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Marcada por la cultura alemana

La Feria del Libro de Santa Cruz, cada vez mayor, reúne en cientos de actividades al público, los autores y personajes pintorescos.

/ 18 de junio de 2017 / 04:00

La destacada presencia de Alemania, como país invitado, ha marcado la 18ª Feria Internacional del Libro (FIL) de Santa Cruz, que este año acogió a cerca de 50 escritores extranjeros y organizó cientos de eventos culturales, desde la presentación de libros, coloquios, encuentros literarios y festivales de poesía, hasta funciones de teatro y cine. Así, esta feria se ha convertido en la más grande del país. Solamente Alemania tenía una programación de más de cuarenta eventos. Mención aparte, como todos los años, merece el Pabellón infantil, único en Bolivia, pues ni la FIL de La Paz ni la de Cochabamba poseen uno tan grande y atrayente.

Los alemanes trajeron al responsable de la Feria del Libro de Frankfurt para prever la presencia de Bolivia en la feria más grande e importante del mundo. También trajeron danza, cine, escritores, expertos en literatura infantil y libros digitales y traductores. En las salas de conferencias y presentaciones de libros era notorio el esmero de los invitados en sus exposiciones… algo digno de verse y apreciar.

Las estrellas de la FIL cruceña fueron la narradora Almudena Grandes, de España; la periodista Dorrit Hartazim, de Brasil; el escritor Gisbert Haefs, de Alemania y el ilustrador Roger Mello, de Brasil, Premio Hans Christian Andersen de Literatura infantil.

En el Encuentro Internacional de Narrativa: Escritores al descubierto, Secretos y delitos literarios, participaron Fernanda Trías, de Uruguay; Carlos Arámbulo, de Perú; Piedad Bonett, de Colombia; Andrea Jeftanovih, de Chile, y por Bolivia, entre otros, Magela Baudoin, Edmundo Paz Soldán, Wilmer Urrelo, Giovanna Rivero y Natalia Chávez.

El primer encuentro de microficción boliviana reunió a Teresa Constanza Rodríguez, Felipe Parejas, Sisinia Anze, Gonzalo Llanos y Homero Carvalho, para compartir microcuentos y dialogar acerca de un subgénero que está ganando incondicionales en todo el país.

En el Festival Internacional de Poesía Ciudad de los Anillos, en su cuarta versión, entre los poetas que nos visitaron, además de los nacionales, estuvieron, entre otros, Felipe García Quintero, de Colombia; Enrique Solinas, de Argentina; Mario Bojórquez, de México; José María Muñoz Quirós, de España; Luis García Montero, de España y María Palitachi, de República Dominicana, que presentó la antología de poesía Voces de Latinoamérica, en la cual estamos varios bolivianos.

Una mesa redonda acerca de La novela policial y la novela histórica en el marco de la literatura contemporánea, reunió a Gonzalo Lema, de Bolivia y Gisbert Haefs, de Alemania. Por último, cabe destacar la mesa Libros infantiles ¿Para qué?, coordinada por Matze Dobele, de Alemania.

Se presentaron más de 100 libros, cerca de diez por noche. De la editorial 3600 se destacan la antología del Festival de Poesía, titulada Encrucijada; los libros premiados del concurso de Noveles escritores, cuya ganadora fue Melissa Sauma, y del Franz Tamayo, de cuento, ganado por Claudia Peña. De la editorial Kipus se destaca la novela La división Errante y el libro de cuentos La madre del Layme, de Adolfo Cáceres Romero, además del libro de Willy Muñoz dedicado a la obra de Gaby Vallejo. La Hoguera presentó la novela Diálogos del silencio, de la poeta Claudia Vaca. El País trajo el libro testimonial de Eduardo Machicado, La guerrilla del Che, ayer y hoy, un homenaje a los hermanos Vásquez Viaña, militantes del ELN. Y Plural se lució con el libro Dos disparos al amanecer, de Robert Brockmann, acerca de Germán Busch. Hay que valorar dos nuevas editoriales Mantis y Dum Dum, que nos entregarán obras de escritoras extranjeras.

