra cosa que no sea el periódico. Lo que realmente puede fomentar las relaciones con los libros y el acceso a los textos es cambiar nuestra manera de concebir el acto mismo de la lectura.

Hasta aquí hemos planteado un problema, y ese problema exige que se piense el término lectura como un concepto. Brindaremos un ejemplo para mostrar hacia dónde vamos.

Tomemos el artículo de Javier Goma Lanzón “¿Dónde está la gran filosofía?” (Tendencias, La Razón 31-03-2013). El autor defiende la tesis de que en los últimos 30 años la filosofía contemporánea habría desertado de su misión de proponer un ideal y un relato totalizador a la sociedad de su tiempo, y por ello estaría en deuda. Además enfatiza en que la filosofía existió para proveer ideales intemporales y universales, una especie de objetivos morales que inspiren a los ciudadanos, que les dicten normas sobre cómo deben ser. Pero ¿acaso es esa la tarea de la filosofía?  

En una carta, Violant Barquet le objeta a Goma Lanzón que “los ideales no se proponen, ya existen”. Nosotros sumaríamos que las diferentes formas de religión organizada ya se encargan de proponer ideales (paraíso terrenal, por ejemplo). Y que esta visión corresponde al gran Platón —tierra de cultivo de la teología cristiana— pero que no se puede hacer de ella una generalización para toda la filosofía. La carta de Violant agrega que “la tarea de la filosofía, desde su origen hasta nuestros días, fue y debería seguir siendo la de poner en duda, es decir, cuestionarse lo que se da por hecho”.

La pregunta fácil es ¿quién tiene la razón? Pero carece de interés. Nos sentimos más cercanos a los criterios de Violant Barquet, pero no porque posea la razón, sino simplemente por una mayor afinidad en la forma de leer los textos filosóficos. Goma Lanzón termina así su artículo: “Si la filosofía quiere recuperarse como gran filosofía, debe hallar el modo de proponer un ideal cívico para el hombre democrático…”. No compartimos esta idea porque, en nuestra práctica de lectura, no esperamos de una filosofía que nos provea de respuestas ya masticadas y digeridas —antes todo lo contrario. Lo que el autor propone es completamente legítimo, y no hay lugar para la discusión, simplemente se trata de diferentes acentuaciones en la lectura. Es evidente que ha leído bastante o que tiene un conocimiento amplio de la bibliografía filosófica. Pero lo que busca en esos textos es algo que probablemente encontraría mejor en manuales de vida o tratados de moral.

Hegel nos ha dejado un relato totalizador quijotesco pero de difícil lectura. ¿Cuántos lo llegan a leer? ¿Y cuánto ha influido positivamente en la historia? Kant construyó su obra como una maquinaria perfecta, nos proveyó del imperativo categórico ¿Dónde más se puede llegar en filosofía en temas de moral? Nietzsche planteó la inversión de todos los valores, nada le hubiera resultado más repugnante que hacer de sus libros unos recetarios normativos.

Por otra parte, la manera cómo Javier Goma etiqueta a los filósofos corresponde a los manuales de filosofía, que tienen su propio código de lectura, más abarcador y de divulgación. Cita decenas de libros y autores contemporáneos de manera erudita pero sólo para despacharlos como insuficientes o ajenos a su idea de “gran filosofía”. Hay que entender cuál es el problema que plantea. Su problema es que la ciudadanía se encuentra carente de modelos, certezas, bases bien fundadas sobre cómo vivir hoy en día de una manera superior, y le reclama a la filosofía contemporánea la responsabilidad de establecerlas.

Para nosotros el problema es otro, y eso es lo que distancia a los filósofos. Sólo para ubicarse en un plano, es bueno identificar según qué tipo de lectura plantea lo que plantea; nos parece una lectura más propia del comentarista y recopilador de textos. No es ni mala ni buena, simplemente es una práctica de lectura posible. La cuestión es que esa práctica de lectura, que no sabemos si es plenamente consciente, marca también límites a su manera de aprovecharse de la filosofía.

