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Al artista lo que es del artista

La Bienal de Venecia navega entre obras que provocan pensamientos sobre el ser humano y su convivencia con lo que le rodea.

/ 2 de julio de 2017 / 04:00

Venecia está llena de turistas, como siempre. Ahora hay incluso más: los que llegan a ver en la Bienal, una de las exhibiciones más importantes del mundo sobre arte contemporáneo, bajo la curaduría de la conservadora jefe del Centro Pompidou de París, la francesa Christine Marcel. Muchos traen un boleto comprado online que les da acceso durante 24 o 48 horas a los lugares de la muestra y otros se tropiezan con pabellones de los países participantes que en el centro de esta ya de por sí artística ciudad.

Bajo el lema “Viva Arte Viva”, un enfático llamado de atención sobre la intención de devolver el centro de la mirada al artista, la Bienal abre sus puertas con esta afirmación: “En este mundo nuestro, tan lleno de conflictos, el arte sirve de testigo de aquello que nos hace humanos. Es el lugar definitivo para la reflexión, la expresión individual, la libertad y la formulación de las preguntas fundamentales”. Quizás una aseveración un poco ingenua o tal vez cargada de significados que se irán develando en los pabellones. El humanismo es imperante en este tiempo, y también lo es un compromiso que no se cumple en todos los casos: lograr un diálogo entre el artista y su obra, la obra y el entorno, el entorno y el visitante.

Esta Bienal diseñada con artistas, por artistas y para artistas tiene una muestra central dividida en nueve capítulos, situados dos en la zona de Giardini y siete en la de Arsenale. Todos ellos con una conexión retórica. Uno de los de Giardini se titula Artistas y Libros y concentra la mirada en el proceso creativo y en el trabajo consecuente del artista. En el pabellón Alegrías y Miedos se repite el tema de pérdida de identidad a causa de guerras o despojos materiales y se pretende curar estas ausencias con una mirada acaso, algunas veces, menos dura.

En Giardini también están los pabellones fijos de 30 países. El de España trae la propuesta de Jordi Colomer y su ¡Únete!, Join us!, que a primera vista desconcierta a muchos visitantes y luego va hilando la historia y los puntos de observación para crear un circuito de interacción. O la del pabellón belga que, muy limpia y claramente, expone una muestra fotográfica de Dirk Braeckma. O la promesa de orgasmos gratis del pabellón de Corea. Francia participa con un estudio de grabación con instrumentos dispuestos en el espacio. Canadá, con un espacio deconstruido. Japón, con su jardín invertido.

Los toros de José Ballivián.

Como es habitual en Venecia en esta época del año, hay lugares en los que cuesta mucho entrar. Como en el pabellón de Alemania, que presenta una performance de cinco horas titulado Faust y que según su comisaria, Susanne Pfeffer, “explora el poder, la exclusión y la existencia contemporánea”. La espera permite ver a los artistas bajo un piso elevado, o ser observado por ellos e involucrarse en una conversación silenciosa que debate en lo profundo.

Arsenale, la otra parte de la Bienal, es de lejos más envolvente y genera esta propuesta de mirar a través del artista, de caminar por su pensamiento o simplemente plantear una lectura aislada de cada pabellón.

Aquí está la continuación de los otros siete capítulos de la exhibición central y su mensaje humanista con los espacios: Pabellón de lo Común, Pabellón de la Tierra, Pabellón de las Tradiciones, Pabellón Dionisiaco, de los Colores y el del Tiempo y el Infinito. Un recorrido sin distancias físicas que resulta un cuento perfectamente navegable con provocaciones espaciales, de textura y colores donde se da importancia al ser humano como protagonista de este planeta, al ambiente que lo rodea y a la forma artesanal de esta convivencia. Como en todo, hay cosas buenas que generan viajes más allá de lo expuesto, que logran mostrar al artista y destacar su intención más allá del montaje; y hay otras que solamente están.

