Mis primeros recuerdos del cine boliviano son en blanco y negro, emitidos por un televisor de tubo en el siglo pasado cuando estudiaba en Caracas en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. Allí contemplé Ukamau (1966), de Jorge Sanjinés, gracias al empeño de mi profesora de cine latinoamericano, que se encargó durante dos semestres de cultivarnos con cintas de Betamax una memoria de la cinematográfica de nuestro continente. Y puedo decir que su labor surtió efecto, ya que hice mi tesis de grado sobre la imagen del melodrama latinoamericano. Un momento de mi vida en que vi innumerables cintas lacrimógenas, sobre todo argentinas y mexicanas, de esa etapa pretendidamente industrial. Pero no me topé con ninguna boliviana.

También recuerdo haber visto en casa, y atentando contra esa recién creada conciencia cinematográfica latinoamericana, en alguna tarde de domingo Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Así deseé secretamente ser Etta Place, esa joven maestra encarnada por Katharine Ross, para huir al corazón de América junto con Butch Cassidy y Sundance Kid, que estaban en la piel de nada más y nada menos que Paul Newman y Robert Redford en sus mejores años.

Desde entonces Bolivia se convirtió en mi imaginario cinematográfico en un lugar de huida hacia adelante. Un territorio que deslumbraba para renacer, pero también para morir bajo el mismo sol, en la mirada azul de un par de forasteros. Así la he seguido contemplando en el presente siglo, bajo ópticas foráneas, como una escenografía que atrae a hombres tan variopintos como criminales, guerrilleros, agentes secretos y directores de cine.

  •  ‘Amigomío’ película extranjera que se desarrolló en Bolivia. Foto: MEERAPFEL.DE

En la pantalla digital Butch Cassidy vuelve a tener una nueva oportunidad en Bolivia. La magia del cinematógrafo lo rescata de la muerte absoluta y lo hace sobrevivir 20 años más en la piel de Sam Shepard en Blackthorn, de Mateo Gil (2011). Sin embargo, el Che Guevara no corre con la misma gracia, aunque sea encarnado por el oscarizado Benicio del Toro en Che: Guerrilla, de Steven Soderbergh (2008). Una muestra de dos personajes históricos que ha inmortalizado el cine y apagan su luz en esta tierra.

Por el contrario, para los seres de ficción Bolivia es un lugar de paso. Así James Bond, el agente encubierto con “licencia para matar”, aterriza en el aeropuerto de La Paz para su vigésima segunda aventura en Quantum of Solace (2008), aunque nunca pusieron un pie allí Daniel Craig ni el resto del equipo técnico de esta súper producción. Caso contrario es el de la directora Icíar Bollaín que desembarca con todo el personal de un rodaje en También la lluvia (2010), para ofrecernos una mirada bien intencionada del cine dentro del cine, y retrata las tribulaciones de un equipo español ante una realidad que lo supera.

Un punto aparte de reflexión, o la excepción que hace cumplir la regla, de este paisaje trashumante del color boliviano es Amigomío, de Jeanine Meerapfel y Alcides Chiesa (1994), una cinta argentina que vi a destiempo. Hecha con la mirada cercana y sincera de un vecino, retrata a la Bolivia de los años 60 como lugar de tránsito para un padre argentino y su hijo que huyen de la dictadura militar. Un retrato cotidiano del éxodo que llega vigente hasta nuestros días en la vieja Europa, la que en su senilidad parece haber olvidado algunos episodios de su pasado mientras los refugiados se agolpan en sus fronteras.

Así Bolivia es por una parte una misteriosa laguna en mi memoria cinematográfica, con la que tengo una enorme deuda de exploración por consanguinidad ya que nací en un país limítrofe, Chile, y no conozco a “mi hermano que es el vecino más cercano”, como bien diría el refranero castellano. Y por otra es un pantano artificial del cine industrial extranjero de escasa profundidad que comparto en su saber con otros muchos cinéfilos, pero que es como leer sobre América en los testimonios de los especuladores cronistas de Indias en pleno siglo XXI.

  • ‘Dos hombres y un destino’ otra película extranjera en Bolivia. Foto: DATUOPINION.COM

Por fortuna, en estos tiempos la información vuela y sé que hay un cine boliviano con protagonismo propio, pasado y actual, más allá de Sanjinés y estas visiones foráneas que por un momento ponen el paisaje del altiplano o Cochabamba en la pantalla global. Pero no lo he visto llegar en la cartelera cinematográfica de Barcelona, ciudad que habito y se precia de ser cosmopolita. Tampoco en los variados festivales a los que he acudido, cuyas credenciales cuelgan ante mi vista como testimonios de múltiples ámbitos cinematográficos. Quizás no he sabido ver más allá y me he perdido la función indicada, porque ha estado presente en alguna sala oscura y de pronto ha salido de la clandestinidad con el brillo de algún premio.

Pero sigo aguardando la oportunidad de ver una película boliviana que me cautive con su reflejo fiel. Mientras tanto la imagino en femenino, con protagonistas dueñas de su destino como esa migración de mujeres valerosas en la que he ganado algunas amistades, pisando firme sobre el territorio para sembrar larga vida en un auténtico paisaje cinematográfico boliviano.