En los pasillos de los pabellones, mirando títulos y preguntando precios, los escritores tuvimos la oportunidad de firmar autógrafos, felicitar a nuestros colegas, encontrarnos con otros autores, con amigos y con los lectores; tomarnos fotografías para subirlas a las redes sociales y especulamos sobre obras que aún no hemos leído. Por supuesto que no faltaron los engreídos pavoneándose entre los stands, de esos que se creen mejores que cualquiera. Era imperdible verlos caminar por una alfombra roja que solo estaba en sus afiebradas mentes.

En la presentación del libro Labrado en la memoria, del periodista Harold Olmos, se pudo apreciar a buena parte de la oposición política cruceña de diferentes organizaciones ya desaparecidas, que antes eran enemigos tan irreconciliables que ni se saludaban.

Anecdotario. En el stand de la Vicepresidencia se encontraban, conversando de marxismo, mi hija Carmen Lucía y su amiga Antonia, y escuchándolas una funcionaria les obsequió El manifiesto comunista. Se fueron “felices y comunistas”. Varios intelectuales cruceños, entre ellos la historiadora Paula Peña, expresaron su molestia porque eliminaron de las salas de conferencias los nombres de Gabriel René Moreno y Enrique Finot, grandes intelectuales cruceños, para reemplazarlos por los de dos jóvenes poetas fallecidos hace unos años.

En Santa Cruz vive un individuo que desde hace años se ha ganado el sobrenombre de “el metiche oficial” porque siempre presiona y molesta para estar de moderador en cualquier encuentro, mesa redonda, seminario o taller, sea de literatura o de otra especialidad. En los festivales de poesía hace incluir a poetas que sabe que no podrán asistir, para aparecerse el día marcado y leer por “encargo del poeta”. Este año, los alemanes nos dieron un almuerzo a los escritores, y lo vi llegar a la 12.30 en punto, como si fuera uno más de los invitados. Sin embargo, ninguno de los anfitriones lo invitó a quedarse y tuvo que salir por donde entró. Un bibliotecario que estaba a mi lado me comentó que el ambiente se sentía más liviano luego de la huida del “pesado”. Creo que nos hemos acostumbrado tanto a verlo en todas partes, que la feria no sería la misma sin él.

La FIL Santa Cruz, al igual que la de La Paz y Cochabamba, ya son fenómenos culturales en las que el público no solamente puede adquirir un libro —de hecho muchos de los visitantes lo hacen por única vez en el año— sino también participar de cientos de actividades culturales. Muchos editores, libreros y escritores independientes coinciden en afirmar que los diez días de feria venden más libros que en varios meses. Por eso mismo, las ferias del libro se convierten en encuentros imprescindibles para ampliar el mercado, promover la lectura y difundir las obras de escritores nacionales y extranjeros, lo que tanta falta nos hace.

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‘Radio Lecturas’, la rebelión poética

A través del fomento a la lectura se logra que jóvenes conozcan obras de autores nacionales e internacionales.

/ 7 de noviembre de 2018 / 04:01

El debate acerca de la lectura en Bolivia tiene que ir más allá de la existencia de librerías y debe incluir la formación escolar y la familia. Sabemos que el Ministerio de Educación no ha desarrollado un plan adecuado para hacer de las aulas de las unidades educativas centros de lectura y que el Ministerio de Cultura no ha podido llevar adelante la promoción de la lectura incluida en la Ley del Libro Óscar Alfaro.

Ante esta situación surgen iniciativas particulares como la del Colegio Internacional de la Sierra que ya lleva 15 años haciendo leer a escritores nacionales en todos los grados de primaria y secundaria; así como iniciativas particulares como la de la profesora Soledad Santelices e Hilda Cuéllar o las catedráticas Lisbeth Montenegro, Ruth Arenas, Balkis Alemán, los escritores David Vildoso, Gaby Vallejo, María Luisa Tejero, Claudia Vaca y otros. Hoy, quiero destacar un extraordinario emprendimiento personal que nació en un pueblo y se ha extendido por todo el país.

Se trata del proyecto Radio lecturas, de Víctor Hugo Quintanilla Coro, profesor universitario de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, quien cansado de escuchar y leer críticas decidió hacer algo sacrificando su tiempo libre, creó un proyecto para que las niñas y niños pudieran leer poemas y cuentos de escritores nacionales y extranjeros, sin ninguna mezquindad. Víctor Hugo posee el mismo espíritu poético/generoso que impulsa a personas como Claudia Vaca a actuar en vez de asumir la cómoda actitud de criticar.

