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La pertinencia de escribir teatro en Bolivia

La dramaturga radicada en Buenos Aires reflexiona sobre las posibilidades de la escritura.

/ 17 de enero de 2018 / 07:44

Mientras pienso en el orden de importancia de las virtudes que tiene escribir teatro, lo maravilloso de su síntesis, la oportunidad de crear mundos imposibles, así como encuentros únicos e irrepetibles, soñados; pienso también por qué decidí dejar tantas otras cosas en el camino: una carrera más convencional que eventualmente me traería un futuro más estable y venturoso, para ser una persona con objetivos más o menos acordes a una sociedad en la cual el desarrollo de las artes es muy incipiente, razón por la cual muchos afirman que dedicarse a tiempo completo a una de ellas es en realidad una autotrampa que terminará por dejarnos a todos en la calle.

Pero en realidad, la escritura de teatro es algo mucho más complejo que tomar una decisión correcta para el futuro porque puede ser una herramienta que modifique lo más profundo de cada uno y en consecuencia, la sociedad misma.

La primera necesidad que sentí cuando empecé a escribir teatro fue la de contar historias a partir de una visión muy personal del mundo, pero creo que en realidad lo que estaba haciendo era reflejarme en la escritura para, de alguna manera, encontrarme.

Pero, ¿por qué escribir teatro? Ese arte que se caracteriza por procurar que cada acción contenida en el uso de la palabra parezca que ocurre por primera vez y en tiempo real, casi como si fuera de manera espontánea, fugaz, única e irrepetible, que una vez consumada sea esa acción y no otra, inmodificable y permanente, como ocurre con las acciones de la vida misma.

¿Qué tiene de atractivo entonces escribir acciones para que una vez consumadas en el papel sean como si ocurriesen en la realidad? Encuentro este punto paradigmático y atractivo a la vez, aunque quede en evidencia que detrás hay todo un procedimiento de escritura mucho más complejo, preparado previamente de manera meticulosa y de la forma menos natural posible, en el cual lo espontáneo, fugaz, único e irrepetible ocurre poco y hay que asumir la constante frustración de invocar ese algo especial, que no aparece mucho, pero que cuando surge, lo hace en forma de piedras preciosas que deben cuidarse y aprovecharse al máximo, porque de esos sus destellos fulgurantes estará hecha la obra.

Ahora bien, cuando ese algo especial ocurre, trae consigo lo inesperado, lo sorprendente; como si el pensamiento pudiera atraerlo. Una suerte de revelación o la intuición de algo que no se puede ver pero que está ahí. Presente, latente y vivo a través de la palabra. Para que cuando se repita en el proceso de memorización que realicen los actores, no lo parezca. Y cuando se repita una y otra vez más en los ensayos, tampoco deje rastro alguno. Para que finalmente, cuando lleguen las funciones y se repita tantas veces como sea necesario, parezca que en todas y en cada una de esas repeticiones, la acción, esa escrita con anterioridad, esté ocurriendo como si fuera la primera vez.

Así de compleja y confusa es la escritura de una obra de teatro, y quienes nos dedicamos a esta tarea encontramos en ella misticismo, como si de alguna manera en este mecanismo encontráramos el sentido mismo de la vida, donde la acción, como unidad mínima, es una cápsula que encierra todas las posibilidades en sí misma mientras ocurre, tanto en la forma como en el fondo.

Porque la acción hace que todo ocurra, que ese universo exista como tal y no de otra manera, y transporte la historia para que progrese y vaya más allá de sus propios límites y que, una vez en el escenario, no lo contenga ni lo describa y mucho menos lo resuelva, sino que lo desafíe y lo explosione.

¿Y por qué hacer todo esto en Bolivia? Porque precisamente las obras de teatro, como todas las artes, reflejan a quienes las crean, y en consecuencia a sus sociedades y a sus culturas. No está de más empezar a mirarnos un poco más hacia adentro para contar nuestras historias y entendernos, porque hay cambios que surgen de las artes que casi no se pueden entender racionalmente, pero que nos afectan profundamente y nos permite avanzar en busca de otros horizontes.

