Icono del sitio La Razón

BÁRBARA

Es por demás sabido: ningún asunto —o tema, si se prefiere recurrir a tal término devaluado por desmedido manoseo—, “importante” garantiza per se el valor de la película que se aventure a tocarlo. Al contrario, una solvente factura cinematográfica puede convertir en trascendente cualquier cuestión en principio trivial. La clave estriba invariablemente en el debido equilibrio entre el qué y el cómo.

Anotado queda para evitar malentendidos a propósito de la materia que inspiró a Pedro Antonio Gutiérrez para su ópera prima. No cabe duda alguna de que todos ya debiéramos darnos por interpelados, con las consiguientes reacciones actitudinales de respuesta, advirtiendo el engrosamiento imparable de los datos estadísticos relativos a la cantidad de mujeres agredidas sexualmente, a edades cada vez más tempranas para afear en mayor medida tal manifestación de las facetas más abyectas del comportamiento humano.

Pudiera ocurrir que el engorde de los datos den cuenta en realidad que ahora un mayor número de víctimas de ese y otros tipos de agresiones se atreve a sacarlos a la luz. Esto no quita un ápice a la gravedad de semejante expresión patente de las licencias machistas propiciadas por el patriarcado en buena medida intocado, o ahondado, pese a los falsos aparentes avances en su necesario desmantelamiento. Eso sin dejar de advertir el despreciable papel banalizador jugado por la generalizada espectacularización mediática de la información reducida a puro deshecho destinado al consumo sensacionalista.

Luego de un tiempo de ausencia trabajando en Chile, Bárbara regresa temporalmente a Santa Cruz entretanto gestiona la visa para viajar a España. De entrada queda patentizado el malestar de la protagonista al reencontrarse con el ambiente donde fue objeto de una brutal violación, que mantiene en reserva, complejizando la relación con un entorno, familiar sobre todo, para el cual resulta indescifrable la actitud agresiva de la muchacha, al igual que su apuro por marcharse otra vez.  

Los planes de Bárbara tropiezan empero con un escollo impensado cuando su hermano sufre un grave accidente de moto precipitándose al fondo de una canalización inconclusa debido a la dejadez de las autoridades municipales responsables de la obra, infortunio que la fuerza a involucrarse a fondo en la demanda vecinal, reclamo que a su vez intenta ser usufructuado con fines personales por Charly, sinuoso personaje del barrio, vinculado a un no menos turbio concejal resuelto a sacar partido de las gestiones de la protagonista, mientras negocia con los pandilleros dedicados al comercio de drogas en ese arrabal de la capital cruceña.

El trance empuja a Bárbara a adentrarse en los vericuetos del poder para constatar que en esa circunscripción impera el horror del socavamiento de cualquier resabio ético, sustituida la escala de valores a la cual presuntamente debieran ajustar sus actuaciones los funcionarios, electos o puestos a dedo, por la discrecionalidad, la manipulación y el despotismo a mansalva en el uso del puesto temporalmente por ellos ocupado. Quisiera el director describir la versión terrena y local del averno. Enseguida daremos cuenta de los motivos que ya en la práctica se interponen, infranqueables, entre semejante deseo y su efectivo alcance.

El ambicioso guion, de autoría del propio director, apunta de tal suerte a una diversidad de asuntos casi a diario tocados por los titulares de los medios, reduciéndolos empero a una visión por demás pedestre que se regodea en el usufructo de una larga relación de lugares comunes a propósito de la corrupción, del abuso de poder, de las maldades propias de “lo político”, conceptuado en el modo de la suma de las perversiones atribuidas a los peores sujetos imaginables.

