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Nuevas miradas sobre el Carnaval desde el arte contemporáneo

La relación entre el Carnaval y el arte contemporáneo en Bolivia es de ida y vuelta: el primero ofrece un momento ritual, de fiesta, de liberación a través de la máscara, de reivindicación, de fe y de interacción social que se reinventan cada año en la gráfica, la música, la danza y la comunidad; el segundo ofrece sobre él una mirada valorizadora, pero también cuestionadora: hace un ejercicio de disección y metaforización del folklore para crear una conciencia del presente, de los orígenes y de la proyección al futuro.

A pesar de que existe la idea de que folklore y arte contemporáneo son opuestos, al contrario, ambos ofrecen desde material de discusión hasta puntos de vista diferentes para encarar la tradición, la creatividad, la fe y los conceptos mismos de la festividad. Lo que los hace distintos son sus paradigmas, pero que resultan sumamente atractivos para la discusión y reflexión mutua.

“Hay una división más política que real entre el arte contemporáneo y folklórico. Creo que el arte contemporáneo debe acercarse al folklore. No son cosas separadas y en un país como Bolivia, menos. Mucho de lo que son las deidades antiguas y la ritualidad antigua están emparentadas con el folklore. En todo caso, sería importante que quienes participan sean más conscientes de qué y a quién bailan”, considera la artista visual Adriana Bravo, que ha investigado en México y Bolivia el origen de las deidades primigenias.

La ritualidad y el mito, la celebración y la fe son creadoras de estéticas que caracterizan a la fiesta, cuyas múltiples facetas pueden apreciarse claramente en el Carnaval. “Estas estéticas siempre están ligadas a la fiesta popular, sobre estos momentos festivos de encuentro, de generación de comunidad, donde se repiensan los códigos formales o visuales”, explica el artista visual y gestor cultural Galo Coca, quien trabaja la fiesta dentro de su discurso artístico. “Por ejemplo, está la representación del bienestar y de la abundancia a través de la gastronomía o la decoración”.

Estas características hacen que el arte dirija su atención en las distintas expresiones dentro de la celebración. “Es visualmente muy atractivo porque conlleva el misterio mismo de la vida, de cómo se origina, cómo continúa, cómo a pesar de los malestares seguimos adelante. Nos ayuda a comprender cómo en el sistema de la comunidad “se puede generar un bienestar colectivo, son momentos como la fiesta los que permiten el encuentro que hace sostenible la comunidad”, destaca Coca.

Es importante notar también que el Carnaval es crisol de muchos orígenes culturales diferentes, desde lo temporal hasta lo religioso, sin embargo, esos puntos en común han logrado combinaciones que hasta hoy sobreviven. “Sobre esto, la población se da la licencia de actualizar los códigos culturares, como una suerte de actualización de software. Cada año se crean versiones diferentes en los trajes, la música, los pasos y surgen nuevas lecturas; nos permite observar un tejido vivo en su máxima expresión”.

Registro de la performance ‘Challa’, de Galo Coca, en el Palacio Portales de Cochabamba, del libro ‘Somos artistas bolivianos’.

Sin embargo, dentro de esta actualización de costumbres, siempre hay una esencia que permanece. “Tenemos a la naturaleza representada en la Pachamama como una presencia maternal, a la que le pedimos permiso, le agradecemos y tenemos presente en el día a día. Surge como un ritual que nos permite este diálogo. Le agradecemos por lo que nos ha dado, aprovechamos para pedirle que nos vaya bien y para permanecer unidos en comunidad. A la Pachamama se le ofrecen cosas dulces (confites, azúcar)  y alcohol, por eso el primer trago de una bebida es para la Pachamama. Tenemos en la decoración serpentina y mixtura en casas y coches; todos esos colores, texturas y sonidos son representaciones de la naturaleza, son referencias a su diversidad”.

Estos elementos son parte fundamental dentro de la obra de Coca, que ha trabajado aislando cada elemento —cohetillo, retama, serpentina— de su contexto de exceso, a manera de disección y lupa, en busca de soluciones visuales. Además, ha abordado la ch’alla desde la performance, involucrando el cuerpo como ofrenda, a través de elementos como la cerveza y los cohetillos. 

Como el Carnaval ya es una reinterpretación de la relación del hombre con la naturaleza y la deidad, lo que el arte ofrece son nuevas lecturas sobre esta construcción. “El arte contemporáneo va al revisar la tradición, porque necesitamos re-entender el universo que nos rodea y el arte es un mecanismo poderoso para poder hacerlo: nos permite generar preguntas y responder otras; es un continuo vaivén de códigos, de necesidades de actualizar el sentimiento y razonamiento sobre las cosas. Hay un sinfín de situaciones en las que el arte ayuda a que se genere un diálogo horizontal, una aproximación sin filtros ni poses”, sugiere Coca.

Por su parte, el folklore busca a toda costa preservar la tradición —largo de faldas, estructura de ritmos—, y no cuestiona algunos de sus productos. Esto puede resultar peligroso cuando crea piezas vacías —la balada folklórica, el uso del aguayo, neodanzas—, que no representan el sentido original de una determinada expresión. “Se tiene a convertir a estas danzas más en propuestas pop, que gusten a la gente, pero para eso se les vacía el contenido y el gran problema de hacerlo es la desvalorización”, apunta Bravo. Al no tener conciencia de todos los orígenes e influencias “todo esto conduce a las peleas sobre el origen de las danzas, cuando lo importante también tiene que ver con el cambio, la evolución y la metamorfosis de los grupos de personas que las mueven. Es más importante la conciencia de quiénes somos y el sentirnos orgullosos de quiénes somos hoy”.

Muchas de las acciones de esta fiesta son altamente contemporáneas —dice Coca— pues quienes participan no tienen la preocupación de la forma, la etiqueta ni de la convención; el dibujo y pintura está presente en todas las expresiones, incluyendo a la vida pública. De hecho, sus manifestaciones son altamente performáticas. Bravo habla  del folklore como una forma de resistencia cultural, como un perforador de la globalidad desde lo local y la autoestima. “Es muy importante pintar tu ombligo y mirar lo que sucede acá y de esa particularidad llegar a una propuesta universal”, expresa la artista.
Una mirada contemporánea llama no necesariamente al uso de los nuevos soportes; invita más bien al reconocimiento de los sentidos. “La investigación es muy importante. El arte, en vez de comunicar cifras o hechos fríos, metaforiza. Hace que el espectador empatice con una pieza y frente a un conflicto o situación”, destaca Bravo. Mientras la publicidad que “apoya” al Carnaval “vende mujeres cosificadas y trabaja en un espacio de idealización más acorde con el mundo occidental, el arte te puede empatizar y proponer que somos parte de un tejido, muy similares, pero con una particularidad”.

Por ello, las máscaras —representaciones de las deidades— son más representación de lo que somos los bolivianos en relación a referentes foráneos. “Nuestra devoción es una respuesta ante un dios occidental, blanco, heterosexual, barbado, bello, y simétrico; nosotros tenemos deidades espectaculares, excesivas, deformes y ambiguas —como el chachawarmi, hombre y mujer— como deidad posible. Esto nos implica a los bolivianos, porque no encajamos ni físicamente ni estéticamente en los paradigmas occidentales. Ahí el folklore es una forma de empoderamiento”.