En sus propias palabras, este proyecto innovador, que involucra a directores, profesores y padres de familia de las unidades educativas, así como a escritores y poetas por igual tiene el propósito de elevar los índices de lectura: “El proyecto consiste en transmitir, a través de diferentes radioemisoras, la lectura en voz alta de los educandos de primaria y de los estudiantes de secundaria, de textos originales de la literatura boliviana, latinoamericana y universal. Para este efecto, el proyecto ha identificado el componente de la comunicación radial en vivo y directo como estrategia para suscitar el interés y apoyo de los padres y madres de familia de los diferentes distritos, así como de los educados, estudiantes y maestras y maestros y sociedad radiooyente (…) dependiendo de las posibilidades, los programas de Radio Lecturas son conducidos por radialistas profesionales o por los mismos estudiantes, maestros y maestras que asisten a los programas con sus estudiantes”.

La primera transmisión se la realizó el 8 de junio de 2017, en el distrito educativo de San Borja y velozmente se expandió a los distritos de Trinidad, Riberalta, Guayaramerín, Reyes, Rurrenabaque, Potosí (ciudad), Tupiza, Villazón, Sucre, Desaguadero (Frontera de La Paz con Perú), San Buenaventura, Yacuiba y en la actualidad llega a otras ciudades de Bolivia. Para coordinar con los profesores, Víctor Hugo crea grupos de WhatsApp y también solicita a los escritores le envíen textos y grabaciones suyas que luego serán reenviadas a las unidades educativas. En el Facebook se pueden apreciar decenas de videos de niñas y niños leyendo poemas y cuentos; en mi caso me emocioné hasta las lágrimas cuando escuché a un grupo de ellos realizando una lectura coral de uno de mis poemas. Viendo y escuchando a nuestros adolescentes se puede responder a las interrogantes que nos plantea Claudia Vaca: “¿Qué concepciones de lectura estamos asumiendo en nuestras prácticas como lectores, libreros, bibliotecarios, profesores, escritores, periodistas, madre, padre ciudadanos?”, creo que este exitoso proyecto es una buena contribución a la solución de fomentar la lectura, en una triada: educación-comunicación-literatura, cuyos protagonistas son los propios niños que serán futuros lectores.

Hace unos días me escribió Víctor Hugo y me comentó lo siguiente: “Nuestro país no tiene políticas serias para incentivar los índices de lectura, pero desde que vengo realizando Radio Lecturas, ya miles de estudiantes, con la compañía de sus maestros, asisten a leer a las radios, porque tienen textos de calidad para leer. Antes de mi proyecto eso era poco más o menos que imposible. Y lo mejor: los niños, estudiantes, maestros, padres y madres de familia no van a leer por obligación. Todos van voluntariamente”. ¡Qué maravilla! Los programas radiales y las posteriores grabaciones en diferido se pueden escuchar por las redes sociales y ya se han leído textos de Álvaro Diez Astete, Nora Zapata Prill, Moira Bailey, Matilde Casazola, Sulma Montero, Homero Carvalho, Gary Daher, Gabriel Chávez, Ada Zapata, Mónica Velásquez Guzmán, entre otros escritores de Bolivia y entre los de otros países a Héctor Dante Cincotta (Argentina), Gian Pierre Codarlupo (Perú), Magdalena Camargo (Panamá), María Ángeles Pérez (España), Andrea Cote (Colombia), Marcia Stephenson (Estados Unidos), Fabián Recendez (Nuevo León, México), Luis Alonso Cruz Álvarez (Perú), Francisco Muñoz Soler, Juan Carlos Olivas (Costa Rica), Ricardo Scaglione (Argentina). Cabe aclarar para orgullo nuestro y de Víctor Hugo que no existe un proyecto así en otros países.

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‘Radio Lecturas’, la rebelión poética

A través del fomento a la lectura se logra que jóvenes conozcan obras de autores nacionales e internacionales.

/ 7 de noviembre de 2018 / 04:01

El debate acerca de la lectura en Bolivia tiene que ir más allá de la existencia de librerías y debe incluir la formación escolar y la familia. Sabemos que el Ministerio de Educación no ha desarrollado un plan adecuado para hacer de las aulas de las unidades educativas centros de lectura y que el Ministerio de Cultura no ha podido llevar adelante la promoción de la lectura incluida en la Ley del Libro Óscar Alfaro.