Filosofía
He aquí la gran diferencia. Para nosotros no se trata de cuánto puedes esperar de un libro de filosofía, sino de cuán preparado estás para saber aprovecharte de éste. Antes que la lectura, el lector. ¿Dónde lee? ¿Cómo lee? ¿Para qué lee? Jean Marie Goulemont en La lectura como producción de sentido señala que “el lector, en su relación con el texto, se define por una fisiología, una historia y una biblioteca”. Siempre que leemos estamos relacionando lo leído con nuestra biblioteca ya leída (sea grande o chica), con nuestro pasado, con nuestras vivencias y nuestro entorno. Todo lo que tenemos es nuestra memoria y nuestra imaginación; por eso es importante leer, para enriquecerlas cada vez más, de modo que la siguiente lectura sea más productiva, más comprensiva, más placentera. El problema es otro, porque nos damos cuenta de que todos los grandes filósofos escribieron según los problemas de sus sociedades y según las condiciones de lectura de sus épocas. La forma de leer ha cambiado radicalmente en los últimos 30 años.

Entonces el problema es: ¿cuáles son las prácticas de lectura idóneas para el aprovechamiento de los textos filosóficos en la actualidad?

Hace tiempo que se han popularizado los institutos que enseñan a leer más rápido (“lectura veloz”, “lectura inteligente”). ¿De qué serviría en filosofía leer más palabras en un minuto si no se las comprende? Comprender es algo que depende mucho más de las condiciones del lector que de la prosa del escritor, del sentido que éste ha querido darle al texto o de la forma que lo ha hecho. Y hoy en día los textos multimedia, los blogs, las aplicaciones para leer libros digitales en tablets o I-phones implican una revolución en las maneras de leer, en la forma de captar los pensamientos. El libro de Gordon Dryden y Jeannette Vos La revolución del aprendizaje es de lectura indispensable para ponerse al tanto.

Práctica
Por otro lado, nuestro trabajo está enfocado en relacionar la filosofía con la práctica. Creemos que ya no funciona la definición que considera a la filosofía sólo reflexiva o contemplativa. En todos los ámbitos de la vida se demanda mayor reflexión, ya sea en torno a la crisis de la Iglesia Católica, del fútbol nacional, de la política, del Estado, de la economía mundial. Y en todos lados se murmura lo mismo: “debemos reflexionar sobre los temas de fondo”, “hay que reflexionar acerca de la estructura misma”, “hay que llegar a la esencia de las cosas”… ¿Cómo es que se sigue considerando inútil a la filosofía?

Pero su utilidad no viene de que sea reflexiva. Nadie necesita de la filosofía para reflexionar sobre su campo, pero si alguien sale de su campo y busca en la filosofía puede ampliar sus maneras de aproximarse al problema, de plantearlo, de rayar sus vértices. Para nosotros la filosofía no enseña ideales, en cambio enseña a leer. Y no es poca cosa, pues la manera en que usted lee una situación, un problema, un partido, un libro, un cuadro, una relación, etc., puede cambiar la manera en que usted piensa, vive, aprende, trabaja, enseña y actúa. El filósofo no es un sabio, pero es justo esperar de la filosofía una mayor comprensión de las cosas, del funcionamiento del mundo, de las relaciones de poder, de la construcción de uno mismo…

Para nosotros leer es hacer algo con el texto, ponerlo en acción en otra parte, y no existe una sola lectura erudita ni profesional que pueda reclamarse como la “verdadera”. Nuestras formas de experimentar el estar-en-el-mundo cambian, y nuestra experiencia del libro también. Así, leer es como analizar un combate de boxeo: Cus D’Amatto y Mike Tyson visionando cintas de boxeo históricas: Dempsey, Louis, Frazier, Alí, Foreman… Y viendo esas cintas con el propósito de tomar algo para incorporarlo a su propio arsenal, construir su estilo. Ésa es una práctica activa de lectura. Lo mismo se puede hacer cuando se entra en el fabuloso mundo de la filosofía. ¡Tanto para extraer! Lo único que se necesita es tener cada uno su propio plan en marcha, una dirección a la que tiende espiritual y profesionalmente. Entonces se sabrá mejor qué es lo que hay que buscar, dónde pulir y dónde potenciar. Antes que un “hábito”, la lectura es un “placer” de vida.

