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Agua que no has de beber

Este es el texto ganador del segundo lugar del II Concurso de Crítica Amateur del XIX Festival Nacional de Teatro Bertolt Brecht, celebrado en Cochabamba.

/ 13 de diciembre de 2017 / 05:02

El sonido del agua chorreando sin remedio de un grifo sin cerrar molesta los oídos casi de inmediato. El recato y la timidez me impiden pedirle al actor que cierre la pila. Estoy esperanzado en que alguno de los niños presentes en la obra Aguamanía lo haga por mí; niños y adultos compartimos el espacio gobernados por la misma inocencia y curiosidad.

Mientras el chorro infinito de agua no cesa, entra en escena el bulto que yacía dormido desde antes de comenzar la obra. Grande, expresivo y con las canillas hinchadas resurge debajo de las sábanas la primera víctima del agua. Las goteras se multiplican e inundan todo el lugar. Entonces es cuando acontece la que para mí es la interpretación mejor lograda de toda la obra.

Entiendes de inmediato que el edificio entero está inundado, sientes el agua habitándolo todo; cuando estás seguro de que empezarás a flotar, ves a los dos actores suspendidos en el aire. Aunque materialmente no se han desprendido de sus cimientos, flotan. Con movimientos de mimo entrenado hacen magia. El espectador se desfasa de su consciencia de realidad. Aquellas escenas inaugurales dan paso al vaciamiento del lugar virtud a un brillante uso de los recursos escenográficos. Básicamente todo está pensado para que cada quien construya el argumento situacional de las escenas por la memoria eidética. Gradas, pasillos y puertas de un edificio, una ciudad entera, un desierto inmenso, el polo norte; montañas y precipicios.

Pero, cuando crees que Aguamanía, la obra de Los Cirujas (La Paz), será actuada toda sin palabras, te ahogan las expectativas. Los gruñidos dan paso a diálogos cada vez con mayor frecuencia. De hecho, al concluir la obra ese diálogo quiere convertirse en un discurso moral, casi piadoso. Si algo de la obra decepciona es que ese principio alucinante sea vencido por el recurso fácil de las palabras. Es básicamente esto mismo lo que termina dividiendo a los asistentes. Si durante el gobierno de los gestos niños y adultos éramos iguales, con la aparición de la palabra surge la cruda capacidad que cada parte tiene para crear significados a partir de los significantes que nos ha depositado la historia de las palabras.

A pesar de aquello, hay que reconocer que toda la línea argumentativa conserva la solidez del principio y la cuidada gestualidad de los actores nos devuelve una y otra vez a aquello que las palabras no saben decir. En varias de las escenas donde no intervienen palabras, los niños explican en voz alta lo que está ocurriendo. Ríen, abren los ojos, ponen cara de asco, interpelan a los actores y dan su veredicto armando una conclusión de los hechos según su antojo. Una niña le dice a otro: “Mi mamá me ha dicho que tenemos que bañarnos todos los días”. Lo delicioso de esto es que tal interacción entra a formar parte de la narrativa de la obra.

Otro de los momentos entrañables del desenvolvimiento de la historia es el episodio del racionamiento producto, obviamente, del derroche anterior. Con referencias demasiado frescas a las sequías que en los dos últimos años golpean al país, una pistola de agua y baldes vacíos juegan la representación perversa de la sed. Cuando finalmente todo se agota, un balde lleno de arena, un rostro desesperado y manos rasguñando la nada nos ponen frente a frente con la muerte de los débiles. Mucho de lo habido en estas escenas transporta al cortometraje animado Abuela Grillo. En esos momentos es casi inevitable sentir el palpitar de la voz de Luzmila Carpio.

El final, al igual que en el corto mencionado, aunque con argumentos completamente distintos, la obra de Teatro Los Cirujas (La Paz) quiere convencer de que los poderosos son vencidos y que la unión, el amor y la solidaridad son las armas contra los usurpadores de la felicidad. Presumo que la intención es dejarle un mensaje a los niños y a través de ellos contagiar la esperanza a los adultos. Personalmente hubiese preferido la crudeza misma de la verdad. Por ejemplo, que la historia es distinta de la que nos dibujamos en la cabeza y que los finales felices son un muy largo camino de aprendizaje de nuestros más terribles errores.

Pérfil:

Título: Aguamanía

Grupo: Teatro Los Cirujas (La Paz)

Dramaturgia: Adalía Auzza

Dirección: Rodrigo Mendoza

Puesta en escena: Rodrigo Mendoza / Adalía Auzza

Actuación: Adalía Auzza / Rodrigo Mendoza / Wilfredo Vásquez F. Utilería: Wilfredo Vásquez F.

