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15.17 Tren a París

Próximo a cumplir 90 años, con 40 títulos dirigidos en su haber —el cuadragésimo primero se encuentra en curso de rodaje— y 70 como actor, sin perder de vista los innumerables emprendimientos en los cuales asumió al mismo tiempo ambas tareas, saldan pocas dudas que Clint Eastwood es un compulsivo hombre de cine, pero, más importante, que se trata de uno de los referentes imprescindibles de la producción made in USA, trascendiendo las mutaciones experimentadas por la industria durante las dichas cuatro décadas y media detrás de las cámaras y las seis décadas y pico de actividad delante de las mismas.  

Es obvio entonces, la importancia de la filmografía de Eastwood no deviene única, ni principalmente, de semejante cantidad de años de labor ininterrumpida, más bien del peso específico de una obra que en muchos casos rozó la maestría y en varios la alcanzó de lleno, no olvidando tampoco el costado controversial de algunos de los asuntos que la atraviesan de punta a cabo, los cuales alimentaron en reiteradas entregas suspicacias a propósito de las premisas conceptuales de un creador muy a menudo tildado de tributario de una ideología, de una visión del mundo, francamente conservadora, por decir lo menos. Circunstancias en las cuales la crítica se enfrentó a menudo al engorro de escrutar debajo de la superficie de las en efecto cuestionables exaltaciones patrioteras, esfuerzo imprescindible para identificar la complejidad de miras del realizador en modo alguno constreñibles a prejuiciosos encasillamientos.

Con tales antecedentes a la vista resulta entendible el motivo por el cual en la oportunidad Eastwood se aventuró en la recreación de un episodio acaecido en 2015, pero en cambio es muy difícil comprender la tosquedad del modo elegido para abordarlo, como si a estas alturas de su trayectoria el puro apremio de seguir haciendo fuese el acicate excluyente de una perseverancia ya desprovista de las otras motivaciones, nutrientes de aquella obra entonces tal vez ya exhausta y en notorio riesgo de opacar todo su recorrido previo.

Al igual que en Francotirador (2014) y Sully (2016), los dos largos precedentes de Eastwood, otra vez en 15:17 Tren a París cierto evento real suministra la materia prima del relato y si bien se trata de eventos disímiles, los tres trabajos orbitan en torno al tema del héroe, cuestión que recorre gran parte de la filmografía del director más bien, salvo excepciones, en vena de preguntarse sobre el significado mismo del heroísmo o, si prefiere, del sentido de nuestra propia existencia.

El suceso inspirador remite a lo sucedido el 21 de agosto de 2015, cuando a la hora del título Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, tres amigos estadounidenses en viaje turístico por Europa evitaron que se atentara contra el tren rápido de Ámsterdam a París, a bordo del cual estaba un terrorista con munición suficiente para acabar, AK7 mediante, con los otros 499 viajeros.

Que una película vuelque a la pantalla grande noticias hechas públicas a través de la pantalla chica, antes de ser sustituidas por otras destinadas a calmar el apetito de primicias propio de este tiempo de frenética infoxicación, nada tiene de original, ni garantiza de antemano cosa alguna en materia de construcción dramática o valor narrativo. Peor aún, con cada vez mayor frecuencia el cartelito “basada en sucesos reales” invita a echarse a temblar ya que ha pasado a ser el equivalente de abrir el paraguas antes de que llueva. Y mucho de eso ocurre con este inexplicable, no diré imperdonable, tropezón, pues al fin y al cabo cualquier autor tiene el derecho de equivocar el rumbo, a condición de enderezarlo oportunamente. Y no sé si tiempo le sobrará a Eastwood para reivindicarse de tan impresentable ejercicio de estridente chovinismo.

