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Chancho, la inversión de una vida

Texto ganador del concurso de crítica del XIX Festival Nacional de Teatro Bertolt Brecht 2017.

/ 6 de diciembre de 2017 / 04:00

El final de todo chanchito es hacerse pedazos. La destrucción subyace en todo proyecto de ahorro, en toda crianza de un sueño. Con su sonrisa, el chanchito nos recuerda que para crear habrá que destruir. Irremediablemente. En Chancho, obra de Chakana Teatro (Santa Cruz), asistimos a este proceso de creación/destrucción presentado en un sentido inverso. Ariel Muñoz, el autor y actor, ofrece primero los fragmentos de una vida y de todas las vidas que la alimentaron, y nos hace transitar por el relato de Eduardo, su relato.

La mirada transita por un escenario recortado, casi un pasillo, que conecta los mundos del presente y el pasado. Un secador de manos, un manojo de cartas, un cubículo en el baño de un aeropuerto. Lentamente se conforma la apariencia de una realidad en la que Ariel/Eduardo se enmascara para encontrar el valor ahorrado a lo largo de su vida.

Su primera frase es un relámpago que refresca y estimula la atención. Nos sitúa fuera del tiempo y nos anuncia grandes vuelos. Si la escena fuera un espejo, nos veríamos fácilmente perdidos en el primer tramo que Eduardito hace a tientas, con la razón vendada, pidiendo apoyo a la inteligencia de nuestras emociones.

Nadie nos advierte de la inversión que hay que hacer como espectadores. Y tampoco nos anuncia los beneficios que podemos esperar. Un inicio lleno de abstracción nos lanzará al encuentro súbito de una totalidad que no puede ser ajena a cualquiera que haya sentido la soledad del abandono.
El heroísmo de Eduardo no reside en saber de este riesgo, sino en su capacidad para reconstituir el sentido con los fragmentos de una educación de engorde, por la cual tarde o temprano terminará reventando.

Solo es cuestión de ritmo para que, tanto Ariel/Eduardito, como los espectadores, cobre en asombro la capacidad de Chancho para acumular imágenes. La infancia del ser y sus celebraciones se citan en esta obra, atraídas por el calor artificial del secador de manos, ocupando y superponiendo espacios y tiempos en los objetos de este rito de paso.

Chancho es la acumulación de herramientas de un creador. Ariel, en dramaturgia, ofrece una poesía descriptiva, con una acción que galopa entre imágenes llenas de alimento para la mente y los sentimientos. Ariel, en dirección y puesta en escena, se presenta sobrio y preciso, y las cosas obedecen marcialmente a los designios de su partitura escénica. Ariel en interpretación no puede ser más conveniente, pues solo quien cuenta su propia experiencia puede dar más de ella que el narrador más avezado.

Eduardo no está solo, cuenta con las voces que penetran en el silencio de su cabeza abrumada. Adriana y Marina dan cuerpo a los fantasmas con gran solidez actoral, en pasajes de energía fuerte, centrada, necesaria para cargar el peso del relato y darle el giro de una comicidad muy familiar y un sentimiento primordial. Es encanto y misterio escuchar, en la escena viva, música y poesía vertidas al quechua, y adivinarse en la mixtura de orígenes y “formas creativas de colonialismo”.

Al respecto de esto, podemos hablar de la invisibilidad de gringos que estorban la intimidad con sus voces intestinas, o de la perpetua presencia del martillo de trabajo que espera entrar en acción dentro de una bolsa que parece hecha con nuestra propia piel. Estas capas de sentido, este tocino político, profundo o superficial, pueden leerse o no. Pero seguro resonarán en nuestra casi arquetípica condición latinoamericana, inevitablemente.

Y si hay un arquetipo al que esta obra debe algo, es el de Hamlet. Porque, ¿qué teatrero que se precie de ser tal va a dejar fuera de su obra siquiera un diente de esa vieja calavera? Entre darle y no darle, hay que darle el mismo cariño con el que se cría un animal de engorde, el único que nos enfrenta dignamente con la soledad.

Hamlet nos enseñó que la verdad del teatro remueve las fibras de la verdad de la vida. Porque no hay nada que pueda guardarse para siempre. Chancho nos invita a pronunciar la muerte de los padres en sus oídos, una muerte que sea suficiente y que nos alcance en el momento y lugar menos esperados para vaciar todo lo que se ha invertido en una vida. Y ese vaciamiento es el regalo, el homenaje a aquellos que nos heredan un sitio en la genealogía del misterio del ser.

Ficha técnica

Título: Chancho

Elenco: Chakana Teatro, Santa Cruz

Autor: Ariel Muñoz

Director: Ariel Muñoz

Asistencia de dirección: Glenda Rodríguez

Actores: Ariel Muñoz, Adriana Ríos, Marina Pereira

Asistencia Técnica: Pablo Mansilla

  •  Andrés Leonardo Escobar Juárez es actor

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Chancho, la inversión de una vida

Texto ganador del concurso de crítica del XIX Festival Nacional de Teatro Bertolt Brecht 2017.