Sonido y luces: Eric Calancha / Rodrigo Mendoza

  • Jorge Carlos Ruiz de la Quintana  / Docente universitario

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Francia, capital Beirut

La civilización latina y cristiana protagonizó una campaña terrorista para retomar Tierra Santa

/ 19 de noviembre de 2015 / 04:13

En 1991 Estados Unidos llevó a cabo la operación militar Tormenta del Desierto. El entonces presidente George Bush, padre, lideró una coalición de 34 países para evitar la anexión de Kuwait por parte de Irak. La guerra la vimos todos por televisión y pronto entendimos que lo que estaba en juego era el control sobre el petróleo del Medio Oriente. Kuwait posee la quinta mayor reserva de crudo del mundo, acceso privilegiado al Golfo Pérsico y, como socio importante de occidente, su filosofía económica es fuertemente liberal. La guerra redefinió la geopolítica internacional.

En septiembre de 2001 en grupo terrorista Al Qaeda secuestró aviones y atentó varios objetivos en Estados Unidos. Dos aviones impactaron contra las Torres Gemelas en Nueva York provocando miles de pérdidas humanas. El presidente George W. Bush, hijo, explicaba así lo sucedido: “enemigos de la libertad cometieron un acto de guerra contra nuestro país.” Y lanzaba al mundo una amenaza: “Todas las naciones en todas las regiones deben tomar ahora una decisión: o están con nosotros o están con los terroristas.”

Dos años más tarde se llevó a cabo la invasión de Irak acusando a su gobierno de poseer armas de destrucción masiva. Poco después todos nos enteramos de la verdad. En noviembre de 2015, el grupo terrorista Estado Islámico ataca y mata a cientos de civiles en el corazón de Europa. El presidente François Hollande se pronuncia sobre lo ocurrido: “Lo que pasó ayer en París y Saint-Denis fue un acto de guerra y delante de la guerra el país debe tomar decisiones apropiadas.”

Desde España, el presidente Rajoy se solidarizaba con el pueblo francés y profería la siguiente sentencia: “No estamos ante una guerra de religiones, sino ante una lucha entre civilización y barbarie. Todos los seres humanos que defendemos la vida, la libertad y las sociedades abiertas nos sentimos golpeados y amenazados por quienes quieren acabar ese modo de vida que hemos construido a lo largo de siglos de progreso y de civilización.”

El mismo día en Beirut 44 personas mueren por atentados perpetrados por seguidores del mismo grupo terrorista que atacó París. Todos los medios de información ponen sus ojos en un solo lugar. Los mass media nos saturan hasta el cansancio con el llanto y el dolor de la “civilización”. Lo que pasa en Beirut a nadie le importa. Lo que ocurre diariamente en Siria, Irak, Afganistán o Palestina no tiene que preocuparnos, porque aquellos rincones oscuros del mundo son parte de la barbarie. Los enemigos de la libertad son los patrocinadores de una escenografía maniquea. Ellos y sus territorios son la encarnación del mal. Por eso, la civilización a través de sus aparatos comunicacionales nos dice: “están con nosotros o están con los terroristas.”

Habría que recordarle a la civilización latina y cristiana que fueron ellos los que protagonizaron por casi 200 años una campaña terrorista sobre el mundo oriental, so pretexto de retomar el control de Tierra Santa. No estaría demás comentarles a los paladines de la libertad que el colonialismo europeo atacó, exterminó, explotó y sometió a miles de pueblos en América, África y Asia durante cuatro siglos. Sería una gran cosa decirles a aquellas naciones prototipos de la humanidad verdadera, que las dos guerras mundiales tuvieron como epicentro el subcontinente europeo. Quienes se rasgan el pecho por actos dinamiteros, no olviden que las bombas atómicas que aniquilaron por miles a civiles inocentes en Japón fueron lanzadas para proteger la libertad y el progreso.

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La primera dama

La definición y las características Jorge Carlos Ruiz De la Quintanade una monarquía dependen mucho de la época y del lugar

/ 23 de octubre de 2015 / 07:53

Las monarquías nacieron de la necesidad de integrar bajo un solo mando a muchas comunidades. La definición y las características de una monarquía dependen mucho de la época y del lugar del que estemos hablando. Los regímenes soberanos del siglo XVII y las monarquías parlamentarias y constitucionales de este tiempo son nuestra referencia más cercana. Los señores feudales de la Edad Media también eran una suerte de monarcas sin corona y sin tanta fanfarria. Roma adoptó la monarquía como su primera forma de gobierno por más de dos siglos. Pueblos muy antiguos como el hebreo se regían por reyes. Por caso, el rey David fue sucesor de Saúl en el trono de Israel. La legendaria Babilonia creció como imperio bajo la misma modalidad.

