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En la ruta

Como ya se ha dicho muchas veces, encontrarse con la página en blanco y dar comienzo a un texto es un acto fundacional. Y lo es también escoger el poema con el que se abrirá el libro, pues ese acto conlleva la decisión incontrastable de introducir al lector en el imaginario que, a la postre, se irá configurando a lo largo del texto. Desde esa confirmación diremos que no se puede leer Jardines de Tlaloc, el último libro de Gary Daher, sin sentir el halo de profunda espiritualidad que subyace desde su primer poema. Desde los primeros versos se comienza a configurar un imaginario rico en evocaciones místico-rituales proveniente de diversas culturas y saberes, tanto de la mitología greco-romana como de la mesoamericana y andina, e incluso del Islam.

Tlaloc, como “Deva Azteca” del elemento agua, y como potencia cósmica del universo, vinculado con el fluir y los ciclos y ritmos de todas aquellas formas que la contienen —la lluvia, los mares, los océanos, los ríos, los arroyos, las fuentes, los manantiales, los glaciares, e incluso las aguas subterráneas— es el arquetipo perfecto para hacernos comprender que el agua no es solo una forma química sino también un elemento del alma; un fluir, un trayecto, un camino. Un viaje amniótico, íntimo, esencial y purificador que nos introduce en lo esencial y saca de nosotros lo trascendental, necesario para llegar a la negación de sí mismo.

Así, este viaje, tal como se evidencia en Jardines de Tlaloc, no es un viaje cualquiera, pues supone la autoconfrontación y la renuncia. El libro se nos abre con un par de poemas profundamente conmovedores: Condena y Cartas quemadas, en los que Daher realiza una suerte de mea culpa literario, primero, y de desprendimiento de la materialidad, después; mas no de su memoria —pasado—, a la que recurre con sobriedad y mesura, brindándonos hermosos poemas que, sin lugar a dudas, se alejan de la palabra feble y la banalidad, tal como lo señala el propio poeta en la presentación personal contenida en una de las solapas del libro.

Condena

Todo lo que he escrito / territorio donde se guarecieron los horrores / borrones permitidos y erratas / la enorme sarta de palabras enlazadas en discursos febles / cada letra / cada frase / en cada mancillada hora / cada caída en la vanidad de la literatura / la enfermedad del verbo mal dicho / las estúpidas blasfemias / y el onanismo de las verborreas eróticas / tanto exceso de lenguaraces voces / todo aquello / con puntos y comas / todo es responsabilidad mía. / Y más / todavía sin embargo / las larvas creadas en cada lector / por causa de mi precipitada y torpe mano. / De todo aquello / de todas esas manchas / soy el único culpable (…)

Cartas quemadas

Las has guardado tanto tiempo / que solo huelen a escándalo / una tras una nos hablan de otros días / de deseos inimaginables y lejanos (…) / Quemadas en el patio / ya no significan nada / solamente el carbón de los años (…)  / Las fotografías también / encargadas a la feracidad de la tierra / se multiplicarán en la memoria (…) / siempre traicionera / será hoy por hoy / nuestra única playa incierta.

En el segundo cuerpo del libro Daher nos introduce al mundo de La otra edad. Los cuatro poemas que conforman este cuerpo nos remiten a tres pronombres simples —él, yo, y ellos— cargados de significaciones complejas. El “él”, al parecer alusivo a su abuelo; al militar que a finales del siglo XIX llegó desde el Líbano, Beirut, y que en medio de la selva amazónica —Beni— se transformó en relojero. En realidad el poeta nos refiere a sus orígenes libaneses y cristiano-maronitas que, poco a poco, se van perdiendo, en la última luz de la memoria, / pues / la sangre nada consigna (…) aunque / (…) Raramente / en el silencio llega / una añoranza del árabe.

El “yo”, se refiere al propio joven Daher en el año en el que presumiblemente comenzara a escribir, tal como lo reseña el poema Joven de 1970:

Soñaste alguna vez / joven de 1970 / reclinarte a escribir este poema / sobre un blanco papel / papel que aún no te pertenece / mudo como el futuro / entre los libros que jamás leíste / pensando en las mujeres / que todavía no amaste / marchito quizás / a medias / como los aerolitos / sin rumbo / quemándote contra la tierra.

Así surge su recorrido, con la negación de sí mismo y, de ahí en adelante, el camino de la obra se convertirá  también en el camino del poeta.

Para los que hayan seguido la obra de Gary Daher, Jardines de Tlaloc no es un libro más. Por el contrario, es, por así decirlo, su obra fundacional. Y lo es porque desde la discursividad del yo poético que lo sustenta es el más declarativo, el más evidentemente propio, el más claro en su intención, pues en él se desnuda ante todos, con la valentía de quien ha optado por el camino de la renuncia y la negación. Y esta resulta la única vía posible para la verdadera construcción de la realidad mística y, por consiguiente, del renacer esperado.

El poeta nos abre un mundo propio, pero a la vez compartido. Sin duda, estamos frente a un hito fundamental en su obra. Si alguna vez, para algunos, quedaron dudas sobre la intención de Daher de encarnar la poiesis como opción de vida, Jardines de Tlaloc disuelve tales dudas, haciendo de este trabajo una experiencia determinante en su larga actividad literaria. Sin lugar a dudas, habrá un antes y un después en la poesía de Gary Daher, que estará marcado por aquello que él mismo señala en el poema La ruta:

Así / paso a paso vas / en busca del agua salvadora / y mientras el cuerpo pierde la sombra / en el camino se va uniendo / uno a uno con la arena.

Resulta evidente que Daher está en la ruta, y que sus versos están escritos con una mezcla esencial de agua-tinta y arena. Sí, el Deva Azteca está ahí, presente, en cada verso del libro.