Thursday 18 Apr 2024 | Actualizado a 19:09 PM

Cuando las plantas nos crían

/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

El mundo de los materiales vegetales ha estado en relación con las sociedades humanas andinas, amazónicas y chaqueñas desde tiempos muy antiguos. Tal vez —a diferencia de sociedades occidentales y modernas— las maderas, cañas y fibras vegetales diversas son, en este lado del mundo, mucho más que materia prima. Cuando recordamos que para los incas los árboles eran mallquis, espíritus ancestrales, o que los pueblos de la Amazonía cantaban a las plantas al cortar sus hojas y tallos a modo de pedirles permiso, podemos ver que imperan el animismo y la noción de crianza mutua entre humanos y vegetales.

Desde ese punto de vista, los materiales vegetales son sustancias vivas, que evocan ambientes y paisajes concretos: selvas, lagos y bosques. Tal vez derivando de esa noción, muchas prácticas ceremoniales y funerarias de los pueblos prehispánicos emplearon materiales vegetales: vasos, tabletas inhalatorias, máscaras mortuorias, cestas, fardos funerarios. Fueron vegetales las sustancias inhaladas para lograr estados alterados de conciencia en el fenómeno del chamanismo. Y la llegada del español, si bien modificó algunas formas religiosas, mantuvo a las maderas y fibras como esenciales en la ritualidad: retablos y cruces de madera, palmas de Semana Santa.

Desde luego estos materiales fueron más que rituales, haciéndose esenciales en el mantenimiento de la vida social humana; tal vez es pertinente después de todo decir que, así como criamos vegetales, ellos nos cobijan y crían a nosotros. Por su capacidad de flotar, se convirtieron en balsas de totora y canoas de madera, esenciales para la pesca y el transporte; su peso ligero los convirtió en materiales ideales para construir casas y refugios en ciertos ecosistemas; en otros, al menos para techar casas. En nuestro medio urbano, las maderas duras siguen siendo empleadas como sostenes de la construcción.

Las propiedades aromáticas de muchos de estos materiales los convirtieron en inciensos. La resistencia de algunos de ellos, en pesadas herramientas agrícolas; su flexibilidad, en esteras, canastas y redes. Es difícil pensar en la mayor parte de las actividades productivas (caza, pesca, recolección, agricultura) sin considerar el uso de las maderas, las fibras procedentes de tallos y hojas, o las cañas. Aún el transporte o el pastoreo han hecho uso frecuentemente de sogas de fibra vegetal.

Materiales en muchos casos accesibles, la madera y la fibra vegetal se emplearon en el menaje doméstico y como juguetes; las cortezas de calabazas, como recipientes. Materiales en otros casos bellos y costosos, o exóticos, fueron privilegiados para la mueblería más fina, para el producto puesto a la venta, o para la obra de arte. Al mismo tiempo, su notable sonoridad los convirtió en el alma de la música, jugando con el viento los bambúes y cañahuecas, y con las membranas y cuerdas las maderas. El siku, el violín, el charango, el bajón, el bombo, son el resultado de historias largas de afinamiento de técnicas y sonoridades; algunas muy largas, prehispánicas, y otras en contacto con los cánones y estéticas europeas.  

Los materiales vegetales fueron empleados para confeccionar ítems de vestimenta como cascos, bandas cefálicas y otros tocados, o adornos corporales como orejeras y collares; aun trajes enteros como las camejetas benianas, hechas de corteza aplastada de árbol, o calzados. En algunos casos, objetos que demarcan jerarquía, identidad y poder, como bastones de mando o símbolos clánicos.

Todo esto, dejando de lado aún los obvios usos del material vegetal como alimento y combustible, con cuyos detalles podríamos extendernos por muchos párrafos más. Al respecto, tal vez sean las propiedades combustibles de estos materiales los que hayan causado su deterioro desde tiempos coloniales en adelante, pues dinámicas como la minería a gran escala o el ferrocarril tendieron a disminuir su presencia, al menos en tierras altas. En tierras bajas, más recientemente, fenómenos como la expansión de la frontera agrícola o la explotación maderera masiva también atentan contra la preservación de muchas especies vegetales.

Este 22 de agosto, el Musef inaugurará la Reunión Anual de Etnología 2017, La rebelión de los objetos: cestería y maderas, que durará cinco días. Y presentará también el catálogo y exposición Fibras vivas: la colección de cestería y maderas del Museo Nacional de Etnografía y Folklore según la cadena de producción. Dos maneras de profundizar, aprender, debatir y reflexionar sobre el pasado y presente de los materiales vegetales en su relación eterna, de mutua crianza, con los seres humanos.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

PARITI MARKATPACHA (desde PARITI), el ayer y hoy de una isla

La comunidad de Pariti trabajó con el Musef en una curaduría colaborativa para hacer la museografía de su repositorio.

