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‘La búsqueda’ cuenta más

La primera obra escrita por Julio Benítez se vio en el Teatro de Cámara.

/ 17 de febrero de 2018 / 02:55

Uno va al teatro al estreno de una obra con director y dramaturgo novel y elenco quasi-debutante. Uno, después de la lluvia, llega con pocas esperanzas, abundantes dudas, ninguna certeza. Entonces, uno se tropieza con La búsqueda del elenco La perra de la cloaca y se encuentra con un público (los 30 de siempre) formado por amigos, familiares y conocidos de la muchachada teatral. Incluso hay un ramillete de flores para la ocasión.

Más tarde, otra vez bajo la lluvia mientras patea la ciudad, uno se vuelve a preguntar: ¿por qué el pequeño universo del teatro está tan fragmentado? ¿por qué las roscas van a apoyar a los suyos y casi nunca se dejan ver en las obras de los otros? ¿por qué el teatro es un ave de paso para muchos hombres y mujeres que se atreven a pisar un escenario en sus años mozos para luego dedicarse a cosas más “serias”? ¿por qué los espacios de formación y creación son tan escasos? ¿el actor, la actriz nacen o se hacen?

La búsqueda, escrita y dirigida por el joven Julio Benítez, se estrenó el primer sábado de febrero en el paceño Teatro Municipal de Cámara (Genaro Sanjinés casi Indaburo) después de un recorrido de preparación en Panorama Sur, un programa de intercambio, formación y asesoría con sede en Buenos Aires. La obra, moralista y con final trillado, versa sobre la amistad y la angustiosa adolescencia (“crecer duele”, dice uno de los personajes).

La búsqueda, con un guion endeble, habla de la ciudad de La Paz y sus mundos subterráneos de fiestas y bloqueos. Contrapone media docena de personajes con diferentes orígenes de clase, género y raza en un intento fallido de sacar los trapitos sucios (sexismo, machismo, clasismo, homofobia, misoginia) al sol. Benítez abarca mucho y aprieta poco, defecto típico de (obra) principiante. Y su elenco no colabora. Quizás porque la formación y el talento no se aprenden per se en la academia. Quizás porque falta trabajo, dedicación y constancia. Es fácil decirlo cuando ni siquiera las condiciones están dadas, quizás.

Uno vuelve al teatro siendo consciente de todo esto. Uno igual camina bajo la lluvia con la ilusión de descubrir, tal vez, alguna perlita en el medio del barro. La búsqueda arranca con sus dos personajes principales (dos adolescentes mujeres interpretadas de manera plana y estereotipada por Wara Rojas Humérez y Alejandra del Carpio) y los más oscuros presagios se cumplen. Pero cuando uno mira el reloj —temiendo que falte harto para que se cumplan los 50 minutos de rigor— aparece con desparpajo un actor joven y la espera se hace menos desesperante. Uno sabe entonces que con el paso de los años La búsqueda será recordada como el inicio de un final, como un ensayo de aprendizaje y hallazgos, como una obra que debutó un sábado lluvioso de febrero, como la primera vez que vi a un prometedor Carlos Mercado (con pasado en Mondacca Teatro) sobre las tablas.

El resto es la vida nomás: encontrarse a uno mismo será siempre más fácil en las palabras de los otros. El resto es saber que la búsqueda y el camino son más importantes que el objeto perseguido y la “pijamada” final. ¿En serio existen las escuelas para DJ?

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Ukamau y Ké, de corazón

El cineasta ecuatoriano Andrés Ramírez  presenta la cinta en circuito nacional.

/ 21 de noviembre de 2018 / 04:00

El rapero más talentoso de Bolivia murió hace una década. Tenía 27 años, la edad con la que mueren los malditos. Se llamaba Abraham Bojórquez. Tenía carisma y rima. La vida lo había endurecido a base de golpes pero nunca perdió la ternura, como una vez pidió el Che. Le decían el Ukamau, el Toriño, el Abraham. Tenía una habilidad innata para empatizar con todos y todas. Lo mismo pasaba una noche tomando en la peligrosa Ceja con primos y maleantes que bolicheaba con gringos, locales y jailones en el Ojo de Agua, en el “Equi” de Sopocachi o el “Rockmuss” de la 6 de Agosto. La vida lo había maltratado desde el minuto uno, pero nunca perdió la sonrisa. Huérfano de madre con apenas cuatro años y de padre violento y alcohólico, tenía tatuada la capacidad de tirar para adelante y la valentía de poner el pecho a la balas, pla, pla, pla.

