Ese ‘chancho’ somos nosotros
Chakana Teatro de Santa Cruz presentó esta obra en La Paz, Arica y Santiago.
El teatro es el arte de hacer (buenas y profundas) preguntas. El teatro es ese vehículo que te lleva y te trae interrogantes de difícil respuesta; es el martillo que te taladra ideas y sentimientos que se quedan contigo después de varias horas y algunas jornadas. Chakana Teatro (Santa Cruz) llegó a La Paz hace unos días, puso en escena su obra Chancho y siguió viaje para Chile (actuaron en Arica y este viernes último de enero, anteayer, en el festival Santiago Off de la capital chilena). Han pasado pocas semanas de este nuevo año, pero quizás Chancho sea la mejor obra teatral que veamos este año. Quizás.
La obra escrita, dirigida y protagonizada por Ariel Muñoz es teatro político del bueno, es arte con idiosincrasia boliviana (superando de yapa la alargada sombra del Teatro de los Andes). Chakana Teatro es producto también de la Escuela Nacional de Teatro de Santa Cruz, a veces injustamente vilipendiada y que ahora con el paso de los años y el andar en solitario de los elencos, comienza a ofrecer sus verdaderos y sabrosos frutos.
Chancho arranca y acaba tras 50 minutos con la misma frase: “esta historia (no) termina en Quebec”. Entonces estamos lejos pero es mentira. En el final, el actor principal, modo metateatro, nos dice: “Soy Ariel, tengo 38 años…”. La vida de su dubitativo (y hamletiano) personaje Eduardito es su vida, a ciegas. ¿Y también la nuestra? ¿todos tenemos un cuento de abandonos y pérdidas si retrocedemos hasta nuestras añoradas infancias? ¿por eso somos tan inseguros como sociedad? ¿entre darle y no darle, tú que haces? ¿quién te dejó a ti? ¿por qué tragamos y soportamos tanto y tanto como puerquitos?
La ascética escenografía, la coreografía minimalista, suspendida, justa y ralentizada junto a la gran actuación de Marina Pereira y Adriana Ríos acompañan este cuento real a las mil maravillas en un camino de repeticiones y silencios. El pasillo del hospital, el pasillo del aeropuerto y el pasillo de la sala de espera junto con el cubículo del baño son el espacio estilizado y deconstruido que obliga a movimientos precisos que se ven pasar, como la vida. Lo narrado marca esa extraña y cautivante estética, ese ritmo lento entre la duda y la reflexión. ¿Por qué se fue el “padre” de Eduardito? ¿Por qué lo dejó ausente siempre con esas melodías en quechua tan presentes? ¿Cómo luchar contra los abusos que la religión, como todo poder, tiene? ¿Tragando y tragando, como chanchos miedosos?
El cerdo que da nombre a la obra metaforiza, no solo el silencio (del público también) y la creación-destrucción, sino también el pecado cometido (ese “padre” que embaraza y huye dejando al abandonado curajwawa). Tragar, engordar, callar, acumular; tragar, engordar, callar y acumular. Verbos en repetición que se hacen carne, dolor y herencia, que se hacen cadenas difíciles de romper. El chanchito es elemento de (cultura de) ahorro y riqueza, pesito a pesito hasta la pobreza final; es símbolo de encierro y estancamiento.
Chancho crea potentes imágenes y es anticlerical y anticolonial. Denuncia esas otras “formas creativas de colonialismo” (Angélica “Lidell” González dixit). ¿Es la religión, es la necesidad de creer, más allá del polvo, otra cadena invisible? Chancho es antipatriarcal: podemos ver y sentir —desde la escucha y la presencia— la potencia y fortaleza de la mujer (quechua) que viene de lejos; mujeres matriarcales, ricas, profundas, generadoras de esperanza, lucha y vida ante la figura paterna ausente.
La sobria obra de Chakana Teatro volverá a La Paz este año, repetirá el camino recorrido y será una buena oportunidad para escuchar de nuevo las (buenas y profundas) preguntas que nos dejó en enero. ¿Ese “chancho” somos nosotros? ¿Entre darle y no darle?