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Fue una linda FERIA

Leí varios apuntes de asiduos visitantes de la Feria Internacional del Libro donde coincidían en algo: cada año es lo mismo. A mí debe ocurrirme algo extraño porque siento que cada feria es distinta de la anterior. ¿Será porque la Feria, para mí, es algo así como un asunto íntimo? Quizás. La única vez que pagué entrada fue en 2004, cuando estaba en la promoción de mi colegio y quería verla con calma, sin el apuro de un profesor que quería irse a su casa y que no quería que toquemos nada para que no lo rompiéramos o robáramos, acéptenlo, la mejor manera de conducir estas visitas colegiales es lo que se hizo hace dos ferias, cuando Daniel Averanga organizó charlas de autores nacionales y se regaló un pequeño compendio con textos de los participantes. Después ya no tuve necesidad de pagar entrada porque fui reclutado como vendedor en el stand de Santillana por varias ferias consecutivas en la época en la que Alfaguara llegaba a Bolivia y luego, un año, en Nuevo Milenio. Allí aprendí, también, que no éramos nosotros, los de colegios fiscales, los que lucíamos más sospechosos —recuerdo a niños de colegios de El Alto y provincia mirando con respeto y hasta cierta veneración el libro objeto— quienes robaban más, si no los otros, los de la élite, los que más tenían, los que de verdad lo hacían. Les he preguntado a mis amigos obreros de la feria cómo les fue con esas caóticas visitas de colegios y han sido unánimes, imagino que hay cosas que simplemente no se pueden cambiar. Después, ya no tuve que pagar entrada porque mis editores, por ser escritor, me conseguían un pase. Me pareció un gran alivio para el público eso del 2×1 o el abono, no es lo ideal, lo ideal es que la entrada sea gratuita, pero sin el concurso del Ministerio de Culturas, por ejemplo, que descolgó su auspicio, el visitante continuará gastando cierto dinero que podría emplear para comprar libros en el sustento de la Cámara.

Carlos Cuauhtémoc Sánchez fue el invitado estrella de esta feria. Y es triste la noción de estrellato que todavía se tiene, y no solo en gran parte de la mentalidad del público lector. Fue un éxito, dirán, recordando sobre todo el sonado fracaso que significó la presencia de este autor de autoayuda algunos años atrás en Cochabamba. Y, en estos tiempos donde lo políticamente correcto es premiado con likes, se dirá que es lo que leen y necesitan los jóvenes, que tiene su público, que hace que algunos se acerquen a la lectura, que cada quien tiene el derecho a vender su charque, etcétera. Pero, ¿en realidad es bueno promocionar a esta magnitud la autoayuda? Para empezar, ¿es buena la autoayuda? ¿Es bueno para nuestra juventud —ya estoy hablando como un anciano preocupado— que crea que un redactor de panfletos pseudomoralistas es un escritor de verdad? La vida no es, tristemente, algo que se puede hacer con una guía, como si se tratara de un televisor de nueva generación. La literatura de verdad se encarga de hacer el camino de la vida más soportable. La autoayuda es una mentira, una golosina borracha de azúcares, acéptenlo, diabéticos de las letras. Quizás sea el ritmo de los tiempos. Recuerdo la anécdota que me contó un amigo que estuvo en la Feria de Brasilia cuando vio que el gran Orhan Pamuk, solito, diríase abandonado, recorría los stands curioseando libros mientras la multitud, frenética, hacía cola para hacerse autografiar el “libro” que había redactado un youtuber. Einstein lo predijo, dicen.

Don Pedro Camacho, dueño de la editorial Kipus, me contaba que en la Feria de Lima, una ciudad que por sí sola tiene toda la población de Bolivia, había apenas unas centenas más de visitantes que en nuestra feria. Y no me parece que sea un dato menor.

Hay que agradecer la visita de excelentes escritores extranjeros. Tuve la oportunidad de presentar dos libros bastante buenos de nuestros visitantes: Si te vieras con mis ojos, del chileno Carlos Franz, novela que discute la naturaleza del amor entre el arte y la ciencia, y ¿Y quién eres tú para juzgarme?, del peruano Julio Durán, que la editorial alteña Sobras Selectas publicó para el lector boliviano y cuyos cuentos proponen interesantes discusiones entre distintas nociones de clase social.

La buena literatura, como las buenas ferias, no regalan soluciones, proponen debate.