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La lectura, la vida y la filosofía

Una reflexión a partir del artículo “¿Dónde está la gran filosofía?” de Javier Goma Lanzón publicado en Tendencias

/ 21 de abril de 2013 / 04:00

El mundo de los libros es un mundo maravilloso, demasiado extenso para el tiempo de una vida. Y dentro de la gran biblioteca humana, la filosofía como área temática ocupa un enorme e importante espacio que será el legado de la especie en los siglos por venir. Pero no es la existencia de una impresionante cantidad de libros de lectura obligada lo que plantea un gran problema a los seres humanos; es decir, no hay que lamentarse al darse cuenta de que será imposible leer todo. Lo más difícil, lo que realmente hace inimaginable el tiempo que necesitaríamos, es el hecho de que las prácticas de lectura se renuevan constantemente, generación tras generación.

Hace poco leí en un sitio en internet que la firma japonesa Neurowear creó un auricular inteligente, llamado Mico, que permite controlar la lista de reproducción musical en función del análisis del estado de ánimo de la persona que lo tiene puesto. El equipo consta de unos cascos de música convencionales con un sensor que es capaz de detectar las ondas cerebrales (www.alt1040.com). Cito esto porque algo similar se podría dar con la lectura. Imaginen que en el futuro aparecerán unos I-pods o tablets sensibles conectados al cerebro que nos permitirán leer libros digitales, pero ofreciéndonos una versión variable del texto según nuestro estado de ánimo. No es algo descabellado. Después de todo, ya sea cuando observamos un hecho, hablamos de una persona, apreciamos un cuadro, escuchamos una canción o leemos un libro tenemos la capacidad de teñirlos del color de nuestro estado de ánimo, de nuestros conocimientos, de nuestra actitud, de nuestra buena o mala digestión y otros cien factores.

Lecturas
De modo que la cantidad de libros existentes, sumada al enorme material disponible en internet no es nada cuando nos damos cuenta que ni siquiera es suficiente con leer una sola vez cada libro, puesto que existe una pluralidad de formas de leer cada libro, y además éstas se renuevan. Muchas veces decir que un libro no sirve es una equivocación, más correcto es decir que no te ha servido a ti en un momento puntual, según los recursos de lectura con los que contabas, el desarrollo de tu ser como persona y el estado de ánimo en el que te encontrabas. Más importante aún —algo que se aprende en filosofía— es que no se puede pedir al libro que nos interese; no existe relación verdadera con el libro si no viene cada uno con preguntas e intereses propios, en búsqueda de algo, aunque sea el simple hecho de querer sentirse acompañado.

Esto nos lleva a ver algo que se omite cuando se habla de leer. Es común escuchar que se necesita fomentar “el hábito de la lectura”. Pero casi nadie  se anima a precisar qué tipos de prácticas de lectura deben fomentarse, según qué concepto de la lectura e idea de lector(a). Año tras año se organizan ferias del libro, se abren librerías y se expande la piratería. Actualmente se especula sobre la aprobación de la Ley del Libro y de la Lectura Óscar Alfaro.

Al respecto, Pablo Groux, ministro de Culturas, sostiene que un objetivo de la ley es “ofrecer a la ciudadanía una mayor accesibilidad a los libros, con precios más baratos y mayor acceso a bibliotecas públicas, las cuales se crearán en cada municipio” (La Razón, 26-03-2013). Aunque suene positivo, nos parece que esta política de incentivo se mueve con base en una comprensión estándar muy pobre y desactualizada del acto de leer. No es una cuestión de precios ni de falta de bibliotecas lo que facilita el acceso a los libros, puesto que existen libros de todos los precios y son escasos los ciudadanos que van a leer a una biblioteca otra cosa que no sea el periódico. Lo que realmente puede fomentar las relaciones con los libros y el acceso a los textos es cambiar nuestra manera de concebir el acto mismo de la lectura.