Hay muchos estudios serios que afirman que el inicio de la agricultura no solo dio paso al nacimiento de las civilizaciones, sino que además propició el nacimiento del patriarcado. Mientras éramos poblaciones nómadas, la cacería y la recolección eran tareas ligadas a los varones del clan, lo que suponía ausencias constantes para la provisión de alimentos. Por tanto, la comunidad era sostenida por las mujeres, quienes además de cuidar de niños y ancianos, ordenaban y dirigían la vida social. Y lo que es más importante, bajo su tuición estaba la educación de los infantes dentro de la identidad del grupo y su cultura. La agricultura frenó la dispersión y la itinerancia, creando en torno a los sembradíos los primeros asentamientos humanos de magnitud. Así nacieron las ciudades, el comercio, las leyes, el ejército, la burocracia, la escuela, etc. Dentro de ese contexto el rey asumía el papel de gran padre y protector. El rol de la mujer terminó arrinconado en la cocina o como objeto decorativo y de conquista.

En el mundo americano las cosas se organizaron con otras características. En las tierras bajas se conservó el modo de vida itinerante por mucho tiempo, incluso hasta bien entrada la república, reuniendo o dispersando comunidades según la disponibilidad de alimentos o en torno a las subidas y bajadas de los ríos. Esto mantuvo la complementariedad de lo femenino y lo masculino en la tradición cultural de oriente. En la zona andina se formaron ciudades-Estado entre las comunidades aymaras, mientras los quechuas fueron creciendo como imperio, aunque bajo una matriz política y cultural propia. En ningún caso se puede hablar de monarcas, pues el imperio no era regido por un rey a la manera occidental, sino por una pareja. De hecho, para ser considerado persona, en la cultura andina prehispánica uno o una debía estar unido a su par y completar la integridad del ser humano. Hasta el día de hoy para asumir un cargo de responsabilidad en el ayllu es necesario estar casado.

Teniendo presente esta información, cabría preguntarnos: ¿el ministro Juan Ramón Quintana es un machista recalcitrante?, o ¿es el alcalde Luis Revilla el exacto reflejo del patriarcado? También cabría extender las interrogantes para preguntarse ¿quién está más alienado, el presidente Evo Morales sin pareja y casado poéticamente con Bolivia, o el burgomaestre paceño caminando de la mano con una exmodelo? Sin embargo, para ninguna de las anteriores preguntas existen respuestas claras, porque las verdades están en otra parte. Primero, ambos bandos están en campaña política.

Segundo, descolonizarnos no significa reconstruir el pasado, pero tampoco se puede quedar en mera retórica y panfletería. Tercero, la mentalidad patriarcal circula en los tuétanos de la mayoría de los bolivianos.

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La revolución del jazmín

Finalmente, la Libertadora recibe el sitial que merece entre las madres y padres de nuestra independencia

/ 21 de julio de 2015 / 04:18

La libertadora de las provincias del Río de la Plata y la Audiencia de Charcas tradujo su vida en una ofrenda incomprensible por la libertad. Juana Azurduy de Padilla es tan infinita como la vida misma y ahora, por fin, nos devuelven su memoria. La guerra de la independencia se ha construido con muchos relatos fantásticos de héroes iluminados y brillantes. Bolívar, San Martín, Sucre, Santander y otros ilustres varones forman parte de nuestro patrimonio revolucionario. En ellos no solo vemos a los protagonistas de una guerra, sino además a los fundadores de patrias nuevas. Bolivia, la hija predilecta del Libertador, lleva nada menos que su nombre inscrito en sus tuétanos. Sin embargo, a pesar de toda esa narración masculina y patriarcal de la guerra, ningún futuro habría sido posible sin el protagonismo discreto de millones de hombres y mujeres incógnitos subsidiando una epopeya.

Las mujeres no solo son las madres de sus hijos. Hijos buenos e hijos malos que desenvuelven su vida conjurando los aprendizajes de la infancia. Las mujeres son las protagonistas de todas las historias que no se cuentan de la vida. Aun así, todo parece acontecer como si nada. Nadie cambiará los libros de historia, nadie nos dará una educación diferente. Seguiremos creyendo que todo capítulo del mundo es una proeza de los machos. Nadie se acuerda de quién trae nuevos seres a este mundo, nadie tiene memoria de cómo la gente empezó a caminar, todo el mundo olvida que todo ser humano suele ser la consecuencia de lo que su madre tradujo en el corazón de cada individuo. Todo aquello es lo que nunca cabe en la historiografía.