/ 1 de noviembre de 2017 / 04:00

La comunidad de Pariti se ubica sobre una pequeña isla fronteriza con el Perú, en la porción menor o sur del lago Titicaca (Wiñay Marka). Pertenece a la jurisdicción del cantón Cascachi, municipio de Puerto Pérez, provincia Los Andes del departamento de La Paz. Aunque supo ser escenario de importantes hallazgos prehispánicos en la década de 1930, su verdadero “salto a la fama” en términos arqueológicos fue el descubrimiento, en 2004, de una ofrenda de más de 400 ceramios Tiwanaku de exquisita factura y gran complejidad. Actores destacados de este hallazgo fueron el Proyecto Arqueológico Chachapuma, dirigido por el boliviano Jédu Sagárnaga y el finlandés Antti Korpisaari, y por supuesto la comunidad.

Las notables características de la cerámica pariteña la hicieron objeto de abundante literatura especializada en inglés y en español. Asimismo, muchas de sus piezas más importantes viajaron por varias ciudades bolivianas y extranjeras —actualmente, algunos ejemplares se encuentran en exposición temporal en Japón—. Más importante aún, las gestiones de Jédu Sagárnaga llevaron a la construcción, con fondos de la cooperación internacional, de uno de los museos comunitarios mejor planteados en términos de infraestructura, inaugurado en 2006.

La comunidad de Pariti se acercó al Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) 10 años después, solicitando apoyo con la museografía y difusión de su museo, por entonces muy venido a menos en términos de visitantes. En los primeros ingresos a discutir con la comunidad los pormenores de este “relanzamiento” del Museo Comunitario de Isla Pariti, surgió una idea clara: la comunidad no se sentía representada por su museo. Diseñado y planteado por arqueólogos especializados, albergaba “solo la parte cerámica” y no así aquellos ítems que la propia comunidad consideraba patrimoniales: el manejo de la pesca y la totora, la historia de la iglesia y la hacienda, la alimentación, la música y las danzas, la textilería y vestimenta, la sacralidad relacionada con el paisaje.

Asimismo, en el curso de dichas conversaciones surgieron discusiones e interpretaciones particularísimas de la comunidad acerca de los materiales arqueológicos. Lecturas contextualizadas y vívidas de estos objetos como elementos dotados de agencia, de un poder e incidencia sobre el presente de la comunidad. Un presente que, dicho sea de paso, no está exento de problemas: disminución de la pesca, contaminación del lago y una aguda emigración que amenaza con la desaparición misma de la comunidad a corto plazo.

Tomó fuerza entonces la idea de que la nueva museografía debería contener no solamente bienes arqueológicos, sino elementos etnográficos que reflejasen las lecturas de pasado, presente y orgullo patrimonial de la comunidad. Y asimismo, que la voz que interpretase estas piezas no debería ser la del especialista en arqueología, sino la de la comunidad. Así, el guion de Pariti Markatpacha (desde Pariti) fue planteado por la comunidad, reflejando sus intereses, preocupaciones y anhelos. El equipo de investigadores, museógrafos y diseñadores del Musef se constituyó en una suerte de “traductor” de estas ideas al lenguaje de la sala de exposición.

En su primera etapa como exposición temporal en el Musef, antes de pasar a fortalecer el planteamiento del museo comunitario de Pariti, Pariti Markatpacha despliega estos objetos etnográficos seleccionados y donados por los miembros de la comunidad, con las piezas arqueológicas evocadas mediante un recurso audiovisual y las interpretaciones de la comunidad desplegadas mediante paneles de texto e imagen. Esta exposición, inaugurada el 25 de octubre, se encontrará en el Musef durante un mes. Los primeros días servirán además para que los pobladores de la isla expongan y vendan su producción artesanal, gracias a la coordinación con el Gobierno Municipal de Puerto Pérez.

Para el Musef, esta exposición se plantea como antídoto al egocentrismo colonizador, subyacente a la idea de la “autoría” común en los investigadores y curadores. Es una oportunidad para visibilizar aquellas arqueologías comunitarias, los discursos que plantean los actores sociales sobre sus pasados y patrimonios, generando un contrapeso ante el discurso pretendidamente superior de las academias. Es una reivindicación del museo como espacio de encuentro, donde se difunden diversas concepciones, cuestionamientos y urgencias sobre la cuestión patrimonial. Y es el inicio de una nueva línea de acción —la de la curaduría colaborativa— que nos permitirá, ojalá, apoyar a más museos comunitarios en Bolivia.

