Victoria y Abdul
El drama dirigido por Stephen Frears sigue en la tradición del realizador que retrata la vida en torno a la corte.
El más reciente opus del director inglés Stephen Frears conjunta dos intereses a menudo socorridos en su ya dilatada filmografía, cuyos pasos iniciales se remontan casi medio siglo atrás: de una parte las relaciones interpersonales entre individuos totalmente disímiles, con su carga de conflictividad y rispideces; de la otra, los entretelones de la corte real británica, con acento igualmente en los detalles cotidianos y escasa atención a las cuestiones relativas al manejo del poder en esa instancia donde en sus momentos de esplendor se decidía con implacable rigor la vida de al menos una cuarta parte de la población del mundo entero.
Consolidada su imagen de realizador solvente en los muy variados registros del abanico genérico abordados a lo largo de esa carrera, en especial el siempre impecable manejo del elenco bajo su dirección en cada oportunidad, a sus 75 años Frears pareciera haber entrado ya hace buen tiempo en una suerte de inercia artesanal que lo distancian una enormidad del empuje narrativo y dramático de, por ejemplo: Mi hermosa lavandería (My Beautiful Laundrette/1985) o Las amistades peligrosas (Dangerous Liaisons/1988), dos entre varios otros títulos de los tramos iniciales de su carrera que dieron a pensar en un autor cinematográfico, en todos los alcances del calificativo, aun cuando el propio Frears se ocupó de reiterar en múltiples entrevistas que no pretendía en absoluto serlo.
Resumiendo: con cada vez mayor asiduidad sus trabajos dan cuenta de la preferencia por el brillo formal, por la pulcritud de la puesta en imagen, antes que por la contextura de tales relatos.
Meticulosamente escamoteada por la historia oficial de la Casa Real, la relación de más de una década entre la Reina Victoria y Abdul Karim fue descubierta en 2003 cuando la periodista Shrabani Basu encontró accidentalmente, durante una visita a la casa de verano de la monarca, el diario de este último, hallazgo que volcó en 2010 en una reconstrucción novelada la cual a su vez proporcionó la base para el guion escrito por Lee Hall.
“Basada en hechos reales mayormente…” advierte desde la pantalla un texto que así deja abierto amplio margen a la especulación acerca de qué partes de la historia contada por Frears acontecieron como las vemos y cuáles son momentos imaginados, aunque tampoco resulte demasiado difícil suponer que estos últimos pertenecen al sesgo en buena parte humorístico impreso al relato, limándolo así en buena medida de las complejas connotaciones de aquella relación entre ama y vasallo apreciada en un tono menos edulcorado que el de Frears entrañaba. Aun cuando, contradictoriamente, la trama escora en varios momentos al borde del brochazo grueso para insinuar algo de eso. Ejemplo, la escena del doctor corriendo exultante a imponer al entorno de Su Majestad de la noticia relativa a la enfermedad de Abdul, inequívoca manifestación de los resquemores que la presencia del advenedizo despertaba en aquel ambiente cargado de intrigas y malas artes.
Dudo empero que el humor ayude a poner las cosas en su debida dimensión, más bien, sospecho, contribuye al descafeinado integral del asunto, lo mismo que el enfoque melodramático aplicado a toda la trama.
En 1988, al cumplirse los 50 años del reinado de la malhumorada, y entonces ya octogenaria, “Emperatriz de la India” sus súbditos de Agra, alguna de las provincias de aquella lejana colonia, resolvieron enviar en misión al Palacio de Windsor a cierto secretario sin mayores méritos, salvo el de ser el hombre de mayor estatura en su lugar de origen, para hacer entrega a Victoria de una moneda conmemorativa. Que ni se le ocurriera mirar a los ojos a Su Altísima, le advirtieron severos los responsables de ceremonial, pues tal era un derecho reservado a sus allegados de mayor confianza. Karim incumplió la orden, por supuesto. Tal fue al parecer el chispazo que encendió la complicidad entre aquellas dos personalidades en todo opuestas: edad, raíces culturales, religión, etc. Adicionalmente la homenajeada no dejó de percatarse: “Me pareció que el alto es muy guapo”, confiesa.