No obstante, su coraje es capaz de trascender todo orden “doméstico” y burlarse de la historia escrita por la mitad del mundo, justamente en el preciso momento en que ellos no son capaces de agrandar la realidad. La cronología que construyó la batalla de las Heroínas de la Coronilla parece salida de otro planeta. No solo subieron fusiles y cañones a la cima de un cerro, sino además cargaron sobre sus espaldas a sus wawas y a los abuelos con la misma devoción con la que iban a la guerra. Asimismo, Juana de América se entregó a todas las pérdidas para darnos a todos nosotros nuestra única victoria.

Ofrendó su vida, perdió a su marido durante la conflagración, sufrió como nadie más puede hacerlo la muerte de sus hijos. Después de la independencia soportó una vejez de soledad, abandono y miseria. Y, no siendo suficiente todo eso, su pobreza no le permitió nada más que una fosa común para depositar sus restos.

Hay pocos bolivianos que han merecido la honra de ser inmortalizados en un pedazo de metal o de piedra. El mariscal Andrés de Santa Cruz es venerado con igual devoción por bolivianos y peruanos por su genio, audacia y vocación de estadista. Cornelio Saavedra tiene la honra de haber sido el primer presidente de la novísima república Argentina tras su independencia. Y ahora, finalmente, la Libertadora recibe el sitial que merece entre las madres y los padres de nuestra independencia.

Lamentablemente la finada heroína jamás sabrá de nuestra gratitud. Por eso el monumento levantado en Buenos Aires no es para ella, sino para nosotros. No apenas le quitó a Colón su plaza y su nombre detrás de la Casa Rosada como una burla de la realidad, además se levantó con la espada empuñada, su wawa y un pueblo sostenidos en su espalda, como diciendo: “La libertad tiene un sabor parecido a una sopita caliente, preparada por mamá, en una tarde de frío”. ¡Honor a doña Juana! ¡Gloria a la vida de una titán!

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Mataperros

Matar un perro no te hace peor que  los demás, solo nos muestra la verdad de todos nosotros

/ 3 de junio de 2015 / 06:02

Gandhi afirmaba que “un país, una civilización se pueden juzgar por la forma en que trata a sus animales”. Pero el líder pacifista, protagonista de la independencia de la India, también afirmaba con la misma contundencia que la no-violencia es el verdadero camino hacia la transformación de la humanidad. En su discurso al Congreso indio expresaba de este modo sus ideas: “He leído mucho acerca de la Revolución francesa. Mientras estuve en la cárcel leí el trabajo de Carlyle. Tengo una gran admiración por el pueblo francés, y Jawarharlal me ha dicho todo sobre la Revolución rusa. Pero yo sostengo que a pesar de que ellas eran luchas por el pueblo, no eran luchas por la verdadera democracia que yo visualizo. (…) El establecimiento de la democracia mediante la no-violencia significa que cada uno es su propio amo”.

Recientemente causó una gran indignación el cruel maltrato contra un perro que fue colgado del pescuezo y lapidado hasta la muerte en una localidad de Cochabamba. El hecho motivó muchas manifestaciones en defensa de los animales, en demanda de una ley que los proteja de este tipo de abusos. Sin embargo, con exactamente la misma violencia con la que murió el perro, una turba de enfurecidos y rabiosos ciudadanos llegó a la casa de la mujer protagonista del maltrato, para tirar piedras, quemar la puerta de ingreso  y pintarrajear sus muros. No contentos con aquello, esperaron a que la Policía la saque custodiada de su casa para amenazarla, insultarla y agredirla. ¿No debería ser igual de reprobable la reacción de una turba que, aprovechando su anonimato, ejercita toda su violencia contra una mujer de la tercera edad?

Según señala el sumario de los hechos, el can habría sido “ajusticiado” por haber matado una gallina de la dueña de casa. Al parecer la señora aplicó al pie de la letra una conocida sentencia bíblica que dice: “ojo por ojo, diente por diente”. La protagonista del escándalo se habría ahorrado un gran suplicio si hubiese llevado al perro a su cocina, tomaba su cuchillo más filo y lo degollaba en el hermetismo de sus cuatro paredes. Pero como no vivimos en China y nadie tiene idea a ciencia cierta cómo se cocina la carne canina, la mujer escogió una cuerda y unas piedras para hacerse pasar su rabia. Y es que solo quien sabe lo que es criar gallinas comprende lo duro y lo frustrante que es perder un pollito crecido y engordado con mucho sacrificio.

