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Las revoluciones del Carnaval paceño

Qué tienen en común la concepción andina de Pachakuti y un momento de rebeldía ferroviaria y fabril en la década de 1930? Son dos revoluciones en las que los órdenes sociales y las prohibiciones morales se quiebran y que actualmente alimentan la belleza y la identidad del Carnaval en La Paz.   

En las primeras décadas del siglo XX, el Carnaval era una fiesta elitista en la que solo podían participar personas de clase media y alta. Bajaban en autos desde la avenida América, que entonces se llamaba Avenida de las Muñecas,  utilizando sus mejores galas. Eso fue hasta que un grupo de fabriles y ferroviarios organizaron estudiantinas—estructura musical compuesta por guitarra, charango, mandolinas, concertina, quenas y voces— e ingresaron en la farándula, sin permiso de nadie.

Es justamente a este hecho histórico que hace referencia el conjunto Los Olvidados, que ahora es también un centro cultural. Durante 32 años, esta estudiantina recuperó cuecas, huayños, bailecitos, compuestos en la época de la Guerra del Chaco y la Revolución del 52’. Sus trajes son overoles, máscaras y gorros que hacen referencia a un estrato social proletario, influenciado por la revolución rusa de 1917.

“Tal vez antes podría parecer una locura meter una estudiantina en una entrada folklórica, pero ahora ya no. Ahora queremos que no solamente se refleje como un Carnaval de antaño, sino como uno netamente paceño”, explica Jorge Arteaga, director general de la agrupación de música criolla.

Así, el germen de aquel momento de rebeldía inspiró todo un movimiento cultural que ha revitalizado manifestaciones culturales —canciones, ritmos e instrumentos— que estaban a punto de perderse. “Si bien antes solo tocábamos piezas compuestas a principio de siglo, hemos recibido composiciones nuevas, acordes con nuestro estilo. La identificación de los jóvenes con las estudiantinas fue una de las metas del fundador de Los Olvidados, don Jaime Arteaga”, narra Arteaga.

Según el investigador Milton Eyzaguirre, el Carnaval es para el mundo andino un tiempo muy importante. Se celebra la fertilidad humana, animal, agrícola e incluso mineral. Además, se instaura un pequeño Pachakuti —el mundo se da vuelta y el orden cotidiano queda suspendido—.

Durante estos días aparecen  pepinos y ch’utas, figuras anónimas que se toman la libertad de hacer chistes, golpear a otros y enamorar a más de una mujer.

En este contexto, cuando el futuro ya ha sido asegurado, porque los animales ya están preñados y las semillas fecundadas, la sexualidad flota en el aire y el humor le permite permear el espacio público, al son de pinquillos y tarkas.

El pepino es para Eyzaguirre una urbanización del kusillo, personaje andino que también es  alegre y pícaro. Su nariz larga suele relacionarse con representaciones fálicas, y su apariencia es una referencia a “supay” —erróneamente identificado con el diablo occidental— una deidad conectada en realidad con la muerte.

El ch’uta es un personaje que representa los intentos de los indígenas por parecerse más al español, utilizando su vestimenta.   

“Hay muchas hipótesis sobre el origen del ch’uta, una de ellas es que habría surgido en La Paz. Según lo que se decía, representa al indígena que está haciendo todo lo posible por urbanizarse.  En ese sentido también se los llamaba ‘ponguitos’, que eran los que servían a los patrones”, señala.  

En la entrada del Domingo de Tentación, el ch’uta protagoniza una entrada, que en lugar de ir hacia abajo, como se hacen en la mayor parte de éstas en La Paz, sube hacia la zona del Cementerio, en busca de un querer (o varios). Entonces, en el Carnaval paceño manifiesta su diversidad acercando a la historia y a concepciones andinas del mundo.

En esta fiesta, la alegría y la muerte tienen que ver con la fertilidad y la música se presta como instrumento de rebeldía y de lucha social. Ambas manifestaciones, despiertan sentidos que cotidianamente subyacen y alimentan la identidad paceña.