Hasta aquí hemos planteado un problema, y ese problema exige que se piense el término lectura como un concepto. Brindaremos un ejemplo para mostrar hacia dónde vamos.

Tomemos el artículo de Javier Goma Lanzón “¿Dónde está la gran filosofía?” (Tendencias, La Razón 31-03-2013). El autor defiende la tesis de que en los últimos 30 años la filosofía contemporánea habría desertado de su misión de proponer un ideal y un relato totalizador a la sociedad de su tiempo, y por ello estaría en deuda. Además enfatiza en que la filosofía existió para proveer ideales intemporales y universales, una especie de objetivos morales que inspiren a los ciudadanos, que les dicten normas sobre cómo deben ser. Pero ¿acaso es esa la tarea de la filosofía?  

En una carta, Violant Barquet le objeta a Goma Lanzón que “los ideales no se proponen, ya existen”. Nosotros sumaríamos que las diferentes formas de religión organizada ya se encargan de proponer ideales (paraíso terrenal, por ejemplo). Y que esta visión corresponde al gran Platón —tierra de cultivo de la teología cristiana— pero que no se puede hacer de ella una generalización para toda la filosofía. La carta de Violant agrega que “la tarea de la filosofía, desde su origen hasta nuestros días, fue y debería seguir siendo la de poner en duda, es decir, cuestionarse lo que se da por hecho”.

La pregunta fácil es ¿quién tiene la razón? Pero carece de interés. Nos sentimos más cercanos a los criterios de Violant Barquet, pero no porque posea la razón, sino simplemente por una mayor afinidad en la forma de leer los textos filosóficos. Goma Lanzón termina así su artículo: “Si la filosofía quiere recuperarse como gran filosofía, debe hallar el modo de proponer un ideal cívico para el hombre democrático…”. No compartimos esta idea porque, en nuestra práctica de lectura, no esperamos de una filosofía que nos provea de respuestas ya masticadas y digeridas —antes todo lo contrario. Lo que el autor propone es completamente legítimo, y no hay lugar para la discusión, simplemente se trata de diferentes acentuaciones en la lectura. Es evidente que ha leído bastante o que tiene un conocimiento amplio de la bibliografía filosófica. Pero lo que busca en esos textos es algo que probablemente encontraría mejor en manuales de vida o tratados de moral.

Hegel nos ha dejado un relato totalizador quijotesco pero de difícil lectura. ¿Cuántos lo llegan a leer? ¿Y cuánto ha influido positivamente en la historia? Kant construyó su obra como una maquinaria perfecta, nos proveyó del imperativo categórico ¿Dónde más se puede llegar en filosofía en temas de moral? Nietzsche planteó la inversión de todos los valores, nada le hubiera resultado más repugnante que hacer de sus libros unos recetarios normativos.

Por otra parte, la manera cómo Javier Goma etiqueta a los filósofos corresponde a los manuales de filosofía, que tienen su propio código de lectura, más abarcador y de divulgación. Cita decenas de libros y autores contemporáneos de manera erudita pero sólo para despacharlos como insuficientes o ajenos a su idea de “gran filosofía”. Hay que entender cuál es el problema que plantea. Su problema es que la ciudadanía se encuentra carente de modelos, certezas, bases bien fundadas sobre cómo vivir hoy en día de una manera superior, y le reclama a la filosofía contemporánea la responsabilidad de establecerlas.

Para nosotros el problema es otro, y eso es lo que distancia a los filósofos. Sólo para ubicarse en un plano, es bueno identificar según qué tipo de lectura plantea lo que plantea; nos parece una lectura más propia del comentarista y recopilador de textos. No es ni mala ni buena, simplemente es una práctica de lectura posible. La cuestión es que esa práctica de lectura, que no sabemos si es plenamente consciente, marca también límites a su manera de aprovecharse de la filosofía.

