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Las palabras suenan

La música lee poesía, el teatro lee historia, el cine lee narrativa, así como la literatura lee literatura. Los diálogos entre las artes explotan produciendo sentidos (nuestros sentidos) y conocimiento estético. Los libros dialogan unos con otros. Las referencias entre ellos, de ida y vuelta, enriquecen las significaciones. Es una característica propia de los discursos escritos, que sin embargo puede ser estimulada y complejizada cuando diferentes “lenguajes leen” otros lenguajes, desembocando así en una producción de sentidos más problemática.

La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) intenta provocar justamente estos diálogos entre distintas formas de producción de sentidos. El primer ensayo que se hace, bajo el nombre Lenguajes que leen, está en curso. Consiste en que músicos reinterpreten, relean y musicalicen poemas del libro Roberto Echazú. Poesía completa, que será presentado el 28 de abril en Tarija. Verónica Pérez, Nicolás Uxusiri, Manuel Monroy ‘El Papirri’, Ricardo Cox, Alejandra Lanza, Alejandro Apodaca y Marcelo Arias han escogido cada quien un poema o varios de Echazú para luego componer una canción que fue grabada con el apoyo técnico de otro músico: Álvaro Montenegro.

“La idea de transversalizar las artes es lo más importante”, dice ‘El Papirri’ sobre el proyecto Lenguajes que leen. Ya enfrentados los músicos con las poesías de Echazú, sus lecturas y modos de entablar un diálogo con los versos resultan tan variados como diversos pueden ser los sentidos que una sola palabra puede provocar. Su experiencia en unos casos recuerda al arrebato poético del que habla la poesía clásica, cuando el creador es poseído por una fuerza extraña que fue llamada “inspiración”, personalizada por las “musas”. En algo se parece a esa forma clásica de concebir la poesía las experiencias de ‘El Papirri’ y de Verónica Pérez.

“Lo importante es, aunque suene a cliché, dejarse llevar. En algún punto sentía que estaba pensándolo mucho y me decía ‘no quiero defraudar al poema’, pero al final, lo único que hice fue leerlo y leerlo, escuchar y sentir la sonoridad y ver por dónde me llevaba. Creo que ese ha sido el proceso de pasar el poema por mi filtro y entender una esencia diferente a la que de pronto otras personas entenderían”, dice Pérez, conjugando una suerte de pérdida de la voluntad que recuerda a la posesión poética de la musa (“dejarse llevar”), con un deseo consciente y deliberada de dar forma (“pasar el poema por mi filtro”).

Con diferencias en el resultado final, ‘El Papirri’ describe una experiencia en algo similar a esa fuerza ajena que toma la decisión: “En realidad los poemas me han escogido a mí, porque yo empecé a leer en un avión y luego en otro. Un rato de esos los poemas me dijeron: ‘nosotros somos’. Por tanto, fue ciertamente mágico y me facilitó mucho, no fue que lo leí y escogí, sino que en el ínterin de la lectura los poemas me dijeron: ‘nosotros somos. Nosotros queremos tener música”.

Esta interpelación de los poemas al músico provocaron, en la musicalización final, una respuesta directa de ‘El Papirri’, o más bien, una pregunta al poeta: “Entonces hice una copla preguntando al poeta: ‘Ay Robertito Echazú, / madre y padre del camino / dime con toda tu luz / ¿de qué está hecho el olvido? Entonces yo le pregunto al poeta y el poeta me responde con los versos. Después le pregunté de qué está hecho el río, y el poeta me respondió con sus poemas”.

Un diálogo encaminado por otras vías es el que Nicolás Uxisiri entabló con la poesía de Echazú. En su proceso creativo primó una voluntad consciente de lo que Pérez se refirió como “no defraudar al poema”. Uxisiri, según lo que describe, se acercó con pinzas a los versos que eligió dar música, intentando transmitir el ritmo propio de poemas y procurando someterse a la estructura poética propuesta por la voz poética. Es decir, aplicó un proceso que quizás, sin llegar a oponerse del todo a las experiencias creativas de ‘El Papirri’ y de Pérez, tiene una vocación de neutralidad, de no ser un filtro, no realizar una intromisión.

“El poeta puede ordenar las palabras, darles un silencio más largo o más corto, la acentuación, la distancia entre letras y palabras, eso le da al lector un ritmo propio. Cuando uno musicaliza un poema le confiere a las palabras nuevas características. Eso significa volver a unir palabras que tal vez el poeta había movido para que estén lejos, alargar una palabra más que otra, poner silencios en medio. Eso es un poco incómodo el instante que uno musicaliza, porque al fin de cuentas se supone que es una poesía que a uno le gusta y por lo tanto la respeta tal cual es. Sin embargo, es una linda forma de entrar a este nuevo aspecto de la palabra”, explica Uxisiri sintetizando el conflicto que se percibe no solo en la descripción de su vivencia, sino también en la del resto de los artistas que ensayaron este diálogo y relectura desde la música de la poesía de Roberto Echazú. Justamente esa conflictividad, esa problemática y los modos distintos de encararlas es lo que se pone en escena en este ensayo de los músicos que enriquece los sentidos que provoca la poesía de este autor.