Icono del sitio La Razón

Las buenas señales de ‘Las malcogidas’

Las malcogidas, ópera prima de Denisse Arancibia, es una película boliviana de grandes virtudes. Retrata a nuestra sociedad sin mostrarla; mostrando, eso sí, los efectos de su decadencia a través de los sectores afectados. Extraordinario. Las malcogidas pone en evidencia cómo el orden establecido discrimina, condena y castiga toda transgresión a sus cánones morales e ideológicos donde se perpetúan estructuras injustas, asimétricas y violentas.

En el centro de las crucifixiones figuran las mujeres, restringidas a modelos físicos y sociales ilusorios, bajo una presión al límite mismo de su resistencia emocional. Comer o no comer, es la cuestión; donde el hecho en sí cae sobre ellas desde el nacimiento, connotado de culpa; un pecado que se expurga con dietas, tratamientos denigrantes, segregación o vomitando. Ninguna mujer come impunemente, y todas (Carmen-la-abuela y Carmen-la-nieta como arquetipos) están sentenciadas sistémica y transgeneracionalmente a la humillación de esa trampa; entre otras, cómo no: las sexuales, laborales y familiares. Y la crítica va más al fondo cuando Carmen-la-abuela, víctima en propia experiencia es a la vez perpetradora implacable de la denigración de su propia Carmen-la-nieta. La mujer reproduce mujeres.

Como el ladrón malo, a la derecha, figuran crucificados en escena los hombres no heterosexuales en cualquiera de sus declaraciones. Sin ser suficiente la asunción abierta de su condición transgénero, Karmen, con K (nacido Honorio, personaje arquetípico también) padece recurrentemente la agresión física como escarmiento ejemplarizante del dominio macho. Karmen-con-K nunca se amedrenta realmente pero al final de la historia el exilio “voluntario” es su única alternativa de vida y redención, en una escena trágica y dolorosa pero también paradójica por la ratificación de su ser sí misma/o cuando camina con irreverente desplante hasta el avión que la destierra definitivamente de esta colectividad insana.  

Y como el ladrón bueno, a la izquierda, figuran a su vez hombres y mujeres heterosexuales atados a su propia cruz prejuicios y mentiras, con Álvaro (Fernando Barbosa) y Francisca (Scarlet Bolívar) como personajes representativos.

El largometraje se sostiene en un guion finamente armado, con personajes bien construidos, diálogos exquisitos por su naturalidad, y una historia que no es historia sino más bien una cámara abierta a una cotidianidad de familia donde el mundo exterior resuena horripilante. Las tres Cármenes: Carmen-la-abuela (Martha Monzón), Carmen-la-nieta a su vez hermana de Karmen-con-K, son la metáfora de la exclusión. Todas bajo un techo donde la vida discurre pese a todo en cierta alegría, con situaciones de humor disfrutable pero que en verdad no hace más que acentuar el trasfondo patético de la trama. El nivel actoral del elenco es muy homogéneo y creíble, con puntos altos de la propia Denisse Arancibia y de su hermana argumental y hermano consanguíneo, Bernardo Arancibia.

La banda sonora propone una elaboración indisociable de la narrativa visual. Acertada utilización de la canción como recurso de aproximación a la psicología de los personajes con intervención de ellos/as en una suerte de doblaje a tiempo real. Mérito aparte, la música de Juan Andrés Palacios para la escena del show en el bar gay, que logra con eficacia acercar al espectador al dramatismo de la marginalidad abriendo una línea narrativa independiente al realismo de la situación. Fantástico.

La edición (Daniel Bargach) comprende muy bien el sentido del guion haciéndose perfectamente funcional a él en una construcción de planos desesperantemente sostenidos (deliberadamente) para ciertas escenas, en contraste con secuencias de cortes rápidos característicos de la sintaxis audiovisual en boga. A la estructura de la edición a su vez le son útiles un expresivo tratamiento de cámara (Juan Pablo Urioste) y un diseño de arte ricamente alegórico (Klaudia Gaensel).

Es valiosa en alto grado la propuesta de Denisse Arancibia, quien impugna a la sociedad con ella (persona y personaje) como sujeto de observación marcando su estética desde la ética. Trascendiendo el cine histórico boliviano que miraba alrededor para entender el país, en Las malcogidas la directora, guionista y actriz principal se mira a sí misma para enrostrarnos lo que como país no podemos dejar de ser (patriarcales, homofóbicos, hipócritas), pese a los avances en legislación que serán el punto de partida pero en ningún caso el de llegada.