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Crónica de una muerte anunciada

El director y dramaturgo Percy Jiménez retoma la discusión sobre la re-presentación.

/ 21 de marzo de 2018 / 14:00

Sobre la controversia desatada alrededor del concepto de la re-presentación en el arte, cabe preguntarse: si el arte se libera de ella, ¿a dónde nos conduce?, ¿es realmente una liberación?

Es que hay quienes declaran la muerte de la re-presentación, y otros que aclaman su plena vigencia. Pero a pesar de la rigurosidad que ponen unos y la pasión que oponen los otros, esta discusión no tiene visos de resolverse para ningún lado. Ella tiene sus orígenes sino en las pinturas rupestres, al menos hace tres mil años. Basta recordar que fue Platón quien señaló la diferencia entre el original y su imagen, su re-presentación. Luego Aristóteles llamó a esa imagen mímesis. Una copia, pero no una copia en tanto apariencia, sino una que mantiene con el original una relación mimética, re-presentable.

De allí hasta hoy, el agua que ha pasado bajo el puente es una historia inenarrable en estas pocas líneas. En ella ha intervenido la iglesia, su iconografía y su relato fantástico desde Adán y Eva al juicio final. También la Ilustración, y su correlato revolucionario, que retomó las ideas clásicas. Intervino el modernismo del siglo XIX, de la mano de las vanguardias, y puso nuevamente sobre el tapete la idea de re-presentación, desafiando así su centralidad en el arte. Fue allí que se inició el proceso de impugnación a la idea aristotélica de re-presentación, que llegó hasta nuestros días, profundizando aún más la fractura. De esta manera, hoy el arte pretende liberarse de la referencia obligada con el original, de esa cadena que lo vincula a él y su mirada se posa en todo aquello que queda por fuera.

Pero si la re-presentación es, por ejemplo, una máscara, aquello que está por fuera de la máscara vendría a ser el aire que queda entre ésta y el rostro; el tiempo, el espacio y todo aquello que la separa de su original. En palabras claras, ya no se requiere de la máscara, la máscara es solo un objeto más de todo aquel territorio que queda por fuera de ella. En realidad la máscara ha sido vaciada, un objeto más sin referencias, o contrariamente, como sucede hoy en día, sobre-referenciada; es decir, tan referenciada que nos perdemos en el intento de buscar su origen. Poniéndonos otro ejemplo, el romano ya no es un romano, sino un tipo con cerquillo y falda; y un inca, de la misma manera, ya no es sino un tipo pelilargo con abarcas. De este modo, los signos han sido desvinculados de su original y se convierten en meras simulaciones. A esto Deleuze llama: simulacro.

Afirma que la verdadera diferencia no está entre el original y la copia, sino entre dos tipos de copia; entre mímesis o re-presentación y el simulacro o vaciamiento. Es decir, volviendo a nuestro ejemplo de la máscara, la discusión se situaría entre ella y aquello que no puede nombrar, lo que queda por fuera.

Planteada así la cuestión, pareciera no tener visos de solución, pues no tiene sentido discutir sobre nombrar o des-nombrar. Porque nombrar algo deja sin nombre a muchas otras cosas, pero pueden ser intuidas desde el nombre. Por ejemplo, en Los zapatos de Van Gogh, dos zapatos de campesino que nos llevan a pensar no solo en el campesino, sino en aquello que está al otro lado, la ciudad.

Es por tanto ¿una discusión inútil?

Si volvemos a plantearnos el punto de partida: la diferencia del original y su imagen, entendiendo imagen como una re-presentación de ese original, nos aparece otro elemento que parece haberse olvidado en todo esto. Esto es la repetición. La re-presentación no está únicamente ligada a la idea de copia, sino también a la idea de re-petición. Se copia porque se repite y al revés. Alguien que repite y copia “algo”, es alguien que quiere inscribir, dejar una huella.

Entonces, ¿puede ser que la caída en desgracia de la re-presentación signifique la muerte anunciada de la “intención de dejar huella”?

Pero dejar huella, significa futuro. Hoy por hoy, ¿qué significa futuro?

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No me vengas siempre con el mismo cuento

La concepción de la originalidad y la novedad en la creación artística.

/ 21 de febrero de 2018 / 06:00

Hoy la “novedad”, así como la “originalidad” son consideradas un valor dentro del arte. Así, lo nuevo pasa con solo ser novedoso y lo original de algo se transmuta en la originalidad de alguien. Sin embargo, detrás de estas distorsiones el peligro de banalización acecha, porque se encuentra implícita una renuncia por demás significativa; la renuncia a la posibilidad de lo nuevo, y yendo más allá, tal vez solo entre paréntesis, a la utopía. En efecto, la idea de novedoso o de novedad, en su uso dentro del arte, no conducen a lo nuevo y contrariamente, oscurecen el camino.

Algo es novedoso en tanto está mejorado o incorpora una característica nueva, es decir, está innovado. Está vuelto a nuevo, es una versión 0.2 con fecha de expiración, es un simulacro de “nuevo”. De igual forma la idea de originalidad, que definiríamos como algo que está fuera de la norma, se consolida en desprestigio de la idea de lo original, en su sentido clásico: único. De esta manera, si bien no podemos asemejarlo al simulacro, sí descubrimos algo parecido: una suplantación, una calidad (original), un adjetivo reemplazado por un sustantivo (originalidad).

Tales constataciones nos llevan por un camino asociativo, al viejo cuento de la alegoría del filósofo alemán de origen judío Walter Benjamin (Berlín, Imperio Alemán, 1892 – Portbou, España, 1940), sobre el cuadro Angelus Novus de Paul Klee: “El Ángel de la Historia” *. Ésta es la imagen: un ángel que vuela hacia el futuro, mira hacia atrás. En su mirada perpleja se refleja toda la destrucción que es la historia. No obstante, su vuelo no se interrumpe, empujado por un huracán sigue su viaje hacia el futuro. En nuestro caso, el ángel no está perplejo ante el horror de mirar la historia, sino hechizado por lo novedoso y seducido por la originalidad de lo que ve, ¿y qué ve? El ángel mira la historia en la Tv y su presente en Facebook. El huracán ha dejado de soplar y el futuro flota en el aire estancado de la habitación de un edificio de alguna ciudad.

Así, la reflexión sobre tales palabras —tipo novedoso y original— deja de ser una pose o un gesto melancólico o una pérdida de tiempo, y se convierte en un posicionamiento, un intento de restitución de territorio, una reivindicación del territorio del arte. Reivindicar lo nuevo y lo original para el arte es reivindicar su posibilidad de dejar huella, aun cuando la huella signifique la constancia de una desaparición. Parafraseando a Benjamin y su imagen sobre la Historia, podríamos decir que el arte es una bola de fuego que ilumina el horizonte por unos segundos. Que ilumina para luego oscurecer eso que ha iluminado, una y otra vez en un eterno retorno, con la aspiración de dejar inscripta una huella que nos permita retornar al origen —de ahí lo original— iluminado nuevamente, pero de una manera totalmente distinta —de ahí lo nuevo—. Ése es el fantasma del arte; la huella que retorna de un pasado oscuro y que se hace visible por una fracción de segundo. Ésta es su gran paradoja, la que en definitiva diferencia el arte del palabrerío porque dejar huella implica al mismo tiempo la restitución de “algo” y su sustracción que estuvo y que no termina de irse jamás.

*Walter Benjamin en Tesis sobre la filosofía de la historia, Tesis IX.

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