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Luis García Montero: «Mi poesía se aleja del elitismo’

Luis García Montero publica su primer libro en Bolivia, ‘Una melancolía optimista’, un resumen de su obra para el que él mismo ha seleccionado los poemas que más le identifican.

/ 25 de junio de 2017 / 04:00

Luis García Montero es crítico literario, ensayista, novelista y catedrático de literatura española. Pero, sobre todo, es poeta. Y tal vez sea el más reconocido en español, una lengua que él define como “una riqueza compartida”. No solo goza del favor del público y de muchos músicos —Serrat y Sabina, por ejemplo, han musicalizado sus poemas— sino de los críticos: ha ganado todos los premios importantes, entre ellos el Nacional de Poesía, por Habitaciones separadas en 1995, y el Nacional de la Crítica, por La intimidad de la serpiente en 2003.

Ahora acaba de publicar por primera vez en Bolivia, con la nueva colección Agua Ardiente, de Plural editores. El libro se llama Una melancolía optimista y es una antología de 60 poemas seleccionados por el propio García Montero y que resultan una muy buena forma de acercarse a un autor que define su poesía como “de frontera” porque —igual que el título de este libro— es una paradoja que se mueve entre el pasado y el futuro, entre lo individual y lo colectivo, y entre el lirismo y el realismo. Varios de los poemas rinden homenaje a poetas que el autor considera sus maestros, como Blas de Otero, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Antonio Machado o Federico García Lorca.

— ¿Se puede hacer un resumen completo de una obra poética tan amplia como la suya?

— Para Una melancolía optimista seleccioné los poemas en los que me siento más cómodo. La literatura se disfruta con ojos de admiración cuando uno lee a los poetas que admira. En cambio, leerse a uno mismo con ojos de admiración es de tontos, y yo me leo con ojos de corrector, que son muy diferentes. Pero hay algunos poemas con los que me identifico más que con otros porque me parece que definen mejor lo que he querido hacer todos estos años en la poesía, y esos poemas son los que he organizado en esta antología.

— Sobre todo al principio de su carrera le han criticado argumentando que es usted poco lírico, demasiado realista, ¿lo es?

— Cuando empecé muchas veces se miraba con prejuicio el realismo y en general se pensaba que era mucho más moderna la poesía que experimentaba con las formas. Pero ésta resultaba muy culturalista y escribía con un lenguaje muy distinto al de la sociedad, lo que hacía del poeta a veces incomprensible y, sobre todo, un ser raro y distanciado de la gente normal. Yo preferí identificarme con Antonio Machado, que era el poeta ciudadano, el que iba al trabajo para pagarse el pan. Y luego he querido unir esto con las posibilidades poéticas del siglo XX. Por ejemplo, yo nací en Granada, la ciudad de García Lorca, un poeta que me deslumbra y al que desde adolescente he estudiado a fondo.

Toda la fuerza vanguardista que hay en Poeta en Nueva York me educó en la metáfora. Y lo que he intentado en mi obra es utilizar esa fuerza imaginativa para aportarle tensión a un lenguaje y una música que tiene un tono realista. Por eso, me gusta verme como una especie de romántico ilustrado: me gusta la rebeldía del romanticismo, pero la de ese romanticismo que enriquece la razón de la Ilustración, y no el que la niega.

— ¿Se puede considerar, entonces, que la suya es una poesía para la gente de a pie?

— La mía es una poesía realista en el sentido que tiene mucho de la vida cotidiana y está alejada del elitismo y que por eso mismo —me gusta creer— es un arte útil. Reivindico una poesía que se ponga al servicio del ser humano de la gente de la calle, lo cual no excluye ni mucho menos que tenga profundidad.

La poesía es algo que no puede servir para el negocio fácil. Yo me eduqué en una fe en el progreso solidario entre seres humanos y he tenido ilusiones propias del progresismo. Por eso, doy mucha importancia a los valores, en la vida diaria y, por tanto, en la poesía.

— ¿Cómo compatibiliza lo personal y lo social?