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La pertinencia de escribir teatro en Bolivia

La dramaturga radicada en Buenos Aires reflexiona sobre las posibilidades de la escritura.

/ 17 de enero de 2018 / 07:44

Mientras pienso en el orden de importancia de las virtudes que tiene escribir teatro, lo maravilloso de su síntesis, la oportunidad de crear mundos imposibles, así como encuentros únicos e irrepetibles, soñados; pienso también por qué decidí dejar tantas otras cosas en el camino: una carrera más convencional que eventualmente me traería un futuro más estable y venturoso, para ser una persona con objetivos más o menos acordes a una sociedad en la cual el desarrollo de las artes es muy incipiente, razón por la cual muchos afirman que dedicarse a tiempo completo a una de ellas es en realidad una autotrampa que terminará por dejarnos a todos en la calle.

Pero en realidad, la escritura de teatro es algo mucho más complejo que tomar una decisión correcta para el futuro porque puede ser una herramienta que modifique lo más profundo de cada uno y en consecuencia, la sociedad misma.

La primera necesidad que sentí cuando empecé a escribir teatro fue la de contar historias a partir de una visión muy personal del mundo, pero creo que en realidad lo que estaba haciendo era reflejarme en la escritura para, de alguna manera, encontrarme.

Pero, ¿por qué escribir teatro? Ese arte que se caracteriza por procurar que cada acción contenida en el uso de la palabra parezca que ocurre por primera vez y en tiempo real, casi como si fuera de manera espontánea, fugaz, única e irrepetible, que una vez consumada sea esa acción y no otra, inmodificable y permanente, como ocurre con las acciones de la vida misma.

¿Qué tiene de atractivo entonces escribir acciones para que una vez consumadas en el papel sean como si ocurriesen en la realidad? Encuentro este punto paradigmático y atractivo a la vez, aunque quede en evidencia que detrás hay todo un procedimiento de escritura mucho más complejo, preparado previamente de manera meticulosa y de la forma menos natural posible, en el cual lo espontáneo, fugaz, único e irrepetible ocurre poco y hay que asumir la constante frustración de invocar ese algo especial, que no aparece mucho, pero que cuando surge, lo hace en forma de piedras preciosas que deben cuidarse y aprovecharse al máximo, porque de esos sus destellos fulgurantes estará hecha la obra.

Ahora bien, cuando ese algo especial ocurre, trae consigo lo inesperado, lo sorprendente; como si el pensamiento pudiera atraerlo. Una suerte de revelación o la intuición de algo que no se puede ver pero que está ahí. Presente, latente y vivo a través de la palabra. Para que cuando se repita en el proceso de memorización que realicen los actores, no lo parezca. Y cuando se repita una y otra vez más en los ensayos, tampoco deje rastro alguno. Para que finalmente, cuando lleguen las funciones y se repita tantas veces como sea necesario, parezca que en todas y en cada una de esas repeticiones, la acción, esa escrita con anterioridad, esté ocurriendo como si fuera la primera vez.

Así de compleja y confusa es la escritura de una obra de teatro, y quienes nos dedicamos a esta tarea encontramos en ella misticismo, como si de alguna manera en este mecanismo encontráramos el sentido mismo de la vida, donde la acción, como unidad mínima, es una cápsula que encierra todas las posibilidades en sí misma mientras ocurre, tanto en la forma como en el fondo.

Porque la acción hace que todo ocurra, que ese universo exista como tal y no de otra manera, y transporte la historia para que progrese y vaya más allá de sus propios límites y que, una vez en el escenario, no lo contenga ni lo describa y mucho menos lo resuelva, sino que lo desafíe y lo explosione.

¿Y por qué hacer todo esto en Bolivia? Porque precisamente las obras de teatro, como todas las artes, reflejan a quienes las crean, y en consecuencia a sus sociedades y a sus culturas. No está de más empezar a mirarnos un poco más hacia adentro para contar nuestras historias y entendernos, porque hay cambios que surgen de las artes que casi no se pueden entender racionalmente, pero que nos afectan profundamente y nos permite avanzar en busca de otros horizontes.

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