Ante esta situación surgen iniciativas particulares como la del Colegio Internacional de la Sierra que ya lleva 15 años haciendo leer a escritores nacionales en todos los grados de primaria y secundaria; así como iniciativas particulares como la de la profesora Soledad Santelices e Hilda Cuéllar o las catedráticas Lisbeth Montenegro, Ruth Arenas, Balkis Alemán, los escritores David Vildoso, Gaby Vallejo, María Luisa Tejero, Claudia Vaca y otros. Hoy, quiero destacar un extraordinario emprendimiento personal que nació en un pueblo y se ha extendido por todo el país.

Se trata del proyecto Radio lecturas, de Víctor Hugo Quintanilla Coro, profesor universitario de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSA, quien cansado de escuchar y leer críticas decidió hacer algo sacrificando su tiempo libre, creó un proyecto para que las niñas y niños pudieran leer poemas y cuentos de escritores nacionales y extranjeros, sin ninguna mezquindad. Víctor Hugo posee el mismo espíritu poético/generoso que impulsa a personas como Claudia Vaca a actuar en vez de asumir la cómoda actitud de criticar.

En sus propias palabras, este proyecto innovador, que involucra a directores, profesores y padres de familia de las unidades educativas, así como a escritores y poetas por igual tiene el propósito de elevar los índices de lectura: “El proyecto consiste en transmitir, a través de diferentes radioemisoras, la lectura en voz alta de los educandos de primaria y de los estudiantes de secundaria, de textos originales de la literatura boliviana, latinoamericana y universal. Para este efecto, el proyecto ha identificado el componente de la comunicación radial en vivo y directo como estrategia para suscitar el interés y apoyo de los padres y madres de familia de los diferentes distritos, así como de los educados, estudiantes y maestras y maestros y sociedad radiooyente (…) dependiendo de las posibilidades, los programas de Radio Lecturas son conducidos por radialistas profesionales o por los mismos estudiantes, maestros y maestras que asisten a los programas con sus estudiantes”.

La primera transmisión se la realizó el 8 de junio de 2017, en el distrito educativo de San Borja y velozmente se expandió a los distritos de Trinidad, Riberalta, Guayaramerín, Reyes, Rurrenabaque, Potosí (ciudad), Tupiza, Villazón, Sucre, Desaguadero (Frontera de La Paz con Perú), San Buenaventura, Yacuiba y en la actualidad llega a otras ciudades de Bolivia. Para coordinar con los profesores, Víctor Hugo crea grupos de WhatsApp y también solicita a los escritores le envíen textos y grabaciones suyas que luego serán reenviadas a las unidades educativas. En el Facebook se pueden apreciar decenas de videos de niñas y niños leyendo poemas y cuentos; en mi caso me emocioné hasta las lágrimas cuando escuché a un grupo de ellos realizando una lectura coral de uno de mis poemas. Viendo y escuchando a nuestros adolescentes se puede responder a las interrogantes que nos plantea Claudia Vaca: “¿Qué concepciones de lectura estamos asumiendo en nuestras prácticas como lectores, libreros, bibliotecarios, profesores, escritores, periodistas, madre, padre ciudadanos?”, creo que este exitoso proyecto es una buena contribución a la solución de fomentar la lectura, en una triada: educación-comunicación-literatura, cuyos protagonistas son los propios niños que serán futuros lectores.

Hace unos días me escribió Víctor Hugo y me comentó lo siguiente: “Nuestro país no tiene políticas serias para incentivar los índices de lectura, pero desde que vengo realizando Radio Lecturas, ya miles de estudiantes, con la compañía de sus maestros, asisten a leer a las radios, porque tienen textos de calidad para leer. Antes de mi proyecto eso era poco más o menos que imposible. Y lo mejor: los niños, estudiantes, maestros, padres y madres de familia no van a leer por obligación. Todos van voluntariamente”. ¡Qué maravilla! Los programas radiales y las posteriores grabaciones en diferido se pueden escuchar por las redes sociales y ya se han leído textos de Álvaro Diez Astete, Nora Zapata Prill, Moira Bailey, Matilde Casazola, Sulma Montero, Homero Carvalho, Gary Daher, Gabriel Chávez, Ada Zapata, Mónica Velásquez Guzmán, entre otros escritores de Bolivia y entre los de otros países a Héctor Dante Cincotta (Argentina), Gian Pierre Codarlupo (Perú), Magdalena Camargo (Panamá), María Ángeles Pérez (España), Andrea Cote (Colombia), Marcia Stephenson (Estados Unidos), Fabián Recendez (Nuevo León, México), Luis Alonso Cruz Álvarez (Perú), Francisco Muñoz Soler, Juan Carlos Olivas (Costa Rica), Ricardo Scaglione (Argentina). Cabe aclarar para orgullo nuestro y de Víctor Hugo que no existe un proyecto así en otros países.