— Entendiendo la poesía como una conversación íntima entre dos personas que aunque sea con una distancia física y tal vez temporal, meditan juntas. Y para meditar recurren a la conciencia individual y a sus relaciones con la sociedad. Los individuos vivimos en sociedad y nos relacionamos mediante el lenguaje, que por eso es el legado social más grande que tenemos. Y los poetas nos dedicamos a cuidar el lenguaje y la historia, porque la historia no solo la hacen las constituciones y las huelgas obreras, también los sentimientos. Yo defiendo la conciencia individual es independiente y a la vez forma parte de una historia colectiva. Es otra muestra de que me gusta vivir en la paradoja, o en la frontera. Es en ese diálogo entre la melancolía y el optimismo, entre la razón y la pasión, o entre el individuo y la sociedad donde me gusta hacer poesía. Por eso, se puede decir que la mía es una poesía de frontera.

— Entonces, ¿la poesía se puede entender como una herramienta para el cambio político?

— Yo he hecho poesía social, he escrito poemas para leer en manifestaciones o en una huelga general. Pero no quiero ser un profeta porque sé que el mejor poema del mejor de los poetas crea menos corriente de opinión que un informativo de televisión bien manipulado. El espacio del poeta ahora no está tanto en convertirse en un tribuno que recita en un púlpito, sino en establecer un diálogo entre conciencias que a largo plazo puede tener más importancia para cambiar la realidad. La parte de la realidad que soy yo la ha cambiado la poesía. No sería como soy si no hubiese leído a Pablo Neruda, a César Vallejo, a José Emilio Pacheco, a Rafael Alberti, a Antonio Machado…

— ¿Y los jóvenes sienten ese apego y esa admiración que usted siente por los poetas pasados?

— Tan peligrosos son los jóvenes sin memoria como los viejos cascarrabias. Según se cumplen años se tiene la tentación de pensar que los jóvenes no saben nada y antes nosotros, sí. Eso es una tontería. Como lo es la del joven que cree que va a inventar la pólvora de la nada, despreciando la herencia de sus mayores. Eso es una trampa de las sociedades de consumo, que están mercantilizando todo, incluso las personas y el tiempo. Alguna vez he dicho que la libertad no está solo en poder decir lo que pensamos, sino también en poder pensar lo que decimos, y eso está difícil hoy.

— ¿Y la literatura sigue teniendo algo que decir para evitar esa trampa?

— A mí me gusta la literatura porque frente al tiempo de usar y tirar defiende un tiempo con dimensión histórica y narrativa, en el que se puede pensar, además de sentir. Y es en ese tiempo en el que los jóvenes tienen derecho a vivir y actualizar la herencia recibida para construir su mundo. Por eso no se debe perder el compromiso con el pasado ni el compromiso con el futuro. Mi educación sentimental y mis ilusiones son las de un chico del siglo XX pero, como todos los días estoy en contacto con mis alumnos, procuro actualizarme. No quiero imponerles mi mundo, sino enriquecer el suyo con algunas cosas del pasado que me parecen muy importantes.

— ¿Se siente cercano a América Latina?

— Sí, claro, y más ahora que vivimos en un momento en el que son muy necesarias, y están siendo muy fértiles, las relaciones de las poesías de los distintos países. Me gusta siempre decir que la poesía es la capital de un idioma sin centros. El idioma es una riqueza compartida, a la que cada país y cada cultura aporta con su singularidad y sus peculiaridades. Hasta ahora he tenido una relación más estrecha con la poesía mexicana, la argentina y la colombiana. Ésta es la primera vez que vengo a Bolivia, y la verdad es que conocía mal la poesía boliviana. De aquí seguía a Gabriel Chávez y a Eduardo Mitre y había leído a Saenz, pero he aprovechado este viaje para verme con mucha gente y así entender un poco mejor el resto.

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Salvan un mural de Alandia Pantoja en El Alto

La pintura estaba amenazada por la humedad y se trasladará para que sea restaurada. Los vecinos han acometido trabajos de transformación del lugar, que lleva años abandonado, para darle alguna utilidad que favorezca a la comunidad.

