Estamos en 1982 y en Santa Cruz. Indicativamente, éstos serían el lugar y el momento en los que surge (públicamente) la narrativa de Jorge Alberto Suárez. (Corrección: en rigor, surge su narrativa en prosa, porque, como señalamos, Suárez ya habría también narrado en verso).

Significativamente, esa oferta narrativa se irradia más allá de los posibles lectores, pues, además, a partir de 1983, Suárez se hace cargo del Taller de Literatura que promueve y ofrece la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche. Todo sucede, ahí y entonces, como si Suárez volviera a los tiempos clásicos donde el arte era también una pedagogía en la que el maestro, en la práctica del oficio, transmite su saber a los discípulos. A la larga, su labor —“su magisterio”, habría que decir— se traducirá materialmente en la compilación de cuentos Taller del cuento nuevo (1986), resultado decantado de esa labor (Anexo iii, Introducción a Taller del cuento nuevo, de Suárez, pág. 688). Sin embargo, más allá de ese producto colectivo relativamente inmediato, todo indica que sus clases y su capacidad de contagiar una fuerte pasión por la literatura tuvieron un impacto imperecedero no solo entre los discípulos inmediatos sino en toda una generación que, de una u otra manera, se articuló con ese taller y sus clases, una generación que, luego, no cesará de escribir o perseguir —libremente, por supuesto— las sendas propuestas o indicadas por Suárez.

Empero, esa tarea no terminó ahí; más adelante, ya arraigado en Sucre a partir de 1995, continuará con ese tipo de enseñanza en la Universidad Andina Simón Bolívar de esa ciudad y, a la manera del taller cruceño, el impacto de Suárez y sus enseñanzas entre los participantes fue, por lo visto, muy semejante.

Aunque escribió el prólogo, Suárez no alcanzó a ver la publicación de Al borde de la razón (1998), libro que compila los cuentos resultado de ese taller. La mejor muestra de esa “doble” dedicación e impacto es, seguramente, el volumen de homenaje que, en 2010, le dedicaron sus discípulos tanto de Santa Cruz como de Sucre: Patasca y cerveza helada. La novela Las realidades y los símbolos se publicó póstumamente (2001); la prologa Homero Carvalho y Mirella Suárez ofrece una nota de agradecimiento. Suárez trabajó ese manuscrito durante muchos años, por lo menos desde 1982, cuando residía en Santa Cruz: sus discípulos del Taller de Cuento y otros amigos recuerdan las confidencias que, en noches de charla, solía compartir sobre esa “obra en gestación”. Cuando aceptó la oferta para trabajar en Correo del Sur de Sucre, Suárez afirmaba que, entre otros motivos, había aceptado ese trabajo y destino porque la proverbial tranquilidad de la Ciudad Blanca le permitiría acabar la novela. ¿La acabó o no? Su intenso compromiso no solo con el cotidiano Correo del Sur a su cargo sino, además, con la Universidad Andina sugiere que Sucre, pese a su proverbial tranquilidad, lo tuvo bastante ocupado. En fin, no podemos saber cuánto avanzó. Con todo, independientemente de su posible versión final, nos queda una “obra en producción” que, probablemente, ya estaba en las últimas etapas de su elaboración, pues su linealidad narrativa (contextos, personajes, la trama y sus acontecimientos), salvo algunos (posibles) saltos, no ofrece mayores problemas de lectura.

Por otra parte, como siempre sucede con este tipo de publicaciones, las y los lectores, casi necesariamente no pueden evitar ejercitar sus propias capacidades de discernimiento, es decir, no pueden evitar preguntarse, aquí y allá, si se encuentran ante la versión final o ante su proceso de elaboración, algo que, pese a las posibles incertidumbres, implica una muy activa —bienvenida— coparticipación en la constitución del texto en cuestión. Quienes han comentado esta novela suelen destacar que en ella convergen la política (como crónica y trama) y el periodismo (por medio del protagonista), variables que, sin duda, podemos asociar con el autor, pero, claro, siempre bajo la sombra de la literatura, porque no hay que olvidar que, como detalla una escena de la novela, pese a las variables comunes, en el fondo, siempre se trata de cumplir el contrato que entretienen el autor y el personaje… Esta compilación (Jorge Suárez. Obra reunida) no agota, ciertamente, su obra amplia. Desde ya, ahí queda a la espera su (amplia) obra periodística; además, como anotamos, también (nos) esperan algunos manuscritos inéditos. Toda literatura —como algunas vidas— es, en el fondo, inagotable. De todas maneras, estamos seguros de que, en lo que sigue, lectoras y lectores podrán sospechar por qué Suárez tendía al infinito que canta y cuenta. No podemos dejar estas notas sin agradecer a todos aquellos que nos ayudaron, desde La Paz, Sucre, Santa Cruz y, aquí, en Cochabamba, a perseguir la vida y obra de Jorge Alberto Suárez. Los errores y falencias que puedan existir son, por supuesto, nuestra responsabilidad.