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Quien mueve los HILOS

El movimiento nunca es eterno y rara vez continuo, aunque a veces nos lo pueda parecer. Los viajes siempre tienen un principio, un final y, durante el recorrido, varias pausas. Éstas resultan muy provechosas para recordar —porque a menudo se olvida— de dónde viene uno y quién fue, para así aclarar quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos, además de para reconocer los aciertos y errores durante el recorrido. De esta forma se cierran etapas y se abren otras. Pero si el viaje en cuestión es un viaje poético que compromete toda la vida de uno, estas revisiones pueden resultar difíciles e incluso dolorosas. Aun así —y si se tiene la valentía suficiente— conviene hacerlas, como ha hecho Ariel Pérez en su último poemario, Marioneta inmóvil (Editorial 3600), que va a presentar el jueves en el Espacio Simón I. Patiño.

Marioneta inmóvil pone el broche y concreta todo un periodo: “es el cierre de un proceso poético fuerte”, según lo define el autor. Por eso, este poemario se juntará con buena parte de los ocho que anteriormente publicó Pérez para formar Vértigo, otro libro que ya está prácticamente terminado, que el autor espera publicar al final de este año y que abarca toda su creación hasta el momento, aun sin plantearse como un “obras completas”.

En Vértigo se da un paso más en la reflexión profunda, la que provoca dolor, pues no se trata de juntar versos ya recitados sino de revisar minuciosamente lo ya escrito, con la mirada un tanto escéptica y burlona que proporciona el tiempo, los 40 años transcurridos desde que el autor se sentó por primera vez frente a la hoja en blanco. Pérez ha retocado, ha afinado sus versos: “en este trabajo se da un proceso de construcción y de diálogo interno que es como matarte a ti mismo en algunas cosas”, dice. “Va a ser una forma de terminar un capítulo de mi obra que comenzó cuando tenía 17 años y que yo siento que va a dar una visión totalizadora de mi propuesta y mi discurso”.

Porque el viaje ha sido provechoso en el sentido de que ha cambiado la visión del cosmos de Pérez y, por tanto, su obra. Buena parte de lo que se encuentra en Marioneta inmóvil es una evolución de la idea de la muerte, que se presenta más mística y más profunda, deja de ser una especie de objeto que se contempla con lejanía y se convierte en un hecho más cercano, más cotidiano y más totalizador.

Así la obra de Pérez es ahora más reflexiva, más sustancialmente intimista, más referida a lo espiritual del ser, al ajayu que tiene su vida independiente, que va y que viene, que decide por su cuenta: “es una poesía espiritual, sí, pero sin que se convierta en mística ni religiosa”. Los versos responden a las espiritualidades y las realidades que dan vida a un modo propio de comprender el mundo, los seres y las cosas de los que el autor se considera parte. En cierta forma se trata de una vuelta más a la poesía telúrica que ya apareció en el poemario en Cantos de agua (2003) y Al sur de las nubes (1998).

Los ritmos, las estructuras, las técnicas, las palabras y los silencios se adaptan a este cambio, porque en la concepción que el poeta tiene de su obra “la forma en sí misma es un contenido, el lenguaje y el significado se hacen uno”. Por eso Marioneta inmóvil se divide en tres libros, que se titulan El movimiento de los seres y algunas cosas vecinas, El movimiento perpetuo y El movimiento truncado por el destino.

Los tres contienen formas diferentes porque expresan ideas y sentimientos distintos: hay desde versos muy cortos en páginas con mucho blanco hasta otros saturados de texto y que cubren el papel como un muro de ladrillos. El último poema del libro que conjuga en sí mismo todos los formatos anteriores. Porque el autor recurre a los poemas escritos en verso, a los poemas en prosa y a la prosa poética y los combina no porque busque un artificio técnico o formal que facilite o haga más compleja la lectura, sino porque considera a cada uno de ellos la herramienta más precisa para expresar según qué.

Y el movimiento, de principio a fin, en diferentes perspectivas pero con una reflexión común: cómo ocupamos el espacio, cómo nos relacionamos con lo que nos rodea, si somos realmente individuos o una parte del todo, hasta dónde alcanza nuestra independencia, nuestra autonomía. “Pienso en hasta qué punto tenemos libre albedrío, si somos marionetas de alguien y en quién maneja a quién, cómo se mueven los hilos, quién es el Gran Titiritero… Éste, en algunos momentos, puede acercarse a una concepción de Dios pero tampoco lo es porque él mismo está movido por los hilos de la muerte”, en palabras de Pérez.

Unos versos que demandan una actitud del lector, quien debe interiorizarlos y hacerlos suyos. “Puedo ser muy racional en otros ámbitos, pero cuando estoy con mi poesía soy un tipo sencillo, no trato de complejizar las cosas ni decirlas de forma enrevesada. Pero como las reflexiones que hago son complejas, tal vez los versos que surgen de ellas no sean tan fáciles de leer”, señala. A la poesía de Pérez hay que darle tiempo, volver a ella en sucesivas lecturas que descubran nuevas posibilidades, nuevas interpretaciones que interpelen al lector de distintas maneras, que sugieran nuevos conceptos y nuevos sentimientos.

Al abrir Marioneta inmóvil el lector se enfrenta a un trabajo parecido al que realizó el autor. “Yo reflexiono mucho al escribir las cosas, me leo mucho y así me veo a mí mismo, en qué estoy”, asegura Pérez. Lo mismo ocurrirá cuando se presente Vértigo. Quien escribe y quien lee tendrán que desnudarse. “Voy a mostrarme en público, no le tengo miedo y eso que los artistas suelen tener miedo a presentarse tal como son”.