Los estudios sociales sobre el espacio urbano han sido poco abordados desde las expresiones artísticas. Éstos pueden ser abordados como espacios significativos construidos en diversos lenguajes artísticos. Es el cine, uno de esos lenguajes, que se ha servido del espacio urbano para construir una narrativa audiovisual.

La dicotomía rural/urbana puede entenderse gracias al espacio urbano como ámbito de significación que refleja la modernidad y los valores que giran en torno a ella.

El Colectivo Antropología del Arte y Crítica (Colectivo AACC) nació como un espacio de contención alterno a la Facultad de Antropología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) con el propósito de reflexionar y debatir sobre las diferentes manifestaciones artísticas desde la antropología. Es así que desde 2013 diferentes profesionales del área se reúnen, promueven y gestionan espacios de encuentro como seminarios, congresos sobre música, literatura y cine, entre otros.

Entre los espacios de diálogo y debate que se abrieron se encuentra el coloquio No bailarás, acerca de la problemática de la representación de la cultura y población afroboliviana en la danza folklórica Tundiqui, o la organización del simposio: Artes, antropología y crítica cultural, entre otros.

El Colectivo AACC tuvo el apoyo y cooperación de algunas instituciones interesadas en el tema como el Centro Simón I. Patiño en La Paz o el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) en temas de análisis artísticos y censura.

En esta ocasión, Mariela Silva y Alejandro Barrientos, antropólogos y fundadores del Colectivo AACC, son quienes presentarán una investigación sobre cine. Ambos han trabajado con la etnomusicología, la memoria e interculturalidad en pueblos indígenas de tierras bajas de Bolivia o la investigación sobre la emisión, recepción y consumo de telenovelas.

Aunque todavía no se tiene una fecha determinada, el Colectivo AACC presentará este año la investigación de los antropólogos en La Paz.

La ponencia denominada La ciudad en las artes y las artes en la ciudad forma parte del eje tres de la conferencia Diálogos Urbanos que debate sobre las representaciones sociales de las ciudades. Esta conferencia se llevará a cabo en Santa Cruz, entre el 26 y el 28 de marzo.

Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando los vientos de la Revolución Nacional, los efectos de la Reforma Agraria y las influencias ideológicas de la Teoría de la Dependencia y el Indigenismo Latinoamericano, sirvieron de marco para el desarrollo de una nueva propuesta en el cine boliviano. En sintonía con la “estética del hambre” o “estética de la violencia”, propuesta por el brasileño Glauber Rocha en 1965, el cineasta boliviano Jorge Sanjinés planteó el “cine militante” o “cine revolucionario”.

Esta propuesta cinematográfica marcaría claramente una tendencia dicotómica en el imaginario de la geografía nacional: lo rural versus lo urbano. Desde películas como Yawar Mallku (1969), La nación clandestina (1989), Para recibir el canto de los pájaros (1995), hasta Los hijos del último jardín (2002), el campo y la ciudad son dos espacios antagónicos, distantes e irreconciliables en el cine de Sanjinés. Los personajes que transitan entre estos dos mundos se exponen a la incomprensión, el rechazo, el estigma social, la alienación y el choque cultural.

  • ‘Zona Sur’, de Juan Carlos Valdivia.

En 1977, en la misma corriente del cine de Sanjinés, bajo la dirección de Antonio Eguino, sale a la luz una película en la que la ciudad no solo constituye el trasfondo donde se cuentan historias de personajes diversos, sino el objeto de representación en sí mismo: Chuquiago. Esta pieza cinematográfica, una de las con mayor éxito de taquilla a nivel nacional, pone en evidencia que el Otro ya no solamente es aquel que habita el mundo rural, sino que es parte de la ciudad y de sus pasiones. Las historias narradas en Chuquiago, de alguna manera, volverán a contarse en películas posteriores, por ejemplo: la ambición por emigrar el exterior en American Visa (Valdivia, 2005), los sinsabores de la burocracia en el Corazón de Jesús (Loayza, 2003), o la cotidianidad familiar en la residencia jailona de Zona Sur (Valdivia, 2009).

El tránsito de lo urbano, como representación de lo moderno, a lo rural, como representación de lo tradicional, se convertirá en una de las narrativas frecuentes del cine hecho en Bolivia. Otros directores, desde otras corrientes cinematográficas, recurrirán a esta narrativa como motor dramático de sus filmes, es el caso de La bicicleta de los Huanca (Calasich, 1993), Cuestión de fe (Loayza, 1995), ¿Quién mató a la llamita blanca? (Bellott, 2005) e Yvy Maraey (Valdivia, 2013). En todas estas obras perdura un airecillo romántico del mundo rural, el lugar del Otro, del “buen salvaje”, sujeto inocente, porfiado, fiel a sus tradiciones e inocuo en sus comportamientos, pero al mismo tiempo, incomprendido.

¿Son estas las representaciones que construyen nuestros imaginarios en torno a lo urbano? ¿Son narrativas visuales necesarias para ser reconocidas en la representación colectiva de las ciudades bolivianas? ¿Son espejos en los que nos vemos reflejados o fantasías de las que no podemos escapar?