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Los poetas del agua

El autor cavila sobre el vínculo entre los autores benianos y su principal fuente de creatividad.

/ 22 de noviembre de 2017 / 04:00

El medio ambiente determina de algún modo nuestra escritura. En la cordillera andina las montañas están presentes en el imaginario poético; así como las serranías floridas en los poetas de los valles; en el territorio de Beni, Amazonía boliviana por antonomasia, el elemento común es el agua.

En Beni ese carácter poético que nos distingue, que nos identifica, está marcado por las aguas, por la lluvia, por las zanjas, por los atajados, por las lagunas, por los arroyos, por los curiches, en fin por los ríos mismos y en especial por el Mamoré, el río madre, el río columna vertebral de nuestro ser amazónico, el río que somos todos los benianos. En el lenguaje que hablamos también somos un río que es tributario del castellano y de los idiomas nativos, nuestros pueblos indígenas aportaron sus palabras para crear una subcultura nacional que es propia de los benianos. En cada poeta beniano el carácter del agua se vuelve particularísimo, quizá porque hasta el nombre de nuestro departamento es el de un río, el río Beni, que en tacana quiere decir “viento”; somos agua y aire, tierra y cielo.

Entre los poetas más representativos están Fabián Vaca Chávez, Rafael Arteaga Terrazas, Félix Sattori Román, Hormando Ortiz Chávez, este último, sin duda alguna, uno de los grandes poetas del siglo pasado junto a Horacio Rivero Egüez; Luciano Durán Böger, novelista y poeta, fue militante comunista y su vida y su obra estuvieron marcadas por su compromiso social. René Chávez Muñoz, Arnaldo Mejía Justiniano, Asunta Limpias de Parada, Félix Pinto, Luis Assad Simon, su poesía es social y existencial.

Ambrosio García Rivera y Ruber Carvalho Urey son románticos, exaltan a la mujer y su compromiso poético es con el amor. Hernando García Vespa, Rubén Darío Parada, Antonio Carvalho Urey, Mary Monje Landívar, Pedro Shimose, José Villar Suárez, Nicómedes Suárez, Arnaldo Mejía Méndez, Germán Lecaro, Selva Velarde, Rosario Aquim, Roxana Selum, y Albanella Chávez, una de las más jóvenes.

La mayoría de estos hombres y mujeres de palabras tienen marcada a fuego o agua —para ser más precisos— una relación especial con ella, con los ríos, lagunas y cañadas y sus versos están escritos con el color de sus aguas. Tal vez la poesía sea la verdadera patria de las aguas que nos hermana en las palabras, porque los poetas tienen la vocación del agua, siempre fluyendo a los mares de palabras para no estancarse en el camino.

Ésta se convierte en un elemento de autoidentificación y cohesión de la identidad regional. El espacio geográfico, el paisaje, la vegetación, la fauna amazónica, los atardeceres y el agua en todas sus manifestaciones son pues elementos clave de la autoidentificación beniana y los poetas subliman esta característica hasta el paroxismo de la palabra. Un haiku de José Villar Suárez: “Hay un Mamoré/ que va por las estrellas/ de la Vía Láctea”.

La poesía que se escribe en Beni se convierte en una “premisa de interpretación de la realidad” y nos vuelve transformada en versos, en imágenes. Nadie que conozca nuestra región y lea un poema sobre el río podrá dudar de que se trate de un poeta nacido o criado en estas tierras. El poeta comparte su relación, su cosmovisión y la proyecta en los versos lúdicos, salvajes, sensuales, eróticos que escribe. Así lo entiende Fanthy Velarde, en este fragmento: “Es diciembre/ y el agua/ encontró cómo llegar/ hasta el borde mismo/ de las sábanas”. O a la joven poeta Albanella Chávez en el poema Historia: “un cuerpo está compuesto de puentes cruzados y derruidos; de mapas, planos, ideas; de ríos y acantilados; bajando por precipicios, entre el aire y el agua; aunque existan, quizá los caminos que conducen a ellos son ahora desandados/ mi nombre es un puente”.