/ 5 de septiembre de 2017 / 17:00

El colectivo de artistas Cementerio de Elefantes y funcionarios de la Alcaldía de La Paz impidieron ayer que los vecinos demoliesen un mural de Miguel Alandia Pantoja en Milluni, en el Distrito 13 de El Alto.

Dos artistas de Cementerio de Elefantes, Eliazar Loza y Javier del Carpio, dieron la alarma y llevaron al lugar a los técnicos municipales paceños. El director de la Escuela Taller —una institución que trabaja en la restauración del patrimonio—, Rolando Saravia, acudió con ellos y comprobó que el mural corresponde a Alandia Pantoja y que sufre ligeros daños.

La obra mide 4,2 metros de largo y 2,6 de alto. “Se encuentra en buen estado de conservación en un 90%, mientras que el 5% está amenazado por la humedad y el otro 5% se desprendió y ya se considera perdido”, informó Saravia. El artista lo creó en una pared del teatro Hernán Siles, que lleva años abandonado y semiderruido y junto al que existe un charco que provoca las humedades.

Para Saravia no queda ninguna duda de que la obra es de Alandia Pantoja “por la temática, por las técnicas constructivas y los rasgos de los personajes”. “Se trata de una obra importante que se hizo expresamente para donde está” y que representa a un minero y está rodeado por iconografía relacionada con la zona de Milluni.

Los vecinos han acometido trabajos de transformación del lugar, que lleva años abandonado, para darle alguna utilidad que favorezca a la comunidad. Saravia asegura que “hicieron las gestiones en el ayuntamiento de El Alto para obtener el permiso”. La delegación de Cementerio de Elefantes y del ayuntamiento de La Paz se reunieron ayer con ellos, les explicaron la importancia de la obra y consiguieron el compromiso del jilakata y de otros representantes de que la obra no se va a tocar hasta que se tome una decisión sobre qué hacer con ella.

  • Abandono. La obra se encuentra en uno de los muros de un antiguo teatro. Foto: GAMLP

“Para recuperar el mural hay que sacarlo de donde está”, dijo Saravia. Y se debe hacerlo con cierta celeridad porque más agua perjudicaría gravemente a la obra y la temporada de lluvias se aproxima. De hecho, estos días nubes muy oscuras han amenazado El Alto con lluvias o, probablemente, nevadas.

El mural se desmontaría por partes, que se llevarían a algún taller de restauración, para en un principio detener la degradación de la obra y más tarde recuperar sus características originales. Quedaría por determinar a qué taller iría, que puede ser el de La Paz, uno de El Alto o en otro. En esta decisión tendrá que intervenir el Ministerio de Culturas.

Loza dijo ayer que hoy miembros de su colectivo volverán a Milluni con funcionarios de la Unidad de Catalogación del ministerio, quienes cubrirán el mural con una nueva lona y tomarán mediciones y fotos que ayuden a elaborar un plan de actuación. El descubrimiento de la obra, según Loza, “fue casual”. “Varios miembros de Cementerio de Elefantes andábamos por la zona y entramos en la construcción sin saber qué era lo que había dentro”. A partir de ahora, el colectivo va a seguir dando seguimiento al caso y “haciendo lo que se pueda para agilizar las gestiones de unos y otros para que esto se resuelva lo antes posible y se asegure el mural”. “Ellos son los principales actores en todo esto”, afirma Saravia.

El potosino Alandia Pantoja está considerado como uno de los muralistas más influyentes del siglo XX, no solo en Bolivia sino en toda América Latina. Fue dirigente del partido trotskista POR y perseguido por la dictadura, tuvo que exiliarse a Lima, donde murió. Su obra está llena de mensajes revolucionarios y sociales, y de mineros como los de Milluni. (05/09/2017)

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Salvan un mural de Alandia Pantoja en El Alto

La pintura estaba amenazada por la humedad y se trasladará para que sea restaurada. Los vecinos han acometido trabajos de transformación del lugar, que lleva años abandonado, para darle alguna utilidad que favorezca a la comunidad.

