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La forma del agua

A manera de calentar motores valga, una vez más, la puntualización: que la película tenga 13 o 130 nominaciones al Oscar me da exactamente lo mismo que si no tuviese ninguna, pues hace buenos años entendí que ésa es principalmente una vidriera comercial, con su generosa sazón de feria de las vanidades, pero muy poco implicada con la calidad cinematográfica. Para decirlo breve y pronto, los criterios anotados a seguir devienen pura y exclusivamente de la ponderación de la obra en sí.

Transcurrida una década y pico todavía mantengo muy vivo el recuerdo de El laberinto del fauno (2006) y la impresión que me provocó aquella realización absolutamente atípica en el contexto de una cartelera rendida a la inercia de las mínimas variaciones de lo mismo. Desenvuelta mezcla de fantasía y realismo, so pretexto de la enésima vuelta de tuerca sobre los entretelones de la guerra civil española, prestaba alas a pensar en la inesperada aparición de un autor resuelto a decir lo suyo y de la forma que se le antojara más adecuada, saltándose a la torera los encasillamientos de género, las timoratas recetas de los productores y, last but not least, los propios hábitos adquiridos por los espectadores.

No era aquella por cierto la ópera prima del mexicano Guillermo del Toro, junto a Alfonso Cuarón y Alejandro Gonzales Iñarritú miembros de una suerte de minibrigada reclutada del otro lado de la frontera para engrosar la legión extranjera que en todos los tramos de su historia aportó sangre nueva a Hollywood, donde los seducidos hicieron carrera a cambio de adecuarse a las reglas del juego allí establecidas, lo cual, abundan los ejemplos, acabó esterilizando sus impulsos creativos, rendición que no pareciera ser enteramente el caso del director en cuestión.

Pero bien, antes de aquella laberíntica inmersión, rodada en España, en el mundo imaginario de una niña, Del Toro sumaba siete largometrajes en una filmografía que nunca antes había convocado el interés de la crítica, aun cuando ya Cronos (1993), su debut mexicano, y Mimic (1997), primera incursión en la gran industria, develaban de manera muy nítida cierta particular mirada acerca de la fusión entre el catolicismo y las religiones ancestrales de su país, sincretismo nutriente de un imaginario colectivo para el cual los seres irreales, a menudo lindantes con lo macabro, asoman a diario en los intersticios de la realidad.

Versión amarga de la fábula de La Bella y la Bestia, lejanamente emparentada con El monstruo de la laguna negra (Jack Arnold/1954) —las citas cinéfilas son una constante en los trabajos de Del Toro—, La forma del agua se plantea un doble envite alegórico/temporal. Si bien la trama se encuentra ambientada en un tiempo/lugar histórico preciso: Baltimore 1962 —la guerra fría en pleno apogeo con la crisis de los misiles—, varias de sus apostillas críticas resultan igualmente pertinentes para una lectura de la actualidad norteamericana.

El relato orbita en torno a una galería de personajes llamémoslos “anormales”, así apreciados —o despreciados, mejor— desde los cánones convencionales que pautan la normalidad según se entiende desde una visión atenida a los modelos estatuidos para acotar y encasillar lo otro, lo diferente, lo marginalizado por ende.

Elisa Espósito —el nombre latino de la protagonista hace parte de los guiños al espectador retado a descifrar el sentido de lo que va viendo en la pantalla—, trabaja como encargada de limpieza en un complejo científico-militar norteamericano. Privada del habla a causa de un episodio de infancia confusamente explicado, Elisa habita ensimismada en un mundo personal donde el agua tiene una presencia elocuente, de largo alcance simbólico. Antes de marchar al trabajo se higieniza y masturba metódicamente cada madrugada en la bañera luego de poner a hervir los huevos que le servirán de alimento a lo largo del día. En el bus a bordo del cual se desplaza las gotas de lluvia caídas sobre el vidrio le presentan una visión fantasmagórica del exterior, materializando de alguna manera la frase anotada en el calendario de su habitación: “El tiempo no es más que un río que corre desde nuestro pasado”.

El primer encuentro de todas las jornadas es con la negra Zelda, su dicharachera colega de tareas quien vive atormentada por la incomunicación con el marido, aun cuando un especial sentido del humor le permite sobreponerse a los machacones conflictos maritales.