En una relación erótica, el agua nos posee y nosotros poseemos el agua, el agua es nuestra amante. La deseamos ansiosamente para aliviar la sed, la necesitamos para refrescar nuestra humanidad, para lavar nuestros cuerpos de la transpiración: agua externa contra agua interna. Agua limpia contra agua sucia. Cuando amamos la sublimación es líquida, el beso, los cuerpos sudorosos, el arrebato sexual, somos ríos fluyendo hacia el mar que no es otra cosa que el otro. El agua del río Amazonas, el gran río del que los benianos somos tributarios. Es como si todo lo que escribiésemos lo hiciéramos con la tinta de los ríos que llevamos adentro.

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La memoria de la selva

‘Siringa’, de Juan Bautista Coímbra, se adelantó por décadas al realismo mágico y explica un periodo fundamental de la historia de Bolivia.

/ 28 de mayo de 2017 / 04:00

En los primeros años de la década de los 70 yo era un adolescente con ganas de descubrir el mundo a través de la literatura y mi padre, Antonio Carvalho Urey, escritor y periodista, me aconsejó leer a los autores del boom latinoamericano. Quedé fascinado con esa escritura maravillosa. Un día me dijo: “Ahora tienes que leer a uno de los nuestros y me entregó un ejemplar de Siringa, de Juan Bautista Coímbra”. Leer esta obra fue descubrir literariamente mi ser amazónico convocado por un extraordinario escritor.

Juan Bautista Coímbra Cuéllar nació en Santa Cruz en 1878 y murió en Cachuela Esperanza, Beni, en 1942; fue un notable escritor y periodista que, al decir de Fabián Vaca Chávez, también hizo las veces de historiador y geógrafo. Coímbra llegó a Beni en 1896 y, en poco tiempo, después de realizar varios trabajos, se hizo con su propia imprenta en Baures, en la que publicaba el periódico El Porvenir. Imagínense no más, un periódico, en un pequeño pueblo perdido en la Amazonía, lejos, muy lejos del Estado. Coímbra redactaba los editoriales, las notas periodísticas y los reportajes; además de escribir poemas que luego serían reunidos en un volumen titulado Selváticas.

“Siringa ha sido una sorpresa y una revelación”, afirma Vaca Díez en el prólogo que escribió para la edición de 1942 y yo lo suscribo plenamente. Es una obra deslumbrante, en la que se muestra un escritor maduro, experto, con un castellano castizo equilibrado con las palabras nativas que enriquecieron a la lengua ibérica; Coímbra escribe con esmero, su adjetivación es adecuada y su capital léxico es evidente. En la narración incluso alcanza hitos poéticos:

“Anocheció. El piélago agitado acentuó su rumor de tromba. Impelidos por furioso vendaval, empezaron a moverse velozmente los islotes en un espectáculo grandioso y complejo de ceguera cósmica…”

Leer Siringa fue para mí acompañar a su autor en un viaje delirante, escucharlo contar la crónica de su vida, despertar en la selva e ir descubriendo sus misterios, sus sueños vegetales, sus delirios míticos, sus arrebatos salvajes y la miseria humana que siempre acompaña todo proceso de conquista. Porque eso fue lo que sucedió con la explotación de la goma elástica y eso es lo que, en el fondo, narra Coímbra. El autor, nacido en la más española de las ciudades bolivianas, cree que junto a otros cruceños tienen el deber de “desencantar la tierra”, como lo afirmó Ñuflo de Chávez al fundarla. Parten al “territorio de colonias” a colonizar, es decir a civilizar. De alguna manera los cruceños vieron en Moxos la prolongación del sueño colonial heredado de sus antepasados españoles; el caucho se convirtió en la quimera del oro, en El Dorado, y partieron en su búsqueda. Siringa es la crónica de esa aventura.

Un dato curioso: en la Feria Internacional del Libro de La Habana encontré un libro que buscaba desde hacía varios años: Amazonía, el río tiene voces, de Ana Pizarro, Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada 2011. Pizarro es una reconocida investigadora chilena y su libro me era necesario para continuar mis investigaciones acerca de la literatura en la Amazonía boliviana, que vengo realizando como un legado de mi padre.

