Lady Bird
El crítico desmenuza la ópera prima escrita y dirigida por Greta Gerwig, producción que considera sobrevalorada.
Tan solo, o sobre todo, el hastío generalizado de cara a una producción cada vez en mayor medida apoltronada en estereotipos y fórmulas huecas de cualquier atisbo de osadía para aventurarse por caminos no trillados hasta la extenuación permite explicar, se me antoja, los ditirambos que saludaron a Lady Bird, esta correcta, pero poco más que eso, ópera prima en solitario escrita y dirigida por Greta Gerwig, joven (tiene 34 años) y prestigiosa figura del movimiento del cine independiente de su país, al cual aportó en consuno con otros colegas de tendencia, varias piezas en las cuales le cupo asumir sobre todo faenas delante de la cámara.
Dentro del cine independiente —o indie— Gerwig ha jugado, junto a Joe Swanberg y otros, un rol preponderante en la subtendencia denominada “mumblecore”. Tal apelativo fue acuñado por un técnico de sonido al evidenciar como los personajes de la misma, antes que decir sus diálogos suelen murmurarlos, al parecer en un esfuerzo por desenfatizar todos los ingredientes narrativos de un modo de hacer igualmente denominado “neorrealismo digital” en alusión al extremado naturalismo de sus argumentos y de las formas socorridas para ponerlos en imagen mediante producciones de modesto presupuesto, sin figuras reclutadas del sistema de las estrellas y valiéndose de la tecnología digital de registro a fin de abaratar aún más los costos.
Christine, la protagonista, cursa el último año del secundario. Insatisfecha con cuanto la rodea, incluyendo su propio nombre, al cual prefiere reemplazar por el seudónimo de Lady Bird, se encuentra en ese punto crucial de la adolescencia cuando las tensiones de cara a un futuro incierto, que obliga a tomar decisiones por lo general determinantes para el futuro, implican la necesidad de comenzar a madurar lo antes posible. Nada nuevo en semejante punto de partida: son incontables las películas ocupadas con un trance parecido.
Tampoco es novedosa la descripción del entorno, impregnada de múltiples referencias autobiográficas de la directora. Como Christine, Gerwig nació y discurrió su infancia y buena parte de la juventud en Sacramento, ciudad geográficamente próxima a San Francisco pero distante de las características de gran ciudad de esta última, para no mencionar los casos de Nueva York y las otras urbes de la costa este, a la que la inminente bachiller ansía mudarse.
Actrices. Adicionalmente, la madre de la directora trabajaba como enfermera y el padre aportaba a las finanzas familiares como consultor financiero y programador de computación, oficios similares a los de los progenitores de Christine. No se sabe en cambio si el tipo de relación que ambos mantenían con Greta era de igual manera tan disímil como el que la protagonista vive con los suyos: tormentosa al borde de la ebullición siempre inminente con una madre por demás belicosa, de complicidad con un padre comprensivo e invariablemente presto a implicarse en los planes, a menudo descabellados, de la muchacha.
De lo primero se ocupa el relato ya en los minutos iniciales cuando luego de sentirse por igual conmovidas escuchando un audiolibro de Las Viñas de la Ira, de John Steinbeck, la conversación materno filial a bordo del automóvil conducido por Marion, la mamá que las lleva de regreso a casa, escora pronto hacia un rotundo choque de pareceres, el cual concluye con el brinco de Christine desde el vehículo en movimiento. Queda así marcada la permanente oscilación de ese vínculo entre el afecto y el desencuentro, tal cual retomarán múltiples secuencias a lo largo de la trama.
El hilo argumental anudado en torno a la crisis característica del tránsito a ser adultos y los desequilibrios igualmente usuales en quienes ansían independizarse zafando de los protocolos del entorno, sin tener empero certeza de cómo y hacia dónde agarrar vuelo, no ofrece mayores aristas de interés, ni se diferencia gran cosa de otras tantas aproximaciones a parecido registro dramático. Sí resulta inobjetable el carisma impreso a su personaje por Saoirse Ronan, la ductilidad para trasladarse súbitamente, sin exabruptos gestuales, de un estado de ánimo al opuesto. Es igual de convincente la faena de Laurie Metcalf en la piel de Marion (con una madre semejante está planteada la invitación a concluir “menos mal que hay una sola”). No obstante, el esfuerzo de ambas acaba siendo por demás exiguo para compensar el tratamiento excesivamente plano, y las varias lagunas, del conflictivo trato mutuo, en todo momento al borde de la evaporación en lo ya demasiado visto.