La muerte cruzó su camino muchas veces (tenía que morir en Brasil, donde rapeó en portugués escapando del trabajo esclavo en los talleres textiles). Hasta que la parca ganó la partida, hasta que llegó su último beso. Un documental nos trae ahora de vuelta su vida, su lucha, su compromiso, su risa.

La película se llama Ukamau y Ké (Así es y qué), y está dirigida por un compañero de pelea y poesía, el también rapero de la hermana Ecuador, Andrés Ramírez. Es una obra fílmica que apuesta por la emotividad, es un filme que te pone el corazón en un puño, que te coloca un nudo en la garganta, que te hace brotar una lágrima por el rostro sin querer. “Háganlo todo de corazón, mientras estén vivos, sean positivos, hagan cosas que les ayuden a ustedes mismos y a los demás también”, así habla(ba) Abraham Bojórquez, orgulloso de sus raíces aymaras. Nunca un gesto de altanería, nunca un gramo de resentimiento, nunca un ápice de envidia.

Ramírez rapeó con el Ukamau en las calles y plazas de Quito. Tocaba devolver la visita, jugar también de local en La Paz y El Alto, seguir la huella de los caminos del Ande. No pudo ser, no se pudo cerrar el círculo. O sí. El documental es una forma de recuperar ese “ajayu” perdido, de cumplir con aquel sueño, con esta promesa. Ukamau y Ké no cae, sin embargo, en sentimentalismos baratos, no trata de edulcorar la imagen del pionero del rap en aymara, no contribuye a construir un mito, ese lugar común en el que resbalamos con frecuencia y ahí están los Borda, los Cecilio, los Saenz, los Viscarra…

Las palomas de la plaza Murillo vuelan, el reloj de la Pérez marca la hora (tic tac, tic tac), los minibuses suben y bajan por las laderas, el teleférico te eleva… el Abraham rima, hace radio en la Wayna Tambo y dispara a quemarropa. A ratos con odio, a ratos con amor. Siempre desenmascarando los mil rostros que tiene el verdugo, siempre dejando que los enemigos vayan por otro lado. Con esa fuerza te vimos caer, con ese mismo power te vemos volver, compañero, alegre, presente, combativo. Con pasamontañas y palo debajo de un puente alteño en Octubre Negro, con sombrero en las sesiones de fotos para la prensa, con churcos y mascando coca para conectarse con los ancestros, con olor a trago y mota, sin poses, con poso, autenticidad a raudales. Dicen que el Abraham se aparece en los sueños de los seres queridos. Llega como siempre llegaba, despacio, tranquilo, con una sonrisa y una joda, con dolor de estómago por el hambre, con un pan seco y agua hervida, con una idea para una nueva rima, una nueva canción. Todavía no sabe que está muerto, todavía no sabe que está vivo entre nosotros y nosotras.

Post-scriptum: el documental ha iniciado de nuevo (después de su estreno fugaz el año pasado) un recorrido por La Paz, El Alto, Copacabana, Sucre y Potosí. A partir de este jueves 22 de noviembre (y hasta el 8 de diciembre) la Cinemateca Boliviana pasará la película. Los que conocieron al Abraham, se reencontrarán con él de nuevo, recordar es vivir y pelear a trompadas con la muerte. Los que hoy solo conocen sus canciones (Medios mentirosos, Periférico, América Latina, El sistema tiene fallas, Estamos con la raza, Libertad para los pueblos, Ya se levantan, Niños de la calle, La ciudad de los ciegos, El inmigrante, No más guerras…) se darán cuenta de que el Ukamau era un imprescindible. Se enterarán ahora de que era nuestro “Muhammad Alí”, porque el Toriño también flotaba como mariposa, picaba como abeja. Un rebelde con una causa (y ahora una película, la excusa perfecta para cerrar el círculo, para abrir las avenidas de la esperanza). Nuestro mejor homenaje: la lucha, sin llorar, de corazón. Fusil, metralla, el Abraham no se calla. Jallalla Ukamau y Ké.

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