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Agua que no has de beber

El sonido del agua chorreando sin remedio de un grifo sin cerrar molesta los oídos casi de inmediato. El recato y la timidez me impiden pedirle al actor que cierre la pila. Estoy esperanzado en que alguno de los niños presentes en la obra Aguamanía lo haga por mí; niños y adultos compartimos el espacio gobernados por la misma inocencia y curiosidad.

Mientras el chorro infinito de agua no cesa, entra en escena el bulto que yacía dormido desde antes de comenzar la obra. Grande, expresivo y con las canillas hinchadas resurge debajo de las sábanas la primera víctima del agua. Las goteras se multiplican e inundan todo el lugar. Entonces es cuando acontece la que para mí es la interpretación mejor lograda de toda la obra.

Entiendes de inmediato que el edificio entero está inundado, sientes el agua habitándolo todo; cuando estás seguro de que empezarás a flotar, ves a los dos actores suspendidos en el aire. Aunque materialmente no se han desprendido de sus cimientos, flotan. Con movimientos de mimo entrenado hacen magia. El espectador se desfasa de su consciencia de realidad. Aquellas escenas inaugurales dan paso al vaciamiento del lugar virtud a un brillante uso de los recursos escenográficos. Básicamente todo está pensado para que cada quien construya el argumento situacional de las escenas por la memoria eidética. Gradas, pasillos y puertas de un edificio, una ciudad entera, un desierto inmenso, el polo norte; montañas y precipicios.

Pero, cuando crees que Aguamanía, la obra de Los Cirujas (La Paz), será actuada toda sin palabras, te ahogan las expectativas. Los gruñidos dan paso a diálogos cada vez con mayor frecuencia. De hecho, al concluir la obra ese diálogo quiere convertirse en un discurso moral, casi piadoso. Si algo de la obra decepciona es que ese principio alucinante sea vencido por el recurso fácil de las palabras. Es básicamente esto mismo lo que termina dividiendo a los asistentes. Si durante el gobierno de los gestos niños y adultos éramos iguales, con la aparición de la palabra surge la cruda capacidad que cada parte tiene para crear significados a partir de los significantes que nos ha depositado la historia de las palabras.

A pesar de aquello, hay que reconocer que toda la línea argumentativa conserva la solidez del principio y la cuidada gestualidad de los actores nos devuelve una y otra vez a aquello que las palabras no saben decir. En varias de las escenas donde no intervienen palabras, los niños explican en voz alta lo que está ocurriendo. Ríen, abren los ojos, ponen cara de asco, interpelan a los actores y dan su veredicto armando una conclusión de los hechos según su antojo. Una niña le dice a otro: “Mi mamá me ha dicho que tenemos que bañarnos todos los días”. Lo delicioso de esto es que tal interacción entra a formar parte de la narrativa de la obra.

Otro de los momentos entrañables del desenvolvimiento de la historia es el episodio del racionamiento producto, obviamente, del derroche anterior. Con referencias demasiado frescas a las sequías que en los dos últimos años golpean al país, una pistola de agua y baldes vacíos juegan la representación perversa de la sed. Cuando finalmente todo se agota, un balde lleno de arena, un rostro desesperado y manos rasguñando la nada nos ponen frente a frente con la muerte de los débiles. Mucho de lo habido en estas escenas transporta al cortometraje animado Abuela Grillo. En esos momentos es casi inevitable sentir el palpitar de la voz de Luzmila Carpio.

El final, al igual que en el corto mencionado, aunque con argumentos completamente distintos, la obra de Teatro Los Cirujas (La Paz) quiere convencer de que los poderosos son vencidos y que la unión, el amor y la solidaridad son las armas contra los usurpadores de la felicidad. Presumo que la intención es dejarle un mensaje a los niños y a través de ellos contagiar la esperanza a los adultos. Personalmente hubiese preferido la crudeza misma de la verdad. Por ejemplo, que la historia es distinta de la que nos dibujamos en la cabeza y que los finales felices son un muy largo camino de aprendizaje de nuestros más terribles errores.

Pérfil:

Título: Aguamanía

Grupo: Teatro Los Cirujas (La Paz)

Dramaturgia: Adalía Auzza

Dirección: Rodrigo Mendoza

Puesta en escena: Rodrigo Mendoza / Adalía Auzza

Actuación: Adalía Auzza / Rodrigo Mendoza / Wilfredo Vásquez F. Utilería: Wilfredo Vásquez F.

Sonido y luces: Eric Calancha / Rodrigo Mendoza