De pasiones está sembrado el camino al infierno
Un cuestionamiento a la mirada del arte como pasión, destacándolo más bien como generador de conocimiento.
Se anda diciendo por ahí que el arte es una pasión y que el artista es un apasionado, de lo que deducimos que para esta gente la creación es una acción patética (de Pathos), donde las emociones se combinan y dan como resultado un objeto de arte. Sin embargo, muy al contrario, la creación artística da cuenta más bien de un acto reflexivo, en dos formas; como cualidad de reflejar algo, es decir un artificio, entendido éste como un artefacto, un espejo, ese espejo de la mitología que muestra a la vez que oculta; y, como reflexión: la detención para la comprensión de algo, porque nadie puede escribir, o pintar, o actuar, sin comprender aquello que esta trabajando, o por lo menos, diremos, que no podrá crear algo, en la medida que no conozca la materia con la que está trabajando.
De ahí que el acto creativo sea el resultado del juego dialéctico entre la expresión y la reflexión de las cosas. La expresión es un flujo, es la asociación de una cosa con otra en flujo constante, es algo que sucede en movimiento. La expresión es tiempo, lleno. En cambio la reflexión se produce en el estar, en el volver sobre el mismo tema una y otra vez, en una deconstrucción y reconstrucción de aquello en que se está trabajando, es decir, es la materia misma.
Entonces, como diría Artaud en su libro sobre Van Gogh, la creación “es el estado de iluminación durante el cual el pensamiento en caos fluye renovado ante los embates de la materia”. Si para Artaud, Van Gogh no era un loco, sino un iluminado, nosotros diremos que el artista no es un apasionado, sino un pensador original, uno que produce no solo pensamientos, sino arte-factos, hechos, objetos, historias del arte.
De este modo concebida la creación, la importancia relativa de la pasión queda reducida a la misma que pueda tener un contador en hacer su trabajo. No es la pasión lo que diferencia al artista sino sus formas de producción, sus modos de producción, y el sentido que le da a eso. Reducir al artista a un apasionado es tomar a un ingeniero por albañil, o peor aún por ama de llaves.
Ahora bien, el juego entre expresión y reflexión no es exclusivo del artista sino que también incumbe al espectador, pues también se ve inducido a jugar, a imaginar, a expresarse a través de aquello que está viendo, leyendo, etc.; y, por otra parte, otorgarle sentido, es decir, darle utilidad a aquello que está viendo o leyendo, etc. De esta manera el arte, no es —por lo menos— tan solo entretenimiento, sino una forma de nombrar aquello que nos rodea. Lo cual lleva al arte más allá de la expresión, como forma de la belleza, sino como un instrumento de conocimiento.
Finalmente, y para trazar claramente la línea separadora, concebir la creación como un acto de pasión nos acerca más a Cristo que a un actor, o acuarelista o artista visual, y denota la idea de un arte inocuo cuya única función sea la de entretenernos. La desaparición de la lógica dialéctica entre el expresar y reflexionar implica la desaparición del arte, o por lo menos una amputación de sus implicaciones políticas, psicológicas, sociológicas, etc.
- Percy Jiménez es director de teatro, actor y dramaturgo