RÁPIDOS Y FURIOSOS 8
La excelente fotografía destaca en medio de un apelotonamiento de clichés y recetas moralistas de vergüenza ajena, sin sentido del humor y siempre a las carreras.
Que yo recuerde, pero puedo recordar mal, no me atrajo en absoluto ninguno de los episodios precedentes de esta saga. No fui a verlos. Y si la memoria me juega una mala pasada no deja de ser un nítido indicador de la intrascendencia del asunto. Me interesan, en diverso grado claro está, las películas. No me interesan en absoluto las franquicias, apelativo —eufemismo si se prefiere— acuñado para emprendimientos groseramente utilitarios armados con la mira apuntada al mercado. Las películas son el cebo para abrir el apetito de los futuros consumidores de una variopinta diversidad de productos: de poleras a peluches pasando por cuanto quepa en su imaginación. La cereza sobre el indigesto pastel suele ser la venta en paquete de la colección digital completa de episodios para estrujar hasta la última gota exprimible.
En esta oportunidad mi curiosidad fue más fuerte que yo —diría Felipe, el de Mafalda— y me sumé a las legiones de seguidores, debilidad de la que pronto me arrepentí por dos motivos: por no entender qué diablos hacía frente a una muestra consumada de estupidez e incompetencia narrativa —si bien en los rubros técnicos se advierte uno que otro acierto— pero, sobre todo, sintiéndome culpable de que mi modesto aporte a la recaudación contribuyera a la prolongación de un ya demasiado prolongado sinsentido cuyos próximos dos cometidos están programados para estrenarse en el curso de cuatro años.
La franquicia más larga y rentable de la Universal comenzó a correr con cierta timidez en 2001. El capítulo 1 insumió la modesta suma de 38 millones de dólares pero de las boleterías retornaron 200 millones. Listo el merengue, desde entonces meta correr. ¿Hacia dónde?, vaya uno a saber. O, mejor dicho, hasta el montante ingresado por el séptimo eslabón, encumbrado en el sexto lugar de las películas más taquilleras de la historia. Lo cual permitía augurar la longevidad para Dominic Toretto y su familia.
Orondo al volante de su troncomóvil posmoderno Dominic circula por el malecón de La Habana en compañía de una pulposa minifaldera, de las varias que aparecen y se evaporan a gusto y arbitrio del guionista. Supongo habrá habido alguno. Al menos uno figura en los créditos, aun cuando el alcance de su quehacer sea el único misterio en medio de este trabajoso acopio de previsibilidades.
Dos minutos más tarde la familia de marras pica por las calles de Berlín rumbo a su flamante objetivo: impedir la consumación del designio de Cipher, una cyberterrorista afanada en la modesta tarea de arrasar el mundo. De paso pondrá a prueba la lealtad de Toretto, tentándolo a dejar de lado a su gente e implicarse en el macabro plan destructivo de la chica. Ausente Paul Walker —titular del personaje de Brian, dado de baja en medio del rodaje del capítulo precedente— el resto vuelve a las corridas incluyendo a la noviecita, indiferente a los amagos de infidelidad de él, pues ella sabe de inmediato, como la platea entera desde el primer minuto, que las cosas regresarán inevitablemente a su cauce al final, puesto que esperan ya los venideros episodios, donde todos estarán al pie del cañón como hace década y media.
En el elenco, aparte de los nombres recurrentes aparece una prometedora constelación de notoriedades: Charlice Theron, Kurt Russell y hasta la casi siempre notable Helen Mirren, entre otros. El casi se lo debe a partir de ahora justamente a su comparecencia en este emprendimiento donde ninguno de los nombrados aporta nada significativo, pues no hay materia a la cual aportar. Su figuración en el reparto deja la idea de ser otro astuto gancho plus, por si la lealtad de los adictos flaqueara y la indescifrable popularidad de Vin Diesel no alcanzase el número suficiente de asistentes para mantener las estadísticas. Mal no les fue: en su primera semana en cartelera el ruidoso y hueco bis 8 acopió 500 millones de los verdes.
Dicen quienes tuvieron la paciencia para acompañar todos los episodios precedentes de la franquicia, que a la altura del quinto ésta optó por la acción pura y rápida, desechando los dilemas existenciales de los miembros del equipo, metidos incidentalmente con calzador en los relatos. Pero que en la entrega precedente reaparecieron con cierta tibieza.
Aquí resurgen boyantes. Diesel envalentonado —o, quién sabe aunque lo dudo, aburrido él también de lo igual otra vez— se metió a productor. Desde allí influyó lo suyo para cargar su personaje de un acento reflexivo/introspectivo que se extiende a varios compañeros de faena. Todos se autoinfligen un gesto adusto, que les calza como el mandil a la vaca, antes de propinarle al respetable un par de sermones —a propósito de cuestioncillas como el destino, la parentela, la guerra— merecedores de una impostergable inscripción en la antología de la vergüenza ajena.
Si antes la saga se ufanaba de su fidelidad a las técnicas analógicas para el trabajo de efectos especiales, siempre sobreabundantes, ahora aparece rendida a las facilidades del digital, demasiado notorio en varias secuencias, abollando la apariencia de realidad en la cual finca generalmente ese procedimiento su utilidad narrativa. No es el único paso en falso en la disposición de los recursos técnicos. El abuso del ramping, que consiste en ralentizar el movimiento en medio de una toma provoca, sin justificación dramática ninguna —sería mucho pedir— una molesta disritmia.
No obstante semejantes yerros, Gary Gray —quien sustituye en la dirección a Justin Lin y James Wan— se las apaña —lo anoto en afán de evitar se considere esta recensión un varapalo sin matiz— para armar un pasable entretenimiento, con una excelente fotografía, casi demasiado cuidada en medio del desaliñado apelotonamiento de clichés en los demás rubros, incluidos los escuálidos toques de humor.
Eso sí, no vaya a antojársele encontrar al agitado correteo de los airados algún sentido. Aun cuando la trama carece de cualquiera, la realidad ha puesto de encendida actualidad el trasfondo de la misión de Torettó y compañía: impedir la tercera guerra mundial y el holocausto nuclear. Dos ingredientes del menú que la villana de turno se obstina en servir en la ficción y que ahora el coterráneo de Gray —el del jopo, si me entienden— y los otros orates de bandos contrarios materializan a diario.
Ficha técnica
Título original: Fast&Furious 8 (The Fate of the Furious).
Dirección: F. Gary Gray.
Guion: Chris Morgan.
Diseño: Bill Brzeski
Arte: Andrew Max Cahn, Jonathan Carlos.
Efectos: Sean Amborn, Craig Tex Barnett.
Música: Brian Tyler.
Producción: Vin Diesel, Michael Fottrell.
Intérpretes: Vin Diesel, Jason Statham,
Dwayne Johnson, Michelle Rodriguez,
Tyrese Gibson, Ludacris, Charlize Theron,
Kurt Russell, Helen Mirren. USA, 2017