Antes de salir de este lado de Arsenale para caminar por los pabellones que habrá que descubrir entre palacios y jardines internos, hay varios países que destacan. Como México con La vida en los pliegues, de Carlos Amorales, que es un alfabeto tridimensional situado sobre mesas hechas de hojas en blanco y que está construido con la deformación de ocarinas. Todo está al mismo tiempo representado bidimensionalmente y en un video, por lo que se da una relación entre forma y sonido. Con estos los lenguajes el artista quiere establecer la existencia del bien y del mal y la diversidad de posturas dentro de un mismo espacio, lo que ha denominado “cubismo ideológico”. The Abcense of Paths, el proyecto de Túnez, reparte pasaportes mundiales en tres puntos de Venecia para romper las barreras y poder moverse de país a país.

Un día es muy poco tiempo para recorrer la Bienal. Mejor descubrir los pabellones regados por toda la ciudad en un segundo día y así disfrutar también de las actividades paralelas. El horario de la Bienal es de 10 de la mañana hasta las 6 de la tarde, esto hasta el 26 de noviembre, por lo que después de una jornada de tanta caminata y observación, se puede sacar tiempo para una buena pasta y un vino de la casa.

La atención de la segunda jornada se fija en hacer la primera parada en el pabellón boliviano, en la Scuola dei Laneri. Al llegar se lee “Bolivia” en el letrero exterior, lo que causa una gran curiosidad mezclada con orgullo porque es la primera vez que el país tiene un pabellón individual.

Un detalle de uno de  los pabellones.

Dentro, la propuesta de cada artista merece un tiempo individual para después percibir el conjunto. A la entrada están los waca wacas de José Ballivián, que se imponen con esta divergencia de visiones —los dos toros miran en sentido contrario— y subrayan de manera sutil aunque nunca débil la aproximación de ambos mundos en la Colonia. Mundos que hasta ahora conviven creando formas materiales distintas y, sobre todo, formas de visión y aplicación en el cotidiano. Sus extraordinarios dibujos también acompañan este proyecto y cierran la obra, aunque realmente sean una invitación a seguir hilvanando conceptos.

Sol Mateo muestra una instalación donde se devela la colonización de tecnología e ideas como el capitalismo. Una estética gráfica resalta el movimiento y el continuo cambio de esta identidad que se adapta cada día y no por eso carece de pertenencia. El uso de la tecnología genera una lucha interior que da lugar a esta construcción de nuevas identidades o de nuevos lugares individuales dentro de un gran colectivo.

Jannis Markopoulos también activa el espacio con una instalación que propone una conciencia colectiva dentro de un mundo de individuos que no siempre pueden generar este diálogo al estar encapsulados en sus percepciones. La presencia boliviana, bajo la comisaría de José Bedoya y la curaduría de Juan Fabbri y Gabriele Romeo, abre una puerta para seguir en esta dirección de crear un discurso en el arte nacional y no dejar de articular espacios de diálogo.

En los espacios a descubrir está la participación de Cuba, Montenegro, Lituania, Portugal, entre otros, y destaca la transformación de una casona por las artistas Ekin Onat y Michal Cole —turca e israelí— en la que en un maravilloso conjunto de instalaciones hablan de la libertad de expresión que deberían tener las mujeres.

En el tiempo de la Bienal hay muchas actividades y una de las más enriquecedoras —más allá de admirar lo monumental de la obra del polémico Damien Hirst, tan comentada como imperdible— es la exhibición Philip Guston and The Poets. Guston, un canadiense con toda una vida contada a través de sus dibujos y cuadros, regala un paseo entre letras y figuras, a veces abstractas pero sobre todo dicientes.

La Bienal de Venecia tiene bien ganado el título de ser una de las más importantes celebraciones del arte mundial. En esta edición el artista es el protagonista y la mirada debe pasar a través de su gran tejido, no solo por la presencia literal de este recurso, si no por los puntos mostrados.

Como consecuencia se siguen encontrando hilos y provocando pensamiento. Faltan aún muchos días para la clausura de esta importantísima muestra. Una oportunidad única de recorrer espacios en el tiempo que darán lugar a encuentros, descubrimientos y seguro que también a algunas decepciones.