/ 5 de septiembre de 2017 / 17:00

El colectivo de artistas Cementerio de Elefantes y funcionarios de la Alcaldía de La Paz impidieron ayer que los vecinos demoliesen un mural de Miguel Alandia Pantoja en Milluni, en el Distrito 13 de El Alto.

Dos artistas de Cementerio de Elefantes, Eliazar Loza y Javier del Carpio, dieron la alarma y llevaron al lugar a los técnicos municipales paceños. El director de la Escuela Taller —una institución que trabaja en la restauración del patrimonio—, Rolando Saravia, acudió con ellos y comprobó que el mural corresponde a Alandia Pantoja y que sufre ligeros daños.

La obra mide 4,2 metros de largo y 2,6 de alto. “Se encuentra en buen estado de conservación en un 90%, mientras que el 5% está amenazado por la humedad y el otro 5% se desprendió y ya se considera perdido”, informó Saravia. El artista lo creó en una pared del teatro Hernán Siles, que lleva años abandonado y semiderruido y junto al que existe un charco que provoca las humedades.

Para Saravia no queda ninguna duda de que la obra es de Alandia Pantoja “por la temática, por las técnicas constructivas y los rasgos de los personajes”. “Se trata de una obra importante que se hizo expresamente para donde está” y que representa a un minero y está rodeado por iconografía relacionada con la zona de Milluni.

Los vecinos han acometido trabajos de transformación del lugar, que lleva años abandonado, para darle alguna utilidad que favorezca a la comunidad. Saravia asegura que “hicieron las gestiones en el ayuntamiento de El Alto para obtener el permiso”. La delegación de Cementerio de Elefantes y del ayuntamiento de La Paz se reunieron ayer con ellos, les explicaron la importancia de la obra y consiguieron el compromiso del jilakata y de otros representantes de que la obra no se va a tocar hasta que se tome una decisión sobre qué hacer con ella.

  • Abandono. La obra se encuentra en uno de los muros de un antiguo teatro. Foto: GAMLP

“Para recuperar el mural hay que sacarlo de donde está”, dijo Saravia. Y se debe hacerlo con cierta celeridad porque más agua perjudicaría gravemente a la obra y la temporada de lluvias se aproxima. De hecho, estos días nubes muy oscuras han amenazado El Alto con lluvias o, probablemente, nevadas.

El mural se desmontaría por partes, que se llevarían a algún taller de restauración, para en un principio detener la degradación de la obra y más tarde recuperar sus características originales. Quedaría por determinar a qué taller iría, que puede ser el de La Paz, uno de El Alto o en otro. En esta decisión tendrá que intervenir el Ministerio de Culturas.

Loza dijo ayer que hoy miembros de su colectivo volverán a Milluni con funcionarios de la Unidad de Catalogación del ministerio, quienes cubrirán el mural con una nueva lona y tomarán mediciones y fotos que ayuden a elaborar un plan de actuación. El descubrimiento de la obra, según Loza, “fue casual”. “Varios miembros de Cementerio de Elefantes andábamos por la zona y entramos en la construcción sin saber qué era lo que había dentro”. A partir de ahora, el colectivo va a seguir dando seguimiento al caso y “haciendo lo que se pueda para agilizar las gestiones de unos y otros para que esto se resuelva lo antes posible y se asegure el mural”. “Ellos son los principales actores en todo esto”, afirma Saravia.

El potosino Alandia Pantoja está considerado como uno de los muralistas más influyentes del siglo XX, no solo en Bolivia sino en toda América Latina. Fue dirigente del partido trotskista POR y perseguido por la dictadura, tuvo que exiliarse a Lima, donde murió. Su obra está llena de mensajes revolucionarios y sociales, y de mineros como los de Milluni. (05/09/2017)

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La devoción reúne a toda Bolivia en Urcupiña

40.000 bailarines desfilaron por las calles de Quillacollo.

