Irande ¿Qué espíritu alumbrará esa lengua?
La obra póstuma de Elio Ortiz contiene el cosmos guaraní.
A veces, raras, un libro aparece en nuestro medio portando un cosmos entero, audible, vivo. Es el caso de la novela escrita y publicada póstumamente por Elio Ortiz, Irande. Mientras los ojos, un poco maravillados, un poco desfamiliarizados, recorren sus páginas, varias preguntas se desprenden hacia el pensamiento. ¿Qué significará narrar para la cultura guaraní?, ¿es ésta una novela, en qué términos?, ¿cómo se narra para la memoria?, ¿se puede, todavía, escribir desde o para el amor?, ¿qué sitio tan insospechado tiene la palabra de mujer en esa sociedad?, ¿a qué viejos problemas de traducción nos remite? En definitiva, ¿qué espíritu alumbrará estas palabras?
La ficción, entre la novela y el mito
En esta historia existen personajes, relato, asunto, temporalidades, diálogos, mundos encontrados, etc., todos los elementos requeridos por la definición de novela hallan sitio. Sin embargo, es clara la presencia de mitos genésicos y culturales alternados con la narración central. Lo que nos lleva a la vieja pregunta por la relación entre ambos, ficción y mito, cuando enfrentamos una escritura proveniente de un marco cultural que no calza del todo con el propio. De hecho, toda la historia de la muchacha Irande para que reciba el amor, oiga su espíritu y al tiempo, se purifique e inicie su vida adulta funciona como sinécdoque de toda la cultura guaraní, justo antes de la masacre de 1892. En ese sentido, los mitos que la abuela narra acompañan el proceso de crecer, que es también el de ir llevando en las palabras propias el peso de una tradición (sus explicaciones, sus relatos que sostienen valores, sus orígenes en voz de los mayores). Elías Caurey completa esta intuición, en la presentación del libro efectuada en Sorojchi Tambo, cuando comenta que se puede contar para entretener (cualquiera lo hace), pero contar sobre lo inexistente, es, dice, tarea de algunos.
La pregunta es cómo los mitos van sosteniendo la historia de amor entre Irande y su elegido; pero en paralelo, cómo sostiene la ficción una explicación posible de los hechos de la historia. Mito y ficción, parece, se completan en estrecho diálogo imaginario. El mito otorga sentido a los sinsentidos de la Historia. La ficción posibilita que éstos se encuentren. Escribe un autor, pero en su mano convive un mandato, una sociedad, un destino y una fabulación que otorgue sitio y sentido.
Recibir al amor: actuar sintiendo
Cuando leemos el anuncio de una “novela de amor” es posible que salgamos huyendo o sostengamos con sospecha el libro en cuestión, pues son sabidos la dificultad y el riesgo de cursilería inmanente a tal asunto. Acá y rápidamente, también hay sorpresas. Primero, la protagonista se prepara para el amor, no para el amado; es decir, lleva su cuerpo y su mente al estado mismo del recibir, sin dirigirlo hacia alguien en particular, pues la aparición o elección de ese ser exceden su individualidad, le vienen dadas por su destino. La historia de amor de los jóvenes, una vez ella halla a su par, no incumbe solo a sus dos miembros, es parte de la sociedad que, o se ocupa de ellos, sosteniéndoles los afectos y posibilitando y fortaleciendo su amor, o los separará orientada por sus temores, leyes y proyecciones. Es decir, el amor es primero un camino hacia el cual deben prepararse los enamorados, incluso antes de conocerse; y el que se amen dependerá tanto de ellos y sus caminos como de la sociedad que los una o los aparte.
¿Qué amores permitimos como posibles?, ¿cómo gestionamos los deseos y los enojos de nuestros ciudadanos? Hace rato que sospecho que nuestra sociedad no sabe dónde poner su deseo, dónde poner su ira (varios artistas también están trabajando en ese sentido, algo habrá en el aire, y no es algo menor). Que la afectividad no es asunto íntimo, solamente, se sabe. Que sea también un asunto en el que se juega un sentido social, un destino social, es el aporte de esta escritura. Cuando no sea tiempo de amor y de deseo y de encuentro, vendrá solo la palabra que muerde y el acto que mata.
Mujer que habla, mujer que oye
Llama la atención, para una lectora occidental y habitante de un marco cultural machista, eso de que a palabra de mujer, nada que replicar. En la novela sí sucede, pero hay matices importantes. Uno: la mujer puede llegar a oír tanto su propio espíritu como al tiempo, siempre y cuando camine su camino, trabaje la arena que es todo cuerpo-mente, en la que se debaten el sentir y la racionalidad. Dos: en la medida en que lo haga, ella podrá oír su esencia, lo que es, sin perturbarse ni por el orgullo, ni por las apariencias que el mundo reclama. Lo del tiempo sorprende menos si una piensa en la clara y contundente forma con que el tiempo nos habla en el cuerpo a las mujeres, advirtiendo fechas y plazos, engendramientos y despedidas, tiempo de dar vida y tiempo de cuidarla. Aun así, no deja de conmover que una mujer que oyó ambas instancias y apaciguó su corazón, pueda dirigir esa sabiduría fuera de sí, a su comunidad. Cuando sucede, la mujer suma al tiempo y a su espíritu, la voz de los dioses; ellos la hablan.
Para que haya otro tiempo, anterior a la catástrofe y posterior a ella, se debe atender el espíritu propio. Hacerlo implica lejanía, ruptura, silencio, mucha humildad, mucho rechazo mundano. Hacerlo implica callar para atender. Esperar, ver llegar la palabra dada, la esencia asumida, lo sagrado manifestado. Entonces, solo entonces, el tiempo avanzará su paso que es el del nuevo ciclo, a veces bondadoso, a veces tenebroso, un nuevo camino para aprender a andar.
Asunto de traducciones: ¿todo entra en las palabras?
En la novela, quedan sin traducir las oraciones, los cantos sagrados, la palabra dirigida a lo sagrado o dicha en su nombre. En nota del traductor se advierte de su característica onomatopéyica, no transcribible. Sin embargo, en la presentación del libro, el traductor añadió dos datos hermosos: el encargo que le hiciera su hermano, en sueños, para que su palabra llegue en otra lengua a nuevos ojos; y la certeza cultural de que él no puede enunciar lo sagrado, pues al no ser hombre a ello destinado, no puede controlar los efectos, los poderes de tales palabras. Queda, pues, por fuera de la palabra lo que a otros seres pertenece, lo que otros están llamados a decir. Así, recordamos lo central y fuerte que es la palabra para la cultura guaraní: ella no puede ir suelta de cualquier modo en cualquier boca; ni en todo tiempo ni en sitio indistinto. La palabra es dada a algunos. Aunque duerma en todos empujándonos a empezar nuestro camino propio. Aunque calle a veces, para recordarnos oír el tiempo, posibilitar el amor y recibirlo, narrar cosas que, sin existir todavía, dotan de secretos sentidos a sus sociedades.
Otra palabra está “detrás de lo que se dice”. A veces, la memoria del mito; a veces, el peso del corazón, el monstruo de la razón; a veces, el inicio que, escondido detrás de los finales, ríe al advertir nuestra sorpresa: y todo volvió a cantar.