El intelectual contra la barbarie
María Schrader reivindica en su película ‘Stefan Zweig: Adiós a Europa’ el sueño pacifista y humanista de una de las figuras más importantes de la cultura del siglo XX.
La actual crisis que sufre la Unión Europea (UE) y el ascenso de lo que muchos analistas llaman populismos en el continente invitan a una lectura contemporánea de un autor de referencia. Stefan Zweig: Adiós a Europa, es tercer filme como directora de María Schrader y en él la alemana reconstruye los últimos años de vida del escritor austriaco, uno de los grandes autores europeos del siglo XX. “Hemos vivido el periodo pacífico más largo en la historia del continente, el sueño de Zweig, y ahora no podemos rendirnos y dejar de luchar por él”, señaló la directora, quien también es una actriz conocida gracias a sus papeles en películas como Aimée y Jaguar (dirigida por Max Färberböck en 1999) y que debutó detrás de las cámaras con La jirafa (1998).
El austriaco Stefan Zweig (1861-1942) soñó con una Europa sin fronteras y pacífica mucho antes de que la UE fuera una posibilidad, tal y como contó en sus memorias, El mundo de ayer, que se publicaron tras su muerte y se ha convertido en herramienta fundamental para comprender la historia del siglo XX. También ofreció una apasionada visión del pasado en Momentos estelares de la humanidad, donde selecciona y explica los que él considera los 14 puntos más decisivos de la historia. Zweig además cultivó la biografía de personajes importantes, especialmente mujeres. Su obra se completa con la publicación de varias novelas de gran éxito, en especial Carta de una mujer desconocida, que fueron llevadas al cine.
Como intelectual judío no religioso y pacifista se vio obligado al exilio a raíz del ascenso del nazismo al poder y es en ese periodo final de su vida que vivió viajando por el continente americano pero sobre todo por Brasil, en el que se centra la película. Procedía de Londres, donde vivía y trabajaba, y había obtenido la nacionalidad británica. Sus libros habían sido prohibidos en Alemania.
Ya antes, durante la I Guerra Mundial, había abandonado el ejército austriaco —en el que ocupaba un puesto administrativo— y se trasladó a Suiza, país neutral. En el periodo entre guerras viajó mucho y su renombre como intelectual aumentó exponencialmente, lo que le aseguró la amistad de personalidades como el científico Albert Einstein, los escritores Máximo Gorki, Rainer Maria Rilke y Joseph Roth, el escultor Auguste Rodin o el músico Arturo Toscanini.
La casa de Zweig en Petrópolis (Brasil).
En la película Schrader elige una narrativa especial, semidocumental, para lograr la máxima verosimilitud y la mínima manipulación emocional. Selecciona seis episodios del exilio de Zweig y los cuenta en tiempo real. La película arranca con una recepción de bienvenida en Río de Janeiro en 1936, en un solo plano general con cámara fija, de nueve minutos, toda una declaración de intenciones. “Es difícil capturar una vida tan compleja y rica como la de Zweig en una película, incluso si solo te concentras en los últimos años”, señala la directora. “La estructura melodramática clásica no es fiel a la verdad; por eso he preferido construir un mosaico de momentos”.
Las dos siguientes escenas, claves para comprender el pensamiento del autor, suceden en el congreso de escritores en Buenos Aires ese mismo año. Schrader muestra cómo Zweig, interpretado por el actor austriaco Josef Hader, se resiste a condenar explícitamente el nazismo ante la prensa. “Cada gesto de resistencia carente de riesgo o impacto no es más que afán de protagonismo”, les responde. Acto seguido acaba convertido en héroe involuntario del congreso por su condición de exiliado.
“Mucha gente pensó que era un cobarde por no hacer una gran declaración política, pero yo no estoy de acuerdo”, dice Schrader. “Requiere una gran fortaleza resistir como lo hizo él e insistir en que el mundo no es blanco y negro; él pintó, a través de su escritura, pero también con su compromiso y empatía, toda la escala de grises”. La directora y guionista plantea los paralelos entre la escena del congreso de escritores, en la que el auditorio se pone en pie para aplaudir a un abochornado Zweig, con las reacciones mundiales al atentado de 2015 contra la sede de la revista francesa Charlie Hebdo, organizadas en torno al eslogan de Je suis Charlie. “Resulta muy interesante comparar la atmósfera de esa época y la actual, e inquietante comprobar las similitudes”, señala. “Cuando el mundo se vuelve demasiado complejo, la gente busca respuestas simples, y ese es el comienzo del triunfo del radicalismo”, advierte.
La película continúa con un encuentro con su primera esposa en Nueva York que pone de manifiesto en Zweig “el sentimiento de culpa” que deriva de su condición de exiliado. Una incursión con su última esposa, Lotte, en el norte de Brasil, y sus últimos días juntos en Petrópolis componen el resto de la narración.
La vida de Zweig terminó abruptamente en 1942. Él y su esposa se suicidaron, espantados por el envilecimiento moral y cultural de una Europa por la que él había trabajado tanto. Y así lo retrata Schrader quien, sin cargar las tintas, sumerge a los espectadores en la desesperanza del escritor ante el triunfo de la barbarie y la destrucción de la civilización.