/ 15 de agosto de 2017 / 18:52

Bailarines de todo el país se reunieron ayer en Quillacollo para danzar por las principales calles de la localidad cochabambina en honor a la Virgen de Urcupiña, en el segundo día de una semana de fiestas llenas de devoción.

Los colores y los ritmos los pusieron 56 fraternidades, y el apoyo, el numeroso público nacional e internacional que prácticamente llenó los 4,5 kilómetros de un recorrido que incluyó las avenidas Martín Cárdenas, 6 de Agosto, José Ballivián; la acera este de la plaza Bolívar, las avenidas Suárez Miranda, Luis Uría y Waldo Ballivián, además de la acera oeste de la plaza Bolívar y la avenida Héroes del Chaco.

Por esas calles rindieron homenaje a la Virgen no menos de 40.000 bailarines de todo el país, que demostraron su destreza en danzas tan variadas como los wititis, caporales, diablada, morenada, tinku, pujllay, rueda chapaca y kullawada. Según informa el diario Extra, la morenada Chacaltaya dio inicio al desfile folklórico y la fraternidad Comadritas llegó desde el departamento de Tarija. Uno de los 60 bailarines de la fraternidad de tinku San Simón aseguró que entre ellos había fraternos llegados de Oruro y de Argentina.

Seguridad. La entrada comenzó a las 10.30, con una hora de retraso sobre el horario previsto. El presidente de la Asociación de Fraternidades Folklóricas Virgen de Urcupiña, René Valdez, dijo que se sentía “muy molesto” con las autoridades por la desorganización. El comandante departamental de la Policía, Ronald Sánchez, informó que 1.000 policías se encargaron de la seguridad.

Como indica la tradición, los participantes en el festival culminaron su recorrido entrando de rodillas, doloridos pero muy alegres y sobre todo emocionados, hasta el tempo San Idelfonso. Allí pudieron presentar sus respetos y sus peticiones a la Virgen. Todo este proceso final, como el festival en general, se desarrolló en completo orden y sin ningún incidente resaltable, según declaró el director de Culturas de la Alcaldía de Quillacollo, Rodolfo Medrano, a la agencia de noticias ABI.

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Aprovechar (o no) el patrimonio

Bolivia sigue moviéndose entre el mero folklorismo y la construcción de una cultura propia, contemporánea, con identidad y visión de futuro.

/ 13 de agosto de 2017 / 04:00

Acaban de cumplirse 25 años del fallecimiento de Astor Piazzolla, el más importante de unos artistas que tomaron algo tan tradicional como el tango, patrimonio cultural argentino, y lo convirtieron en una expresión artística radicalmente contemporánea y revolucionaria. Esta semana la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), por iniciativa del Ministerio de Culturas, ofreció un concierto para celebrar el 6 de agosto titulado Homenaje a Bolivia. Se interpretaron arreglos orquestales de canciones populares de todos los departamentos del país. ¿Tocar Viva mi patria Bolivia, Collita o Linda cochabambinita con 40 violines se debe considerar una revolución cultural?

La música se puede entender como un ejemplo de lo que ocurre o de lo que no ocurre en todos los ámbitos de la cultura boliviana. El Estado “continúa en un proceso, ya bastante largo, de reivindicación de manifestaciones que antes estaban postergadas o excluidas”, asegura el presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Cergio Prudencio. El dramaturgo y director de teatro Diego Aramburo aseguraba el año pasado, durante el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz), que “el patrimonialismo es correcto, Bolivia tiene mucho que aprovechar de su tradición, pero si no se preocupan por los creadores de hoy, mañana nos vamos a quedar sin cultura”.

