Icono del sitio La Razón

Jorgecito, qomer-pantaloncito (Pieza negra en tres enviones)

1.

— No aparece siempre el Antonio, ayúdenme a buscarlo, compadre, compañeros de mi marido; debajo de este montón de tierra siempre está.

— Hua, qué ha pasado pues, señora, qué anda haciendo el Antonio Robles debajo de la tierra.

— Así siempre se ha accidentado, compadrito. Derrumbe, pues; se ha hecho tapar con la carga y no lo estoy pudiendo encontrar.

— Uta, ya se habrá muerto pues.

— Se ha muerto siempre, así es la mina, la tierra nos cubre tarde o temprano, lo ha tapado como poncho y ya no lo puedo encontrar.

— Ay, doña Romalda, sin marido se ha quedado ahora. Y lo que le gustaba al Antonio bailar de diablo en los carnavales.

— Sabía, pues, le gustaba. Gracias por ayudarme. ¿No parece?, ¿no se lo siente? Bien muerto debe estar, ¿no ve? Primero yo lo estaba llamando, pero no me ha respondido, además nunca me respondía en vida, así son los hombres. O sea que, ya nunca más lo voy a escuchar.

— Cuánto lo sentimos, doña Romalda. Pero creo que aquí estamos pateando oxígeno. Yo que vos, señora, lo iría a buscar al Aysiri…

— Qué sabe pues el Aysiri.

— … para que le haga hablar a la Pachamama, o a su espíritu; de esa manera vamos a encontrar el cuerpo. No ve que le gustaba bailar de diablo… Eso es pues, con el diablo tenemos que vernos ahora.

— ¿El diablo?

— Bueno, el Tío, pues, doña Romalda. El lo ha de haber escogido al Antonio, su hijo preferido, diciendo, su servidor, su devoto.

— Sonseras están hablando che. Ni que hubieran hecho un trato entre mi marido y el Tío…

— Andá nomás a traerle. El Aysiri es conocedor de los derrumbes, por algo es Aysiri y hace hablar a los habitantes ocultos de la mina. Hasta en inglés los hace hablar, dice. Pero nosotros solo necesitamos que nos diga cómo encontrarlo al Antonio para darle cristiana sepultura.

2.

— Pachamama, hablá pues, dinos algo de nuestro compadre, de tu ahijado, de tu sobrino. O a él directamente hablale.

— Cállense, ya está hablando, ya le está reconviniendo.

— HIJITO, ¿PARA QUÉ HAS ENTRADO?, SI ME HE CRIADO GUSANOS BAJO DE LA TIERRA. SI QUERÍAS TRABAJAR VOS, ¿PARA QUÉ TENÍAS QUE IR? YO TE HUBIERA MANTENIDO EN MIS FALDAS COMO HAGO VIVIR A LOS GUSANOS.

— ¿Ya lo oyeron? Yo siempre he dicho que este Aysiri es bien bueno. Sólo que no se entiende mucho lo que dice la Pachamama. ¿Alguno de ustedes entiende?

— Cállense a ver. Escuchen, ahora va a hablar don Antonio.

— Gracias, Tata Aysiri, schhhhh… ¿Antonio? ¡Antonio!, ¿eres vos?, ¿dónde te has metido? Respondeme pues, por lo menos, ahora que ya estás muerto.

— AQUÍ NOMÁS ESTABA. DONDE ESTABA MI PRETINA, ALLÍ ESTABA YO.

— Buscaremos, buscaremos por entre las piedras. ¡Aquí está la pretina! Esta es su correa. Escarben por ahí mismo.

— ¡Pucha, lo encontramos! Aquí  está pues el cadáver.

— Uuhhh! Pero está sin cabeza.

— Ay, no me digan, yo siempre le decía: parece que no tienes cabeza, y ya ven, compadres, todo se cumple.

— Cierto. ¿Dónde está tu cabeza, Antonio?

— DONDE ESTABA MI RELOJ, ALLICITO DEBE ESTAR.

— Busquen, busquen. ¿No ve, doña Romalda? En muerto es más fácil hablar.

— Ya, no molesten y busquen.

— No, no parece siempre su cabeza. ¿Qué hacemos, Tata Aysiri?

— Parece que el Diablo lo ha estado llevando de un lado a otro a este pobre hombre. Escuchen a ver, otra vez está hablando el decapitado.