El libro está concebido como una expedición, en la que la autora se interna en la región amazónica con un mapa de navegación descubriendo sus formas culturales y su construcción discursiva. Pizarro nos va narrando la estética de la selva y la oralidad mitológica de este espacio de encantos y desencantos. En el segundo capítulo se ocupa de las “Crónicas de viajes de conquistadores y naturalistas”, especialmente de Carvajal y la expedición de Orellana; Lope de Aguirre contra Dios y contra el Rey, Acuña y el viaje de Texeira, así como de la imaginería europea que bautiza al río Amazonas.

En el capítulo tres llega a la época de la goma y se encuentra con las voces del “seringal”, en sus lógicas y desgarramientos amazónicos. Nos habla de los barones de la goma y, por supuesto, de Nicolás Suárez, de Bolivia, y de Julio César Arana, de Perú, en lo que vendría a ser una especie de gesta civilizadora. En este proceso, pleno de leyendas negras, se da la presencia activa de intelectuales y escritores citados por la autora. Sin embargo, en el caso de Bolivia es notable la ausencia de Juan B. Coímbra y su novela Siringa, fundamental para comprender este periodo nacional.

Muchos críticos no consideran a Siringa como una novela, sin darse cuenta de que la novela es el género literario que lo consiente todo y que nadie puede decirle a un autor cómo se debe escribir. En este caso, creo que esta novela se adelanta con décadas al realismo mágico y por su calidad estética y literaria, así como por su contenido social y político, la propuse para que la incluyan entre las 15 novelas fundamentales de Bolivia; sin embargo, los criterios mezquinos pudieron más y quedó fuera de la lista. Lo que no ha evitado que siga siendo considerada una de las mejores novelas de la selva, mejor que Canaima, de Rómulo Gallegos, y La vorágine, de José Eustasio Rivera. Así lo han expresado autores como Fernando Díez de Medina, Porfirio Díaz Machicado, Augusto Guzmán y otros prestigiosos escritores, críticos y literatos.

A través de la lectura de Siringa podemos comprender un periodo de la historia de Bolivia que muy pocos conocen, tanto en su importancia económica como en su consecuencias sociales y políticas. Poco se ha hablado en nuestro país de que la riqueza que generó la goma pagando impuestos en Villa Bella, en Beni, fue el ciclo económico intermedio entre la plata de Potosí y el estaño de Oruro. Durante muchos años la goma sostuvo al Estado boliviano e incluso financió la Guerra del Acre y, también, la Guerra del Chaco.

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La memoria de la selva

‘Siringa’, de Juan Bautista Coímbra, se adelantó por décadas al realismo mágico y explica un periodo fundamental de la historia de Bolivia.

/ 28 de mayo de 2017 / 04:00

En los primeros años de la década de los 70 yo era un adolescente con ganas de descubrir el mundo a través de la literatura y mi padre, Antonio Carvalho Urey, escritor y periodista, me aconsejó leer a los autores del boom latinoamericano. Quedé fascinado con esa escritura maravillosa. Un día me dijo: “Ahora tienes que leer a uno de los nuestros y me entregó un ejemplar de Siringa, de Juan Bautista Coímbra”. Leer esta obra fue descubrir literariamente mi ser amazónico convocado por un extraordinario escritor.

Juan Bautista Coímbra Cuéllar nació en Santa Cruz en 1878 y murió en Cachuela Esperanza, Beni, en 1942; fue un notable escritor y periodista que, al decir de Fabián Vaca Chávez, también hizo las veces de historiador y geógrafo. Coímbra llegó a Beni en 1896 y, en poco tiempo, después de realizar varios trabajos, se hizo con su propia imprenta en Baures, en la que publicaba el periódico El Porvenir. Imagínense no más, un periódico, en un pequeño pueblo perdido en la Amazonía, lejos, muy lejos del Estado. Coímbra redactaba los editoriales, las notas periodísticas y los reportajes; además de escribir poemas que luego serían reunidos en un volumen titulado Selváticas.