Sobre un guion desnortado y endeble, la narración se construye, de manera por demás forzada, sobre la base de tres líneas temporales, reservando para la señalada acción del trío de compinches (dos de ellos militares en servicio), los tramos terminales del relato, sin dejar de incluir de tanto en tanto alguna referencia al episodio que los hizo famosos, entremezclada con la ilustración de sus anécdotas de infancia que los pintan liosos, en problemas con sus preceptores, pero ya entonces con un sentido de la camaradería. Hasta ahí todo más o menos, son chicos como cualquiera, creíbles por ende. Las cosas comienzan a ponerse densas cuando uno de ellos pone en pausa el juego que los tenía entretenidos para discursear: “la guerra tiene algo especial: la solidaridad, la hermandad”, dejando pronto al descubierto la hilacha de la inflada retórica que inspira el emprendimiento.

La interrogación por la naturaleza del heroísmo, anotábamos, surca transversalmente la obra de Eastwood comprendiendo un amplio abanico temático: el estoicismo, la disposición al sacrificio, la transparencia de miras, la solidaridad desinteresada, el apego al solar, etc. Bien miradas las cosas es la reivindicación de la ruda simpleza del ideario puritano lo que Eastwood pareciera perseguir frente a las contaminaciones del entorno presente, sin serle ajenas, en modo alguno las asperezas de semejante empeño.      

En la oportunidad empero no hay dudas, medias tintas, ni vacilaciones: aquellos tres héroes estaban destinados a serlo desde su niñez, según ilustra en un tosco ensayo de psicología conductista, la parte final del segmento inicial abundando en escenas en las cuales proliferan las banderas de las barras y estrellas, como para dar a entender que en el origen connotado reside la explicación a esa suerte de destino manifiesto.

La segunda línea, dedicada a mostrar el vagabundeo turístico del trío es puro relleno tedioso sin la menor justificación dramática o de cualquier otra naturaleza, sirve solo para alargar el metraje hasta la duración promedio de cualquier largo.

El mayor atrevimiento del director fue su decisión de poner a los protagonistas reales a interpretarse a sí mismos. Cumplen su tarea con diligente naturalismo aun cuando resulta claro que ninguno de los tres hará carrera en materia actoral, si bien ello queda disimulado en medio de la abrumadora chatura de todo el tramado, cerrado a toda orquesta entremezclando con escenas filmadas en 2017, tomas documentales del homenaje rendido a los paladines por el presidente Hollande y del recibimiento montado en EEUU.

Se pasa groseramente por alto que el trío no estuvo solo frente al casi caricaturesco, según la película, barbudo con rostro de pocos amigos al cual primero se enfrentó un anónimo ciudadano francés, antes de ser desarmado por un profesor americano residente en París y acabar reducido por otro pasajero británico.

En montón de oportunidades disentí del tono de algunas recensiones dedicadas a las películas de Eastwood, las cuales se me antojaron apoltronadas en los anotados prejuicios ideológicos por pereza o incapacidad para acometer el antes apuntado esfuerzo de escudriñar detrás de las apariencias. Esta vez, lamento decirlo, no hay como ni por dónde buscarle la vuelta a un cometido a tal punto fuera de foco.

Ficha técnica

Titulo Original: The 15:17 to Paris

– Dirección: Clint Eastwood

Guion: Dorothy Blyskal

– Libro: Anthony Sadler, Alek Skarlatos, Spencer Stone, Jeffrey E. Stern

Fotografía:  Tom Stern – Montaje:  Blu Murray – Diseño: Kevin Ishioka

Arte:  Timothy David O’Brien, Massimo Pauletto, Julien Pougnier

Música: Christian Jacob – Efectos: Charles-Axel Vollard, Stéphane Vuignier,  Katie Riggs  – Producción: Bruce Berman, David M. Bernstein, Clint Eastwood, Jessica Meier,  Erwin Godschalk,  Patrick Mignano, Tim Moore

Intérpretes: Ray Corasani, Alek Skarlatos, Anthony Sadler, Spencer Stone, Judy Greer, Jenna Fischer, Irene White, William Jennings, Bryce Gheisar, Stephen Matthew Smith, P.J. Byrne, Paul-Mikél Williams – EEUU/2017.