Sigue metiéndole
Jorge Quispe publica ‘Andares de un reportero’, un libro con aire literario, lleno de textos pulidos que conmueven, seducen e invitan a la reflexión.
Jorge Quispe llega muy temprano a la sala de redacción de La Razón y se enfrenta al fantasma que atormenta a todo escritor: la página en blanco. No es que le falte un tema, una historia o sus personajes; al contrario, tiene mucho que contar, pero debe condensar, cortar, resumir en tres o cuatro páginas varias horas de entrevistas y una libreta llena de observaciones, apuntes, descripciones…
El problema de los reporteros es que, a diferencia de los escritores de ficción, deben cortar a personas reales, no a personajes, cuando editan sus notas. Por eso es que tardan mucho en romper la blancura de la pantalla, pues les cuesta elegir quiénes deben ser “sacrificados” para no exceder el estricto límite de caracteres que impone el periódico.
Al menos, eso supongo que le ocurre a Jorge Quispe, pues no se ha convertido en un reportero frío, incapaz de sentir empatía con las personas a las que entrevista, con sus dramas o sus alegrías. Y me parece que en todos los reportajes de Andares de un reportero —que acaba de publicar con la editorial 3.600— Jorge transmite esa calidez humana, además de la calidad profesional que ha desarrollado en más de dos décadas de labor periodística.
En los textos de Quispe se percibe un toque narrativo, más que el habitualmente observado en materiales similares de la prensa local. También se nota que coquetea con la crónica, pues ese es el estilo que predomina en su escritura, lo cual puede verificarse en el presente libro, que reúne buena parte de los reportajes que ha publicado hasta la fecha.
Conocí a Jorge en 2011, cuando entré a trabajar a La Razón, donde él ya se había ganado un merecido prestigio gracias a su profesionalismo, compromiso y superación permanente. Yo cubría el área de cultura y publiqué el programa de la Feria Internacional del Libro de La Paz, que ese año incluía un taller de escritura narrativa a cargo del reconocido escritor paceño Adolfo Cárdenas. Hasta entonces solo habíamos intercambiado saludos de cortesía y Jorge se acercó a mi escritorio para preguntarme más detalles sobre dicho taller. Dado que el horario le impedía asistir, me preguntó dónde podía pasar algún curso parecido y me comentó que estaba interesado en aprender técnicas narrativas porque le gustaba escribir historias y quería hacerlo con herramientas sólidas. No pude ayudarlo —en Bolivia rara vez se organizan talleres de narrativa— y nunca volvimos a hablar de ese tema. De hecho, nunca tuvimos dos charlas sobre un mismo asunto; con una persona como él, que ha viajado por todo el país y recolectado un sinfín de historias, es un desperdicio repetir temas.
Cuando dejé de trabajar en el periódico perdí contacto con Jorge. No obstante, seguí leyendo sus reportajes, cuyo estilo narrativo se fue consolidando texto tras texto, hasta convertirse en un rasgo característico. Nos cruzamos cuatro o cinco veces en algún aeropuerto: él, como siempre, en viaje de trabajo, a la caza de historias en lugares que la mayoría de nosotros ni siquiera sospechábamos que existían. En uno de esos encuentros fugaces alcancé a decirle que había disfrutado sus últimos reportajes y elogié el aire literario que se percibía en varios fragmentos. Me agradeció en voz baja, sonriendo tímidamente, con la humildad que lo distingue, y de inmediato, casi solemne, me dijo: “Seguimos metiéndole”.
Esa frase, próxima a una declaración de principios, refleja un aspecto de la personalidad de Jorge: la firme voluntad de continuar aprendiendo y mejorando. Una voluntad que se remonta a su niñez, a su juventud, a sus inicios en el periodismo deportivo, cubriendo competencias automovilísticas, haciendo radio, y luego, ya en La Razón, demostrando su innata capacidad para descubrir y contar historias que conmueven. “Seguimos metiéndole”, así en plural, porque su humildad le impide tomar crédito individual por los éxitos profesionales. “Seguimos metiéndole” implica que los logros actuales son producto de haberle “metido” desde hace años; que el trabajo de hoy es mejor que el de ayer, pero peor que el de mañana.
Y este “seguir metiéndole” también se hizo evidente en el proceso de edición de Andares de un reportero, ya que, pese a tratarse de reportajes publicados en medios prestigiosos, y que algunos de ellos habían obtenido premios de periodismo, Jorge no dudó ningún momento cuando se le sugirió realizar una minuciosa labor de edición para sacarle mayor brillo a su trabajo.
Así, la edición se prolongó dos años, siempre con el principio de “seguir metiéndole”, y el resultado es el que el autor hoy nos presenta: textos pulidos, con un aire literario que el lector agradece y la información interesante y siempre actual que distingue a un buen reportaje. Son lecturas que motivan la reflexión, que conmueven y al mismo tiempo seducen. Que por un instante nos hacen pensar que se trata de ficción, y no de la realidad, muchas veces dura, que atraviesan miles de personas comunes.
Por eso, celebro que Jorge Quispe haya “seguido metiéndole” durante año y medio a la edición de su libro, ya que el resultado de tal dedicación es una colección de textos periodísticos bien narrados, con historias de vida que, gracias a la atemporalidad del reportaje, cobrarán actualidad cada vez que un lector active el artefacto narrativo, y no serán sometidas a la tiranía de la novedad informativa.