Filosofía
He aquí la gran diferencia. Para nosotros no se trata de cuánto puedes esperar de un libro de filosofía, sino de cuán preparado estás para saber aprovecharte de éste. Antes que la lectura, el lector. ¿Dónde lee? ¿Cómo lee? ¿Para qué lee? Jean Marie Goulemont en La lectura como producción de sentido señala que “el lector, en su relación con el texto, se define por una fisiología, una historia y una biblioteca”. Siempre que leemos estamos relacionando lo leído con nuestra biblioteca ya leída (sea grande o chica), con nuestro pasado, con nuestras vivencias y nuestro entorno. Todo lo que tenemos es nuestra memoria y nuestra imaginación; por eso es importante leer, para enriquecerlas cada vez más, de modo que la siguiente lectura sea más productiva, más comprensiva, más placentera. El problema es otro, porque nos damos cuenta de que todos los grandes filósofos escribieron según los problemas de sus sociedades y según las condiciones de lectura de sus épocas. La forma de leer ha cambiado radicalmente en los últimos 30 años.

Entonces el problema es: ¿cuáles son las prácticas de lectura idóneas para el aprovechamiento de los textos filosóficos en la actualidad?

Hace tiempo que se han popularizado los institutos que enseñan a leer más rápido (“lectura veloz”, “lectura inteligente”). ¿De qué serviría en filosofía leer más palabras en un minuto si no se las comprende? Comprender es algo que depende mucho más de las condiciones del lector que de la prosa del escritor, del sentido que éste ha querido darle al texto o de la forma que lo ha hecho. Y hoy en día los textos multimedia, los blogs, las aplicaciones para leer libros digitales en tablets o I-phones implican una revolución en las maneras de leer, en la forma de captar los pensamientos. El libro de Gordon Dryden y Jeannette Vos La revolución del aprendizaje es de lectura indispensable para ponerse al tanto.

Práctica
Por otro lado, nuestro trabajo está enfocado en relacionar la filosofía con la práctica. Creemos que ya no funciona la definición que considera a la filosofía sólo reflexiva o contemplativa. En todos los ámbitos de la vida se demanda mayor reflexión, ya sea en torno a la crisis de la Iglesia Católica, del fútbol nacional, de la política, del Estado, de la economía mundial. Y en todos lados se murmura lo mismo: “debemos reflexionar sobre los temas de fondo”, “hay que reflexionar acerca de la estructura misma”, “hay que llegar a la esencia de las cosas”… ¿Cómo es que se sigue considerando inútil a la filosofía?

Pero su utilidad no viene de que sea reflexiva. Nadie necesita de la filosofía para reflexionar sobre su campo, pero si alguien sale de su campo y busca en la filosofía puede ampliar sus maneras de aproximarse al problema, de plantearlo, de rayar sus vértices. Para nosotros la filosofía no enseña ideales, en cambio enseña a leer. Y no es poca cosa, pues la manera en que usted lee una situación, un problema, un partido, un libro, un cuadro, una relación, etc., puede cambiar la manera en que usted piensa, vive, aprende, trabaja, enseña y actúa. El filósofo no es un sabio, pero es justo esperar de la filosofía una mayor comprensión de las cosas, del funcionamiento del mundo, de las relaciones de poder, de la construcción de uno mismo…

Para nosotros leer es hacer algo con el texto, ponerlo en acción en otra parte, y no existe una sola lectura erudita ni profesional que pueda reclamarse como la “verdadera”. Nuestras formas de experimentar el estar-en-el-mundo cambian, y nuestra experiencia del libro también. Así, leer es como analizar un combate de boxeo: Cus D’Amatto y Mike Tyson visionando cintas de boxeo históricas: Dempsey, Louis, Frazier, Alí, Foreman… Y viendo esas cintas con el propósito de tomar algo para incorporarlo a su propio arsenal, construir su estilo. Ésa es una práctica activa de lectura. Lo mismo se puede hacer cuando se entra en el fabuloso mundo de la filosofía. ¡Tanto para extraer! Lo único que se necesita es tener cada uno su propio plan en marcha, una dirección a la que tiende espiritual y profesionalmente. Entonces se sabrá mejor qué es lo que hay que buscar, dónde pulir y dónde potenciar. Antes que un “hábito”, la lectura es un “placer” de vida.

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