La fragilidad del guion se hace extensiva al propio tratamiento de los personajes, todos ellos encajados en el molde de los estereotipos a los cuales se atienen sus previsibles procederes una vez planteado el drama que en definitiva resulta achatado y desvestido de vigor debido a la ausencia de volumen de sus respectivas personalidades, déficit que no puede ser salvado por los actores, forzados todos ellos a la chata recitación de morosos diálogos explicativos, escasamente dramáticos en definitiva, que toman el lugar de su propia inserción en el desarrollo narrativo de un drama muy pronto sumido en el convencionalismo y sin mayor interés, puesto que todo acontece a lo largo del relato al margen de cualquier atisbo de sorpresa dramática.

Filmada mayormente en Pampa de la Isla, un populoso barrio marginal de Santa Cruz, la película tampoco consigue sortear con éxito el riesgo del miserabilismo, que a título de compadecerse de las desventuras de sus personajes, recae en la reiterativa exposición de sus penurias bajo el parámetro de un grueso alineamiento de aquellos en dos bandos antagónicos, exentos de matices que pudieran enriquecer el acercamiento a realidades propicias para visiones mucho menos esquemáticas que la dispensada por el guion y su puesta en imagen.

Dramáticamente los villanos de una sola pieza rinden de manera invariable, desde el punto de vista narrativo, siempre menos que aquellos orlados de una cierta ambigüedad, puesto que esto último los aproxima a cualquier notabilidad identificable de entre los muchos inscritos en la galería de personajes públicos merecedores de las pifias de los electores. En cambio la parodia se agota enseguida y despoja a los caricaturizados no solo del mínimo interés para el espectador, adicionalmente de cualquier verosimilitud. Por añadidura les priva de todo alcance denotativo trascendente más allá de la situación particular expuesta por la trama, que a su vez resulta constreñida a la singularidad de la ficción expuesta.

No obstante sus múltiples aspectos opinables, Bárbara permite intuir un potencial malversado en la ocasión por las erróneas decisiones, producto de una descontrolada apetencia, pecado en el cual a menudo incurren los debutantes ansiosos por decirlo todo en su primer emprendimiento, tentando así saltar de buenas a primeras al éxito. Aquí la trampa en la que cae el director es procurar armar un fresco completo de su visión de la sociedad cruceña, en lugar de centrarse en el drama de la protagonista, desarrollando a cabalidad su forcejeo con los fantasmas de la dolorosa experiencia vivida. Pero el manejo de los rubros técnicos permite percibir el conocimiento por Pedro Antonio Gutiérrez de las reglas básicas del relato fílmico, de la misma manera como Alexia Dabdoub insinúa un estimable potencial histriónico cuando consigue liberarse del corsé esquemático de su enfurruñado ensimismamiento para dar rienda suelta, en algunas pocas secuencias cercanas al final de la película, a un registro emocional más rico. Algo parecido sucede de modo muy intermitente con otros de los intérpretes —Jorge Arturo Lora en el papel de Charly; Arturo Lora en el del abuelo Carmelo— cuando zafan de los bocetos fallidos en los cuales se ven obligados a encasillarse, incurriendo en una notoria sobreactuación gestual que los lleva a traspasar el límite entre el estereotipo y la caricatura, que en el caso de Gerónimo Mamani —el concejal— llega a extremos insufribles.

Por todo lo anotado, es este un trabajo penosamente fallido.

FICHA TÉCNICA

Título Original: Bárbara 

Dirección: Pedro Antonio Gutiérrez

Guion:  Pedro Antonio Gutiérrez 

Fotografía: Juan Eduardo Serna 

Montaje: Juan Pablo Richter 

Arte: Alfredo Román 

Música: Manuel Soruco

Sonido: Bernarda Villagómez 

Vestuario: Regina Calvo 

Asistencia de Dirección: Mónica Cortés

Producción: Pedro Antonio Gutiérrez, Alejandro Suárez, Marco Antonio Cortez, Alejandra Soto, Valeria Ponce 

Intérpretes: Alexia Dabdoub, Jorge Arturo Lora, Arturo Lora, Lorena Sugier, Vivian Justiniano, Jorge Gutiérrez, Gerónimo Mamani, Camilo García, Daniela Ochoa 

Abubuya Producciones- Bolivia/2017.