— HACE RATO ESTUVE ALLÍ ATRÁS, DONDE ESTABA MI GUARDATOJO. PERO ESTE TÍO POR TODOS LADOS ME LLEVA.

— ¡Callate, Antonio, burreras hablas. Solo falta tu cabeza.

— ¿Y esa voz cavernosa de quién es?

— YO SOY EL TÍO, YO SOY EL DIABLO, ESCÚCHENME.

— ¡Ay, Tío, Tiito! Escuchen, escuchen…

— ¡YA, BASTA, BASTA! ¡CÁLLENSE! YO SOY EL TÍO JORGECITO, QOMER-PANTALONCITO.

— ¡Cierto! ¡Mírenlo! Así es pues, el Tío tiene pantaloncito verde y él mismo se hace decir qomer-pantaloncito. ¿No ve, Tata Aysiri?

— ¡BASTA!, ¡BASTA!, YO NO SOY EL AYSIRI SINO EL TÍO, CON CUERNOS Y TODO. Y NO SÉ CÓMO VAMOS A ENCONTRAR SU CABEZA DEL ANTONIO.

— ¿Escucharon? Este Tío se está haciendo el loco. Dinos de una vez, pues. Su cabeza del difunto falta. Tú siempre sabes cómo hay que hacer.

— BUENO, BUENO. SI QUIEREN ENCONTRAR A ESTE HOMBRE ENTERITO, DENME UNA ARROBA DE QUINUA.

— Pero eso es fácil, ¿no ve? Fácil, o qué dices, Tata Aysiri.

— No sean pues sonsos, el Tío se está haciendo el chistoso. Habla en adivinanza. Cuando dice una arroba de quinua, ¿se imaginan cuántos granos tiene una arroba? El Jorgecito se refiere a la cantidad de hombres que tienen que entregar su alma a cambio del hombre accidentado. Miles, como los granos de la quinua.

— Ah, eso ya no se puede hacer.

— No, cuánto será pues, eso que pide el Tío. No tenemos, no vamos a poder entregar.

— Sería como entregar al menos diez mil o veinte mil personas.

— No, no podemos lograr esto.

— SI NO LO HACEN, EL MUERTO NO VA A ENCONTRAR NUNCA LA SALIDA.

— Pobre hombre, tendrá que salir como una momia a destruir toda la ciudad para satisfacer al diablo.

— Piensen, a ver, no se den por vencidos.

— Arreglaremos de otra manera, Tío. Tú sabes que una arroba de quinua es imposible, no tenemos el poder.

— BIEN, ENTONCES, ENTRÉGUENME UNA LLAMA DE UN AÑO, UNA LLAMA BLANQUITA Y TIERNA.

— ¡Vayan! Vayan a buscar la llama blanca, comprada, prestada, robada,  lo que sea.

— ¡Corriendo, pero!

— Bueno, esperanos un ratito, Tío. Ya han ido a buscar.

— Cómo pues a buscar. ¡A traer será!

— El compadre ya ha ido. Él va a traer, nunca me ha fallado el compadre.

— Esperemos nomás, entonces.

3.

— Ya viene, ya viene… ¡Ahí está! ¿No escuchan el tropel? ¿No escuchan de la llama su balido triste?

— ¿Me han llamado? ¿Me estaban esperando? ¡Aquí tienen una llama blanca! ¿Para quién es?

— ¡Compadre! Qué contenta estoy. Yo siempre he dicho que nunca me fallas.

— Aquí está, Tío, te la ofrecemos.

— BUENO, BUENO. BIEN ESTÁ LA LLAMITA, HAY QUE SACRIFICARLA ENTONCES. YA, ALISTEN LOS CUCHILLOS. POR ESTE ANIMALITO HERMOSO LES PUEDO ENTREGAR EL CUERPO, PERO NO VAN A PODER ENCONTRAR SIEMPRE SU CABEZA.

— Pero, pero… ¿Por qué?

— LA CABEZA SE QUEDA CONMIGO COMO MI RECUERDO, ¿NO VE QUE DON ANTONIO CON TANTA DEVOCIÓN SABÍA BAILAR LA DIABLADA?

— Ayyyyy, mi Antonio. Yo siempre le decía… Aaayyyyy.

— Ya, dejá de llorar, doñita. Así nomás ya lo enterraremos.

— Conformate nomás, doña Romalda. El Jorgecito te va a estar recompensando. ¿No le ves su cara de contento?

— Compadre, compadre… ¡Aaayyyyyy!