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Aprender a desaprender

La construcción colectiva inspira documenta14, la mayor exposición de arte contemporáneo del mundo.

/ 25 de junio de 2017 / 04:00

La muestra documenta14 cumple con las expectativas y muestra lo mejor del arte contemporáneo, además de marcar la pauta para lo que viene. Se inauguró en abril por primera vez en otra ciudad que no es Kassel (Alemania): en la capital de Grecia, bajo el título Aprender de Atenas. Y continúa en su ciudad de origen, durante 100 días, como cada versión que se hace cada cinco años desde 1955. Cientos de miles de visitantes convergen para activar estos espacios y, en la mayoría de los casos,  ver superadas las expectativas que tenían antes de visitar la mayor exposición de arte contemporáneo del mundo. Porque caminar por documenta14 detona sin cesar un torrente de pensamientos y resoluciones.

En Kassel, lo primero que atrapa la atención, antes de pasar el ticket por el escáner de la entrada, es la cantidad y diversidad de personas que, con similar velocidad en su andar, buscan el mismo destino: La magnífica obra Partenón de libros, de la artista argentina Marta Minujín, que está en la Friedrichsplatz, donde podría señalarse el inicio del recorrido, aunque no hay un orden establecido. Es inevitable no caminar en medio de las columnas de esta versión del Partenón, que posee las mismas medidas que el original, ver la estructura llena de libros censurados y rodeados de plástico y observar el cielo como techo. Esto enfatiza el mensaje de que, a pesar de la prohibición o falta de libertad, el ser humano siempre encontró una manera de buscar salidas alternativas. La luz a través de la transparencia del plástico a diversas horas del día propone un viaje entre aquello que se ve a pesar de las barreras, aunque quede la duda sobre lo correcto de usar tanto material en una sola obra para hablar de democracia.

El Museo Fridericianum, que fue el primer edificio construido como museo público en el mundo, está en la misma plaza y ahora acoge obras del Museo de Arte contemporáneo de Atenas. Con su relación de espacios escribe un discurso de pertenencia y posesión, ya que por mucho tiempo se sostenía que Grecia no tenía voz en el arte contemporáneo.

Se siente un ambiente de intercambio y diálogo necesario. No solo entre la propuesta de documenta14 —dirigida esta vez por Adam Szymczyk— y el visitante, sino también entre todos los que articulan este momento en el instante único de estar aquí. Así, como en muchos ámbitos de la vida presente, hay una necesidad de encontrar respuestas, de volver a pensar y generar revolución y despertar la conciencia. No se sabe exactamente por dónde es el camino, pero sí se siente la urgencia de hacerlo. Esto se ha convertido en un sentir general: ¿Qué puede hacer el arte por este impostergable estado? documenta14 quiere ser activada por el visitante. Cada uno compone el coro de voces que dicen y recorren esta muestra como si se tratara de una melodía, encontrando armonía o disonancias en el trayecto que cada cual decide hacer. Se puede hacer una lectura sin importar el orden. Incluso los caminos entre una muestra y otra son descansos necesarios para seguir pensando —y seguramente seguir construyendo— sobre la idea de diálogo y así aportar a esta construcción colectiva.

En el espacio documenta Halle, muchas de las obras se leen a partir de la música. Es el caso del mexicano Guillermo Galindo, que presenta Fluchtzieleuropahavarieschallkörper, una obra hecha con elementos como restos de botes o tubos encontrados en ambas ciudades (Atenas y Kassel) que se convierten en instrumentos musicales que al sonar no solo lanzan notas, sino también sostienen la creencia mesoamericana de que los instrumentos eran talismanes para cruzar dos mundos; mundos que ahora son las fronteras entre países, como sostiene el artista. Los sonidos emitidos por estos instrumentos son sus propias voces, son objetos que cuentan lo que tienen que decir. Las piezas están colgadas del techo y como objetos estéticos son impresionantes por ellas mismas, pero se refuerzan aún más con la performance musical de Galindo y tres asistentes que dejan que estos instrumentos suenen y encuentren su rumbo en los presentes. Justo al frente de este edificio está la obra del artista de origen iraquí Hiwa K y la obra monumental When We Were Exhaling Images, una composición de 20 tubos amarillos que albergan diferentes ambientes y que también sugieren movimiento.

