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Thor: Ragnarok

La ya agobiante epidemia de secuelas, precuelas y otras yerbas aupada en la feroz competencia por los mercados entre Marvel y las otras productoras hollywoodenses enfrascadas en la indigerible exaltación de variopintos defensores de la galaxia entrega otra astracanada efectista que pareciera haber despistado a unos cuantos críticos, atrapados por el espejismo de la presunta apertura de la peste en cuestión a un acápite menos solemne y pagado de sí mismo, más suelto de cuerpo, cuyo pistoletazo de largada sería este tercer episodio de la saga dedicada a Thor, junto a Hulk los dos personajes mayores del universo de Marvel Comics justamente.

Con la clara intención de una vuelta de tuerca que garantice mantener actualizada la convocatoria taquillera de los ya incontables títulos nutridos por el traslado a la pantalla de los comics de otrora, para el tercer episodio de la trilogía —pero se anuncia al finalizarlo para pronto una cuarta vuelta a lo mismo—, dedicada al superhéroe del martillo mágico, se convocó al realizador-guionista-actor neozelandés Taika Waititi, tomando nota seguramente de las favorables recensiones obtenidas por What We Do in the Shadows (2014). Fue aquella una desmelenada tomadura de pelo a la iconografía vampírica simulando documentar los entretelones de la vida cotidiana de los habitantes de cierto caserón semiderruido: un bizarro grupo de chupasangres.

El plan detrás de la opción por Waititi, cabe sospechar, consistía en utilizar el humor, eventualmente asimismo una mirada desalmidonada, para la transfusión urgente de plasma al género de marras, cada vez más anémico por cierto, aun si las cifras de boletería, no obstante marcadas oscilaciones, parecieran dar cuenta de lo contrario, cuando en verdad solo testifican la neurótica compulsión de los espectadores/consumidores a no perderse capítulo alguno de los inoxidables paladines a cargo de mantener a buen resguardo el planeta y sus alrededores.

Personalmente considero fallido el intento, no obstante un par de cosas salvables. Veamos. En la ocasión a Thor le toca lidiar con múltiples embrollos familiares que ponen en riesgo, ni más ni menos, el presente y futuro de todas las constelaciones conocidas y por conocer. Loki, su sinuoso hermano adoptivo, gobierna Asgard usurpando la apariencia de Odín, el padre, quien aguarda en la tierra su muerte a corto plazo. Lo peor empero viene encarnado en Hela, la hasta entonces desconocida hermana primogénita, ella sí malísima y dispuesta a lo que fuera para ser la reina absoluta de los nueve planetas conquistados por Asgard y unos cuantos más. Desterrados por Hela, Thor y Loki van a dar al planeta Sakaar gobernado por “El Gran Maestro”, un desfachatado fanfarrón que daría la impresión de caricaturizar a tantos politiquillos ignorantes, ridículos y pagados de sí mismo que circulan en la realidad de todos los días. Allí, en una parodia del circo romano Thor se reencuentra, a mamporros, con Hulk, el enorme y refunfuñado mutante que esconde a un tímido ciudadano afectado por el síndrome de la doble personalidad.

El humor machaca dos recursos: los chascarillos verbales —más o menos ingeniosos algunos, bastante bobos otros tantos— por una parte; los golpes y porrazos por la otra, en este último caso con abundancia de estrépito y averías. No hay pastelazos en la cara pues le habrá parecido al director un anacronismo ponerlos en semejante contexto de altísima sofisticación tecnológica, donde la gente se alimenta probablemente mediante pastillas suministradas por algunas robotizadas trabajadoras del hogar. Vaya uno a saber, pues enfrascado como está el guion en los grandes contenciosos interplanetarios no queda espacio para la vida cotidiana de las gentes, más preocupadas por no ser ingeridas por Fenrir, el gigantesco mastín al servicio de Hela, que por su propio menú.

Entre los, pocos, aciertos de la película se puede anotar el casting. Kate Blanchet se lleva la flor en su personificación de Hela, la diosa de la muerte, enfundada en unas calzas muy sugerentes y coronada por una cornamenta retráctil, quien parece haberla pasado bomba durante el trabajo prodigando gestos y miradas que le confieren una convincente perversidad acorde a la Diosa de la Muerte. Es asimismo destacable la soltura de Jeff Goldblum en ese gran maestro inmune al adefesio. Por su lado Chris Hemsworth entrega un Thor pagado de sí mismo, que funciona convincentemente como una versión satírica de las deidades mitológicas, de las cuales el realizador pretende reírse a mandíbula batiente, aunque al final de cuentas el ademán quede en una mueca.     

A Waititi lo pierde su obcecación por hacer a toda costa una comedia, entre otras cosas debido a que se lo presiente jaloneado por los productores, interesados en lavarle un poco la cara al asunto, pero no tanto tampoco como para correr el riesgo de ahuyentar a los fans, eventualmente desconcertados por los cambios en los referentes de un modelo cuya repetición le ha franqueado a Marvel ingresar a sus arcas un trillón de dólares.

Así pasan los minutos, las horas, ¡qué digo!: se arrastran, y esto se parece cada vez más a la historia sin fin, no aquella de Petersen, literalmente a una encerrona de la cual el director no termina de averiguar cómo salir, especialmente porque los chistes se van quedando sin pimienta y los efectos ya extraviaron hace rato, consecuencias del empacho, toda capacidad de asombro.

En el camino Thor perdió martillo, melena y un ojo. ¿Anuncio del advenimiento de nuevos tiempos para la saga del nórdico-germano Dios del Trueno, o cebo para esperar a ver cómo se las arregla tuerto, rapado y sin maza cuando en el venidero episodio le toque la enésima misión salvadora de los villanos de turno, afanados como sus antecesores en hacer trizas todo?

A propósito de la pérdida del ojo del protagonista. Claramente en la escena en la cual Hela se lo hace puré es el derecho el afectado. De pronto, un par de escenas más adelante, aparece magullado el izquierdo, luego todo vuelve a su lugar. Semejante chapucería de continuidad es reveladora del peso de los pesos en estas mega bazofias a cuyos financiadores les sale más barato asumir el ridículo de semejante error de principiante que rehacer toda la toma, así en el fondo sea una falta de respeto al espectador.

Abundan, con recurrencia hartante los choques, golpizas, trompadas con lo que se tenga a mano —acompañadas desde la banda sonora armada a base de sintetizadores—,  pero al final no queda en claro si al adoptar semejante pose de superioridad de cara a la historia y los personajes, a los cuales el director simula detestar, y en definitiva también respecto a los incautos que se dejaron atraer por la enésima versión de lo mismo, compuesta por una mescolanza de recursos tomados de otras nulidades precedentes aquél no termina rindiendo culto a la pandemia de las franquicias que ya deglutió unos cuantos realizadores por ella cooptados.

Ficha técnica

Dirección: Taika Waititi 

Guión:  Eric Pearson, Craig Kyle, Christopher Yost

Fotografía: Javier Aguirresarobe 

Montaje: Zene Baker, Joel Negron

Diseño:  Dan Hennah, Ra Vincent

Arte: Bill Booth, Brendan Heffernan, Richard Hobbs, Alex McCarroll, Laura Ng 

Maquillaje: Ellen Arden – Música: Mark Mothersbaugh

Efectos: Leanne Brooks, David J. Barker, Craig Tex Barnett, Justin Bertges, Valeria Andino 

Actúan: Chris Hemsworth, Tom Hiddleston, Cate Blanchett, Idris Elba, Jeff Goldblum, Tessa Thompson, Karl Urban, Mark Ruffalo, Anthony Hopkins. EEUU 2017