El director artístico de la OSN, Weimar Arancibia, refrenda esta idea: “Hay que producir música nueva, que realmente potencie los valores de nuestra cultura, lo que no se hace con folklore mal entendido, como el caporal sinfónico. Basta viajar un par de horas por la carretera para encontrar cosas que tienen valores muy interesantes, musicales e ideológicos”. Y también existen buenos ejemplos sin salir de La Paz, como la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos —que Prudencio creó y dirigió durante 30 años y que ahora está en manos de los que fueron sus alumnos—, el espacio Casa Taller o compositores como Javier Parrado y Willy Pozadas, entre otros. Pero estos músicos valiosos no contarían con el reconocimiento o el apoyo necesario por parte de un Estado que, según escribe el músico Álvaro Montenegro en este mismo número de Tendencias, tendría “bajos niveles de exigencia, respondiendo a criterios de propaganda más que a una visión político-cultural de largo alcance”.

Un ensayo de la OEIN.

La coreógrafa Norma Quintana considera que desde el folklore se puede dar un paso adelante en crear una buena danza contemporánea boliviana, aunque duda de que por el momento esa sea la meta de las políticas públicas. “Para hacer un planteamiento artístico contemporáneo, considerando la danza en cualquiera de sus estilos, necesitamos tener mucho más rigor”. Los concursos como el Eduardo Abaroa fomentan mucho más la cantidad que la calidad en las producciones y en ellos “se premia pero luego nunca se ven las obras”. Las instalaciones físicas como el Teatro Municipal son escasas y por tanto desbordadas, y en ellas resulta complicado montar un espectáculo con buen nivel. Y los certámenes de danza “más bien son festivaluchos de tres al cuarto donde durante tres horas bailan mezclados moros y cristianos. Es como una cosa muy escolar, muy paternalista, muy de concurso televisivo. Vamos, que hay talento pero no hay dónde cocinarlo. Eso no es la revolución cultural”, concluye Quintana. La coreógrafa considera que la danza está abandonada por el Estado, lo cual puede tener su lado bueno: “Nos ha obligado a todos a movernos y aprender a hacer nuestra empresita cultural. Todo el mundo hace lo suyo en chiquito, como puede”.

Esa ausencia también se puede observar, por ejemplo, en la Feria Internacional del Libro que se celebra ahora mismo en La Paz. Según la gerente general de la Cámara Departamental del Libro de La Paz (CDLLP), Tatiana Azeñas, “este año no hay ninguna contribución del Estado y vamos a extrañar la participación del Ministerio de Culturas, que siempre fue auspiciador y aliado pero ahora solo pone un stand alquilado, como cualquiera puede hacer”. En cuanto al apoyo que otorga o no al sector editorial en general, el editor y director de ferias de la CDLLP, Fernando Barrientos, considera que la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (que depende de la Vicepresidencia) puede hacer de puente en la relación con el Estado para avanzar en la ejecución de la Ley del libro, “que sigue durmiendo el sueño de los justos cuatro años después de su promulgación”. “Hasta ahora solo el IVA (Impuesto al Valor Agreado) se ha hecho efectivo. Pero lo del IVA se pierde si no viene acompañado de otras medidas que están en la ley y no se aplican”. “Parece que el Ministerio de Culturas ha perdido el interés en el sector”, concluye Barrientos.

Prudencio rechaza la idea de que haya un abandono: “Creo que el Estado de hoy hace mucho más que hace 15 o 20 años. Aun así habrá quien diga que no ha generado muchas políticas públicas, que son insuficientes. Probablemente lo sean, pero comparativamente el Estado tiene ahora mucha más presencia en lo cultural que nunca antes”. Así que queda un amplio margen de mejora, un horizonte amplio hacia el que dirigirse: “El proceso político ha tenido incidencia pero no está cerrado. Hay que generar debate del patrimonio, la herencia, la cultura para repensarnos nuevamente como sociedad en el marco de este nuevo país, pero es imposible pasarle al Estado toda la expectativa del mundo de la cultura”.

Arancibia dirige la OSN.

