Aquellos que disfrutamos del arte dizque “elitista” y “extranjero” desde siempre hemos tenido que escuchar las mismas opiniones que tienden a desvalorizar aquello que amamos. Empiezo mi exposición hablando de “lo extranjero”: paria, vil y maldito.

Si la obra no es nacional, entonces para muchos estamos alienados, no amamos a nuestro país ni tampoco es cultura per se. No es, supuestamente, reivindicatorio, loable, ni potable para ser mostrado.

No entiendo por qué no podemos mirar una obra de arte y entenderla como universal. Por qué tenemos que colocarle una bandera y hacer depender nuestra valoración de dónde sentó el trasero el compositor para escribirla. Si fue escrita en un baño de la Florencia italiana o fue en un baño de la Max Paredes de nuestra La Paz es para mí irrelevante.

Por favor, que no se me mal entienda, no solo no tengo nada con las obras y las expresiones musicales de aquí, las nuestras, las locales, sino que las adoro. No tengo nada en contra del contenido propio, de hecho estoy produciendo una serie 100% boliviana que pretende ser el primer producto televisivo for export (con un guion nuestro, actores de aquí, director colla, etc.)

Sin embargo, cuando dirigí La Traviata en el Teatro Municipal y Drácula, escuché ese intento de menosprecio de personas que no tenían argumentos reales para criticar las obras. El acusarlas del delito de “extranjería” fue la última ratio de un grupo que pretendía dañarnos.

Con ese pensamiento, los únicos lugares donde debería verse una ópera sería en Italia, Alemania (si la ópera es alemana), Austria y con eso estaríamos.

Si el requisito del arte fuese el consumirse localmente, más que enclaustramiento marítimo, tendríamos un enclaustramiento mental.

Lo mismo con la acusación de ser “elitista”. Para algunas personas cierto tipo de teatro es para intelectuales, cierta forma musical para “jailones” o viejos con plata. Lo digo con certeza histórica: no hay nada más popular que la ópera, no hay nada más universal y solidario que el teatro.

Nacen para el pueblo y gozan de ese estatus durante sus primeros 100 años de vida, en especial la ópera. Quizá la coyuntura y la llegada de otros ritmos hayan devaluado ese primer espíritu, pero para algunos como yo está más vigente que nunca.

Prefiero pensar en el arte como una disciplina universal, disfrutable, que no pertenece a una clase.

Apoyemos lo nacional, creamos, inventemos sin dejar de disfrutar del intercambio cultural extranjero. Pasemos de una canción de Rumillajta a un aria de Puccini; una pieza de Villalpando a un disco de Lloyd Webber. Leamos el pentagrama de la vida con menos prejuicios.