Comparte y opina:

Cuando las plantas nos crían

/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

El mundo de los materiales vegetales ha estado en relación con las sociedades humanas andinas, amazónicas y chaqueñas desde tiempos muy antiguos. Tal vez —a diferencia de sociedades occidentales y modernas— las maderas, cañas y fibras vegetales diversas son, en este lado del mundo, mucho más que materia prima. Cuando recordamos que para los incas los árboles eran mallquis, espíritus ancestrales, o que los pueblos de la Amazonía cantaban a las plantas al cortar sus hojas y tallos a modo de pedirles permiso, podemos ver que imperan el animismo y la noción de crianza mutua entre humanos y vegetales.

Desde ese punto de vista, los materiales vegetales son sustancias vivas, que evocan ambientes y paisajes concretos: selvas, lagos y bosques. Tal vez derivando de esa noción, muchas prácticas ceremoniales y funerarias de los pueblos prehispánicos emplearon materiales vegetales: vasos, tabletas inhalatorias, máscaras mortuorias, cestas, fardos funerarios. Fueron vegetales las sustancias inhaladas para lograr estados alterados de conciencia en el fenómeno del chamanismo. Y la llegada del español, si bien modificó algunas formas religiosas, mantuvo a las maderas y fibras como esenciales en la ritualidad: retablos y cruces de madera, palmas de Semana Santa.

Desde luego estos materiales fueron más que rituales, haciéndose esenciales en el mantenimiento de la vida social humana; tal vez es pertinente después de todo decir que, así como criamos vegetales, ellos nos cobijan y crían a nosotros. Por su capacidad de flotar, se convirtieron en balsas de totora y canoas de madera, esenciales para la pesca y el transporte; su peso ligero los convirtió en materiales ideales para construir casas y refugios en ciertos ecosistemas; en otros, al menos para techar casas. En nuestro medio urbano, las maderas duras siguen siendo empleadas como sostenes de la construcción.

Las propiedades aromáticas de muchos de estos materiales los convirtieron en inciensos. La resistencia de algunos de ellos, en pesadas herramientas agrícolas; su flexibilidad, en esteras, canastas y redes. Es difícil pensar en la mayor parte de las actividades productivas (caza, pesca, recolección, agricultura) sin considerar el uso de las maderas, las fibras procedentes de tallos y hojas, o las cañas. Aún el transporte o el pastoreo han hecho uso frecuentemente de sogas de fibra vegetal.

Materiales en muchos casos accesibles, la madera y la fibra vegetal se emplearon en el menaje doméstico y como juguetes; las cortezas de calabazas, como recipientes. Materiales en otros casos bellos y costosos, o exóticos, fueron privilegiados para la mueblería más fina, para el producto puesto a la venta, o para la obra de arte. Al mismo tiempo, su notable sonoridad los convirtió en el alma de la música, jugando con el viento los bambúes y cañahuecas, y con las membranas y cuerdas las maderas. El siku, el violín, el charango, el bajón, el bombo, son el resultado de historias largas de afinamiento de técnicas y sonoridades; algunas muy largas, prehispánicas, y otras en contacto con los cánones y estéticas europeas.  

Los materiales vegetales fueron empleados para confeccionar ítems de vestimenta como cascos, bandas cefálicas y otros tocados, o adornos corporales como orejeras y collares; aun trajes enteros como las camejetas benianas, hechas de corteza aplastada de árbol, o calzados. En algunos casos, objetos que demarcan jerarquía, identidad y poder, como bastones de mando o símbolos clánicos.

Todo esto, dejando de lado aún los obvios usos del material vegetal como alimento y combustible, con cuyos detalles podríamos extendernos por muchos párrafos más. Al respecto, tal vez sean las propiedades combustibles de estos materiales los que hayan causado su deterioro desde tiempos coloniales en adelante, pues dinámicas como la minería a gran escala o el ferrocarril tendieron a disminuir su presencia, al menos en tierras altas. En tierras bajas, más recientemente, fenómenos como la expansión de la frontera agrícola o la explotación maderera masiva también atentan contra la preservación de muchas especies vegetales.

Este 22 de agosto, el Musef inaugurará la Reunión Anual de Etnología 2017, La rebelión de los objetos: cestería y maderas, que durará cinco días. Y presentará también el catálogo y exposición Fibras vivas: la colección de cestería y maderas del Museo Nacional de Etnografía y Folklore según la cadena de producción. Dos maneras de profundizar, aprender, debatir y reflexionar sobre el pasado y presente de los materiales vegetales en su relación eterna, de mutua crianza, con los seres humanos.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Últimas Noticias