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Todo el dinero del mundo

Dos riesgosos malentendidos pueden tentar al cronista al hincarle el diente a la más reciente realización de Ridley Scott. El primero, dar por sentado que este Scott sigue siendo el, en su momento, elogiado y vigoroso innovador de Los duelistas (1977) y Blade Runner (1982) o incluso de Thelma y Louise (1991). Pues no, hace buen rato aquellas virtudes dejaron paso a una obra cada vez en mayor medida apoltronada en la medianía, aun cuando Blade Runner 2049 (2017) hubiera recuperado, así fuera en cierta medida, el empuje de entonces.

El segundo equívoco posible consiste en centrar la evaluación de Todo el dinero del mundo en la determinación de Scott, a pesar de tener completada la filmación y el montaje, de eliminar a Kevin Spacey luego del escándalo precipitado al hacerse públicas las acusaciones de acoso sexual en su contra, sustituyéndolo por Christopher Plummer, originalmente considerado para el papel protagónico, pero luego descartado en atención a su edad (88 años), volviendo por ende a rodar todas las escenas donde se veía a Spacey, aproximadamente un tercio del metraje total. Que tal decisión respondiera antes a un frío cálculo ante las posibles afectaciones taquilleras a consecuencia del lío, antes que a una auténtica indignación ética activada por las denuncias, es materia de pura especulación, puesto que el propio Scott cortó de raíz cualquier justificación respecto a la decisión adoptada arguyendo que ésta era en sí misma una señal suficiente de su modo de pensar.

Anecdóticamente: rehacer las 300 tomas mandadas al cesto de basura demandó apenas nueve días de filmación. Quizás un record histórico que a investigadores dedicados a este tipo de minucias les tocará confirmar. Importa más anotar que, a pesar de la prisa, el casi nonagenario actor canadiense se las arregló a cabalidad para componer una por demás adecuada caracterización entre burlesca y sombría del multimillonario empresario petrolero Jean Paul Getty.

El secuestro ocurrido en Roma en 1973 de Paul Getty III, nieto del “hombre más rico de la historia” —apostrofa un cartel—, es el núcleo dramático de la trama, adaptación del relato novelado por John Pearson, coautor asimismo del guion, de aquel plagio instalado durante algunas semanas en las portadas de los diarios del mundo entero. Se conoció de tal suerte que los secuestradores exigieron 17 millones de dólares por el rescate recibiendo de inmediato el tajante rechazo de Getty, lo cual derivó en el envío por correo, pocos días más tarde, de una de las orejas mutiladas al muchacho en prueba de cuan resuelta se hallaba la pandilla calabresa ligada a la mafia bajo el mando de un tal Cinquanta a cumplir la amenaza de acabar con su vida, ingredientes suficientes para acicatear el morbo de los lectores.

Tal cual expuso el propio magnate en la autobiografía publicada pocos meses antes de su muerte en 1976, el episodio y las decisiones del propio Getty respecto al desenlace del rapto entrañaban diversos dilemas, los cuales complejizan la ponderación de aquella negativa a desembolsar el monto del rescate pedido por los secuestradores, resistencia que con cierta superficialidad se atribuyó en su momento simplemente al proverbial amarretismo del personaje. Anota allí que acceder sin más al pago demandado podía alentar la multiplicación de similares acciones extorsivas, arriesgando, de paso, a sus otros 13 nietos, los cuales podrían verse envueltos en cualquier momento en un trance similar.

La narración arranca en una calle romana pletórica de actividad, donde entre motonetas, vendedores ambulantes, turistas y grupos de amigos, los paparazzis revolotean ávidos de registrar alguna imagen del “hippie de oro” según el escasamente imaginativo apodo acuñado por la prensa sensacionalista italiana. De pronto, el joven es introducido violentamente a un vehículo ocupado por varios sujetos cubiertos por pasamontañas.