Podemos sacar valiosas lecciones de todo esto. Primero, matar un perro no te hace peor que los demás, solo nos muestra la verdad de todos nosotros. Segundo, cuando abogues por los derechos de los animales, no te olvides que el pollo que te comiste hoy creció en tres meses con inyecciones de hormonas y murió decapitado cuando todavía respiraba ¿Que eres vegano y lo tuyo es la deliciosa carne de soya transgénica?

Eso no te hace diferente. El bosque donde habita toda la vida silvestre es devastado por cultivos humanos en pequeña y gran escala. Tercero, un mundo distinto no se logra crucificando a una anciana o llorando por un perro, cuando te vale un pepino la miseria de un niño explotado o un feminicidio. ¿Por qué nadie organiza marchas por eso o pidiendo que se cumplan las leyes?

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¿Qué es lo que somos?

Nuestras expresiones culturales no son prueba de que exista ‘lo mestizo’, sino más bien al contrario

/ 30 de agosto de 2012 / 04:00

Si lo mestizo y el mestizaje no se pueden explicar desde el color de la piel, tampoco desde las razas, y menos aún desde la genética. Entonces, ¿qué nombre nos pondremos?, ¿qué es lo que somos al final de cuentas? Dado que ninguna de las variables anteriores sirve para demostrar científicamente la existencia de humanos mestizos, la única posibilidad que nos queda es el plano cultural. Aquello que podría escapar a las evidencias para defender una eventual “identidad mestiza” estaría en demostrar que los modos de vida y las expresiones culturales son una tercera alternativa entre considerarse indígena o blanco.

Esto nos pone delante de la pregunta, ¿existe la cultura mestiza? y si existe, ¿puedo desde ahí afirmar que yo soy “mestizo”? La Colonia impuso un modelo de sociedad basado en la lógica de las castas y separó a los individuos de acuerdo con la pigmentación de la piel. De hecho, muchas veces ese es el único parámetro que usamos para afirmar nuestra identidad. Asimismo, creemos que lo indígena tiene que ser una especie de realidad refrigerada, circunscrita únicamente a la comunidad campesina. Si no lleva poncho y chulo, si no tiene taparrabos y no usa plumas en la cabeza, debe ser mestizo; si no habla la lengua nativa y si no práctica las costumbres descritas por antropólogos, ése o ésa no puede ser indígena.

Recordemos que la población indígena migró muy pronto a las ciudades coloniales precisamente con la esperanza de burlar el sistema de castas, y hacerse parte la sociedad de los vencedores. Entonces, las urbes de “blancos” se llenaron de gente que luego sería considerada mestiza. Ellos a su vez aceptaron su nueva condición, y comenzaron a jugar bajo la lógica de los estratos, poniendo en práctica diversas estrategias de “blanqueamiento”. Uno podía, si tenía suerte, conseguir una pareja española o criolla; principalmente las mujeres, pues al revés era prácticamente imposible. Se podía ejercer cierto tipo de oficios que incorporen al sujeto dentro de un gremio, el cual a su vez estaba ligado a una casta. Fue también frecuente el cambio de apellidos para que al menos los papeles digan que uno ya no era “indio”.

Pero usted y yo sabemos que no se puede borrar el pasado y de dónde venimos; todos los esfuerzos por “blanquearnos” no pudieron anular nuestro modo específico de ser en el mundo, el cual ha delineado las características de la cultura boliviana. Es decir, todas nuestras expresiones culturales no son prueba de que exista “lo mestizo”, sino más bien al contrario, nos demuestran los alcances de la influencia y valores indígenas trasladados a las ciudades. La morenada, el t’inku o el taquirari que usted baila con pasión es una prueba de ello. La música que han compuesto nuestros artistas es otro ejemplo; lo mismo sucede con el modo cómo hablamos el castellano o nuestra forma de vestir, etc.

Por tanto, no es que la cultura indígena dote de algunos elementos a lo que llamamos cultura mestiza, sino que es nuestra cultura indígena la que recibe influencias foráneas, actualizando una y otra vez sus modos de expresión. Si a usted no le gusta recordar que es parte de un pueblo que habitó el continente desde hace 20 mil años, y le gusta hacer equilibrismo con los pretextos de la Colonia y sus recetas de blanqueamiento, ¡está bien! Pero no use la palabra mestizo para definirse, porque eso no existe ni como humanidad ni como cultura. Si es capaz de llamarse boliviano y no sentir mucha vergüenza de ello, ya es un buen comienzo.

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