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En busca de la esencia, un discurso desde la periferia

Bolivia actualmente no es parte del circuito internacional del arte contemporáneo, así como no va al mundial de fútbol desde 1994. Si bien lo último es un lastre en el orgullo nacional —por más que se disfruten partidos y “el clásico” mueva multitudes— la ausencia de artistas locales en las grandes plataformas del arte contemporáneo no mueve un pelo en el país.

Eso, hasta ahora. Si bien hemos estado representados por valiosísimos artistas en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Venecia —uno de los grandes “mundiales” del arte—, en su versión 57 será la primera vez que Bolivia tendrá su propio pabellón. ¿Qué significa eso? Se posee un estante propio, una vitrina, en este importante evento bianual que se realizará del 13 mayo al 26 noviembre de 2017; aunque para la prensa especializada y los propios artistas, los días críticos serán del 10 al 12, que es cuando pasan los curadores, críticos y jurados del concurso oficial.

¿Es importante esta primera vez? Claro, teniendo en cuenta que ya se está rezagado: los primeros países que compraron sus espacios en la bienal lo hicieron desde 1907, aunque Latinoamérica ha tardado más en integrarse. Países como Argentina, Brasil, Venezuela y Chile tienen políticas estatales claras para la elección de sus comisarios, pues saben que se trata de una importante forma de exportar su marca país.

El edificio que Bolivia ocupará no es muy grande, pero será solo para el país —Argentina, por ejemplo, tiene en el Arsenale un pabellón permanente desde 2013, en una infraestructura gigante que se comparte con varios estados y muestras—. Esto tiene la ventaja, a los ojos del artista Sol Mateo —que participará este año y que ya fue representante boliviano en Venecia—, de que no tendrá que competir con otras muestras en un mismo lugar, que no son pocas: solo en pabellones de países, sin contar con las exposiciones de la bienal, se cuentan 82.

En 2016, Marko Machicao, el entonces ministro de Culturas y Turismo, designó ante la bienal al director del Museo Nacional de Arte (MNA), José Bedoya, como comisario del pabellón, que a su vez nombró dos curadores y juntos escogieron a los artistas. La cabeza de la entidad cultural estatal es la que debe hacer la gestión por su país; en clave futbolera, es algo similar a lo que hace la Federación Boliviana de Fútbol, que designa al director técnico y éste a los jugadores.

La elección de “jugadores” de Bedoya fue estratégica —como un buen DT—, incluyó a Sol Mateo y Jannis Markopoulos. Este último es griego, pero lleva un trabajo colaborativo con Sol Mateo de varios años. Ha participado en el Siart, trabajó en Bolivia y usó materiales como la totora. El comisario unió a dos curadores al equipo: al antropólogo y artista visual Juan Fabbri y al historiador y crítico italiano Gabriele Romeo. Este último y Markopoulus, con el apoyo de entidades como el Goethe Institut, hicieron gestiones en Europa, como que las obras puedan elaborarse en Alemania y desde ahí sean transportadas a Italia.

El concepto de Bedoya, Esencia, trata sobre el origen, la semilla que germina la identidad en cruces con la multiculturalidad. Para eso se requirió de un artista más, representante del arte que se produce hoy en Bolivia. Y así se eligió al paceño José Ballivián, que mantiene un discurso artístico que explora los mestizajes de hoy.

Este es el equipo y la propuesta de Bolivia, que si bien sale desde las periferias del arte, va con la confianza de abrirse un espacio en el espectro mundial. Como se diría en lenguaje futbolero, el arte contemporáneo boliviano está dispuesto a “sudar la camiseta”.