Porque las empresas privadas deben de constituirse en otro actor importante a la hora de financiar el arte y darle a los creadores la posibilidad de crear esos productos nuevos, contemporáneos, ajustados a la cosmovisión propia, descolonizadores y revolucionarios. En una época en que muchas entidades privadas están generando beneficios, Prudencio aboga por encontrar la fórmula legislativa que propicie que parte de estas ganancias se canalicen hacia la cultura, un importante bien común. Aunque mucha de la gente del mundo de la cultura estalló el año pasado porque consideró que el Rally Dakar fue un contraejemplo de manual, que demostró que sí hay dinero público y de auspiciadores para organizar eventos, pero no los culturales.

Tras 11 años del “proceso de cambio” sigue pendiente la tarea de definir qué se entiende por un arte contemporáneo propio, que vaya mucho más allá de la potenciación del folklore. Volviendo al campo de la música, el reciente caso de la OSN puede servir de ejemplo. Tras el ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven —música que también se debe considerar propia porque es del patrimonio universal y por lo tanto, del boliviano— tocaba pasar a otra cosa. Y no fue a música contemporánea, con identidad, creativa y descolonizadora, sino a una serie de tres conciertos más propios de una orquesta de variedades que de la institución musical más importante del país: un espectáculo cómico, un musical, y un repertorio folklórico criollo. Todo bastante lejos del camino revolucionario, renovador y tradicional pero futurista que han mostrado, entre otros, Piazzolla.

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Acaban de cumplirse 25 años del fallecimiento de Astor Piazzolla, el más importante de unos artistas que tomaron algo tan tradicional como el tango, patrimonio cultural argentino, y lo convirtieron en una expresión artística radicalmente contemporánea y revolucionaria. Esta semana la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), por iniciativa del Ministerio de Culturas, ofreció un concierto para celebrar el 6 de agosto titulado Homenaje a Bolivia. Se interpretaron arreglos orquestales de canciones populares de todos los departamentos del país. ¿Tocar Viva mi patria Bolivia, Collita o Linda cochabambinita con 40 violines se debe considerar una revolución cultural?

La música se puede entender como un ejemplo de lo que ocurre o de lo que no ocurre en todos los ámbitos de la cultura boliviana. El Estado “continúa en un proceso, ya bastante largo, de reivindicación de manifestaciones que antes estaban postergadas o excluidas”, asegura el presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Cergio Prudencio. El dramaturgo y director de teatro Diego Aramburo aseguraba el año pasado, durante el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz), que “el patrimonialismo es correcto, Bolivia tiene mucho que aprovechar de su tradición, pero si no se preocupan por los creadores de hoy, mañana nos vamos a quedar sin cultura”.

El director artístico de la OSN, Weimar Arancibia, refrenda esta idea: “Hay que producir música nueva, que realmente potencie los valores de nuestra cultura, lo que no se hace con folklore mal entendido, como el caporal sinfónico. Basta viajar un par de horas por la carretera para encontrar cosas que tienen valores muy interesantes, musicales e ideológicos”. Y también existen buenos ejemplos sin salir de La Paz, como la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos —que Prudencio creó y dirigió durante 30 años y que ahora está en manos de los que fueron sus alumnos—, el espacio Casa Taller o compositores como Javier Parrado y Willy Pozadas, entre otros. Pero estos músicos valiosos no contarían con el reconocimiento o el apoyo necesario por parte de un Estado que, según escribe el músico Álvaro Montenegro en este mismo número de Tendencias, tendría “bajos niveles de exigencia, respondiendo a criterios de propaganda más que a una visión político-cultural de largo alcance”.

Un ensayo de la OEIN.