Cierto día, trizando de pronto la monotonía, el sádico agente de inteligencia Strickland, veterano de la guerra de Corea, atrapado en su propio laberinto de patriotismo paranoico al cual se aferra para zafar de su insatisfacción sexual, lleva a la base en cuestión cierta criatura con rasgos humanoides atrapada en alguna laguna del Brasil. Es lisa y llanamente un monstruo en los términos de aquella arriba nombrada normalidad instituida, al que, a título de investigación, someterá a inenarrables torturas, comenzando por encadenarlo en un estanque especialmente fabricado para mantenerlo con vida hasta el momento de la autorización para destriparlo.

Dos personalidades no menos conflictuadas completan la bizarra galería. Giles, el vecino homosexual de Elisa; otro solitario, marginal, aferrado a la nostalgia de una época en trance de extinción connotada por los musicales que contempla en la pantalla blanco y negro de su televisor, por el cine Orpheum al borde de la quiebra en los bajos del inmueble donde ambos viven y por el propio oficio de Giles, dotado dibujante, quien malvive diseñando carteles publicitarios condenados a la obsolescencia  por el hiperrealismo fotográfico. Por último, el Dr. Hoffstetler, agente ruso encubierto y personificación de un humanismo antitético con la brutalidad de Strickland, opción existencial que lo encara a la incomprensión de los suyos y a la persecución de éste.

Muy pronto entre Elisa y el maltratrado cuanto indescriptible homínido anfibio aflora una complicidad, que luego pasará a mayores, sin necesidad de palabras, alimentada por los puros gestos y las miradas. Así, los dos personajes privados de acceder al lenguaje verbal son los únicos que logran comunicarse de verdad.

La complicidad se hace igualmente de a poco extensiva a los otros protagonistas principales de lo que viene a ser en definitiva un cuento adulto, tenebroso en largos tramos, matizado de humor negro en varios momentos, de rebeldía contra el poder, de amalgama entre excluidos, inadaptados, cuyas fuerzas conjuntadas les permiten obtener una modesta, pero aun así valiosa victoria sobre el sistema, al igual que sobre sus propios pavores y limitaciones.

Por regla general en la contextura del guion, esto es de la base de partida, se encuentra cifrada en gran medida la eventualidad de la robustez de cualquier realización. En la oportunidad, la potente imaginería visual de Del Toro le permite sobreponerse a un guión opinable, ahíto de situaciones tópicas y que orilla la puerilidad en el desenlace de la trama. Narrador cinematográfico de raza, el mexicano borda un relato visceral que una vez más rompe los códigos de género, apostando por la atipicidad radical al echar mano, por ejemplo, de una sexualidad explícita a contramano de la usual sublimación del erotismo en el fantástico.

La paleta cromática, con predominio de los verdes para insinuar la presencia permanente del agua, aunada a la precisa iluminación tenebrista envuelven este trabajo donde lo fabuloso impregna lo cotidiano en un relato que bordea cotas de maestría gracias a la memorable faena de los intérpretes. Es asombrosa la de la actriz británica Sally Hawkins con una portentosa versatilidad gestual  —no por nada pasó meses revisando las películas de Chaplin—, pero igualmente digna de ponderación resulta la de sus otros compañeros de aventura, incluida la de Doug Jones otrora el fauno del laberinto, en esta excursión hacia el interior del lado encubierto de la condición humana.

Título Original: ‘The Shape of Water’

– Dirección: Guillermo del Toro

– Guion:  Guillermo del Toro, Vanessa Taylor

– Historia: Guillermo del Toro

– Fotografía:  Dan Laustsen

– Montaje: Sidney Wolinsky

– Diseño: Paul D. Austerberry

– Arte: Nigel Churcher

– Música: Alexandre Desplat

– Maquillaje:  Jeff Derushie

– Efectos:  Warren Appleby,  Victoria Arias, Reza Abolmolouk,  Dennis Berardi

– Producción:  J. Miles Dale, Guillermo del Toro, David Greenbaum

Intérpretes: Sally Hawkins, Michael Shannon, Richard Jenkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg, Doug Jones, David Hewlett, Nick Searcy, Stewart Arnott – EEUU/2017