De allí en más el relato alterna entre las escenas dedicadas a la convivencia de Paul Jr. con sus, en mucho tramos descritos de manera grotesca, captores; aquellas centradas en la figura del abuelo; y las que tenían mayor interés dramático, pero resultan insuficientemente aprovechadas —enseguida intentaré sustentar esta impresión—. Focalizadas estas últimas sobre la tensión entre el potentado, el entorno de abogadillos y funcionarios de un comportamiento casi caricaturescamente rastrero y Gail Harris, su exnuera, madre del muchacho, atenazada por la angustia y el miedo, pero consciente al mismo tiempo de su nula posibilidad de influir en las decisiones sobre el curso del secuestro libradas al frío cálculo del mandamás. En medio, el personaje de J. Fletcher Chase, exagente de la CIA especializado en negociaciones con el submundo del delito, ahora pieza del plantel de funcionarios de la Getty Oil Company, pareciera cobrar a momentos un interesante protagonismo, malversado empero en definitiva por la misma causa de cuya explicación soy deudor.

Tengo la impresión de que el magnetismo de la figura de Getty senior acaba ejerciendo tal atracción sobre el realizador que todo lo demás, incluida la figura verdaderamente protagónica: el nieto, acaba relegado a un plano secundario. Lo mismo que la veta más prometedora en términos dramáticos: el arriba apuntado contraste entre la infranqueable frialdad del abuelo y el sentimiento de indefensión absoluta de la madre, fácilmente legibles como una parábola extensible a la sociedad entera. Scott pinta, con el invalorable aporte de Plummer, un personaje detestable por su arrogancia, desprecio hacia los demás, creencia que el dinero le permite todo, o casi, y esa tosquedad que el entorno plagado de obras de los mayores maestros del arte pictórico y escultórico de todas las épocas no hace otra cosa que acentuar por contraste.

En ese ampuloso amontonamiento de costosísimas obras que nadie ve ni disfruta, el implacable negociador de la billetera blindada, acostumbrado a rendir sin condiciones a sus competidores, rumia su incomunicación entretanto maquina el próximo movimiento para sumar algunos millones a la cuenta personal.

No obstante tal carácter, la soledad y la ausencia del mínimo gesto de afecto dejan aflorar de tanto en tanto la conmiseración por semejante sujeto, personificación en definitiva de la miseria de los ricachones —desde ya el título de la novela de Pearson era Dolorosamente Rico— y, si se quiere, de la flaqueza de valores de un sistema que está entregado al dominio del número.

El hecho empero es que la ausencia de equilibrio y lo que por momentos pareciera una notoria indecisión del realizador respecto al modo de contar su historia —¿un thriller con matices políticos?, ¿un drama familiar?, ¿el retrato descarnado de la avaricia?— redunda en los extensos huecos dramáticos de este relato visualmente impecable, pero excedido en metraje, amén de emocionalmente extraviado, sin atinar en la forma de aprehender y mantener la inevitable tensión y pesadumbre propias de cualquier secuestro, al punto de semejar en varias instancias un ejercicio gratuito lastrado por aquellos, demasiados, momentos en los cuales Scott no consigue dar el tono.

Ficha técnica:

– Título Original:  All the Money in the World

–  Dirección: Ridley Scott

Guion:  David Scarpa, John Pearson

– Libro: John Pearson

– Fotografía: Dariusz Wolski

– Montaje: Claire Simpson

– Diseño: Arthur Max

– Arte: Cristina Onori

– Música: Daniel Pemberton

– Efectos: Luigi Zanna, Simon Cockren, Daniel Brittin

– Producción: Chris Clark, Quentin Curtis, Ridley Scott, Bradley Thomas

– Actúan:  Michelle Williams, Christopher Plummer, Mark Wahlberg, Romain Duris, Timothy Hutton, Charlie Plummer, Charlie Shotwell, Andrew Buchan, Marco Leonardi, Giuseppe Bonifati, Nicolas Vaporidis, Andrea Piedimonte Bodini, Guglielmo Favilla – USA/2017