El hecho es que la visita programada para un par de días se prolongó durante 10 años. En ese tiempo Abdul ascendió de sirviente personal, a maestro de urdu y finalmente a “munshi —guía espiritual—, y asesor de máximo aprecio de la soberana, a la cual acompañó en viajes y encuentros, amén de haber sido nombrado Secretario de la India. Tal ascenso no podía dejar de provocar envidias de todo calibre en el presumido, altanero y prejuicioso ambiente cortesano, extremo manejado con trivialidad por la película.
A diferencia de la primera personificación por Judi Dench de Victoria, exactamente hace dos décadas en Su majestad Mrs. Brown (John Madden/1997) dedicada al capítulo protagonizado por el caballero escocés John Brown, otro personaje de igual manera “adoptado” por la severa administradora del imperio inglés en el difícil trance de la muerte de su esposo, el príncipe Alberto, donde el director filtraba sin disimulo reiteradas insinuaciones sobre el presunto verdadero carácter de la relación entre los protagonistas, mucho más que una pura amistad sugerían tales apuntes, Frears, decíamos, evita cualquier indirecta similar, remarcando el carácter platónico del vínculo entre los protagonistas.
Toma distancia igualmente de la acidez que atravesaba La reina (The Queen/2006), otra visita a los entresijos de la corte a propósito de los dilemas enfrentados por Isabel II tras la muerte de la princesa Diana en agosto de 1997.
Todo ello en función de este, a ratos forzado, amable elogio de la tolerancia y la comprensión, abstraído de los alcances políticos y dramáticos de la colonización, al punto de absolver a la protagonista de todo cargo por las demasías del proceso impregnado de un inequívoco cariz expoliador, con todas las consecuencias que tal avance sobre las tierras conquistadas entrañó. Ello no obstante, debe decirse, de la intermitente aparición del personaje de Mohammed —el acompañante de Abdul y de algún modo su contracara—, un compatriota consecuentemente reticente a ser seducido por aquel ambiente extraño a su cultura y costumbres y por eso resuelto a volver cuanto antes a casa.
De nuevo Frears saca óptimo partido de sus actores. Dench repite, mejorada, su ya impecable faena de 20 años atrás poniéndose sobre las espaldas la responsabilidad primordial de mantener a flote la película. El novel actor indio Alí Fazal se las arregla, sin forzamientos perceptibles, para no quedar opacado y el resto mantiene un nivel parejo, sin disonancias observables. Es de igual manera intachable la recreación de época y ambientes, lo mismo que todos los otros rubros técnicos acondicionados al servicio de la construcción de una atmósfera que sin llegar a ser atrapante es lo necesariamente atractiva, no sé si para justificar tanto esfuerzo de pulcritud formal al servicio de un enclenque tratamiento histórico pero al menos para hacerlo más llevadero.
En tal sentido Victoria y Abdul puede verse como un pasatiempo vaporoso y condescendiente con la colonización, afeitada de sus, muchos, extremos perversos o, directamente, como la oportunidad malversada de aprovechar la adaptación del libro de Basu para traspasar, con espíritu inquisidor, el chato recorrido por aquel curioso eslabón de la historia de la realeza británica todavía hoy avergonzada de semejante “desliz” afectivo de uno de los íconos de la nostalgia imperial.
Ficha técnica
Título original: Victoria&Abdul
Dirección: Stephen Frears
Guion: Lee Hall
Libro: Shrabani Basu
Fotografía: Danny Cohen
Montaje: Melanie Oliver
Diseño: Alan MacDonald
Arte: Sarah Finlay, Adam Squires
Música: Thomas Newman
Efectos: Peter Kersey
Producción: Tim Bevan, Liza Chasin, Eric Fellner
Intérpretes: Judi Dench, Ali Fazal, Tim Pigott-Smith, Eddie Izzard, Adeel Akhtar, Michael Gambon, Paul Higgins, Olivia Williams
INGLATERRA-EEUU/2017
- Pedro Susz es crítico de cine