Hay algo que hace que leer cómics resulte entretenido para todos en general; niños y adultos disfrutan de seguir el texto que acompaña a imágenes yuxtapuestas en secuencia que cuentan historias que van desde superhéroes que llevan el calzoncillo por fuera hasta críticas constructivas sociopolíticas. Definitivamente, leer una historieta no es como leer un libro. Ambos son un arte placentero, eso es un hecho, pero con un cómic se tiene más material visual para estimular la imaginación —y para entretener a aquellos que buscan “dibujitos” en medio de “mucha letra”—. La combinación de texto e ilustraciones es la que engancha a los lectores que en algunos casos llegan a vivir para coleccionar este tipo de publicaciones.

En el caso de Bolivia, la calidad del género de los tebeos no tiene nada que envidiar al trabajo extranjero. No hay más que pasarse por la biblioteca C+C del Espacio Simón I. Patiño para apreciar las revistas de Viñetas con Altura, por ejemplo. Uno de los representantes nacionales más grandes del noveno arte, si no el más significativo, es el pintor e historietista Álvaro Ruilova. Sus famosos Cuentos de Cuculis que se venden dentro y fuera de nuestras fronteras son el inicio de un quehacer que cada vez se supera con creces. El éxito que tiene se debe no solo a sus excelentes ilustraciones hiperrealistas, sino a que también cuenta historias basadas en tradiciones y leyendas regionales con guiones orgánicos que se adaptan perfectamente a la contemporaneidad. Empezando por el arte gráfico, los dibujos de Ruilova son de verdad realistas, incluso fotográficos como en el caso de su monovolumen Abandonando el Barco; su manejo diestro de colores y texturas acompaña a rostros cuyas expresiones son tan auténticas que no necesitan más que onomatopeyas para expresar lo que sienten dentro del mundo de las tiras. Es como ver una película. Y como si por darnos por sentado que las ilustraciones de un cómic deben ser buenas se tratara, Álvaro presenta historias inteligentes y bien adecuadas que se desenvuelven donde viven los paceños con figuras paceñas: cholas, cebras, pacos, maestritos, etc., que hacen que su terror sea más palpable y que sus lectores, los “ruilovers”, puedan sentirse identificados. Incluso sus historias más “pueriles” como Primaria Furiosa —de la que todavía el público espera ansioso una continuación— son ingeniosas y naturales, estudiantes de escuela que hablan como hablan nuestros adolescentes y que viven el trauma infernal de nuestros profesores. Es como ver una película con la caserita como protagonista. Finalmente, él “se raja” en la guionización de sus historias llegando a dominar el dialecto paceño al que pone en el punto justo entre lo coloquial y lo estándar. Nada de comentarios absurdos y artificiales ni palabras exageradamente familiares, todo bien casual dentro de la ficción. Es como ver una película doblada con las voces que oímos mientras caminamos por El Prado. Y el resultado de su labor como guionista es tan bueno que en su última entrega el dibujante de cuculis ha decidido lanzarse a hacer solo de historiador dejando el trabajo gráfico a Iván Villca, que también resalta dentro de los comiqueros bolivianos y acompaña perfectamente una narración que nos recuerda la creencia de que las moscas son un buen augurio en el negocio de las comidas. Es como ver una película de Stephen King a la boliviana.

En conclusión, hay que comprar cómics nacionales, hay que comprar a Ruilova, hay que ver más películas en papel.