“Siringa ha sido una sorpresa y una revelación”, afirma Vaca Díez en el prólogo que escribió para la edición de 1942 y yo lo suscribo plenamente. Es una obra deslumbrante, en la que se muestra un escritor maduro, experto, con un castellano castizo equilibrado con las palabras nativas que enriquecieron a la lengua ibérica; Coímbra escribe con esmero, su adjetivación es adecuada y su capital léxico es evidente. En la narración incluso alcanza hitos poéticos:

“Anocheció. El piélago agitado acentuó su rumor de tromba. Impelidos por furioso vendaval, empezaron a moverse velozmente los islotes en un espectáculo grandioso y complejo de ceguera cósmica…”

Leer Siringa fue para mí acompañar a su autor en un viaje delirante, escucharlo contar la crónica de su vida, despertar en la selva e ir descubriendo sus misterios, sus sueños vegetales, sus delirios míticos, sus arrebatos salvajes y la miseria humana que siempre acompaña todo proceso de conquista. Porque eso fue lo que sucedió con la explotación de la goma elástica y eso es lo que, en el fondo, narra Coímbra. El autor, nacido en la más española de las ciudades bolivianas, cree que junto a otros cruceños tienen el deber de “desencantar la tierra”, como lo afirmó Ñuflo de Chávez al fundarla. Parten al “territorio de colonias” a colonizar, es decir a civilizar. De alguna manera los cruceños vieron en Moxos la prolongación del sueño colonial heredado de sus antepasados españoles; el caucho se convirtió en la quimera del oro, en El Dorado, y partieron en su búsqueda. Siringa es la crónica de esa aventura.

Un dato curioso: en la Feria Internacional del Libro de La Habana encontré un libro que buscaba desde hacía varios años: Amazonía, el río tiene voces, de Ana Pizarro, Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada 2011. Pizarro es una reconocida investigadora chilena y su libro me era necesario para continuar mis investigaciones acerca de la literatura en la Amazonía boliviana, que vengo realizando como un legado de mi padre.

El libro está concebido como una expedición, en la que la autora se interna en la región amazónica con un mapa de navegación descubriendo sus formas culturales y su construcción discursiva. Pizarro nos va narrando la estética de la selva y la oralidad mitológica de este espacio de encantos y desencantos. En el segundo capítulo se ocupa de las “Crónicas de viajes de conquistadores y naturalistas”, especialmente de Carvajal y la expedición de Orellana; Lope de Aguirre contra Dios y contra el Rey, Acuña y el viaje de Texeira, así como de la imaginería europea que bautiza al río Amazonas.

En el capítulo tres llega a la época de la goma y se encuentra con las voces del “seringal”, en sus lógicas y desgarramientos amazónicos. Nos habla de los barones de la goma y, por supuesto, de Nicolás Suárez, de Bolivia, y de Julio César Arana, de Perú, en lo que vendría a ser una especie de gesta civilizadora. En este proceso, pleno de leyendas negras, se da la presencia activa de intelectuales y escritores citados por la autora. Sin embargo, en el caso de Bolivia es notable la ausencia de Juan B. Coímbra y su novela Siringa, fundamental para comprender este periodo nacional.

Muchos críticos no consideran a Siringa como una novela, sin darse cuenta de que la novela es el género literario que lo consiente todo y que nadie puede decirle a un autor cómo se debe escribir. En este caso, creo que esta novela se adelanta con décadas al realismo mágico y por su calidad estética y literaria, así como por su contenido social y político, la propuse para que la incluyan entre las 15 novelas fundamentales de Bolivia; sin embargo, los criterios mezquinos pudieron más y quedó fuera de la lista. Lo que no ha evitado que siga siendo considerada una de las mejores novelas de la selva, mejor que Canaima, de Rómulo Gallegos, y La vorágine, de José Eustasio Rivera. Así lo han expresado autores como Fernando Díez de Medina, Porfirio Díaz Machicado, Augusto Guzmán y otros prestigiosos escritores, críticos y literatos.

A través de la lectura de Siringa podemos comprender un periodo de la historia de Bolivia que muy pocos conocen, tanto en su importancia económica como en su consecuencias sociales y políticas. Poco se ha hablado en nuestro país de que la riqueza que generó la goma pagando impuestos en Villa Bella, en Beni, fue el ciclo económico intermedio entre la plata de Potosí y el estaño de Oruro. Durante muchos años la goma sostuvo al Estado boliviano e incluso financió la Guerra del Acre y, también, la Guerra del Chaco.

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