Directora. Es en la contextualización de esa antesala al adiós de los tiempos en definitiva livianos del high school cuando la película levanta su nivel. Está ambientada entre el otoño 2002 y la primavera 2003, cuando Gerwig —otra pincelada autobiográfica— cursaba, como Christine, su último año escolar, momento por lo demás conflictivo en una Norteamérica sumida en otra de las crisis económicas cíclicas del capitalismo, con graves consecuencias para la clase media, que el gobierno de Bush intentaba distraer montando una contienda bélica, mientras se desencadenaban en varios puntos de ese país las protestas de los “indignados”.
Todo ello se refleja de manera sutil en la tirantez in crescendo dentro de la familia de la protagonista; en sus apreturas financieras; en la irritación desbordada de Marion sintiendo agraviadas sus ínfulas de gran señora; en las propias viñetas que dan cuenta del fin de la inocencia y el trabajoso descubrimiento del sexo. El mayor acierto de la directora es impregnar de humor negro tal descripción de las tensiones de un entorno sobre el cual se dispensa con buen criterio de emitir discursos aleccionadores, dejando respirar a sus criaturas con aliento propio.
La inclusión de secundarios que no restringen su función a solo acompañar al dúo central, enriqueciendo por el contrario los apuntes acerca de la cotidianidad de aquel entorno entre pueblerino y metropolitano, es otro acierto. Ocurre con el personaje de Julie, la amiga, quien acepta su obesidad con genuino espíritu deportivo; con el del bonachón padre dispuesto a la travesura cómplice; con la monja a cargo del colegio que maneja haciendo gala de generosa comprensión y llano sentido común. Son aquellos agregados los que permiten mantener a flote la narración, bajo asedio de una patente previsibilidad lanzada de lleno en los tramos finales a los convencionalismos emocionales para zanjar un drama plagado de arquetipos, algunos de ellos directamente sobrantes o desperdiciados —las figuras del hermano adoptivo y su novia no alcanzan a cobrar ningún relieve, quedando en condición de relleno—. En buenas cuentas solo la levedad del tratamiento, el minimalismo elegido a manera de modulación prevaleciente, y la ya mentada robustez del trabajo interpretativo de las figuras protagónicas, impiden que los clichés acaben fondeando el debut de la directora en la insignificancia absoluta.
No parece impertinente recordar que tan solo cuatro realizadoras, antes de Gerwig, fueron nominadas en los 90 años del tío Oscar: Lina Wertmuller (Siete Bellezas/1976); Jane Campion (El piano/1993); Sofía Coppola (Lost in Translation/2004), Kathryn Bigelow (En tierra hostil/2009), y solo la última de las nombradas accedió al podio. Tampoco cabe olvidar el jaleo montado en oportunidad de la ceremonia de los Globos de Oro 2018, desviada en parte —denuncias sobre acoso de por medio— del soporífero menú al cual suelen atenerse sus eventos, muy similar al de la propia aparatosa inercia de la ceremonia anual montada por la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood. Esto, puesto que se me antoja bien pueden haber sido ingredientes que aparejados al fastidio mentado al comenzar habrán sumado lo suyo a la, a mi parecer, sobrevalorada ponderación de Lady Bird.
Ficha técnica
– Titulo Original: Lady Bird
– Dirección: Greta Gerwig
– Guion: Greta Gerwig
– Fotografía: Sam Levy
– Montaje: Nick Houy
– Diseño: Chris Jones
– Arte: Traci Spadorcia
– Música: Jon Brion
– Efectos: Andrew Lim
– Producción: Eli Bush, Evelyn O’Neill, Scott Rudin,
Jason Sack, Alex G. Scott, Lila Yacoub
– Intérpretes: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf,
Tracy Letts, Lucas Hedges, Timothée Chalamet,
Beanie Feldstein, Lois Smith, Stephen Henderson,
Odeya Rush, Jordan Rodrigues – EEUU/2017