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Crónica de una muerte anunciada

Sobre la controversia desatada alrededor del concepto de la re-presentación en el arte, cabe preguntarse: si el arte se libera de ella, ¿a dónde nos conduce?, ¿es realmente una liberación?

Es que hay quienes declaran la muerte de la re-presentación, y otros que aclaman su plena vigencia. Pero a pesar de la rigurosidad que ponen unos y la pasión que oponen los otros, esta discusión no tiene visos de resolverse para ningún lado. Ella tiene sus orígenes sino en las pinturas rupestres, al menos hace tres mil años. Basta recordar que fue Platón quien señaló la diferencia entre el original y su imagen, su re-presentación. Luego Aristóteles llamó a esa imagen mímesis. Una copia, pero no una copia en tanto apariencia, sino una que mantiene con el original una relación mimética, re-presentable.

De allí hasta hoy, el agua que ha pasado bajo el puente es una historia inenarrable en estas pocas líneas. En ella ha intervenido la iglesia, su iconografía y su relato fantástico desde Adán y Eva al juicio final. También la Ilustración, y su correlato revolucionario, que retomó las ideas clásicas. Intervino el modernismo del siglo XIX, de la mano de las vanguardias, y puso nuevamente sobre el tapete la idea de re-presentación, desafiando así su centralidad en el arte. Fue allí que se inició el proceso de impugnación a la idea aristotélica de re-presentación, que llegó hasta nuestros días, profundizando aún más la fractura. De esta manera, hoy el arte pretende liberarse de la referencia obligada con el original, de esa cadena que lo vincula a él y su mirada se posa en todo aquello que queda por fuera.

Pero si la re-presentación es, por ejemplo, una máscara, aquello que está por fuera de la máscara vendría a ser el aire que queda entre ésta y el rostro; el tiempo, el espacio y todo aquello que la separa de su original. En palabras claras, ya no se requiere de la máscara, la máscara es solo un objeto más de todo aquel territorio que queda por fuera de ella. En realidad la máscara ha sido vaciada, un objeto más sin referencias, o contrariamente, como sucede hoy en día, sobre-referenciada; es decir, tan referenciada que nos perdemos en el intento de buscar su origen. Poniéndonos otro ejemplo, el romano ya no es un romano, sino un tipo con cerquillo y falda; y un inca, de la misma manera, ya no es sino un tipo pelilargo con abarcas. De este modo, los signos han sido desvinculados de su original y se convierten en meras simulaciones. A esto Deleuze llama: simulacro.

Afirma que la verdadera diferencia no está entre el original y la copia, sino entre dos tipos de copia; entre mímesis o re-presentación y el simulacro o vaciamiento. Es decir, volviendo a nuestro ejemplo de la máscara, la discusión se situaría entre ella y aquello que no puede nombrar, lo que queda por fuera.

Planteada así la cuestión, pareciera no tener visos de solución, pues no tiene sentido discutir sobre nombrar o des-nombrar. Porque nombrar algo deja sin nombre a muchas otras cosas, pero pueden ser intuidas desde el nombre. Por ejemplo, en Los zapatos de Van Gogh, dos zapatos de campesino que nos llevan a pensar no solo en el campesino, sino en aquello que está al otro lado, la ciudad.

Es por tanto ¿una discusión inútil?

Si volvemos a plantearnos el punto de partida: la diferencia del original y su imagen, entendiendo imagen como una re-presentación de ese original, nos aparece otro elemento que parece haberse olvidado en todo esto. Esto es la repetición. La re-presentación no está únicamente ligada a la idea de copia, sino también a la idea de re-petición. Se copia porque se repite y al revés. Alguien que repite y copia “algo”, es alguien que quiere inscribir, dejar una huella.

Entonces, ¿puede ser que la caída en desgracia de la re-presentación signifique la muerte anunciada de la “intención de dejar huella”?

Pero dejar huella, significa futuro. Hoy por hoy, ¿qué significa futuro?