La coreógrafa Norma Quintana considera que desde el folklore se puede dar un paso adelante en crear una buena danza contemporánea boliviana, aunque duda de que por el momento esa sea la meta de las políticas públicas. “Para hacer un planteamiento artístico contemporáneo, considerando la danza en cualquiera de sus estilos, necesitamos tener mucho más rigor”. Los concursos como el Eduardo Abaroa fomentan mucho más la cantidad que la calidad en las producciones y en ellos “se premia pero luego nunca se ven las obras”. Las instalaciones físicas como el Teatro Municipal son escasas y por tanto desbordadas, y en ellas resulta complicado montar un espectáculo con buen nivel. Y los certámenes de danza “más bien son festivaluchos de tres al cuarto donde durante tres horas bailan mezclados moros y cristianos. Es como una cosa muy escolar, muy paternalista, muy de concurso televisivo. Vamos, que hay talento pero no hay dónde cocinarlo. Eso no es la revolución cultural”, concluye Quintana. La coreógrafa considera que la danza está abandonada por el Estado, lo cual puede tener su lado bueno: “Nos ha obligado a todos a movernos y aprender a hacer nuestra empresita cultural. Todo el mundo hace lo suyo en chiquito, como puede”.

Esa ausencia también se puede observar, por ejemplo, en la Feria Internacional del Libro que se celebra ahora mismo en La Paz. Según la gerente general de la Cámara Departamental del Libro de La Paz (CDLLP), Tatiana Azeñas, “este año no hay ninguna contribución del Estado y vamos a extrañar la participación del Ministerio de Culturas, que siempre fue auspiciador y aliado pero ahora solo pone un stand alquilado, como cualquiera puede hacer”. En cuanto al apoyo que otorga o no al sector editorial en general, el editor y director de ferias de la CDLLP, Fernando Barrientos, considera que la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (que depende de la Vicepresidencia) puede hacer de puente en la relación con el Estado para avanzar en la ejecución de la Ley del libro, “que sigue durmiendo el sueño de los justos cuatro años después de su promulgación”. “Hasta ahora solo el IVA (Impuesto al Valor Agreado) se ha hecho efectivo. Pero lo del IVA se pierde si no viene acompañado de otras medidas que están en la ley y no se aplican”. “Parece que el Ministerio de Culturas ha perdido el interés en el sector”, concluye Barrientos.

Prudencio rechaza la idea de que haya un abandono: “Creo que el Estado de hoy hace mucho más que hace 15 o 20 años. Aun así habrá quien diga que no ha generado muchas políticas públicas, que son insuficientes. Probablemente lo sean, pero comparativamente el Estado tiene ahora mucha más presencia en lo cultural que nunca antes”. Así que queda un amplio margen de mejora, un horizonte amplio hacia el que dirigirse: “El proceso político ha tenido incidencia pero no está cerrado. Hay que generar debate del patrimonio, la herencia, la cultura para repensarnos nuevamente como sociedad en el marco de este nuevo país, pero es imposible pasarle al Estado toda la expectativa del mundo de la cultura”.

Arancibia dirige la OSN.

Porque las empresas privadas deben de constituirse en otro actor importante a la hora de financiar el arte y darle a los creadores la posibilidad de crear esos productos nuevos, contemporáneos, ajustados a la cosmovisión propia, descolonizadores y revolucionarios. En una época en que muchas entidades privadas están generando beneficios, Prudencio aboga por encontrar la fórmula legislativa que propicie que parte de estas ganancias se canalicen hacia la cultura, un importante bien común. Aunque mucha de la gente del mundo de la cultura estalló el año pasado porque consideró que el Rally Dakar fue un contraejemplo de manual, que demostró que sí hay dinero público y de auspiciadores para organizar eventos, pero no los culturales.

Tras 11 años del “proceso de cambio” sigue pendiente la tarea de definir qué se entiende por un arte contemporáneo propio, que vaya mucho más allá de la potenciación del folklore. Volviendo al campo de la música, el reciente caso de la OSN puede servir de ejemplo. Tras el ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven —música que también se debe considerar propia porque es del patrimonio universal y por lo tanto, del boliviano— tocaba pasar a otra cosa. Y no fue a música contemporánea, con identidad, creativa y descolonizadora, sino a una serie de tres conciertos más propios de una orquesta de variedades que de la institución musical más importante del país: un espectáculo cómico, un musical, y un repertorio folklórico criollo. Todo bastante lejos del camino revolucionario, renovador y tradicional pero futurista que han mostrado, entre otros, Piazzolla.

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