En medio del parque Karlsaue, frente al West Pavillon (Orangerie), donde también se celebran exhibiciones, se contemplan obras escultóricas que se descubren entre el verde y continúan con esta línea imaginaria que produce sonido. Frente a la Escuela de Arte hay una instalación sonora del artista Benjamin Patterson: When Elephants Fight, It Is the Frogs That Suffer. Hace un quiebre en la caminata con el croar de ranas para después descubrir la escultura en madera pintada de amarillo de Olaf Holzapfel, Trassen, que además de que invita a pisarla y habitarla, propicia con su forma un puente entre las diferentes maneras de ver y la simpleza que podría tener esta compleja situación. Esta obra está cerca de otra instalación, Ciudad abierta, de un colectivo chileno de artistas y poetas, probablemente porque Holzapfel realizó muchos proyectos en Chile. La insistencia en el diálogo se la siente en la disposición curatorial de los espacios.

Todo en documenta14 invita a pensar en la propuesta de Szymczyk: “Aprender a ver el mundo de nuevo sin prejuicios, desaprender y abandonar el condicionamiento cultural predominante que presupone la supremacía de Occidente”. Es una constante en el recorrido en Kassel encontrarse con el llamado a hacer, a reconocer que el arte está en movimiento y que todo se transforma y cobra cuerpo en donde se aloje. El discurso antineoliberal y la convocatoria a mirar más allá de convenciones raciales, geográficas, de género y jerarquías se nota en la sobriedad de la muestra como unidad.

En la Neue Galerie se exhibe una obra de la alemana María Eichhorn que es un estante vertical inmenso que contiene 40.000 libros de casas judías apropiados por la Biblioteca Estatal de Berlín en 1943. La posguerra tiene espacio en este edificio con varias manifestaciones. Entre muchas, una del mítico Beuys. El diálogo al que se hace tanta referencia es aún más contundente entre las obras que están en este lugar y todas las performances permanentes que aquí ocurren. Theo Eshetu, de Londres, y su grotesca instalación de video y sonido Atlas Fractured, envuelve todo el piso de abajo y no te deja libre de pensar en la unidad universal, aunque también en las posturas a veces absurdas que adoptamos las personas, en vez de ser y dejar ser. Aquí está también la obra propuesta por el colectivo The Society of Friends of Halit, que ha generado mucha controversia porque muestra los disparos que mataron a Halit Yozgat y que simbolizan la historia de la violencia racista que tanto persigue a Alemania.

El recorrer la historia y encontrar puntos coincidentes en diferentes partes del mundo que tienen que ver con la guerra y la destrucción de intimidades como sociedad y como individuos, hace de que el mensaje constante en Kassel sea el de participar como habitantes globales de un mundo en el que desparezcan la discriminación, la intolerancia y la falta de respeto hacia el otro.

Muchas obras destacan. Unas muy grandes, como la de Ibrahim Mahama, que cubrió la Torre de Torwache. Otras que no solo son grandes por el espacio físico que ocupan, sino también por el proceso al hacerlas, que se convierten en una obra en sí misma. Y otras resultan tan sutiles como la muestra de ilustraciones de Tom Seidmann-Freud.

La propuesta está en provocar un pensamiento de crecimiento por medio del cambio de posturas, de generación de discursos que traigan unidad. Pero discursos como resultado de acciones. Ya no se necesitan solo palabras sin vida, sino palabras con movimiento que puedan ser reutilizadas para gestar una realidad consciente en sus diferencias, pero con la apertura de encontrar en ellas la oportunidad de crear.

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