BESO DE CHOLA, arte-acción y contracultura lesbiana en La Paz
La obra de Adriana Bravo e Ivanna Terrazas está en el Centro Cultural de Bellas Artes de Lima.

La singularidad de un individuo ha sido un asunto problemático en casi todas las sociedades, en cualquier lugar y en cualquier momento de la historia. La cultura europea fue una de las primeras que acentuó la noción de individualidad y brindó una explicación sobre la necesidad de reconocer la singularidad de cada persona en el seno de lo social. Esa manera de reconocimiento político del ciudadano, como sujeto de derechos y, a la vez, como componente relevante dentro de una colectividad, consciente de unos deberes, hace que la manera de configurar las identidades, las subjetividades, las conformaciones y comprensiones de sí, en el seno de la cultura contemporánea, colonizada por esa idea europea, sea problemática.
Esta tensión entre individuo y sociedad, entre parte y todo, se ve reflejada en las dimensiones prácticas, visuales, estéticas de la cultura, la cual se realiza gracias a los artistas, escritores, literatos, y otros agentes culturales. Es el caso de la performance, fotografía e instalación que viene ejecutando la artista Adriana Bravo junto a la performer Ivanna Terrazas titulada Beso de chola.
La artista en mención cuenta con una destacada trayectoria en la que se encuentran varios galardones importantes en arte. Como creadora visual Adriana ha propuesto, en este trabajo, la relación que existe entre la persona, en el libre despliegue de sus opciones fundamentales, y las demandas que la sociedad exige cumplir a esa misma persona, en aras de mantener la solidez comunitaria. Esa relación individuo-colectividad no sucede a manera de un próspero diálogo sino que, casi siempre, se hace desde una continua negociación, una constante tensión que no se resuelve de manera tranquila y pacífica. En esa relación de negociación el proceso suele producir violencias de parte y parte.
En Beso de chola esa tensión y esas violencias quedan plasmadas mediante la detallada elaboración, la composición de la imagen, el ordenamiento de elementos diversos que constituyen las fotografías, pero sobre todo, el tema que funciona como eje de la construcción: la tradicional chola paceña. La figura de la chola, ícono de La Paz, de la estratificación social basada en la raza, de las prácticas en las que se vincula estatus y origen social en el complejo mestizaje que se dio en la modernidad es el tema que convoca, permite hacer la convergencia; evidencia la tensión entre una tradición, un colectivo, unos valores y la emergencia de la autonomía, libre desarrollo de la personalidad a la que aspira un individuo.
La obra es provocadora porque se trata de la recreación de una pareja de cholas paceñas entregadas al amor en claras manifestaciones públicas. Es decir, Beso de chola apuesta a transgredir el imaginario colectivo sobre una de las figuras de la mujer paceña, perteneciente a las élites mestizas del altiplano en el mundo aymara, en el complejo contexto mestizo indígena-español. Siguiendo a uno de los más célebres de los autores que haya escrito sobre la chola paceña, el señor Antonio Paredes Candia, el origen de la palabra chola tiene lugar en la manera como era llamada la “hembra del chulo”, o sea, la “chula”.
Esto implica que la palabra chola surge dentro de una relación sexo-genérica que hace derivar lo femenino de lo masculino. Detrás de esa subordinación, en apariencia meramente lingüística, existe una sujeción del rol de género que la artista impugna, desmiente y hackea. Con esta acción y con el despliegue de imágenes registradas la pieza desvirtúa, descoloca la tradicional figura de la chola y la lanza como posible dueña de su propia sexualidad, más allá de las convenciones que la sociedad aymara paceña, típicamente andina, muy conservadora, suele mantener, custodiar y salvaguardar.
La cuestión es que la acción estética Beso de chola no se refiere simplemente a una reivindicación de la autonomía para el ejercicio de la sexualidad, sino que desafía los marcos del patriarcado aymara al evidenciar, abiertamente, las posibles prácticas lesbianas dentro de la comunidad paceña; sobre todo, en los círculos sociales y culturales a los que pertenece la figura de la chola.
El juego estético genera una imagen disruptiva en cuanto al orden de la mirada. Por tratarse de una cultura mestiza, este acto de impugnación cobra sentido en tanto activa en el mestizaje aymara citadino, su lugar de enunciación como “pueblo mestizo”. Pregunta no solo sobre el hecho de su mestizaje, representado en el estilo sobrecargado del atavío de la chola, sino que pregunta por la forma mediante la cual ese mestizaje, en contacto permanente con lo occidental (occidentalizado), realiza sus negociaciones con la tradición del derecho y de la política moderna, la cual ve crecer la reivindicación de derechos por parte de la diversidad sexual en el libre desarrollo individual. Pareciera que la artista plantea las siguientes preguntas: “¿De qué manera se elabora la idea de la homosexualidad aymara?”, “¿Qué sentido cobraría el lesbianismo en el contexto de la chola paceña?”
La manera de mirar también está gobernada, establecida. Existen maneras de aparecer perfectamente reguladas por la sociedad y los colectivos, como lo es este caso. Esas regulaciones, esas maneras, tanto de ver como de aparecer, se asocian al poder. No es “normal” ver a dos mujeres cholas en manifiestas expresiones de amor erótico en la calle, como lo es un darse un beso. No se espera, no se encuentra dentro del régimen de la visión, ni de la experiencia estética, configurada y establecida. En ese sentido la pieza en mención desborda los límites de la representación tradicional, del imaginario social y de la estética de la chola, al desplazarla a un campo en el que se revela una chola con una sexualidad diversa: chola lesbiana.
La transgresión mantiene el doble juego de la tradición, pues, las dos cholas que se besan en espacios públicos, en lugares propios de la cultura mestiza de La Paz, de las élites neo-ricas bolivianas, mantienen todo el glamour tradicional, la altivez, la belleza de los accesorios, la idónea selección de las telas de cada pieza del traje, la riqueza y gusto sobrecargado de la tradicional chola, revelando un severo cuidado en esa composición. De otra parte, esa misma fidelidad a la rica figura de la chola ataviada se ve despojada de la fuerza moral de su tradición patriarcal al ser desplazada al plano de una práctica sexual “anormal”, lo que hackea el orden y todo el sentido convencional al que se suele asociar la imagen.
Esta obra nos muestra una apuesta artística y estética valiosa porque promueve la reflexión sobre la sujeción del rol de la mujer en el contexto andino de La Paz y genera ideas, agencia apertura para el respeto de la sexualidad de las mujeres. En particular, de las prácticas lesbianas, así como de otras prácticas sexuales deslegitimadas, invisibilizadas y reprimidas. Su obra propone revisar la relación entre sociedad andina tradicional, rica en colores, en elementos, y la policromía de una sexualidad individual menos reprimida, reconocida en todos sus matices. Abona a la armonía entre los colores de la sociedad boliviana y los colores de la sexualidad: riqueza, diversidad y unidad en la diferencia, como unidad en la diferencia se ha dado siempre en la figura mestiza de la chola paceña.