/ 6 de diciembre de 2017 / 04:00

El final de todo chanchito es hacerse pedazos. La destrucción subyace en todo proyecto de ahorro, en toda crianza de un sueño. Con su sonrisa, el chanchito nos recuerda que para crear habrá que destruir. Irremediablemente. En Chancho, obra de Chakana Teatro (Santa Cruz), asistimos a este proceso de creación/destrucción presentado en un sentido inverso. Ariel Muñoz, el autor y actor, ofrece primero los fragmentos de una vida y de todas las vidas que la alimentaron, y nos hace transitar por el relato de Eduardo, su relato.

La mirada transita por un escenario recortado, casi un pasillo, que conecta los mundos del presente y el pasado. Un secador de manos, un manojo de cartas, un cubículo en el baño de un aeropuerto. Lentamente se conforma la apariencia de una realidad en la que Ariel/Eduardo se enmascara para encontrar el valor ahorrado a lo largo de su vida.

Su primera frase es un relámpago que refresca y estimula la atención. Nos sitúa fuera del tiempo y nos anuncia grandes vuelos. Si la escena fuera un espejo, nos veríamos fácilmente perdidos en el primer tramo que Eduardito hace a tientas, con la razón vendada, pidiendo apoyo a la inteligencia de nuestras emociones.

Nadie nos advierte de la inversión que hay que hacer como espectadores. Y tampoco nos anuncia los beneficios que podemos esperar. Un inicio lleno de abstracción nos lanzará al encuentro súbito de una totalidad que no puede ser ajena a cualquiera que haya sentido la soledad del abandono.
El heroísmo de Eduardo no reside en saber de este riesgo, sino en su capacidad para reconstituir el sentido con los fragmentos de una educación de engorde, por la cual tarde o temprano terminará reventando.

Solo es cuestión de ritmo para que, tanto Ariel/Eduardito, como los espectadores, cobre en asombro la capacidad de Chancho para acumular imágenes. La infancia del ser y sus celebraciones se citan en esta obra, atraídas por el calor artificial del secador de manos, ocupando y superponiendo espacios y tiempos en los objetos de este rito de paso.

Chancho es la acumulación de herramientas de un creador. Ariel, en dramaturgia, ofrece una poesía descriptiva, con una acción que galopa entre imágenes llenas de alimento para la mente y los sentimientos. Ariel, en dirección y puesta en escena, se presenta sobrio y preciso, y las cosas obedecen marcialmente a los designios de su partitura escénica. Ariel en interpretación no puede ser más conveniente, pues solo quien cuenta su propia experiencia puede dar más de ella que el narrador más avezado.

Eduardo no está solo, cuenta con las voces que penetran en el silencio de su cabeza abrumada. Adriana y Marina dan cuerpo a los fantasmas con gran solidez actoral, en pasajes de energía fuerte, centrada, necesaria para cargar el peso del relato y darle el giro de una comicidad muy familiar y un sentimiento primordial. Es encanto y misterio escuchar, en la escena viva, música y poesía vertidas al quechua, y adivinarse en la mixtura de orígenes y “formas creativas de colonialismo”.

Al respecto de esto, podemos hablar de la invisibilidad de gringos que estorban la intimidad con sus voces intestinas, o de la perpetua presencia del martillo de trabajo que espera entrar en acción dentro de una bolsa que parece hecha con nuestra propia piel. Estas capas de sentido, este tocino político, profundo o superficial, pueden leerse o no. Pero seguro resonarán en nuestra casi arquetípica condición latinoamericana, inevitablemente.

Y si hay un arquetipo al que esta obra debe algo, es el de Hamlet. Porque, ¿qué teatrero que se precie de ser tal va a dejar fuera de su obra siquiera un diente de esa vieja calavera? Entre darle y no darle, hay que darle el mismo cariño con el que se cría un animal de engorde, el único que nos enfrenta dignamente con la soledad.

Hamlet nos enseñó que la verdad del teatro remueve las fibras de la verdad de la vida. Porque no hay nada que pueda guardarse para siempre. Chancho nos invita a pronunciar la muerte de los padres en sus oídos, una muerte que sea suficiente y que nos alcance en el momento y lugar menos esperados para vaciar todo lo que se ha invertido en una vida. Y ese vaciamiento es el regalo, el homenaje a aquellos que nos heredan un sitio en la genealogía del misterio del ser.

Ficha técnica

Título: Chancho

Elenco: Chakana Teatro, Santa Cruz

Autor: Ariel Muñoz

Director: Ariel Muñoz

Asistencia de dirección: Glenda Rodríguez

Actores: Ariel Muñoz, Adriana Ríos, Marina Pereira

Asistencia Técnica: Pablo Mansilla

  •  Andrés Leonardo Escobar Juárez es actor

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