Todavía siento un vacío en el ancho lugar que ocupaba Graciela Paraskevaídis en mi cotidianidad. O tal vez sea una nueva manera de estar ella presente. Es que por años viví las cosas casi siempre pensando en contárselas a Graciela, a ver qué decía; desde las hogareñas hasta las hondamente trascendentales, pasando por acontecimientos políticos de aquí, de allá y de más allá, o por noticias de amigos extraviados y recomendaciones de lecturas, alertas sobre embaucadores y hasta por fuertes disensos que llegamos a tener, cómo no. Entre cartas ensobradas y con estampilla y correos electrónicos incontables, acumulamos intensa correspondencia sobre la que construimos una amistad de espacios múltiples; como una catedral, o algo así.

Esperaba conocer su criterio sobre composiciones, textos o emprendimientos míos para sentirme realmente validado. Graciela siempre escuchaba algo más que uno, o conocía otros contextos desde donde cuestionar o refrendar una idea. Y sobre todo hacía preguntas, de ésas que remueven el piso o catapultan a una certera revelación, en la dosis perfectamente equilibrada de motivación y desafío.

Graciela jamás fue complaciente con nadie, por más cercano que fuera; y menos consigo misma. Hasta podía ser implacable a la hora de las valoraciones, sin importarle si se trataba de un abuelo venerable, un coetáneo suyo o alguien muy joven empezando a caminar. Pero, asimismo, cuando lo consideraba merecido, no se guardaba reconocimientos ni apreciaciones. Prueba de su posicionamiento inconfundible en esta misión son los innumerables artículos, ensayos y análisis que escribió desde lo estético, lo histórico, lo político y lo educativo en la transversal de la cultura. Todo un legado.

Esa Graciela me asombró desde el primer contacto. Tanta lucidez, tanta coherencia, tanta constancia… Así, primero la comprendí a ella, y más tarde a su música, que es consecuencia de esa inmensa personalidad, pero en un nivel incisivamente abstracto, creada no para mostrarse sino para llamar, como una campanada que atrae por su tono y luego progresivamente descubre sonoridades subyacentes, intrínsecas o contenidas, a quien quiera —o pueda— escuchar ahí donde se hace abundante. Y sus partituras no representan nada de eso. Son códigos inductivos, instrucciones de procedimiento, apenas previsiones gráficas de una magia imposible de figurar como no sea en el espacio sonoro y en el tiempo real.

Graciela amó Bolivia y fue uno de los pilares de sustentación moral para el arriesgado proyecto de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN), del que además fue aguda observadora, militante difusora y comprometida creadora. Antes de la fundación de la OEIN, Graciela había escrito Magma V, para cuatro quenas: un referente indiscutible. Celebrando los 25 años de este ensamble compuso una obra de alta intensidad bajo el título …Y allá andará según se dice…, dedicada a Bartolina Sisa. Y en el 2010, a consecuencia de una intensa visita a La Paz compuso una bellísima música para el Ensamble de Cámara de la OEIN: Bajo otros cielos. Ambas de alusión guevarista, integran el repertorio más emblemático e interpretado de la OEIN, y fueron motivo de constantes intercambios informativos, técnicos, conceptuales y afectivos, no solo conmigo, sino con los jóvenes de la OEIN. Siempre presente.

La última vez que nos vimos fue en Montevideo en octubre de 2015, en el coloquio sobre músicas indígenas de las Américas. Como en muchas ocasiones, compartimos ideas y emociones. Al cierre me preguntó si me interesaba conocer un lugar de la ciudad que estaba fuera del circuito turístico. Y me llevó. Era el Memorial a los Desaparecidos. En un parque de un barrio popular levantaron la hierba de una extensa superficie cuadrada, dejando expuesta la roca y sus ondulaciones rígidas, con una pasarela atravesando a la mitad, en cuyas barandas de vidrio biselaron los nombres de todos ausentes, los ausentados. El viento de la costa completaba los mensajes implícitos de este recodo urbano silencioso. Graciela me observaba con discreción y respeto, sintonizando perfectamente las emociones de mi circunstancia. La estoy viendo, más lejos, más cerca, conforme yo me desplazaba, siempre ahí, quieta como quien abrió un mundo y permite su descubrimiento sin prisas.

Allí cerramos un caudal de vida. Fue una despedida. Ahora lo entiendo, y entonces lo intuí; sobre todo en la cascada de correos con premonitorios contenidos que siguió entre Montevideo y La Paz. Una postal en particular con la imagen señorial de don Eduardo Fabini a cuyo reverso había escrito ella de puño y letra, grande y determinada: “Desde las lejanas lejanías, mi fraternísimo abrazo e inmenso afecto. Graciela / MVD, VI 2016.” Me impactó. Era junio, como ahora. Lejanas lejanías es el título de una composición mía para piano. Y desde allá me abrazaba con hermandad y afecto, en evidente trascendencia.
El 3 de octubre siguiente recibí este correo: “Estamos consternados y profundamente apenados por este nuevo golpe de la historia. Qué tragedia. En realidad, este mensaje era para contarte que, después de Montevideo, Daniel Áñez tocó el programa en el Auditorio Borges de la BN en Buenos Aires. El sábado 1 y el domingo 2 estuvo en el programa radial de Marcelo Delgado (…). La entrevista fue ilustrada con grabaciones de Rodríguez Villamizar de Rodolfo Acosta y Flores secas, una canción temprana de Jacqueline Nova para voz y piano, y con la ejecución en vivo de Lejanas lejanías y mi Viva voce. Todo salió muy bien. Pero el mensaje vuelve inexorablemente al duelo por Colombia. Un abrazo lleno de tristeza. Graciela”. Se refería al referendo por la paz…

Lejos de ser una burbuja de ensimismamiento, en su música Graciela resonaba con la realidad. La sobriedad y el rigor de su estética y su ética venían del contacto con el mundo y sus dolores, entendiéndose ella a sí misma como una hebra en el tejido humano. Así vivió.

El 17 de octubre su compañero de vida, Coriún, escribió: “Graciela fue operada de un tumor maligno en el intestino. Se está recuperando con buen ánimo. Veremos cómo sigue el proceso”. El 03 de noviembre, ambos: “Un apretado abrazo para tu día, con la larga amistad y el profundo cariño de, Graciela y Coriún”. El 16 de diciembre: “Las novedades respecto a la salud de Graciela y de Coriún se han sucedido atropelladamente”. Y el 21 de febrero de 2017, “Queridísimo Cergio: Graciela murió hoy martes 21 a las 08.30. Estoy quebrado. Gran abrazo. Coriún”. Ahora estoy aprendiendo a encontrar a Graciela en otros términos de la existencia siguiendo la verdad del poeta Juarroz: “el mundo es un lugar para aprender, qué ser no necesita lugar”.